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La Edad Media

rositaww23 de Febrero de 2014

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La Edad Media

...recorrer una parte del camino no significa equivocanse de camino...

Transcurrió una semana sin que Sofia supiera nada más de Alberto Knox. Tampoco recibió más postales del Líbano, pero hablaba constantemente con Jorunn de las que habían encontrado en la Cabaña del Mayon ,Jorunn estaba muy nerviosa, pero al no suceder nada más, el susto iba quedando olvi¬dado entre los deberes y el badmington.

Sofia repasó las cartas de Alberto muchas veces para ver si encontraba algo que pudiera arrojar alguna luz sobre Hilde y todo lo que tenía que ver con ella. De esa forma también tuvo la oportunidad de digerir la filosolía de la antigüedad. Ya no le costaba ningún trabajo distinguir entre Demócrito y Sócrates, Platón y Aristóteles.

El viernes 25 de mayo estaba en la cocina haciendo la co¬mida para su madre, a punto de volver del trabajo. Eso era lo acordado para los viernes. Ese día preparaba una sopa de sobre de pescado, con albóndigas y zanahorias. Muy sencillo.

Había empezado a soplar el viento. Mientras removía la sopa, Sofia se volvió hacia la ventana y miró fuera. Los abedules se balanceaban como espigas de trigo.

De repente algo golpeó el cristal de la ventana. Sofia se volvió de nuevo y descubrió un trozo de cartón pegado en el vi¬drio.

Se acercó a la ventana y vio que era una postal. A través del cristal pudo leer: «Hilde Moller Knag c/o Sofia Amundsen...».

Justo lo que había pensado. Abrió la ventana y recogió la postal. ¿Habría llegado volando desde el Libano?

También esta postal tenía fecha del viernes 15 de junio.

Sofía quitó la cacerola de la placa y se sentó junto a la mesa de la cocina. La postal decía:

Qurida Hilde. No sé si esta postal te llegará el día de tu cunípleaños. Espero que así sea o que si no, al menos, no hayan transcurrido demasiados días. Que transcurra una semana o dos para Sofia no sig¬nifica necesariamente que transcurra tanto tiempo para nosotros. Yo volveré a casa la víspera de San Juan. Entonces nos sentaremos juntos en el balancín mirando al mar Hilde. Tenemos tantas cosas de qué hablar.

Abrazos de tu papá, que a veces se deprime por ese conflicto de mil años entre judíos, cristianos y musulmanes: constantemente me obligo a mi mismo a recordar que esas tres religiones tienen sus raíces en Abraham. ¿Rezarán entonces al mismo Dios? Pues no. En este sitio Cain y Abel aún no han terminado su pelea.

P D. ¿Puedo acaso decirte que des recuerdos a Sofia ? Pobre chica, aún no entiende el porqué de las cosas. ¿Lo entiendes tú, quizás?

Sofia se inclinó sobre la mesa. Estaba agotada. Desde luego que no entendía nada. ¿Lo entendería Hilde?

Si el padre de Hilde le enviaba saludos a Sofia, signifi¬caba que Hilde sabía más de Sofia que Sofia de Hilde. Todo re¬sultaba tan complicado que Sofia volvió a las cacerolas.

Una postal que se posa en la ventana así como así. Correo aéreo, en el verdadero sentido de la palabra.

En cuanto hubo vuelto a poner la cacerola en la placa, sonó el teléfono.

Ojalá fuera papá. Si volviera a casa le contaría todo lo que le había sucedido en las últimas semanas. No, sería Jorunn o mamá... Sofia corrió hasta el aparato.

-Sofia Amundsen.

-Soy yo -dijo alguien al otro lado del teléfono.

Sofía estaba segura de tres cosas: no era papá. Pero era una voz de hombre. Estaba además convencida de que había oído exactamente la misma voz en otra ocasión.

-¿Quién es? -preguntó.

-Soy Alberto.

-Ah...

Sofia no sabía qué contestar. Se acordaba de la voz del vi¬deo sobre Atenas.

-¿Estas bien?

-Pues si...

-Pero a partir de ahora no habrá más cartas. Tenemos que vernos personalmente, Sofia. Empieza a urgir, ¿sabes?

-¿Porqué?

-Estamos a punto de ser cercados por el padre de Hilde.

-¿Cómo cercados?

-Por todos los lados, Sofia. Ahora tenemos que colabo¬rar.

-¿Cómo...?

-Aunque no serás de mucha ayuda hasta que se haya ha¬blado de la Edad Media. Deberemos hacer el Renacimiento y el siglo XVII también. Además Berkeley juega un papel clave.

-De ése había un cuadro en la Cabaña del Mayor ¿verdad?

-Si. Quizás sea precisamente sobre él sobre el que se li¬bre la batalla.

-Suena como a una especie de guerra.

-Lo llamaría más bien una lucha espiritual. Tendremos que llamar la atención de Hilde y conseguir que se ponga de nuestra parte, antes de que su padre vuelva a Lillesand.

-No entiendo nada.

-Bueno. quizás los filósofos te abran los ojos. Búscame en la Iglesia de María mañana de madrugada a las cuatro. Pero ven sola, hija mía.

-¿Tendré que ir en plena noche?

Clic.

-¡Oiga!

¡Qué tío más malo! ¡Había colgado! Sofia volvió co¬rriendo a la cocina. La sopa estaba a punto de salirse. Echó el pescado v las zanahorias y bajó el fuego.

¿En la Iglesia de María? Era una vieja iglesia medieval de piedra. Sofia creía que sólo se usaba para conciertos y misas muy especiales. En verano estaba abierta de vez en cuando para los turistas. ¿Pero cómo iba a estar abierta en plena no¬che?

Cuando llegó su madre, Sofia ya había metido la postal del Líbano en el armario junto a las demás cosas de Alberto y Hilde. Después de comer se fue a casa de}orunn.

-Tenemos que hacer un acuerdo un poco especial dijo a su amiga en cuanto ésta abrió la puerta.

Y no dijo nada más hasta que se hubieron encerrado en la habitación de Jorunn.

-Es un poco problemático -prosiguió Sofia.

-¡Venga!

-Tendré que decir a mamá que me quedo a dormir aquí.

-Muv bien.

-Pero no es verdad, ¿comprendes? Estaré en otro sitio.

-Eso es peor ¿Es algún lío de chicos?

-No, pero es un lío de Hilde,

Jorunn silbó suavemente, y Sofia la miró fijamente a los ojos.

-Vendré aquí tarde esta noche -dijo-. Pero tendré que salir a escondidas alrededor de las tres. Tendrás que encu¬brirme hasta que vuelva.

- ¿Pero a dónde vas a ir, Sofia?, ¿qué vas a hacer?

-Lo siento. He recibido órdenes de no decir nada.

No era nada difícil obtener permiso para dormir en casa de alguna amiga. Más bien al contrario. Sofia tenía de vez en cuando la sensación de que a su madre le gustaba tener la casa para ella sola.

-¿Vendrás a la hora de comer mañana, verdad? -fue el único comentario de su madre.

-Si no vengo, sabes dónde estoy.

¿Por qué decía eso, si ése era precisamente el punto débil?

La estancia en casa de su amiga empezó como todas las veces que se quedaba a dormir allí, charlando hasta bien en¬trada la noche, con la única diferencia de que Sofia puso el despertador a las tres, cuando, sobre la una, se dispusieron por fin a dormir.

Jorunn apenas se despertó cuando Solía paró el desper¬tador dos horas más tarde.

-Ten cuidado –dijo Jorunn.

Sofia empezó a andar. Había varios kilómetros hasta la Iglesia de María, y aunque sólo había dormido un par de ho¬ras se sentía totalmente despejada. Sobre las colinas, al este, flotaba una nube roja.

Cuando por fin se encontró ante la vieja iglesia de piedra eran ya las cuatro. Sofia empujó la pesada puerta. ¡Estaba abierta!

La iglesia estaba vacía y silenciosa. A través de las vidrieras flotaba una luz azulada que revelaba miles de minúsculas partículas de polvo en el aire. Era como si el polvo se reuniera en gruesas vigas que atravesaran la nave de la iglesia. Sofia se sentó en un banco en el medio. Allí se quedó sentada mirando al altar y a un viejo crucifijo pintado con colores opacos.

Pasaron unos minutos. De repente empezó a sonar el ór¬gano. Sofia no se atrevió a darse la vuelta. Sonaba como un viejo salmo, quizás de la Edad Media también.

Luego todo volvió a quedar en silencio, pero pronto oyó unos pasos que se acercaban por detrás de ella. ¿Debería vol¬verse ya? Optó por clavar su mirada en el Jesús crucificado.

Las pisadas la sobrepasaron. Y vio una figura acercarse. Llevaba un hábito marrón de monje. Sofía podría haber ju¬rado que se trataba de un monje de la Edad Media.

Tenía miedo pero no estaba aterrorizada. Cuando el monje llegó al presbiterio dio un rodeo y subió al púlpito. Se inclinó sobre él, miró a Sofia y dijo algo en latín.

Gloria patri et filio et spiritu sancto. Sicut erat in prin¬cipio er nunc et semper in saecola saecolorum.

-¡Habla noruego tonto! -exclamó Sofia.

Las palabras retumbaron en la vieja iglesia de piedra.

Entendió que el monje tenía que ser Alberto Knox. Ysin embargo se arrepintió de haberse expresado de un modo tan poco solemne en una vieja iglesia. Pero tenía miedo, y cuando se tiene miedo resulta una especie de consuelo romper con to¬das las reglas y tabúes.

-¡Chis...!

Alberto levantó una mano, como hacen los curas cuando quieren que los feligreses se sienten.

-¿Qué hora es, hija mía? -pregunto.

-Las cuatro menos cinco -contestó Sofía. Ya no tenía miedo.

-Entonces ha llegado la hora. En este momento co¬mienza la Edad Media.

-¿La Edad Media empieza a las cuatro? -preguntó So¬fia perpleja.

-Alrededor de las cuatro, sí. Luego fueron las cinco y las seis y las siete. Pero era como si el tiempo se hubiera detenido. Se hicieron las ocho y las nueve y las diez. Pero seguía siendo Edad Media, ¿sabes? Ya es hora de levantarse a un nuevo día, pensarás.

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