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Figura Femenina En Antigona De Sofocles


Enviado por   •  14 de Agosto de 2013  •  6.772 Palabras (28 Páginas)  •  923 Visitas

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"La figura femenina en la tragedia de Sófocles"

Arbey Atehortúa Atehortúa

Se explora en este artículo el tratamiento del tema femenino en la tragedia de Sófocles desde la mentalidad del siglo V ateniense. El uso del lenguaje referido a la mujer, la presencia del elemento mítico, la definición de las relaciones interpersonales en función de la philía y no del eros y el papel social asignado a la mujer, determinan la sustentación de un orden conservador con relación a este tema en la tragedia de Sófocles.

La poética(1) de la Grecia Arcaica y Clásica está mediada por una cosmovisión masculina, en la que se destacan los argumentos de la Edad heroica, la política, la crisis de las ciudades-estados del siglo VII, y por supuesto la cosmogonía. Esta cosmovisión es coherente con la mentalidad heredada de una época donde el honor, la fuerza, la gloria, el autoritarismo, el sentimiento de vergüenza y de amistad, entre otros, son la medida de los hombres; un estado donde cada uno sabe y cumple su lugar en la sociedad.

Este espacio histórico caracterizado por el hecho militar, la actividad política y el ejercicio poético como sustentador de una mentalidad aristocrática, restringió la función de la mujer en la sociedad al hogar y al cuidado de los hijos, debiendo guardar fidelidad a su marido y a las instituciones de poder que regían la polis; ésta a su vez le limitó sus derechos, prohibiéndole asistir y participar en los certámenes deportivos y artísticos y ejercer funciones públicas. Las espartanas y las lesbias gozaron de más libertad que en el resto de Grecia: las primeras por habitar en un estado esencialmente militar y las segundas por la apertura comercial y cultural que caracterizó la isla, posibilitando en este caso la creación de los tiasos dirigidos por mujeres como Safo y hasta por la misma esposa del dictador Pítaco: Andrómeda. Igualmente existieron las hetairas, mujeres que participaban de la fiesta y el jolgorio con los hombres.

Los valores heredados de la sociedad heroica, la mentalidad producida por una cosmogonía milenaria y el desarrollo de la aristocracia que se consolida a partir del siglo VIII explican el papel asignado por la sociedad griega a la mujer.

Las creaciones artísticas populares y literarias(2) reflejan esta mentalidad masculina donde la mujer cumple su rol exigido por la sociedad griega. La tragedia, la realizada por Esquilo, Sófocles y Eurípides en el siglo V, otorga un papel protagónico a la figura femenina, presentándola como un instrumento del destino (moiras y erinias) para la restitución y que, al igual que el hombre, incurre en transgresiones (hybris); como un ser que en mayor o menor medida contribuye a la alteración del orden cosmogónico por el tratamiento de los sentimientos de philía y de eros (3) .

Lo primero que debemos resaltar es que el referente4 de la tragedia no es el presente de los poetas sino el mundo mítico, y que partiendo de éste los trágicos estudiaron el poder, el destino, la justicia, la muerte y el honor, temas que le interesaron a la sociedad ateniense del siglo V. La relación, por lo tanto, entre la tragedia y la sociedad clásica no se plantea al nivel de los contenidos sino de las estructuras mentales.

No son, por lo tanto, las mujeres de la cotidianidad del siglo V, las campesinas o las aristócratas quienes circulan por la tragedia. Antígona, Electra, Ifigenia, Hécuba, Crisótemis y Yocasta, son seres míticos y ancestrales, reinas y princesas; mujeres emparentadas con los dioses, con los hombres de la Sociedad heroica.

Cada uno de los trágicos (Esquilo, Sófocles y Eurípides) le da un matiz distinto al tratamiento de la figura femenina, pero todos dentro de la mentalidad masculina y excluyente de la sociedad ateniense del siglo V a. C. Se estudiará el papel de la figura femenina en las tragedias de Sófocles particularmente y se establecerán algunas comparaciones pertinentes.

Los personajes femeninos en la dramaturgia de Sófocles no son seres decorativos; ellos se elevan a la condición de heroínas (como Antígona), afrontando una coyuntura dada por la ausencia de varón, los excesos en el ejercicio del poder y la necesidad de restitución, sin que la estructura masculina de la Grecia clásica se vea afectada. En el trasfondo de los hechos está el tema de la justicia; es lo que piden Antígona, Electra y Tecmesa, una justicia que en Sófocles es la cosmogónica, la divina, que se enfrenta a las decisiones arbitrarias e injustas de los reyes.

Las mujeres, en la tragedia, son víctimas del destino, del hecho trágico al buscar la restitución a una transgresión. Antígona es coherente en palabra y acto pues no duda un solo instante que su obligación es dar sepultura a su hermano Polinices, tal como lo predica, por encima de la prohibición de Creonte. Electra, por su parte, añora la venganza; la concibe como un mandato divino pero no la ejecuta, es su hermano Orestes quien debe realizar el hecho de sangre. A su vez, Deyanira hace todo lo dispuesto por el oráculo para conservar a Heracles, su esposo, aunque sin saberlo está propiciando su muerte. Ellas son por lo tanto medios para la restitución del orden divino alterado por los hombres.

El arrepentimiento de Creonte en Antígona y el retorno de Orestes en Electra para cumplir la venganza, justifican el actuar de ambas heroínas. El primero anula su prohibición de dejar insepulto a Polinices y perdona a Antígona aunque demasiado tarde pues la heroína ya ha muerto. Orestes, por su parte, regresa de un exilio de años para cumplir la venganza cuando ya todos lo daban por muerto.

Existen varias diferencias en el proceder de Antígona y de Electra. Si bien Antígona es coherente en palabra y acto, Electra ha pasado su vida lamentándose y esperando a Orestes para que ejecute la venganza. Las dos restituciones exigidas por los dioses son distintas: Antígona debe realizar las honras fúnebres de su hermano y Electra vengar la muerte de su padre matando a Clitemestra y a Egisto; esta acción de sangre la debe realizar un hombre y en este caso su hermano Orestes. Antígona solo tiene a su hermana Ismene y por eso ella debe honrar al muerto enfrentando el decreto:

“Pues jamás, ni aunque fuera madre de hijos, ni aunque mi esposo muerto se estuviera pudriendo, hubiera tomado sobre mí fatiga semejante en contra de los ciudadanos. ¿Y en razón de qué digo esto? Muerto mi esposo, otro hubiera podido tener, y un hijo de otro varón si lo perdía. Pero estando madre y padre ocultos en el Hades, no hay hermano que pueda nacer jamás” (Antígona, 1991,62).

Recordemos que el mismo tema de la prohibición de realizar las honras fúnebres se presenta en Ayax y en este caso no es Tecmesa, su concubina, sino su hermano Teucro quien enfrenta el mandato de Agamenón.

Con el personaje femenino se confrontan por lo tanto el orden divino y el humano que debe obedecer al primero. Cuando estos órdenes ponen en juego disposiciones distintas como la prohibición de los reyes de dar sepultura a un cadáver, hecho considerado un mandato divino, se produce una alteración de la ley cosmogónica que representa en muchos aspectos de la vida en comunidad una forma de regulación, de justicia. Es por eso que Antígona recuerda que por encima de los decretos transgresores del orden ancestral están las disposiciones divinas que deben obedecer los gobernantes. No deja de presentarse la contradicción entre la vacilación sobre la permanencia de un estado ancestral y las nuevas disposiciones generadas por el Estado democrático ateniense del siglo V. En este conflicto se inscriben las interpretaciones de un Creonte héroe de la tragedia(5). Para Ismene y Crisótemes, lo real es el poder del tirano, el castigo que pueden sufrir si violan las disposiciones reales:

“…mira cuánto más malamente pereceremos, si violentando la ley transgredimos el decreto o el poder del tirano” (6) . “pero, si he de vivir en libertad, tengo que obedecer en todo a los que están en el poder” (Antígona, 1991, 210).

La situación pragmática pesa en ellas más que las disposiciones divinas, pues continúan disfrutando de los beneficios de su estado y ninguna de ellas, a pesar de las amenazas, ha sido expulsada del reino tal como le ocurre a Electra en la tragedia de Eurípides.

No deja de presentarse la contradicción entre la vacilación sobre la permanencia de un estado ancestral y las nuevas disposiciones generadas por el Estado democrático ateniense del siglo V.

El palacio es el espacio de poder regido por el representante de los dioses en la tierra. Es por eso que los excesos deben ser contrarrestados y es aquí donde la figura femenina es víctima al ser medio de restitución. La mujer trágica actúa con la convicción de hacer lo correcto, de servir a los dioses, al orden natural, manteniendo el statu quo. Es éste el papel de Yocasta y Deyanira en Edipo Rey y Las traquinias respectivamente.

Yocasta y Deyanira son objetos y víctimas del destino y luchan por conservar sus privilegios nobiliarios. Deyanira hace todo lo dispuesto por el oráculo para conservar a su marido que regresa con una concubina, pero propicia su muerte; Yocasta también ha actuado correctamente porque según las leyes divinas, debe contraer nupcias con el hombre que ha salvado la ciudad del mal de la Esfinge; pero Yocasta se ha encaminado a su perdición, y al descubrir que ella es madre y esposa a la vez de Edipo, trata de evitar la desgracia: “No, por los dioses, si es que en algo te cuidas de tu propia vida, no lo investigues. Basta es con que yo sufra”(7) . Pero la determinación de Edipo por conocer la verdad es férrea y Yocasta se suicida al no poder detener sus indagaciones; ella afronta todo el peso del destino y desea salvar a Edipo por encima de su propio dolor: “¿Qué importa de quien haya hablado? No hagas caso. Ni quieras neciamente mantener en el recuerdo todo lo dicho”(Edipo Rey, 1997, 272).

Las traquinias aporta otros elementos al tratamiento de la mujer en la tragedia de Sófocles. Si bien distintas interpretaciones se han ocupado del protagonismo de Heracles y de Deyanira(8), optaremos por la dimensión trágica del personaje femenino por ser víctima e instrumento del destino.

Deyanira es un arquetipo de mujer que obedece a la cosmogonía, a la mentalidad del pueblo griego: ella es fiel y leal al marido ausente al igual que Penélope, está al cuidado de la casa y de los hijos y se muestra justa y mesurada(9) . Pero lo particular en ella, que equivale a su nivel de hybris, es su deseo irrenunciable -al igual que Edipo- de conocer la verdad, de llegar hasta los últimos detalles y finalmente actuar; por eso le exige a Licas que cuente la verdad sobre Yola, a quien el mensajero ha presentado como una esclava y que en realidad es la concubina de Heracles: “…no encubras el asunto, porque no es a una mujer perversa a quien vas a dirigir tus palabras” (Las Traquinias, 1997, 131). Deyanira Finalmente reafirmará su mesura tratando con toda consideración a Yola y justificando el proceder de Heracles: “…ni tal que no sepa que la naturaleza de los hombres está constituida de forma que no se complacen por siempre con las mismas cosas” (Las Traquinias, 1997, 131).

Deyanira intenta recuperar el amor de su marido sin perjudicar a nadie y sin enfrentar a los dioses; sin saberlo es víctima de las moiras jugando su papel para que el destino de Heracles se cumpla(10) y por eso su única salida posible es por la que opta: el suicidio. Éste lo ha ejecutado en silencio, sin un lamento, sin intentar justificar su equivoco. Deyanira se ubica en la dimensión de los personajes de Sófocles que tienen sobre sí una gran carga pues aparece como responsable del reino en ausencia del marido, obligada a tomar decisiones y a afrontar el castigo por los niveles de hybris en que incurre.

Las relaciones afectivas que establecen los personajes femeninos y masculinos en la tragedia de Sófocles también obedecen a una mentalidad heroica y conservadora para la época. Son relaciones mediadas por la philía y no por el eros, por los acuerdos y por las que se desprenden cuando una mujer era botín de guerra. Es en este aspecto, con relación a la mujer, donde la obra de Sófocles se evidencia tradicional y cercana al elemento mítico(11). Deyanira es fiel y leal a Heracles, y Tecmesa -en la tragedia Áyax- es el prototipo de la mujer que vive en función de su marido, no importando que éste la haya raptado después de atacar el reino de su padre. Tecmesa siente philía por Ayax y sufre por el destino del héroe víctima de la cólera de Atenea, sufre por su hijo Eurísaces, por la suerte que le espera, por la injusticia del ejército aqueo. Pero Áyax, que ha tomado la decisión de suicidarse, sólo dispone del futuro de su hijo y no se refiere en absoluto al de Tecmesa; ella no pesa para nada en su resolución; solo una vez ha elogiado su buen juicio por haber apartado a Eurísaces de sus manos en su estado de locura (“Alabo tu acción y la previsión que pusiste.”) pero la amenaza para que le revele todo lo ocurrido y finalmente la expulsa de la tienda: “¿No te irás? ¿No te llevarás tu pie de vuelta hacia afuera? ¡Ay, ay!” (Ayax, 1997, 69). Ella, sin embargo, está presta a servir a su raptor y a cubrir su cadáver una vez éste se ha suicidado:

“No, no se le puede ver. Con este manto enrollado en torno le cubriré por entero, pues nadie cualquiera al menos que sea amigo, podría contemplarlo vertiendo negra sangre arriba por las narices, y de la roja herida, producto de su propio degüello. ¡Ay de mi! ¿qué haré? (Ayax,1997, 90).

Según Francisco Rodríguez Adrados(12), se llegaba frecuentemente a una relación de philía entre marido y mujer ; el amor, ese sentimiento que llevaba al erao, producido por el amante -erastés-, era un sentimiento que se reprimía. El tema erótico representaba una parte mínima y estaba sometido a una cierta censura y a los condicionamien-tos généricos, por eso se hablaba del amor como manía o locura, como algo que desestabilizaba; este tipo de sentimiento produce la desgracia de Heracles:

“(…) fue por causa de esta muchacha por la que Heracles se apoderó de Eurito (…) y que fue Eros el único de los dioses que lo sedujo” (Las Traquinias, 1997, 127).

Las relaciones afectivas que establecen los personajes femeninos y masculinos en la tragedia de Sófocles también obedecen a una mentalidad heroica y conservadora para la época.

Ayax tampoco siente éros por Tecmesa sino philía, y en estos términos debemos entender cuando el corifeo nos recuerda que es la única que se puede acercar a la tiende del telamónida:

“Hija del frigio Teleutante/ habla, pues a ti, esposa por la lanza conquistada,/ en amarte persevera el impetuoso Áyax/ de forma que no responderás desconocedora” (Ayax, 1997, 64).

La relación entre Hemón y Antígona tampoco está expresada por un vocabulario amoroso. Creonte ha expresado lo que media una relación de pareja al responder a la pregunta de Ismene (¿Vas a matar a la prometida de tu hijo?”): “También se pueden arar los campos de otras” (Antígona, 1991, 46).

Es evidente el sentimiento recíproco, mediado por un acuerdo o pacto según lo ha expresado Ismene, hasta el punto que Hemón se suicida junto al cadáver de Antígona.

El suicidio es otro hecho significativo en la consideración de la mujer en Sófocles.

El suicidio es una de las alternativas a la que recurren tanto los personajes masculinos (Ayax, Hemón) como los femeninos. Los suicidios de Antígona, Yocasta, Eurídice y Deyanira en las tragedias de Sófocles confirman la actitud trágica y heroica de los personajes femeninos, siendo una alternativa digna para el personaje trágico(13), una forma de expiación y una consecuencia de la hybris, que se debe ejecutar para que el orden cosmogónico retorne. Las mujeres no evaden su destino, lo enfrentan tal como lo hacen los personajes de la Edad heroica contribuyendo al cumplimiento del oráculo de los héroes masculinos.

El poeta ateniense reafirma, en el tratamiento del tema femenino, la mentalidad patriarcal griega, la estructura rígida de la sociedad helénica que predicaba para ella el ideal de la sofrosýne expresado por Pericles: “una mujer debe tratar de que los hombres no hablen de ella ni para bien ni para mal”.

En primer lugar, el espacio poético de las tragedias con relación a la mujer es completamente cerrado. Es un espacio donde existen las reinas y las princesas, y la servidumbre en la figura de las nodrizas y esclavas, pero no se sugiere la movilidad social ni el cuestionamiento a dicho estado en ningún sentido. Por eso Electra no solo se queja de la injusticia cometida contra su padre, sino de habitar en palacio y ser tratada como una sirvienta negándosele así su condición de princesa; aún así ella no ha sido expulsada del palacio como ocurre en la tragedia de Eurípides y manifiesta con palabras y actos su condición de hija de rey. Tecmesa, la concubina de Ayax, es hija del rey Teleutante; no importa que haya sido raptada o que sea tenida como una esclava, si es la mujer de un príncipe debe tener la misma condición. Igual ocurre con Yola, concubina de Hercales, hija del monarca Eurito. La sociedad aristocrática se reproduce de esta manera, en la medida que sus miembros se relacionan con los de su misma condición.

La alusión a las mujeres por parte de los personajes y su limitación para actuar, en las tragedias de Sófocles, también confirman la mentalidad masculina y conservadora en las tragedias de Sófocles con relación a este tópico. Por eso Ayax enuncia lo que debe ser el ideal de la mujer que concuerda perfectamente con el de Pericles enunciado en el mismo siglo V a.C.: “Mujer, para las mujeres el silencio un adorno supone.” (Ayax, 1997, 67). Ismene igualmente reconoce su situación frente al hombre cuando afirma que “Menester es, pues, reflexionar, por un lado, que la naturaleza nos hizo mujeres para no luchar contra los hombres (…) recibimos órdenes de quien es más fuerte (…)” (Antígona, 1991, 23). A este nivel, las expresiones contra la mujer son más abundantes en las tragedias de Esquilo como por ejemplo en Las Suplicantes y Los siete contra Tebas. El lenguaje de Sófocles es más parco, aunque explícitamente se le llama a ocupar su lugar asignado.

Los personajes femeninos actúan solo en el caso de que no haya otra alternativa como en Antígona; Electra, por ejemplo, no pasa del lamento pues sabe que su hermano Orestes vive y es él quien debe actuar. Tecmesa también espera por Teucro y la actitud de Yocasta no se compara con la postura férrea de Edipo. Hay igualmente personajes femeninos que son solo una sombra como la madre de Hemón, Eurídice, que sin lograr un amplio desarrollo se suicida incrementando así el nivel de castigo para su esposo Creonte.

La permanencia de una mentalidad que procede también de un imaginario mítico es difícil de cambiar y menos en una sociedad que continuaba siendo masculina por esencia; una sociedad con una estructura organizacional centrada en la familia, donde la “legítima esposa” cumplía su papel en el hogar. Así lo confirma la sociedad ateniense del siglo V que le prohibió a las mujeres actuar e inclusive asistir a las representaciones teatrales.

El mito sustenta la mentalidad masculina que soporta la visión del mundo del hombre clásico en la medida que éste es producto de las circunstancias histórico-sociales. El mito griego identifica a Casandra como la primera mujer, creada por Zeus para castigar a los hombres. Hesiodo se refiere a ella como una “hermosa calamidad”. Con Casandra tuvo “origen el linaje funesto, el conjunto de todas las mujeres-¡calamidad grandísima!- las cuales viven con los mortales hombres y no quieren compartir la pobreza dañosa sino tan sólo la abundancia”(14). El mito igualmente presenta a Helena como el motivo de la guerra de Troya, la causante de la muerte de miles de frigios según Alceo. Recordemos igualmente la diatriba de 208 versos de Semónedis de Amorgos contra las mujeres de las cuales solo se salva la “mujer abeja” (“A otra la sacaron de la abeja. ¡Afortunado quien la tiene!/ Pues es la única a la que no alcanza el reproche”)(15) a la cual también se refiere Hesiodo en el parágrafo 595 en la edición citada. La mujer, según el mito, es la causante de las “molestas acciones”; un mal para el hombre. Pero el mito posee una estructura cerrada y por eso igualmente contempla la necesidad de que un hombre se una en matrimonio:

“(…) el que, rehuyendo las bodas y el penoso trato de las mujeres, no ha querido casarse y llega a la funesta decrepitud sin tener quien le cuide, ése no vive en la miseria pero a su muerte los colaterales se reparten los bienes” (Hesiodo, 1995, 64).

No es por lo tanto el tema de la mujer lo esencial en Sófocles. Son más relevantes los tópicos de la justicia, los excesos del poder y la transgresión del orden cósmico. La figura femenina de la tragedia es un medio para dicho tratamiento. No existe en Sófocles una reivindicación y redefinición del papel de la mujer en la sociedad ateniense; por el contrario, ella conoce su lugar en la sociedad, y sus obligaciones son predicadas por el mito e interpretadas por las tragedias de Sófocles, sustentando la dimensión heroica que aún subyace como mentalidad y activada en parte por las batallas contra los persas.

NOTAS

(1) Poética tomada modernamente como los productos artísticos.

(2) Rodríguez Adrados diferencia unas creaciones poéticas de carácter popular y otras de carácter literario. Las primeras son de tipo oral, más cercanas al discurso mítico. En las segundas ya hay conciencia del oficio de escritor.

(3) El sentido de philía considera una gradación desde el concepto de amistad hasta el afecto o amor; erwV y sus derivados eraw y erasthV definen más el campo semántico del amor como pasión, como locura según los griegos y que conduce al hecho erótico.

(4) Aclaro que nos referimos a los referentes tematizados y no a lo que las tragedias realmente evalúan: en este sentido es evidente la aproximación a la sociedad ateniense del siglo V a.C..

(5) Ver por ejemplo el ensayo sobre Antígona de Luis Gil en: Sófocles. Antígona, Edipo Rey, Electra. Labor, Barcelona, 1991

(6) Ibid, p.23. (Versión de Luis Gil )

(7) SOFOCLES. Ayax, Las Traquinias, Antígona, Edipo Rey. Alianza Editorial, Madrid, 1997, p. 272. (Versión de José María Lucas de Dios).

(8) Ver por ejemplo el estudio de José María Lucas de Dios en: Ibid, 1997, p. 39.

(9) Aunque como afirma José María Lucas de Dios “Un problema por siempre debatido ha sido la culpabilidad consciente de Deyanira o su desconocimiento de la verdad que había en su estrategia. Es cierto que Deyanira, dentro de una parte de la tradición mítica (…) nos es presentada como agente consciente de su pérfida maquinación”. Ibid, p. 42.

(10) Heracles: “Tuve yo hace tiempo una predicción de boca de mi padre sobre que no caería muerto a mano de ninguno de los que aun respiran, sino que sería cualquier habitante ya desvanecido del Hades” (LasTraquinias, 1997, p. 158). El Centauro Neso engañó a Deyanira dándole veneno en vez de una pócima amorosa para que le aplicara a Heracles.

(11) Las mujeres de Eurípides las mueven otro tipo de pasiones y llegan a extremos que no presentan dichos personajes en la tragedia de Sófocles, por ejemplo Hipólito y Medea.

(12) RODRIGUEZ ADRADOS, Francisco. Sociedad, amor y poesía en la Grecia antigua. Alianza, Madrid, 1995.

(13) Sobre este tema remito a mi artículo “El suicidio en la tragedia griega” en: Revista de Ciencias Humanas. Año 3, No.10, noviembre de 1996,p. 32-37.

(14) HESIODO. Teogonía. Edicomunicación S.A. Madrid,1996,p.64.

(15) Ver: García Gual, Carlos. Antología de la poesía lírica griega. Alianza Editorial, Madrid, 1996, p.35.

Ser humano, libertad y tradición a través de las tragedias de Antígona y Áyax.

Ricardo Hurtado Simó. Noviembre de 2009.

1. Introducción.

El estudio de una época puede hacerse investigando sus manifestaciones culturales, arquitectura, pintura, escultura, etc. Sin embargo, también es posible hacerlo a través de un acercamiento a las reflexiones de los pensadores más destacados de la época. Así, puesto que nuestro estudio versa sobre la antigua Grecia, podríamos comprender su cultura desde el Partenón, las obras de Praxíteles o los textos de Platón y Aristóteles, pero pretendemos asimismo establecer conexiones con nuestro presente.

Además, nuestra aproximación pretende acercase más a cómo vivían, interactuaban y pensaban los hombres y mujeres de antaño, y es por ello, que tomaremos un rumbo más antropológico que filosófico y especulativo. Nuestro interés reside en conocer la vida de las personas, no sus manifestaciones más complejas y sublimes.

A través de la literatura, y en concreto, de dos tragedias de Sófocles, intentaremos comprender la vida en la antigua Grecia, con sus luces y sus sombras. Así, nos centraremos en tres aspectos especialmente: en primer lugar, en la estrecha vinculación que había entre el mundo humano y el mundo divino; a continuación, en la importancia vital que se le daba a los enterramientos, con las implicaciones que ello conllevaba; y por último, trataremos la figura de la mujer desde sus determinaciones culturales y sus relaciones con los demás.

En definitiva, queremos poner de relieve que leyendo las tragedias y comedias griegas podemos conocer con bastante exactitud cómo se estructuraba la existencia humana en uno de los períodos más destacados de la historia, y que además, la literatura nos muestra que, como sucede en la filosofía, sus contenidos son intemporales, ya que las preocupaciones que acompañan a los seres humanos son siempre las mismas, y nos siguen siempre.

2. La relación entre dioses y hombres. Áyax, Antígona y Creonte.

La vida de los antiguos griegos no se podía concebir sin la presencia constante de los dioses, y esto se pone de manifiesto en las tragedias de Antígona y de Áyax. Toda decisión tiene como telón de fondo a la divinidad; los dioses interactúan constantemente con los hombres; los castigan o premian según lo que hagan.

Los dioses griegos se nos presentan casi como seres humanos, demasiado humanos para ser dioses, algo que desde una óptica moderna y referida a las grandes religiones monoteístas señalarán Feuerbach en la “Esencia del Cristianismo” al poner de relieve la esencia verdadera o antropológica de la religión, Montesquieu en sus “Cartas Persas” al decir <<si los triángulos tuvieran dioses, los idearían con tres lados>>o las conocidas críticas de Nietzsche.

Como vemos en la tragedia de Áyax, la bondad o maldad de los dioses con los individuos depende de quién sea el hombre y del grado de adoración divina que realice. Así, Áyax es castigado cruelmente por la diosa Atenea debido a su arrogancia. Atenea defiende a Ulises, y se ensaña con el envidioso Áyax, quien es hechizado y conducido hacia su propia destrucción.

Ulises es amado por Atenea porque es un buen héroe, un héroe dócil con los dioses que no olvida las ofrendas ni los sacrificios; por el contrario, Áyax representa al héroe soberbio y orgulloso que confía en sí mismo, y se siente engañado por Ulises y sus seguidores.

En la tragedia de Áyax, además está presente el sentimiento de culpa. Después de haber degollado a las ovejas y los carneros, Atenea retira su hechizo y el guerrero empieza a entrar en razón. Poco a poco surgen en él el arrepentimiento y la necesidad interior de arreglar tan grave error; así, para Áyax, el suicidio será la única solución.

El suicidio no es algo banal, y yendo hacia la interioridad humana nos encontramos siempre presente el sentimiento de culpa y la creencia de que se puede equilibrar una equivocación con el sufrimiento propio. Constantemente vemos cómo los hombres se castigan a sí mismos. Numerosas religiones y sectas hacen creer a sus miembros que el sufrimiento y la flagelación son la solución para expiar sus culpas y elevarse más allá de la vida terrena; desde esta óptica, vemos que Áyax es un pobre hombre manipulado por la mano divina.

Algo muy parecido a lo que le ocurre a Áyax le sucede a Creonte; el rey de Tebas se nos presenta como un gobernante patético, cegado ante un poder que es más fuerte que el suyo, el poder divino

El orgullo y la ignorancia de Creonte le hacen sucumbir ante el designio de los dioses, desoye a su hijo y a su pueblo y se niega a enterrar el cadáver de Polinice; el gobernante se deja llevar por su arrogancia y su poder, y se separa del pueblo, para al final condenarse a sí mismo.

Creonte cree más en las leyes escritas que en las divinas; considera que el cumplimiento de las leyes está por encima de la adulación a los dioses; por este motivo, Creonte será castigado, por despreciar el poder divino. Rectifica cuando es ya demasiado tarde y está consumada la tragedia.

La justicia divina es mucho más rápida y mortífera que la venganza humana. Cuando se quiere dar cuenta de su error, Creonte está ya inmerso en el drama y se encuentra rodeado de amados difuntos.

Tanto Creonte como Áyax representan un sentido del término griego hybris: la soberbia humana frente al designo de los dioses.

La venganza divina es aún más cruel que la venganza humana; los dioses arreglan el sufrimiento de unos con el sufrimiento de otros.

El trasfondo moral de las tragedias de Sófocles nos dice que no debemos ser ni imprudentes ni impíos con los dioses, de lo contrario, trágico será nuestro destino. Sin embargo, en las tragedias que estamos analizando están más por encima el amor a la patria y el amor a sí mismo que el amor a los dioses.

En un mundo así, donde los hombres miran hacia el cielo sin saber por dónde pisan, poco espacio hay para la libertad y la autonomía.

Desde luego, en el mundo que nos describe Sófocles, el <<Sapere aude!>> kantiano no tiene lugar. En estas tragedias, el buen hombre es aquel que destaca por su docilidad y que vive por y para los dioses. Vivir pensando constantemente en los dioses supone no salir nunca de una minoría de edad de la que nosotros mismos somos culpables. Estas reflexiones, que Sófocles realiza en la Grecia clásica de su tiempo, son aplicables al mundo actual, principalmente a aquellos lugares en los que el fanatismo religioso prima sobre el humanismo, y todo acontecimiento tiene una interpretación fatalista y teológica.

3. La importancia del enterramiento.

El enterramiento de los muertos ha sido una constante en el ser humano desde sus comienzos. Enterrar a los muertos suponía fundirse con lo que está más allá, con aquello que nos trasciende. Y la antropología también ha mirado este acontecimiento y lo ha señalado como uno de los rasgos propios y únicos del ser humano; con el enterramiento, se pone de relieve que el hombre es consciente de su existencia y de su lugar en el mundo, sabe de dónde viene y a dónde va. Además, este hecho conlleva establecer una estrecha conexión entre la antropología, la filosofía, la literatura y la historia de las religiones, ya que nos muestran cómo la muerte ha tenido siempre connotaciones ligadas a lo trascendente y divino.

Todos los hombres consideran imprescindible dar sepultura a sus familiares y amigos, y lo mismo les sucede a Antígona y a Teucro, que están dispuestos a enterrar a Áyax y a Polinice cueste lo que cueste.

Al dar sepultura al cadáver, el difunto queda en paz con los dioses; el enterramiento se acerca a lo divino y está por encima de las leyes humanas.

Como se pone de manifiesto tanto en la tragedia de Áyax como en la de Antígona, enterrar a los cadáveres no entiende de bondad ni de maldad; el honor y el respeto al fallecido son necesarios y están por encima de los valores humanos.

La muerte de un hombre siempre tiene que ser digna; es deshonroso que un cadáver humano sea picoteado por los pájaros y devorado por los perros.

Creonte y Menéalo, reyes de Tebas y de Esparta respectivamente, creen hacer justicia al negar un entierro digno a Áyax y a Polinice, pero no saben a lo que se atienen, pues los dioses están siempre al acecho. Solamente el bueno de Ulises sabe que es necesario enterrar a los hombres con honores y ofrendas.

Por un motivo u otro, ningún hombre quiere acaba sus días sin ser sepultado. Incluso en nuestro presente, pese que en ciertas culturas se ha dejado atrás gran parte de las creencias religiosas que suelen acompañar a la muerte, nadie se queda sin sepultura. Puede que por tradición o incluso por arrogancia humana consideremos imprescindible ser enterrados.

Para ver la importancia que tiene en nosotros el enterramiento humano no hace falta mirar a la prehistoria, ni a Sófocles, ni al entierro de una autoridad religiosa, lo tenemos mucho más cerca.

En la Guerra Civil española miles de hombres y mujeres fueron asesinados en uno y otro bando por cuestiones políticas, hacinados en fosas comunes, y ocultándolos con la intención de que fuesen olvidados y castigados en el anonimato como animales, a causa sus ideas. Actualmente, más de setenta años después, los familiares de los fallecidos en ambos bandos, principalmente los caídos del bando republicano mueven cielo y tierra para dar a sus padres, hermanas y hermanos un entierro honroso. Como vemos, este ejemplo pone de manifiesto que no sólo el enterramiento, sino un enterramiento digno, están por encima de creencias, y es algo que forma parte de la esencia del hombre.

4. El papel de la mujer. Antígona y Tecmesa.

El importante papel de la mujer en estas dos tragedias es digno de señalar. Tanto Antígona como Tecmesa tienen gran relevancia en los acontecimientos que nos muestra Sófocles, pero entre ambas mujeres hay notables diferencias.

A lo largo de la historia la mujer ha tenido un papel secundario en la vida, estaba relegada al hogar y subordinada al hombre; y esto mismo sucedía en la Grecia de Sófocles, donde los dioses y los hombres son los que marcan el rumbo. Parece ser que este hecho se ha olvidado a la hora de estudiar la historia en general, y la filosofía en particular. La historia de la filosofía ha estudiado a los hombres desde diferentes puntos de vista, pero por hombre siempre se ha entendido el género masculino, pues el papel de la mujer era olvidado o incluso despreciado, como vemos en autores de la talla de Rousseau o Schopenhauer.

En la filosofía griega, Platón y Aristóteles ya hablaron sobre el lugar que la mujer debía ocupar:

- Platón consideraba que la mujer tiene mucho que hacer y que decir; el papel de la mujer es tratado en el libro V de “La República”. Para el filósofo ateniense, las mujeres son iguales a los hombres y merecen realizar las mismas tareas que los hombres y recibir la misma educación que éstos; la única diferencia explícita entre el hombre y la mujer está en que las mujeres tienen menos fuerza física que los hombres. Ahora bien, los cargos más destacados en su ciudad ideal están pensados para ser ocupados por varones, y lo mismo sucede con el Filósofo-Rey. ¿Quién podría ser el osado que afirmase que una mujer fuera la única de la polis capacitada para conocer las Ideas y liderar los ciudadanos?

- Como vemos en “La política”, el estagirita consideraba que la mujer tiene un papel secundario, y sólo los que tengan propiedades y sean libres podrán participar en la vida pública; por tanto, las mujeres, privadas de estos derechos, quedaban relegadas a la administración de la casa y a mandar sobre los esclavos, pero nada tenían que decir de puertas para afuera.

En Áyax y en Antígona, Sófocles crea dos mujeres de carácter muy diferente, una dócil y sumisa, la otra rebelde y luchadora.

Aristóteles en su “Poética” define la tragedia como un relato caracterizado por que un personaje de sangre real se convierte en desdichado a causa de su ignorancia o arrogancia frente a los dioses; si damos por válida esta afirmación, la tragedia que lleva como nombre Antígona sería verdaderamente la tragedia de Creonte, que pasa de tenerlo todo a no tener nada en muy poco tiempo. Sin embargo, lo cierto y verdad es que esta tragedia lleva el nombre de Antígona, una mujer batalladora que parece venir de épocas más cercanas a nuestros días, y que reivindica implícitamente un lugar digno y en igualdad respecto a los hombres que la rodean.

Antígona representa la rebeldía frente al tirano y frente a la rigidez de las leyes humanas; es una heroína que busca el honor de su hermano por encima de todo, aunque le cueste la vida, y tiene como objetivo ineludible quedar en paz con los dioses. Esta mujer representa la importancia que verdaderamente tienen valores como el amor o la dignidad.

Antígona renuncia a la vida y a una promesa de amor para corresponder a su querido hermano y comportarse como es debido con los dioses; se transforma en una mártir que acepta su fatal destino y se entrega a él en favor de una muerte digna. Para Antígona, el honor está por encima de la misma vida. Ahora bien, como reproche, podríamos señalar que pese a su carácter autónomo y decidido, aún no da el paso decidido a afirmar su total libertad respecto a su hermano y respecto a los dioses, algo que incluso hoy en numerosos lugares es una tarea a realizar; asimismo, como señalará Hegel en su “Estética”, la figura femenina de Antígona, pese a su enfrentamiento con los varones de su entorno, sigue apegada a lo privado y a las leyes divinas, de ahí su empeño por realizar el enterramiento.

Muy diferente a Antígona es Tecmesa, la esposa de Áyax. Ya de por sí tiene un papel secundario dentro de su tragedia, y su temperamento y carácter no tienen nada que ver con Antígona.

Tecmesa es una mujer de su tiempo, que ha asimilado el papel que le ha tocado cumplir en la vida o mejor dicho, que le han impuesto. La esposa de Áyax es fiel y dócil con su marido, hasta tal punto que la engaña para darse muerte. Desde este punto de vista parece claro por qué una tragedia lleva puesto el nombre de Antígona y por qué la tragedia de Áyax no hace referencia en el título a Tecmesa. El personaje de Tecmesa es mucho menos profundo y atractivo que el de Antígona, pero para nosotros, su interés reside en que refleja perfectamente el olvido y la sumisión a la que se han visto sometidas las mujeres no sólo en la antigüedad, sino también en el momento presente.

La vida de Tecmesa depende de la de Áyax; hombre y mujer son uno mismo, pero sólo el hombre tiene verdadero poder.

En definitiva, la mujer está mejor callada, como se pone de manifiesto en la afirmación que se hace en un momento de la obra: <<Mujer, para las mujeres el silencio es un adorno>>. En este sentido Tecmesa es una buena mujer, que habla lo necesario y está más preocupada por su apariencia que por los acontecimientos que le afectan, aunque no haga más que lamentarse.

A lo largo de la historia, gracias a mujeres como Antígona, la igualdad real entre sexos se ha ido convirtiendo en una realidad, aunque no sin dificultad y sin que la tarea haya concluido.

Por suerte para las mujeres y para la humanidad en general, hoy en día hay más de la rebeldía y el desparpajo de Antígona en la mayoría de las mujeres, aunque por desgracia, el sometimiento y la docilidad de Tecmesa no ha desaparecido aún; vivimos en una sociedad patriarcal caracterizada porque las altas esferas de poder siguen siendo controladas por hombres, evitándose con ello que una mujer, aunque esté ampliamente capacitada, pueda llegar a tener un rol influyente y notable desde el punto de vista social y económico; áreas como la universidad, la religión, la política o la economía siguen siendo espacios vetados para el género femenino. Además, perversamente las mujeres con frecuencia son educadas para que sigan siendo las defensoras de la tradición y las costumbres, que marcan los patrones culturales teniendo en cuenta básicamente las diferencias sexuales; de este modo, la madre, a modo de maestra, enseña a sus hijos e hijas qué papel están destinados a ocupar en la sociedad, educando a sus hijas para servir al varón y cuidar el hogar. Como vemos, el peso de la tradición, hecha por hombres y para hombres, ejerce un peso sobre nosotros del que es costoso desprenderse.

Desgraciadamente, la dialéctica entre Antígona y Tecmesa, entre rebeldía y sumisión no ha acabado todavía.

5. Bibliografía.

-CAPELLE, Wilhelm, Historia de la filosofía griega, Gredos, Madrid, 1972.

-LAQUEUR, Thomas, La construcción del género. Sexo y género desde los griegos hasta Freud, Cátedra, Madrid, 1994.

-SÓFOCLES, Dramas y tragedias, Editorial Iberia, Barcelona, 1967.

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