LA RECONSTRUCCIÓN. I: HISTORIA, SOCIOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA
r19898 de Mayo de 2013
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LA RECONSTRUCCIÓN.
I: HISTORIA, SOCIOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA
Al proceso de destrucción de las bases teóricas de la historia había de acompañar el de su reconstrucción sobre nuevos fundamentos. Había que crear una «nueva historia», acorde con las exigencias de los tiempos, que ya no toleraban al viejo narrador que se dedicaba a poner sus «hechos» por orden cronológico para contar batallas o glosar las vidas de virtuosas princesas.* Ya se ha dicho
* Un testimonio puede contribuir a mostrar los nexos entre inquietud social al término de la primera guerra mundial y desilusión de los jóvenes ante la clase de historia que se enseñaba en las universidades. W. H. B. Court nos explica la inquietud de los estudiantes de Cambridge en una época de agitación obrera y de «duda acerca del futuro económico», cuando éstos se ofrecían voluntarios para trabajar en el ferrocarril durante la huelga general, y un compañero suyo exclamaba: «¡Habría que fusilar a todos los mineros!». En semejante contexto, no es difícil entender que sintiera que «la enseñanza de la historia que se nos daba en Cambridge arrojaba poca luz sobre estos problemas cotidianos», y que «mirasen a su alrededor en busca de guías». En el caso de Court este guía fue Tawney, quien, siguiendo las enseñanzas de Max Weber, «peleaba una batalla en dos frentes: contra los valores sociales burgueses en que había sido educado y contra los marxistas, que estaban convirtiéndose en sus más poderosos oponentes en la controversia social». (W. H. B. Court, «Growing Up in an Age of Anxiety», en Scarcity and Choice in History, Edward Arnold, Londres, 1970, pp. 1-60). No es difícil entender que la lucha de Tawney era menos contra «los valores sociales burgueses» que contra su justificación ideológica, manifestada también en esa historia académica a la Acton, que no iluminaba «los problemas cotidianos» de la posguerra, con lo que se corría el grave riesgo de dejar el terreno libre para los marxistas que sí tenían algo que decir. Este ejemplo ilustra, según me parece, la forma en que era sentida la necesidad de una «reconstrucción» de la ciencia histórica.
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que la reconstrucción se hizo sobre la base de tomar en préstamo el utillaje teórico de otras disciplinas sociales, y esencialmente el de la sociología, la antropología y la economía (aunque también se diese una mezcla de elementos tomados de éstas con otros de la geografía, la climatología, la biología, etc.). De la economía nos ocuparemos más adelante; en este capítulo habremos de limitarnos a la historia acogida al cobijo de las influencias de sociología y antropología.
Ambas disciplinas -antropología y sociología- tienen una compleja evolución, estrechamente relacionada entre sí, que no nos interesa aquí más que en la medida en que pueda ayudar a explicar las influencias que han ejercido sobre la historia. Quiere decirse, con ello, que la crítica a la práctica académica de estas disciplinas o las propuestas para su renovación, deben hacerse desde ellas mismas, y que no intentaremos aquí introducirnos en este terreno. Si en las páginas que siguen se formulan críticas a autores o a planteamientos, deben entenderse como hechas a un determinado tipo de práctica, semejante a la de los historiadores académicos, de la que se habla solo por el hecho de haber influido en ellos.
A fines del siglo XIX ambas disciplinas abandonaban los esquemas evolucionistas -las posiciones de Spencer, en sociología y las de Morgan y Taylor, en antropología- y propugnaban soluciones funcionalistas. Se trataba de analizar los mecanismos de equilibrio de las formas sociales existentes, desvelando las reglas de su articulación, para justificarlas y mostrar su racionalidad, como antídoto a unos planteamientos evolucionistas que se habían centrado en el estudio del cambio y habían llegado a la conclusión de que no podían alcanzarse nuevas etapas de desarrollo sin destruir la vieja sociedad. Lo que podía conducir a un antropólogo como Morgan a hacer, al término de una investigación sobre el pasado de las sociedades humanas, profecías como ésta:
Llegará el día en que el intelecto humano se eleve hasta dominar la propiedad, y
defina las relaciones del estado con la propiedad que salvaguarda y las
obligaciones y limitaciones de los derechos
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de sus dueños. Los intereses de la sociedad son mayores que los de los individuos
y debe colocárseles en una relación justa y armónica. El destino final de la
humanidad no ha de ser una mera carrera hacia la propiedad, si es que el
progreso ha de ser la ley del futuro como lo ha sido del pasado. 1
En el campo de la sociología el gran viraje fue, sobre todo, obra de Durkheim (1858-1917), Tönnies (1855-1936) y, muy especialmente, de Max Weber (1864-1920). Durkheim proclamó que la primera regla del método sociológico era la de «considerar los hechos sociales como cosas», que deben estudiarse aisladamente «de sus manifestaciones individuales», y planteó la necesidad de examinar la función que cumple cada hecho social en su propio medio. Tönnies destacó la dicotomía entre «comunidad» y «sociedad» o «asociación» -Gemeinschaft y Gesellschaft-, que iba a dar origen a todo un juego de dicotomías -«tradicional» y «moderno», etc.- y abriría los caminos del análisis de las comunidades. Mayor sería, aún, la influencia ejercida por Max Weber, profesor de economía, liberal preocupado por encontrar para la política alemana un camino intermedio entre los extremos del conservadurismo prusiano y el revolucionarismo marxista. Para enfrentarse a la crítica neokantiana, que pretendía reducir las ciencias sociales a un estudio de lo individual y lo concreto, Weber propugnó el método de los «tipos ideales» los fenómenos tienen multitud de significados -multitud de relaciones posibles entre sí-, de los cuales sólo podemos manejar unos pocos, aquéllos que abstraemos de la totalidad, de acuerdo con nuestras preocupaciones y con las necesidades de la investigación. Los «tipos ideales» son conceptos limitados que fabricamos nosotros mismos, sintetizando rasgos que extraemos de la realidad: de fenómenos individuales que acentuamos unilateralmente. El resultado no es una simplificación «objetiva» de lo real, sino un instrumento artificial para la investigación. Weber no propone la formación de «tipos ideales» como un método nuevo de trabajo, sino que la presenta como la práctica habitual e inconsciente de los científicos sociales, y nos dice que de esta naturaleza son todas las categorías económicas que manejamos habitualmente. Por otra parte, el establecimiento de «tipos ideales» no es el fin de la investigación, sino la mera elaboración de unos instrumentos necesarios para proceder a ella. Su propia obra de investigación se centró en una propuesta de método
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comparativo que aislaría los elementos más importantes y estudiaría su actuación en distintos contextos para poder emitir conclusiones acerca de su significado causal. El elemento que escogió fue el papel de la «ética religiosa» en el desarrollo económico, cuya investigación comenzó a partir de la acción de la ética protestante en el nacimiento del capitalismo, para proceder a algo así como una sociología comparada de las religiones. La verdad es, sin embargo, que Weber no llegó a formular un sistema completo de ideas acerca de la investigación social. En su obra magna inacabada, "Economía y sociedad", proponía como punto de partida una sociología definida como «la ciencia que intenta la comprensión interpretativa de la acción social para llegar a una explicación causal de su curso y efectos». De ahí partiría el funcionalismo de Talcott Parsons, con su teoría de la acción social, que se impondría en las universidades norteamericanas de los años treinta, en una sociedad que se enfrentaba a la doble crisis de la gran depresión económica y del reto soviético, y a la que los sociólogos académicos habían de devolver la confianza en la racionalidad de los mecanismos fundamentales de su organización, que habían de ser reparados para asegurar su supervivencia. 2
En el terreno de la antropología, la ruptura con el evolucionismo suele fecharse en 1896, cuando Franz Boas (1858-1942) atacó los métodos comparativos e inició el camino de un positivismo sin generalizaciones, fuertemente influido por Dilthey y por los neokantianos, que recibiría el nombre de «particularismo histórico», pero que no rechazaría tampoco la denominación de «funcionalismo». A completar esta reacción vendrían los antropólogos de la escuela británica, como Radcliffe-Brown (1881-1955), que parte de la influencia de Durkheim para afirmar que el presente no debe ser interpretado por su génesis sino por su propia estructura, por la interdependencia orgánica de las partes «funcionando» dentro de un gran todo, o como Bronislaw Malinowski (1884-1942), que aportará unos esquemas organizativos que deben impedir que la labor del antropólogo se convierta en una mera recolección de minucias aisladas, y que se justifican con una teoría de las necesidades humanas. Con su sistematización de los aspectos culturales Malinowski pretendía combatir la influencia que sobre la antropología habían ejercido el evolucionismo, el difusionismo y «la llamada concepción materialista de la historia». Para él la economía estaba englobada en una visión del mundo y «lo que verdaderamente me importa al
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estudiar los indígenas es su visión de las cosas, su Weltanschauung, el aliento de vida y realidad que
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