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El acuerdo de paz de Kosovo

wepg17Ensayo8 de Junio de 2014

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El acuerdo de paz de Kosovo

Por Noam Chomsky

El día 24 de marzo las fuerzas aéreas de la OTAN, lideradas por Estados Unidos, comenzaron a atacar la República Federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) y el territorio de Kosovo, que la OTAN considera una provincia de Serbia. El día 3 de junio, la OTAN y Serbia alcanzaron un acuerdo de paz. EEUU declaró que había vencido, después de haber concluido con éxito "un esfuerzo de diez semanas para obligar al señor Milosevic a rendirse", tal y como lo definía Blaine Harden en el New York Times; ya no sería necesario utilizar fuerzas terrestres para "limpiar Serbia", como había recomendado el propio Harden en una crónica titulada "Cómo limpiar Serbia". La recomendación resultaba natural en el contexto de la historia estadounidense, dominada por las limpiezas étnicas desde su origen hasta la actualidad, y cuyos logros se celebran en los nombres que se han dado a los helicópteros militares de ataque y a otras armas de destrucción. Sin embargo, se impone una puntualización; el término "limpieza étnica" no es realmente apropiado: las operaciones de limpieza de Estados Unidos han sido indiscriminadas; Indochina y Centroamérica son dos ejemplos recientes.

Aunque ha declarado la victoria, Washington aún no ha declarado la paz: los bombardeos continuarán hasta que la victoria determine que se ha impuesto su interpretación del acuerdo de Kosovo. Los bombardeos se presentaron desde el principio como una cuestión de importancia cósmica, una prueba de un "nuevo humanismo", en el que los "estados ilustrados" (como decía la revista Foreign Affairs) abrirían una nueva época de la historia de la humanidad dirigidos por "un nuevo internacionalismo en el que no se volverá a tolerar la brutal represión de grupos étnicos enteros" (Tony Blair). Los estados ilustrados son Estados Unidos y su socio británico, y tal vez también otros que se alisten en sus cruzadas por la justicia.

Al parecer, la categoría de "estados ilustrados" se alcanza por definición. No he visto ningún intento por proporcionar pruebas o argumentos que lo justifiquen, y ciertamente no se encuentran en la historia de los países mencionados. Pero eso resulta completamente irrelevante, en cualquier caso, gracias a la familiar doctrina del "cambio de rumbo" a la que se acogen habitualmente las instituciones ideológicas para relegar el pasado al lugar más recóndito y profundo de la memoria, con intención de impedir la amenaza de que alguien pueda realizar las preguntas más obvias: dado que ni las estructuras institucionales ni la distribución del poder han cambiado esencialmente, ¿cómo cabe esperar un cambio radical de política, o cualquier tipo de cambio, al margen de simples ajustes tácticos?

Pero esas cuestiones no están en el orden del día. Cuando se anunció el acuerdo, el analista internacional Thomas Friedman explicaba en el New York Times que "el problema de Kosovo ha consistido, desde el principio, en cómo debemos reaccionar cuando ocurren cosas malas en lugares poco importantes". Acto seguido procedía a alabar a los estados ilustrados por insistir en el principio moral de que "una vez que comenzaron los desalojos de refugiados, hacer caso omiso de Kosovo habría sido un error (...) además, utilizar una enorme guerra aérea para atacar un objetivo limitado era lo único que tenía sentido".

Semejante preocupación por los "desalojos de refugiados" implica un problema menor, porque no pudieron ser el motivo de la "enorme guerra aérea". El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados informó de los primeros refugiados fuera de Kosovo el día 27 de marzo (4000), tres días después de que comenzaran los bombardeos. La suma se incrementó y el día 4 de junio se tenía constancia de un total de 670.000 refugiados en los países vecinos (Albania y Macedonia), además de los 70.000 que se estima que se encuentran en Montenegro (es decir, dentro de la República Federal Yugoslava) y los 75.000 refugiados más que se han dirigido a otros países. Los datos, que por desgracia son demasiado familiares, no incluyen a los desplazados internos de Kosovo; las cifras se desconocen, pero la OTAN calcula que fueron entre 200.000 y 300.000 en el año anterior a que comenzaran los bombardeos, cifra es muy superior desde entonces.

Es indiscutible que la "enorme guerra aérea" precipitó un aumento radical de la limpieza étnica y de otras atrocidades; es un hecho que ha sido probado más allá de cualquier duda por los periodistas que se encontraban en Kosovo y en los análisis retrospectivos en la prensa. Esa situación se da igualmente en los dos documentos más importantes que pretendían justificar los bombardeos como una reacción a la crisis humana de Kosovo. El más largo, proporcionado por el Departamento de Estado en mayo, se titulaba muy adecuadamente "Borrar la historia: limpieza étnica en Kosovo"; el segundo es el procedimiento contra Milosevic y asociados iniciado por el Tribunal Internacional para los Crímenes de Guerra en Yugoslavia después de que Estados Unidos y Gran Bretaña "facilitaran el camino para iniciar un proceso asombrosamente rápido al proporcionar a Arbour (la fiscal Louise Arbour) acceso a los informes de los servicios de espionaje y a otros datos que le habían negado los gobiernos occidentales durante mucho tiempo", según informaba el New York Times, que dedicó dos páginas enteras a la acusación. En ambos documentos se mantiene que las atrocidades comenzaron "el día uno de enero o alrededor de esa fecha"; sin embargo, la detallada cronología de los dos documentos revela que las atrocidades continuaron al ritmo que habían mantenido hasta entonces hasta que se incrementaron drásticamente a partir de los bombardeos. Es evidente que eso no fue ninguna sorpresa. El comandante general Wesley Clark definió las consecuencias en cierta ocasión como "totalmente previsibles"; pero era una exageración, por supuesto: no hay nada tan previsible cuando de cuestiones humanas se trata, aunque en la actualidad se dispone de gran cantidad de pruebas que indican que eran conscientes de las consecuencias, por razones que se comprendían perfectamente sin tener que acceder a los servicios secretos.

Robert Hayden, director del Centro de Estudios para Rusia y Europa del Este, de la universidad de Pittsburgh, ofreció un pequeño resumen de los efectos de la "enorme guerra aérea": "las bajas de civiles serbios en los tres primeros meses de guerra son más altas que todas las bajas producidas en ambos bandos en Kosovo durante los tres meses que llevaron a esta guerra, y sin embargo, se suponía que esos tres meses habían sido una catástrofe humana". Es cierto; esas consecuencias en particular no cuentan en el contexto de una histeria chovinista desatada para demonizar a los serbios, histeria que alcanzó su punto más alto y enigmático cuando se comenzó a bombardear objetivos civiles de forma abierta: a pesar de ello, se defendían los bombardeos con más fervor. El mismo día, y por casualidad, el Times daba una respuesta algo más verosímil a la retórica pregunta de Friedman en una crónica de Stephen Kinzer, firmada en Ankara. El periodista decía que "el más conocido defensor turco de los derechos humanos ha sido encarcelado" para cumplir sentencia por haber "instado al estado a que alcance un acuerdo pacífico con los rebeldes kurdos".

Unos días antes, Kinzer había insinuado que había algo más en la historia: "Algunos [kurdos] dicen que han sido oprimidos por la dominación turca, pero el gobierno turco insiste en que gozan de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos". Cabe preguntarse si eso hace justicia a una de las operaciones de limpieza étnica más extremas de mediados de la década de 1990, con decenas de miles de muertos, 3500 pueblos destruidos, entre dos millones y medio y tres millones de refugiados, y atrocidades horrendas que son perfectamente comparables a las atrocidades de los enemigos escogidos que aparecen día tras día en las portadas de los periódicos, y que pasan desapercibidas a pesar de que las organizaciones de derechos humanos más importantes han informado de ellas detalladamente. Esos logros se han conseguido gracias al masivo apoyo militar de Estados Unidos, que Clinton incrementó cuando las atrocidades alcanzaron su punto más alto, y que incluye aviones de combate, helicópteros de ataque, equipos de contrainsurgencia y otros instrumentos de terror y destrucción, así como entrenamiento y formación en servicios de inteligencia para algunos de los peores asesinos.

Cabe recordar que dichos crímenes se han estado cometiendo en el seno de la propia OTAN, durante la década de 1990, y bajo la jurisdicción del Consejo de Europa y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que sigue emitiendo dictámenes contra Turquía por sus atrocidades, apoyadas por Estados Unidos. Los participantes y comentaristas hicieron gala de una enorme disciplina al "pasarlos por alto" durante la celebración del 50 aniversario de la OTAN, en abril. Una disciplina que resultó particularmente impresionante dado que la celebración fue ensombrecida por lúgubres preocupaciones por la limpieza étnica provocada por enemigos creados oficial y artificialmente, no por estados ilustrados dedicados a su tradicional misión de llevar justicia y libertad a los oprimidos del mundo y a defender los derechos humanos, mediante la fuerza si es necesario, bajo los principios del "Nuevo Humanismo".

Es evidente que dichos crímenes son la única prueba de la respuesta que han dado los estados ilustrados

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