LA EDAD
marisol1015Examen1 de Noviembre de 2013
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Durante los años cincuenta mucha gente, sobre todo en los cada vez más prósperos países «desarrollados», se dio cuenta de que los tiempos habían mejorado de forma notable, sobre todo si sus recuerdos se remontaban a los años anteriores a la segunda guerra mundial. Un primer ministro conservador británico lanzó su campaña para las elecciones generales de 1959, que ganó, con la frase «Jamás os ha ido tan bien», afirmación sin duda correcta. Pero no fue hasta que se hubo acabado el gran boom, durante los turbulentos años setenta, a la espera de los traumáticos ochenta, cuando los observadores —principalmente, para empezar, los economistas— empezaron a darse cuenta de que el mundo, y en particular el mundo capitalista desarrollado, había atravesado una etapa histórica realmente excepcional, acaso única.
Existen varias razones por las que se tardó tanto en reconocer el carácter
excepcional de la época. Para los Estados Unidos, que dominaron la economía mundial tras el fin de la segunda guerra mundial, no fue tan revolucionaria, sino que apenas supuso la prolongación de la expansión de los años de la guerra, que, como ya hemos visto, fueron de una benevolencia excepcional para con el país: no sufrieron daño alguno, su PNB aumentó en dos tercios (Van der Wee, 1987, p. 30) y acabaron la guerra con casi dos tercios de la producción industrial del mundo. Además, precisamente debido al tamaño y a lo avanzado de la economía estadounidense, su comportamiento durante los años dorados no fue tan impresionante como los índices de crecimiento de otros países, que partían de una base mucho menor. Entre 1950 y 1973 los Estados Unidos crecieron más lentamente que ningún otro país industrializado con la excepción de Gran Bretaña, y, lo que es más, su crecimiento no fue superior al de las etapas más dinámicas de su desarrollo. En el resto de países industrializados, incluida la indolente Gran Bretaña, la edad de oro batió todas las marcas anteriores (Maddison, 1987, p. 650). En realidad, para aquéllos, económica y tecnológicamente, esta fue una época de relativo retroceso, más que de avance. La diferencia en productividad por hora trabajada entre los Estados Unidos y otros países disminuyó, y si en 1950 aquéllos disfrutaban de una riqueza nacional (PIB) per capita doble que la de Francia y Alemania, cinco veces la de Japón y más del 50 por 100 mayor que la de Gran Bretaña, los demás estados fueron ganando terreno, y continuaron haciéndolo en los años setenta y ochenta.
La recuperación tras la guerra era la prioridad absoluta de los países europeos y de Japón, y en los primeros años posteriores a 1945 midieron su éxito simplemente por la proximidad a objetivos fijados con el pasado, y no el futuro, como referente. En los estados no comunistas la recuperación también representaba la superación del miedo a la revolución social y al avance comunista. Mientras la mayoría de los países (exceptuando Alemania y Japón) habían vuelto a los niveles de preguerra en 1950, el principio de la guerra fría y la persistencia de partidos comunistas fuertes en Francia y en Italia no invitaban a la euforia. En cualquier caso, los beneficios materiales del desarrollo tardaron lo suyo en hacerse sentir. En Gran Bretaña no fue hasta mediados de los años cincuenta cuando se hicieron palpables. Antes de esa fecha ningún político hubiese podido ganar unas elecciones con el citado eslogan de Harold Macmillan. Incluso en una región de una prosperidad tan espectacular como la Emilia-Romana, en Italia, las ventajas de la «sociedad opulenta» no se generalizaron hasta los años sesenta (Francia y Muzzioli, 1984, pp. 327-329).
Además, el arma secreta de una sociedad opulenta popular,el pleno empleo, no se generalizó hasta los años sesenta, cuando el índice medio de paro en Europa occidental se situó en el 1,5 por 100.
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