En una lectura compleja de la narración puntillosa de Runciman,
Luciana ColqueEnsayo12 de Junio de 2016
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En una lectura compleja de la narración puntillosa de Runciman,
El profesor británico, Steven Runciman, describe en esta obra “Una historia del mundo Mediterráneo”, una disputa por poderes entre gibelinos y güelfos, tanto económicos como políticos. Se puede apreciar como una vez más miden fuerzas el Papa y el Emperador, enfrentado dos modelos opuestos que no pueden convivir con la presencia amenazante del otro. De todas maneras, este sentido va a ir mutando a medida que Carlos de Anjou, vaya concretando la construcción de un Imperio propio en el Mediterráneo frente al Sacro Imperio Romano de los Hohenstaufen.
El conflicto, abarca su territorialidad en la codiciada isla de Sicilia. Y esto se debe justamente, como advierte el autor, por su ubicación en el mar Mediterráneo, dividiéndolo en dos y uniendo Italia con África. Hay que decir que su posición es tanto estratégica económicamente, como militarmente, si se quiere. Sus costas daban lugar a un punto central de las redes de comercio marítimas, y esto había orientado las actividades económicas en este sentido, a las que se sumaba la importante producción de cereales. Paralelamente, como es sabido ya, las islas plantean un escenario de difícil acceso al momento de acercar cualquier tipo de tropas invasoras.
Esta historia empieza con la muerte de Federico II, el “Anticristo” para el papado, que deriva en las luchas por el trono de Sicilia y el predominio del comercio mediterráneo a partir de mediados del siglo XIII. Con este argumento, se entrelazan las operaciones de un personaje destacable en estrategias políticas, en todo el desarrollo del libro, Carlos de Anjou, hermano del rey francés San Luis, que termina siendo una especie de antihéroe, que logra un gran dominio pero que pierde todo por su ambición.
A modo de introducción, es necesario recalcar la intención del autor de dejar entrever en su narración, una motivación casi “nacionalista” de los sicilianos (acorde también al movimiento de la época desde la que nos habla). Sin embargo, esta idea es bastante refutada a partir de que la conceptualización de “nación” y por ende de “nacionalismo” surge recién en el siglo XIX. Y este es un dato no menor, ya que teniendo por sentado esto, se podrá comprender que finalmente, el levantamiento de los sicilianos contra los franceses, respondería ciertamente al interés conservador de preservar las relaciones preestablecidas antes del abordaje de los extranjeros, es decir, un sistema que funcionaba ya con los normandos hasta Federico II.
Muy bien anticipa un preciso reconto de las temáticas abordadas en su producción en el Prefacio de la siguiente manera: “La historia de la matanza de los franceses el 30 de marzo de 1282 […] es importante no por tratarse de un drama aislado de conspiradores y asesinos, ni por ser precisamente un episodio de la épica tragedia de Sicilia y sus opresores. La matanza fue uno de esos acontecimientos de la historia que alteran el destino de naciones e instituciones mundiales. Para comprender su importancia es necesario que la veamos dentro de su marco internacional. He tratado, por tanto, de narrar en este libro toda la historia del mundo mediterráneo en la segunda mitad del siglo XIII, con las Vísperas como núcleo central. El escenario es vasto: tiene que extenderse desde Inglaterra hasta palestina, desde Constantinopla hasta Túnez. Está también poblado por muchos personajes; pero un escenario histórico es, inevitablemente, populoso, y los lectores que tengan miedo de las multitudes deberán limitarse a los terrenos mejor ordenados de la ficción. El relato consta de varios temas que confluyen sobre este mismo punto. Es la historia de un príncipe brillante, destruido por su propia arrogancia. Es la historia de una amplia conspiración tramada en Barcelona y en Bizancio. Es la historia del valiente y hermético pueblo de Sicilia, levantándose contra la dominación extranjera. Es la historia del suicidio gradual de la idea más grandiosa de la Edad Media: la monarquía universal del Papado.” (Runciman, 1979)[1]
Pero se trata además, del intento por unir las Iglesias católica y ortodoxa, separadas desde el siglo XI. Esta historia se entrelaza involucrando a personajes como Manfredo, el hijo bastardo de Federico II, que trató de crear un imperio mediterráneo con Sicilia como frente principal. Por otro lado el emperador Miguel Paleólogo, quien reconquistó Constantinopla y restauró el imperio bizantino en 1261, y que logra evitar una invasión, acorde a las descripciones del investigador, la hubiera padecido. Con total injerencia se trata también, la ambición del rey Pedro III de Aragón, casado con la hija de Manfredo y decidido a vengar la muerte de éste por Carlos de Anjou, a la vez con la intención de expandir su imperio más allá de los reinos peninsulares.
El desarrollo de la historia de Sacro Imperio Romano Germánico durante el interregno, se describe desde la muerte de Federico II hasta la elección de Rodolfo de Habsburgo en 1273, cuyo dominio despertó el interés de personajes como Ricardo de Cornualles o Alfonso X el Sabio. En este ámbito nos encontramos también con, Conradino, el último de los Hohenstaufen, en el intento por asumir el destino que el pesado legado familiar le había heredado, pero fracasando en la batalla de Tagliacozzo.
Carlos de Anjou termina siendo, “rey de Sicilia, Jerusalén y Albania, conde de Provenza, Forcalquier, Anjou y Maine, regente de Acaya, señor supremo de Túnez y senador de Roma, […] sin duda alguna, el más poderoso de Europa”[2]. Un monarca muy inteligente políticamente hablando, con nociones para la administración, definido como justo y honrado, pero que no supo resistirse al peso de sus ambiciones, obsesionado por tener un imperio propio, aunque al final nunca visitara Sicilia.
La monarquía normanda fue inicialmente autora del montaje de la gran empresa sobre la isla hacia el siglo XII, definida como “una aristocracia importada”[3] (Runciman, 1979). La posterior alianza matrimonial de Constanza, hija de Roger II, con el emperador de Occidente Federico Barbarroja, Enrique de Hohenstaufen, significaba en ese entonces, el posicionamiento gibelino en la isla y en las cercanías del papado. De esta manera el emperador alemán, obtenía el titulo simultáneamente emperador de Roma en 1191 y de rey de Sicilia tres años más tarde. A su muerte, su esposa se hizo cargo del gobierno, rodeándose de funcionarios sicilianos, y acordando una alianza con el nuevo papa Inocencio III, quien pasaría a ser el tutor de Federico II, hijo de Enrique, coronado siendo aun menor de edad. De esta manera el papa era una autoridad dentro del reino, responsable de que cuando Federico alcanzara la mayoría de edad para poder gobernar el reino que había heredado, se encontrara con un patrimonio real empobrecido y endeudado.
Es en este contexto histórico, en que el investigador nos relata a través del primer capítulo, al que titula, “La muerte del anticristo”, la relación que tenia Federico con el papado, inicialmente con Inocencio. Como su tutor, confiaba en que la educación que le había dado, se reflejaría en la gratitud de Federico, tras ser coronado rey de Alemania y Emperador en 1215. A cambio, el alemán, había prometido ceder el trono siciliano a su hijo e ir a la Cruzada. Ante su incumplimiento, el papa Gregorio IX, protesto por la retención de Sicilia por el Emperador, y lo excomulgó por no ir a la Cruzada y de nuevo cuando por fin fue. Y no solo eso, también, sus ejércitos invadieron la isla en ausencia del Emperador, que volvía victorioso de Tierra Santa, casado con la heredera de Jerusalén. Esto empañó la imagen del papado, incluso con el Rey de Francia. El papado se encontraba en desventaja en relación a la fuerza material del Emperador, que en parte también se debía a los enfrentamientos locales que había en cada ciudad entre gibelinos y güelfos que generaba inconvenientes de tipo económico por la dificultad para cobrar los diezmos e impuestos dentro de la organización eclesiástica que lo mantenía. Aunque Federico nunca mando un gran ejercito, había heredado “el respeto y la esperanza que los hombres aun tenían por la idea imperial” (Runciman, 1979) [4]. Y además era un hombre notablemente ilustrado, que dominaba varios idiomas correctamente. Entonces lo que el titulo de este capítulo, encierra es la idea de lo que significaba para el papado la muerte de Federico en 1250. Este suceso podría haber sido la oportunidad de ubicar en ese lugar a alguien que favoreciera sus intereses, pero también el cese de las amenazas que representaba el heredero de Hohenstaufen.
Al introducirnos en el segundo capítulo, se aprecia una disputa entre los herederos de Federico, algunos hijos de sus tres matrimonios más o menos afortunados y varios de ellos ilegítimos, con la misma suerte. Pero a quien había legado el reino de Sicilia, que lo que nos compete, es a su hijo legitimo mayor Conrado, quien era ya rey de los romanos. Repartió con el menor, Enrique, el reino de Borgoña y el de Jerusalén, a quien le costaría poder hacerse con el gobierno por tratados previos que favorecían a Conrado. Y es aquí cuando aparece la figura de Manfredo, hijo ilegitimo de Federico, que hereda de su padre territorios importantes en la Italia meridional, como príncipe de Tarento, y gobernador de toda Italia, hasta que llegase Conrado y estableciera su propia administración, por ende heredaba también el reino de Sicilia. Deja clara de esta manera lo que denomina como Regnum sin determinación. De todas formas, Conrado sigue siendo reconocido por los barones en Sicilia principalmente gracias a Pedro Ruffo. Ante esto Manfredo intenta conseguir el control de la isla, con un objetivo definido que empieza con la intensión de reemplazar a Ruffo y a los principales consejeros de Conrado intentando desestabilizar las posiciones fortificadas de su hermanastro. Por otro lado, el papa Inocencio IV, estaba determinado a que el reino siciliano y Alemania no estuvieran unidos, pero no podía ni aproximarse a la idea de expulsar a Conrado. Y paralelamente, Conrado necesitaba el apoyo del Papa para mantener el control en Alemania. Las negociaciones no llegaron a mucho y la guerra se tornaba inevitable. Se encontraba Conrado con una posición favorable en la cuestión mientras el Papa no lograba convocar apoyo de otros reyes mas solo llego a excomulgarlo frente a sus acusaciones. Para fortuna del Papa, el Heredero de los Hohenstaufen muere enfermo en 1254, dejando un solo posible heredero, su hijo Conrado II o Conradino, que al menos era rey legítimo de Sicilia y de Jerusalén al cuidado del Papa. El gobierno de la isla se seguiría disputando entre el Papa por un lado y Manfredo que reunía el apoyo de algunos seguidores de los Hohenstaufen. Pronto Manfredo tomaría la delantera, había tomado el poder de la Italia meridional, y gracias a la ayuda de su tío controló también Sicilia. Su ambición alimentada por los consejos de su familia, lo volvió una amenaza para el papado, que hacia 1261 se hallaba impotente.
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