Hegemonia Española
fjrojas8930 de Septiembre de 2014
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Hegemonía Española- portugués Hasta el Tercer cuarto del siglo XIX
En la segunda mitad del siglo XVI se produjo un cambio de orientación en las relaciones internacionales: el fin de las aspiraciones de unidad de la Europa cristiana y el surgimiento de los particularismos. La separación de la Casa de Habsburgo en dos ramas significó la formación de una política exterior específica de la Monarquía española y el sometimiento a aquélla de todos los Estados que la componían. En el Imperio, por la paz de Augsburgo de1555 el emperador reconoció a los príncipes luteranos el derecho a su religión, con la obligación de los súbditos de acatar la de su soberano (cuius regio, eius religio), y la secularización de las propiedades eclesiásticas llevada a efecto por los príncipes hasta ese momento, pero vetándola para el futuro. Este acuerdo no sólo significó la aceptación de la división religiosa del Imperio, sino la del particularismo de sus Estados; y, por tanto, los Habsburgo de Viena se centrarán también en los intereses de sus Estados patrimoniales. Por otro lado, se produjo un cambio en las relaciones de las principales Monarquías. Los largos años de lucha entre Francia y los Habsburgo darán paso a un respiro. Desde la paz de Cateau-Cambrésis de 1559, se inició un período de paz entre los viejos contendientes, que no reanudarán sus hostilidades hasta finales de siglo. Por el contrario, a la tradicional amistad anglo-española sucedió una enemistad irreconciliable en el terreno político, religioso y colonial, que no cesará hasta la desaparición del Imperio colonial español, ya en el siglo XIX.
Portugal y España se relacionan a lo largo de la época contemporánea teniendo ambas una condición de partida común: la emergencia, el desarrollo y la consolidación del nacionalismo en tanto ideología que habría de estructurar la construcción del Estado. En ambos casos, la sustitución paulatina de las estructuras de Antiguo Régimen guarda relación con los procesos liberales europeos. En ambos, las condiciones de partida -la estabilidad política del Estado, las carencias de las economías internas, el precario desarrollo de las sociedades- son cuando menos difíciles. De tal modo que los procesos de articulación del Estado unitarios, centralizado y moderno son retos comunes a las dos sociedades peninsulares.
Desde el optimismo liberal que insufla Europa, España y Portugal se mantienen atentas a los conflictos consustanciales al establecimiento de los regímenes liberales2, y se muestran temerosas del contagio de la revolución. EL Iberismo español de mediados del siglo XIX sigue, como el portugués, la estela de las corrientes románticas –movimientos panunionistas- que recorren Europa, haciendo de la configuración del Estado-Nación el objetivo de la contemporaneidad. Por primera vez, las esperanzas depositadas en un posible proyecto iberista corren paralelas a las fuerzas históricas que ven posible una proyección descentralizada de España. En el largo proceso de las décadas centrales del siglo XIX, Portugal
avanzará a mejor ritmo que España -sometida esta última a las emergentes tensiones periféricas- en la consecución de una identidad nacional. Pero, a diferencia de otras naciones del entorno, en las que las ideas se acompañan de la política hasta hacer realidad un conjunto de teorías sobre la nación, los dos países peninsulares no llegaron a conseguir nunca un estadio de verdadera praxis en el proyecto iberista.
Los liberales portugueses y los españoles, al amparo de un sentimiento decadentista compartido, fueron los principales impulsores de la tesis que promovía la unión peninsular. Debilitados sin embargo por las presiones e intereses de las dos grandes potencias del momento, Francia y Gran Bretaña, la propuesta de Unión Ibérica recuperaba el sentimiento nacional. Pero, juntas, España
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