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Historia General De Bolivia


Enviado por   •  19 de Septiembre de 2012  •  16.513 Palabras (67 Páginas)  •  664 Visitas

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HISTORIA

GENERAL DE

BOLIVIA

Alcides Arguedas

OBRA CUSTODIADA POR EL

ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA

HISTORIA GENERAL DE BOLIVIA

LA FUNDACION DE LA REPÚBLICA

CAPITULO I

Chuquisaca y su Universidad a principios del siglo XIX.- Vida social y

distribución gremial de la urbe.- Goyeneche y su doble rol.-

Revolución del 25 de Mayo.- Propaganda de la revolución.

La noticia del cautiverio del rey español por los franceses llegó a

Chuquisaca el 17 de Septiembre de 1808, y pocos fueron los altos

funcionarios de la corona que se inclinasen a dar entero crédito a tan

estupendo anuncio que les parecía fuera del orden natural de-las

cosas; pero cuando posteriores documentos oficiales vinieron a

confirmar lo ya sabido, creyeron los súbditos del rey que el

andamiaje institucional del Estado se venía abajo carcomido por el

tiempo y las nuevas ideas, y, los naturales americanos, que esa era

la coyuntura ofrecida por el lógico y humano encadenamiento de los

hechos para sacudir la cadena de opresión que durante tres siglos

habían arrastrado.

Chuquisaca en aquellos tiempos era uno de los centros más

intelectuales del Continente hispanoamericano y su Universidad de

San Xavier, célebre en los países del contorno, ejercía poderosa

atracción en los estudiantes de Lima, Cuzco, Córdova o Buenos

Aires de donde iban a cursar humanidades acogiéndose al seno de

las familias acaudaladas, como pupilos, y donde aprendían a discutir

en todos los tonos y sobre todos los temas, porque la ocupación

favorita de estudiantes y doctores era engolfarse en apasionadas

disquisiciones sobre temas políticos de preferencia y con los

argumentos que les suministraban los libros de Montesquieu, Raynal,

D'Agneseau y otros, devorados a ocultas de los profesores. Era,

puede decirse, un laboratorio de ideas libertarias dados los tiempos y

la clase de hombres dominantes.

Como ciudad, Chuquisaca, valía poco, sin duda, porque era una

ciudad de corte netamente español, desprovista de recursos, pero

apacible, de clima deliciosamente templado y de contornos ricos en

campos abundosos y de linda vegetación.

Las gentes de la urbe estaban distribuidas en clases perfectamente

caracterizadas y distribuidas por gremios. Había la de los religiosos,

funcionarios públicos, acaudalados mineros o terratenientes y la de

los universitarios. El pueblo propiamente dicho, es decir, la masa

criolla, apenas contaba en esta principal distribución, y sus

andanzas, menesteres y preocupaciones sólo interesaban a los

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demagogos sentimentales o a los magistrados diligentes y previsores,

que apenas eran una excepción.

La tarea favorita de todas estas gentes, era, como se tiene dicho, la

discusión y el chisme en sus más variadas tonalidades, hasta la

calumnia oculta que empaña la honra y hace correr en veces la

sangre; pero la vida misma era por lo general apacible, monótona y

transcurría lentamente para todos, vacía y siempre igual. No había

periódicos; tampoco teatros. Se vivía en santa ignorancia de lo que

pasaba más allá de las lindes del terruño y sólo preocupaban las

noticias relacionadas con nuestro Señor el Rey y su familia, de

quienes no se tenía queja alguna.

Figúrese, pues, en una sociedad así constituida y entre gentes de tan

plácido vivir, el estupor y la consternación que causarían las tan

grandes noticias del cautiverio del monarca español y de su prisión

en tierras de Francia. Hubo rogativas en los templos, procesiones en

las calles para las que se sacaron a lucir el retrato de Fernando VII.

También hubo juramentos públicos de fidelidad al monarca

destronado.

Esto, se entiende, entre los funcionarios de alta categoría y los

señores de rango y título; más no así en el gremio de los doctores y

universitarios donde en el nuevo estado de cosas de España hallaron

ocasión propicia para, como de costumbre, entregarse a la discusión

que los condujo a ver esos asuntos con un criterio nuevo y apropiado

a las circunstancias.

Este nuevo criterio se resolvía así en las discusiones: todo poder,

para ser legítimo, tiene que emanar del pueblo. Había sido destruido

el cetro de los reyes españoles por la fuerza de las

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