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Ensayo Manuelita Saez

enanone5 de Febrero de 2014

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Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador

El papel de las mujeres en la independencia de América, tal como nos lo presentaba la tradición, se redujo a la realización de tareas como la confección de uniformes y banderas, acompañantes de los ejércitos, cocineras o prostitutas y, en el mejor de los casos, enfermeras e incluso espías. Casi nunca se reseñaron otras actividades: guerrilleras, líderes y dirigentes, que las hubo (el caso de la mexicana Antonia Nava, llamada "La Generala" que reclutó un ejército con el que luchó y al que defendió con ejemplar valentía, o el de la chilena Javiera Carrera, que no sólo apoya sus hermanos, sino que organiza la Primera Junta de Gobierno en su país). Para nada se destaca su papel de consejeras, capaces de opinar y desenvolverse al mismo nivel que los hombres en las intrigas políticas, como ocurre con la ecuatoriana Manuela Sáenz, que alcanza la celebridad por ser amante de Bolívar, pese a que fue mucho más que eso, como demuestra esta carta de Francisco Antonio Sucre dirigida al Libertador desde el Frente de Batalla de Ayacucho, el 10 de diciembre de 1824. "Se ha destacado particularmente [...] por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos". Por su ejemplar conducta solicitaba "se le otorgara el grado de Coronel del Ejército Colombiano". Sin embargo, tan alta distinción no fue suficiente para situarla en el mosaico de la historia, al lado de los próceres o fundadores de las repúblicas hispanoamericanas. El odio y el ensañamiento de sus compatriotas la persiguieron hasta el fin de sus días. Pero la fuerte personalidad de Manuelita Sáenz, como aprendimos a llamarla, se impuso sobre sus enemigos, incluso sobre la leyenda de su vida, dejándonos ver la fuerza de un carácter capaz de romper barreras sociales, morales y de género.

Los prejuicios en torno a las mujeres que se desvían del papel asignado para ellas por la cultura, obviamente encubren verdades que ponen en cuestión valores pretendidamente inamovibles, pese a que la historia ofrece ejemplos de talentosos "hombres de estado" femeninos, como Catalina de Rusia quien ejerció el poder con más sensatez que sus predecesores; y antes que ella, otras demostraron capacidad dirigente, valor y coraje en la guerra, virtudes consideradas viriles. Pero no me detendré en notables antecedentes recogidos por la historiografía feminista, tan sólo subrayar que esto fue posible porque hubo momentos en la historia donde las mujeres encontraron mejores condiciones para desarrollar su inteligencia. Uno de esos momentos es el siglo XVIII, el de las luces, periodo europeo con el que coincide el proceso de la independencia de las colonias españolas en América y que funda la modernidad histórica. La amplitud de miras del momento trae como consecuencia necesidad de libertad en los individuos y en los pueblos, y en especial en las mujeres. En ese ambiente fue propicio el desarrollo de la inteligencia femenina hasta el punto de que en París, entonces capital cultural de Europa, las mujeres alcanzaron gran prestigio entre filósofos, artistas y hombres de ciencia. Ellas abrieron los salones donde los acogieron en sus tertulias, animando el debate y posibilitando la difusión de ideas. Interlocutoras de lujo, éstas eran consideradas iguales a nivel intelectual y espiritual, lo ocurre obviamente sólo entre las clases altas y en pocos casos, entre quienes se ganaban la vida desempeñando un oficio.

Al Siglo de las Luces se asoman próceres de la independencia americana, como Francisco de Miranda y Simón Bolívar. En sus viajes por Europa conocieron un mundo en el que no era extraño que una mujer vistiera uniforme militar y despachara los asuntos de Estado, como la célebre Catalina de Rusia. Sin duda hay paralelismos entre la emancipación de las mujeres y la independencia de las colonias, un tema que abre un amplio campo de investigación y que a partir de la figura de Manuela Sáenz arroja luces sobre el lugar de las mujeres durante la colonia y su reubicación, en el nuevo orden tras la independencia, ya que al final de la guerra, en el reparto del poder, las redujeron al espacio doméstico y en muchos casos se les pagó con el olvido y el destierro sus servicios a la patria. Sabemos que su papel no se redujo a apoyar a sus maridos, o seguirlos hasta el frente de batalla, sino que fue mucho más activo y que en las tertulias agitaron las banderas independentistas y constituyeron una pieza clave en la campaña de guerra desde Nueva España, pasando por la Nueva Granada hasta el Virreinato del Río de la Plata.

El discurso oficial en la historiografía nos dice que la traducción de los "Derechos del hombre", formulados por la revolución francesa, hizo tomar conciencia en América de la opresión y de la necesidad de libertades. Lo que no nos dice el discurso oficial es que los "Derechos del hombre" tienen su correlato femenino y que una mujer llamada Olimpia de Gouges (1748-1793), protestó por el desprecio a los derechos de la mujer. Su encarcelamiento y ejecución por parte del despotismo jacobino, demostraron el fracaso de ese intento igualitario y el largo camino que esperaría a las mujeres en el reconocimiento de sus derechos.

En ese contexto internacional debe situarse la figura de Manuela Sáenz quien participó en la causa patriótica, no por ser la amante de Simón Bolívar, ya que antes de conocerlo se había unido a las luchas independentistas, sino precisamente por lo que él encarnaba, el sueño de unas naciones libres. Su cultura, su conciencia de una identidad americana, así como el papel que le correspondió en la construcción de las nuevas repúblicas, se refleja en la correspondencia con Simón Bolívar. Y es que desde muy joven había colaborado en la campaña del Perú por lo que el general San Martín la condecoró con la orden de "Caballeresa del Sol", insignia de la nueva nobleza republicana que también le fue otorgada a otras 111 mujeres en Lima. Pero el nombre de Manuela Sáenz fue borrado por quienes estaban interesados en maquillar una historia llena de miserias que ella puso en evidencia: las conspiraciones contra Bolívar, los intentos de asesinato, la traición de sus compatriotas y las calumnias de que fue objeto por parte de sus detractores.

Manuela fue una pieza fundamental porque se enfrentó a los enemigos del Libertador cuando una fracción de su ejército se sublevó en Lima, negándose a cumplir la nueva constitución. La leyenda dice que vestida de hombre, a caballo, pistola en mano, entró en uno de los cuarteles insurrectos en defensa de Bolívar. Por todo ello hizo temblar a muchos generales que le temían y odiaban a la vez. Ella era consciente de que no se aprobaba su conducta, que hombres y mujeres se escandalizaban de sus aventuras, y se defendía criticando la hipocresía de una sociedad que, tras las buenas formas ocultaba muchos de los vicios que señalaban en ella.

La bastarda

Fruto de una relación adúltera, Manuela Sáenz nace en Quito en 1797 en momentos de gran convulsión social e incluso de sacudimientos telúricos, que presagian lo que ocurrirá años más tarde con la rebelión de las colonias. Un terremoto sacude la región desde la ciudad de Popayán, en el entonces Nuevo Reino de Granada, hasta Quito. Con 60.000 habitantes, la ciudad de Quito vive bajo la influencia francesa y hasta allí llegan los ecos de la revolución. Viajeros como Mutis, La Condamine y Humbodt que fue recibido en Quito, por el marqués de Selva Alegre, amigo de la familia de la madre de Manuela, afín a la causa independentista, dejan su impronta en la juventud harta de un sistema de privilegios que excluye a los criollos. Al otro lado del mar, los jesuitas, expulsados por la Corona española, azuzan desde el exilio y agitan las conciencias, en tanto que la masonería prepara la estrategia continental que tiene como meta la independencia de América.

Los padres de Manuela son los españoles Simón Sáenz y Joaquina Aisparú, representantes de la aristocracia colonial. La educación de la niña se encomienda, pues, a las monjas a donde es enviada a los once años. Pero de allí se escapa a los diecisiete con un joven oficial, dejando una estela de murmuraciones. Sobre ese episodio se corre un tupido velo cuando el padre la casa con el comerciante inglés James Thorne. Sin embargo, en Quito se decía de ella: "Es lo que cabía esperar de una bastarda".

Manuela, que creció viendo luchar a sus parientes por causas opuestas, presenció en su infancia la ejecución de muchos de los patriotas. Tales circunstancias, sin duda, desarrollaron en ella un sentimiento anti español, unido a un anhelo de independencia, así como una conciencia americana que se refleja en estas palabras suyas de protesta cuando los generales se oponen a que ella y las esclavas que la acompañaron por el resto de su vida, se unan al ejército: "Los señores Generales del Ejército Patriota no nos permitieron unirnos a ellos; mi Jonathás y Nathán sienten como yo el mismo vivo interés de hacer la lucha, porque somos criollas y mulatas, a las que nos pertenece la libertad de este suelo...."

Pero la sociedad quiteña, a la que pertenecía, reparó más en sus faltas que en sus cualidades morales y en su talento. El historiador Alfonso Rumazo González, reacciona contra el estigma que distorsiona su

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