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HISTORIAS DE HÉROES Y HEROÍNAS


Enviado por   •  8 de Abril de 2015  •  512 Palabras (3 Páginas)  •  211 Visitas

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Las aventuras de Perseo.

Una atroz profecía desesperaba al rey de Agros: su propio nieto lo mataría. Había una sola manera de escapar a ese destino: debía matar a su hija con sus propias manos. Pero el rey amaba a su hija Dánae. La princesa era la más bella de las mujeres, más bella que las ninfas. Sólo con las diosas se podía comprar su hermosura. El mismísimo Zeus estaba enamorado de ella.

Para tratar de engañar al destino, el rey mando construir una habitación subterránea, hecha de bronce, con lujos dignos de una princesa. Allí encerró a Dánae con su nodriza, y se ocupo de que nada les faltara. Pero la celda tenía una grieta en techo. Y por allí entro Zeus, convertido en lluvia de oro.

Nadie entrada en ese cuarto secreto. Completamente solas, Dánae y su nodriza consiguieron mantener en secreto el embarazo y el nacimiento del bebé, al que llamaron Perseo. Hasta que un día el rey escuchó el llanto de su nieto y supo que sus planes habían fracasado.

Es difícil engañar al destino, pero el rey de Agros no se daba por vencido. Encerró a su hija y a su nieto en un arca de madera, con agua y alimentos, y los echo al mar, confiado en que las olas los llevarían tan lejos que nunca se cumplirían los malos presagios.

Poco después, en la lejana isla de Sérifos un pescador encontró, en la playa un arcón cerrado que las olas habían arrojado sobre la arena. Al abrirlo, su sorpresa fue enorme: una mujer y un niño, débiles, pero vivos y sanos, salieron del arca, guiñado los ojos desacostumbrados a la luz del sol. Este pescador no era un hombre cualquiera: era el hermano del tirano que gobernaba la isla, que lo había despojado injustamente del trono.

Dánae y su hijo vivieron con el buen pescador y su esposa. Unos años después, Perseo se había convertido en un adolecente que se destacaba por su sorprendente coraje. La belleza de Dánae, que era casi una niña cuando nació su hijo, aumentaba con los años y era difícil de ocultar.

El tirano de la isla se enamoró de ella y decidió librarse de ese hijo molesto que ya tenía suficiente edad como para proteger a su madre. Para eso, cierto día, invito a todos los nobles de la isla a un banquete. Perseo, cuyo origen noble era evidente en su postura y sus modales, estaba también allí.

-¿Qué regalo les parece digno de un rey?

-preguntó el tirano a sus invitados.

- yo le regalaría mi mejor caballo – dijo uno.

-¡Yo también! – fueron diciendo todos los demás.

Si la pregunta terminaba por convertirse en existencia, ésa era una propuesta fácil de cumplir. Pero Perseo era demasiado joven, nada prudente, y había debido más de una copa de vino.

-¡Yo le regalaría la cabeza de Medusa!

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