Herencia Indígena en la subdelegación de Arica, (1900-1902)
pajaromegalomaniDocumentos de Investigación9 de Abril de 2019
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Herencia Indígena en la subdelegación de Arica, (1900-1902).
Nombre: Francisco Bolaños Luque.
Curso: Monografía.
Profesora: María Carolina Odone.
Fecha: 30 de noviembre de 2017.
Estudiar los testamentos plantea un desafío extraño: significar los ritos funerarios, desde una óptica contemporánea (accediendo al pasado a través de una cosmovisión en particular), de un grupo de individuos que constituyen el núcleo de la operación histórica: los muertos.[1] En ese sentido, planificar una investigación sobre el testamento de un sujeto es, en síntesis, recalcar el papel protagónico que los hombres ya enterrados tienen en la escritura de la Historia. Es en esa dirección en la que nuestra propuesta de trabajo se encamina. Pero, más que instituir una propuesta novedosa respecto a cómo analizar e interpretar los mecanismos de heredabilidad en los indígenas de los altos de Arica entre 1900 y 1902, queremos exponer cómo y qué heredan estos sujetos en un contexto de vacío legal.
Dicho lo anterior, ¿qué planeamos realizar en este artículo? Desde una óptica contemporánea (lejanía histórica respecto a nuestro objeto de estudio), el mayor de los intereses radica en saber cómo se heredan las materialidades de los indígenas, qué materialidades son estas y a quiénes se las heredan. Esto podría dar lugar a que, en el futuro, los investigadores vean en este pequeño artículo la exposición clara de este comportamiento social y, sobre todo, utilicen el material aquí encontrado para esclarecer preguntas que, por cuestión de tiempo y ajustes de último minuto, no podrán ser respondidas en el presente artículo, pero sí actuarán activamente para dirigir la atención hacia esta región sociocultural.
Los objetivos que dirigen este escrito son: primero, dar cuenta de las herencias aimaras del Departamento de Arica, Provincia de Tacna, en testamentos existentes en notarías de Arica entre 1900 y 1902. La idea de esto es exponer al público lector las materialidades que estos indígenas heredaban a inicios del siglo XX y la posible representación que en estos objetos y posesiones depositan estos indígenas; segundo, exponer los mecanismos de heredabilidad indígena en el mismo marco espacial mencionado anteriormente. En la lectura realizada de los testamentos, se corroboró la existencia de dos articulaciones en la herencia: una de transmisión hacia la descendencia y círculo familiar/fraternal, y otro de transferencia a instituciones o ceremonias. Un objetivo específico se vincula con enmarcar a la tierra como una materialidad que se hereda. Este posee un aspecto más metodológico, pues de lo contrario, la tierra y lo que en ella, podrían no ser interpretadas como un material de forma efectiva.
La forma de acceder a este pasado se realizará, por un lado, a través de un ejercicio etnográfico consistente en entrevistas con indígenas de la región a estudiar. Creemos que esta práctica nos brinda un panorama de trascendencia histórica que podría arrastrarse hasta épocas contemporáneas. En segundo lugar, con un trabajo de archivo. Este dice relación con la visita al ARNAD, la transcripción de documentos ahí hallados y la posterior exposición en el presente artículo.
Las preguntas que guían este escrito son ¿Qué se hereda? Y ¿Cómo se transmite esta herencia? La primera se plantea para entender qué tipo de materialidades están transmitiendo estos indígenas: ¿tierras? ¿Objetos de valor? ¿Animales? ¿Inmaterialidades? La segunda resuelve e implica la existencia de un comportamiento social en relación a las heredabilidades, el que no necesariamente distingue esta forma de heredar de otras. Lo único que planteamos en relación a esta cuestión es la búsqueda de este proceder y su explicitación para fines futuros historiográficos.
Todo lo anterior nos obliga a clarificar aspectos que otorgan peso histórico a nuestra investigación. El primero de ellos dice relación con que, a fines del siglo XIX e inicios del XX, se presencia, para el caso de Arica, una restructuración de la sociabilidad. Este fenómeno comporta tanto una manipulación de las mentalidades como una reorganización de poderes, donde el Estado nacional se alza como hegemónico. En ese sentido, el estudio de los testamentos puede vislumbrar cierto mecanismo de comportamiento indígena ante esta restructuración social de la provincia de Tacna, en el departamento de Arica. Así, el marco espacial se dirime según el libro “Atlas histórico de las divisiones político-administrativas de chile, 1810-1940”, de Rafael Sagredo[2]. En él aparece la división administrativa correspondiente a la provincia de Tacna desde 1884 a 1925. En esa temporalidad, donde se inserta nuestra investigación, el pueblo de Putre pertenecía a la provincia de Tacna, en el departamento de Arica.
En segunda instancia, los testamentos pueden evidenciar la cosmovisión de una cultura. De por sí, el documento testamentario revela una serie de mecanismos de comportamientos practicados por la mentalidad aimara, tales como una sujeción ante la religiosidad cristiana, la posibilidad de perpetuar el legado ancestral con la herencia de tierras -que invoca la capacidad de asegurar un bienestar familiar de los descendientes- o el de asegurar, con el consiguiente rito funerario practicado por las personas de luto, una revaloración de su persona por su aporte material; esto último conlleva que, en este contexto de siglo entrante, casi no se muestren signos de herencia material distinta a la de tierras.[3]
DISCUSIÓN BIBLIOGRÁFICA.
El testamento indígena puede ser visualizado, según Argouse, como una excepcionalidad en su existencia ontológica. Para el caso de Camarja, Perú, que es su marco espacial de estudio, en un contexto colonial -siglo XVII-, establece que el escribano que redacta los testamentos y el corpus documental en sí son una excepcionalidad dentro de su contexto. En ese sentido, que un escribano -solo uno- tuviese la voluntad de escribir testamentos para los indígenas es una incisión dentro del proceso histórico local en sí que deja huellas sensibles y tangibles de su propia existencia.[4] Por otro lado, en su contexto de producción mismo -colonia segregadora del indígena-, los documentos que ella encuentra exhiben una relación política y social entre los actores que participan en su escritura, caracterizada por lo que ella describe como un “alejamiento entre dos mundos”.[5] La particularidad de una fuente notarial relativa a testamentos indígenas se evidencia en su existencia misma, pues la contingencia de los actores partícipes en el escrito promovía más una segregación social entre los mismos que un entendimiento mutuo.
Así mismo, Argouse postula que para todo escrito legal en el período colonial se evidencia una territorialización verbal, una repartición del uso del idioma, que refleja la competencia de sus responsables: por un lado, el verbo indígena -el quechua escrito- parece ser reservado a la labor de los curas, mientras las últimas voluntades se inscriben en castellano, idioma válido para cualquier persona que lo pueda manejar. La elección del idioma escrito resulta ser un acto de reconocimiento y establecimiento de quién habla de qué y para qué. Así, los protocolos de escribanos también apartan, dividen, excluyen, reflejan, integran, describen, expresan y fragmentan los dichos y deseos de los hombres y de las mujeres del pasado. Los documentos, lejos de ser “fuentes inagotables” son, por consiguiente, actos enteros en sí mismos, dotados de su propia intencionalidad, y cuyos contextos propios –jurídico, político, social, económico, cultural– necesitan ser esclarecidos por el historiador.[6]
Porque avalan transacciones estipuladas judicial y extrajudicialmente, los testamentos permiten conocer y validar los intercambios que involucran a los otorgantes indios y, en consecuencia, determinar el juego de fuerzas sociales sobre la posesión de la tierra.[7]
Por otro lado, la tierra puede ser entendida como un espacio que tiene la propiedad metafórica de resaltar los vínculos, la jerarquía y la reproducción/desgarramiento de un tejido de lugares potencialmente representables y asociables a conceptos de conquista, desplazamiento, legitimación, aislamiento, interacción o transgresión, nunca separables de los sujetos que en ellos habitan y establecen sus condiciones para vivirse.[8] En ese sentido, un terreno, constituido como una materialidad heredable, simboliza la reproducción del acontecer histórico que el humano, por voluntad, transmite al futuro. La circunstancia del existir indígena, junto a todos los procesos por los que tuvo que pasar en su tierra, se visualizan transmisibles. La contingencia misma de la tierra se está heredando.
Van Kessel postula que, respecto al rito mortuorio aimara, la muerte no es el fin, es el paso a otra vida. Se inicia una nueva forma de existir y un nuevo estado de la vida. El análisis de los rituales mortuorios, la reflexión sobre su sentido, enseña que el ritual que acompaña la muerte y el ritual que acompaña el nacimiento, son muy similares en sus símbolos centrales y en sus objetivos. Efectivamente, la muerte es considerada antes que nada como nacimiento para otra vida; más bien como iniciación de una nueva existencia, y no tanto como el fin de la existencia humana. El entierro mismo tiene figura de siembra de una nueva juventud para la familia y la comunidad. Sin embargo, a pesar de hallarse ya muerto, en su nuevo estado de vida y respetando siempre las normas claramente establecidas por su nueva condición, el fallecido mantiene una fuerte relación con su tierra; con su casa y su ganado; con su comunidad y su familia; una relación activa, y una relación de complementariedad y de múltiples reciprocidades entre vivos y muertos, entre el "más allá" y el "más acá". La relación entre vivos y muertos se cultiva y se celebra en los rituales fúnebres, en los "recuerdos" y las visitas mútuas. Es una relación de conversación continua, de diálogo y ayuda mútua, en que ambas partes están "criando la vida" de la familia y de la comunidad, de sus chacras y sus ganados, procurando su bienestar y prosperidad, una buena salud, una vida tranquila y armoniosa. Desde el "más allá", el muerto sostiene la vida de la familia y de la comunidad.[9]
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