Genocidio, deshumanización e invisibilización originaria
FioreMaraMonografía27 de Mayo de 2018
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Instituto Altos estudios del Pilar
Profesorado de Geografía, segundo año
Cátedra: Areal II
Genocidio, deshumanización e invisibilización originaria.
Profesora: Barrientos, Romina
Alumna: Marangon, Fiorella
Introducción
“¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”. (Sarmiento 1876)
Así se refería uno de los personajes más controversiales de nuestra época; sin embargo esta frase capta la esencia del pensamiento de la época para con los originarios, salvajes, asquerosos, incapaces a los que era necesario darles muerte. El genocidio llevado a cabo por el General Roca no fue un hecho aislado, no fue obra del azar, fue parte de los sucesivos avances arbitrados por los argentinos sobre el territorio de los nativos en un esfuerzo por arrebatarles esas tierras de las que se creían los legítimos herederos luego de la colonización.
El presente trabajo explicará cuáles fueron las principales causas y las consecuencias inmediatas que se dieron luego de las dos Campañas al Desierto llevadas a cabo por el General Julio A. Roca durante los últimos años de la década de 1870 y los primeros de la siguiente, dando por finalizada la “Guerra contra el indio”. Este hecho significó el mayor genocidio ocurrido dentro del actual territorio argentino, seguido por la humillación y deshumanización de nativos, terminando por la completa invisibilización tanto de su persona como de su historia. Para ello se tomará como base el libro “Pedagogía de la desmemoria” de Marcelo Valko, así como los textos “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” de Aníbal Quijano; “Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida”, de Giorgio Agamben y “Los orígenes del totalitarismo” de Hannah Arendt
Marco teórico
En principio hay que tener en cuenta que a partir de la conquista fue instaurada una “(…) clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza (…)” (Quijano, 2010:1). Es decir, que desde el momento en que América fue “descubierta” comienza la clasificación entre los blancos europeos, los nativos, los negros africanos, etc.; Quijano (2010) define a la constitución del nuevo continente como el inicio de un proceso que culminará, siglos más tarde, con la globalización. La clasificación por razas fue heredada por la población de lo que era la República Argentina y que estaba constituida, en su gran mayoría, por descendientes de europeos. Así los pueblos originarios “(…) fueron situados en una posición natural de inferioridad y, en consecuencia, también sus rasgos fenotípicos, así como sus descubrimientos mentales y culturales” (Quijano, 2010:3). Asimismo este concepto fue utilizado como instrumento de “clasificación social básica de la población”, así como un “modelo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista”. (Quijano, 2010:3).
Ese estado de salvajismo en que vivían estos bárbaros, considerados como seres inferiores, carentes de producción cultural, de ley y de una sociedad debidamente constituida, es por lo que se los lleva a la esfera de lo natural, en palabras de Agamben (2003), con carencia de “bíos” (vida política, propia de los seres humanos), de pura “zoé” (vida natural, común a todos los seres vivos) , de “nuda vida”, es decir, a “(…) la vida a quien cualquiera puede dar muerte (…)” y cuya finalización no será penalizada. Esto, sumado a otros factores de tipo económico y social es lo que lleva al gobierno de la República a cometer uno de los mayores crímenes en la historia.
Una vez finalizadas las campañas, los sobrevivientes fueron trasladados a diferentes puntos del país, no sin antes ser exhibidos en Buenos Aires. Durante este período puede verse claramente cada uno de los tres pasos de la deshumanización que establece Arendt (1998), desde el momento que quedan fuera de la ley por el sólo hecho de su condición étnica, “no hay condena, no hay acusación, no existen plazos de detención (…). Se trata de un delito de pertenencia étnica más que de una índole delincuencial.” (Valko, 2014:210); capturados como animales y movilizados y encerrados en condiciones de hacinamiento.
A los republicanos nos les bastó con hacer desaparecer a las etnias que vivieron por cientos de años en esos territorios, de destruir sus hogares y arrebatarles sus tierras con total impunidad, sino que también, a través de la historia oficial, fueron completamente invisibilizados, no habiendo registros oficiales de las barbaridades que les hicieron sufrir.
Desarrollo
Hacia mediados del siglo XIX Argentina estaba constituida, desde hacía varias décadas, como una República autónoma. Este siglo está signado por los enfrentamientos bélicos y sociales, desde los sucesivos intentos de invasión de los ingleses, la lucha por la independencia, la guerra civil, y, la de más larga duración, la “guerra contra el indio”. Si bien para esta época Argentina era un país soberano, todavía estaba en construcción su identidad nacional. Desde Buenos Aires, la élite gobernante impuso el modelo a seguir para ser considerado un buen ciudadano del país,
“Cuando decimos pueblo, entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara (Diputados y Senadores) ni gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriota.”. (Sarmiento, 1866)
Para poder construir la imagen de ese ciudadano digno de respeto y de ser considerado como tal, fue necesario la deconstrucción del otro, la separación entre lo deseable y lo que estaba mal, lo salvaje, para esto se continuó con la idea que se venía desarrollando desde la conquista que establecía que colonizadores y colonizados, ya para esta época criollos y originarios, eran completamente diferentes, que no tenían más cosas en común con ellos que con cualquier otra especie animal. “La idea de raza (…) quizás se originó como referencia a las diferencias fenotípicas entre conquistadores y conquistados, pero lo que importa es que muy pronto fue construida como referencia a supuestas estructuras biológicas (…).” (Quijano, 2010:2).
Sin embargo, las presumidas divergencias biológicas no eran lo único en que se apoyaban para diferenciarse de ese otro indeseable. La antropología colonialista del siglo XIX, con Lewis Henry Morgan como máximo exponente y padre fundador, era predominantemente etnocentrista, es decir que estaba dedicada a demostrar que el hombre blanco y europeo era superior a otras razas. Para este menester Morgan creó, junto con Edward Tylor, una escala evolutiva de las culturas, desde el salvajismo, pasando por la barbarie, hasta llegar al punto donde su sociedad de pertenencia se encontraba, la civilización. Esta clasificación estaba basada en el grado de progreso de la sociedad con respecto a sus inventos, descubrimientos, instituciones, etc. De esta forma “todos los aspectos de la vida arcaica son menospreciados y, en el mejor de los casos, pasan a ser interesantes en virtud de su exotismo” (Valko, 2014:29). Es así que el hombre blanco, adinerado, civilizado, con cierto nivel intelectual y con raíces europeas era el ejemplo perfecto de lo que debía ser un ciudadano de la república, en este sentido, el originario de la Patagonia de esta época nunca tuvo ninguna oportunidad de poder acceder a esa categoría. Esta raza diferente a la de los europeos, fue llevada a la esfera de la Naturaleza, concebida como poco más que animales salvajes, movida más por los instintos que por la racionalidad. En este sentido el originario representa lo que Agamben (2003) denomina “nuda vida”, es decir, “la vida a quien cualquiera puede dar muerte pero que es a la vez insacrificable del homo sacer.” Se le niega la “bios” es decir lo que hace al hombre, hombre y se lo lleva a la esfera de lo netamente natural, a la “zoé”. “El indio es barbarie y desierto, es el espacio infinito donde no existe nada apto para el uso humano, “nada vendible, útil no contable”. El indio es materia, es lo natural, pertenece al reino de la naturaleza.” (Valko, 2014:111). Y así, cual animal del matadero, se les da muerte, se los encierra, se los utiliza para los propios beneficios de las gentes civilizadas, apoyados por una sociedad que, lejos de repudiar tamaño delito, festeja la victoria sobre los otros o, simplemente mira para el otro lado.
Para los argentinos el “indio” era el enemigo, no los ranqueles, los mapuches, los araucanos o ninguna del resto de las parcialidades. No existían las diferencias entre un pueblo y otro, simplemente eran un todo homogéneo. “(…) se los presenta como un “Otro problemático” al que se sustituye la identidad convirtiéndolo en un estigma. El indio, al ser un “producto del Desierto”, (…) brota como un mal del Desierto.” (Valko, 2014:40)
En el año 1877, luego de la muerte de su antecesor Adolfo Alsina y durante la presidencia de Avellaneda, el general Julio A. Roca asume el cargo de ministro de Guerra. Hasta este momento, tanto nativos como republicanos habían vivido, sobre todo en zonas de fronteras, en constante asedio. De un lado y del otro se realizaban avanzadas con el objetivo de realizar el mayor daño posible al contrario. Durante el período de Alsina se realizó la llamada “zanja de Alsina”, que consistió en una fosa para evitar el robo de ganado, el tendido de líneas de telégrafo, así como también en el establecimiento de una serie de fortines de avanzada, dividiendo, ya no solo culturalmente, sino que también geográficamente a los unos de los otros; “(…) sirvió en forma efectiva para demarcar claramente el límite entre Nosotros y Ellos (…) delimitando el país del Bien del territorio del Mal” (Valko, 2014:107). El plan del ministro para resolver el problema del indio resultó no solamente muy costoso, sino que además sumamente ineficaz y conjuntamente, luego de su fallecimiento, el proyecto fue abandonado. Para cuando Roca llega al ministerio ya tenía la idea clara de cuál era la solución que la república necesitaba para neutralizar de una vez por todas la amenaza: avanzar sobre los territorios para su anexión al país, a la vez que se liberaban a esas tierras de sus pobladores originales. “Finalmente, tras la aprobación de su plan por el Congreso, Julio Argentino Roca (…) es nombrado Comandante en Jefe del Ejército Expedicionario al Desierto reteniendo el título de Ministro de Guerra y Marina en Campaña.” (Valko, 2014:120).
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