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La Ilustracion

Lettizia19 de Agosto de 2011

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Si las Españas conocieron diversas variantes regionales de las Luces, este fenómeno debía producirse con mucho mayor motivo en las Américas. Aquí, las enormes distancias del continente habían ya propiciado un fenómeno de diferenciación regional que alcanzaría su cenit a lo largo del siglo XVIII. De este modo los grandes centros de producción cultural se aglutinaron en torno a las capitales de los virreinatos de mayor antigüedad (México y Perú), mientras desempeñaron un papel secundario las capitales de los virreinatos dieciochescos (Nueva Granada y Río de la Plata), así como muchas otras ciudades asentadas en territorios situados dentro o al margen de los virreinatos: presidencias de Quito y de Charcas, capitanías generales de Cuba, de Guatemala, de Venezuela o de Chile.

En Nueva España, la Ilustración se asentó fundamentalmente en la ciudad de México, si bien otras poblaciones mantuvieron en activo algunas instituciones características de mayor o menor consideración, como pudo ser el caso de Guadalajara y Veracruz (que crearon sendos Consulados, llegando la primera a fundar una Universidad en 1791 y la segunda tal vez a contar en algún momento con una sociedad patriótica) o Chiapas (que fundó en fecha tardía una Sociedad Económica de Amigos del País). Algunas otras ciudades también sirvieron de punto de encuentro a importantes núcleos de ilustrados, como Valladolid de Michoacán (la actual Morelia), donde se dieron cita sucesivamente el jesuita Francisco Javier Clavijero, el filipense Juan Benito Díaz de Gamarra (renovador de la filosofía con sus Elemento recentioris philosophiae, 1774), el gobernador diocesano José Pérez Calama o el obispo Manuel Abad y Queipo, además del cura Miguel Hidalgo.

México fue un gran centro de producción científica, literaria y artística a todo lo largo del siglo XVIII. Si los años finales del siglo XVII fueron testigos de la obra de Carlos Sigüenza, ya desde mediados de la centuria siguiente la agitación intelectual se observa en la formación de bibliotecas, en la publicación de periódicos, en la aparición de obras significativas (como el Teatro Americano, Descripción General de los Reynos y Provincias de Nueva España de José Antonio de Villaseñor o la Bibliotheco Mexicana de Juan José de Eguiara) o en el vivo debate sobre la técnica de la minería (en cuyo transcurso Francisco Javier Gamboa tiene oportunidad de presentar sus divulgados Comentarios a las Ordenanzas de Minas).

Sería, sin embargo, el último tercio del siglo el que conocería una extraordinaria aceleración manifestada en la aparición de toda una serie de instituciones y de hombres representativos de la plena Ilustración. En este sentido, el cuadro es impresionante: los nombres de Alzate, Bartolache, Delhúyar, del Río, Constansó, Tolsá, Mociño, Lizardi aparecen unidos a la aparición de la primera prensa científica, a los intentos de reforma de la Universidad, a la creación del Seminario de Minería o de la Academia de San Carlos, a una de las grandes expediciones botánicas de la centuria, a la producción de las mejores obras literarias del siglo en toda la América española.

La Ilustración llegó a Guatemala en la última década del siglo con la creación del Consulado (1793) y de la Sociedad Económica de Amigos del País (1795). La sociedad fue fundada y animada, entre otros, por el oidor dominicano Jacobo de Villa-Urrutia, el español Alejandro Ramírez (fundador después de la de Puerto Rico) y el médico chiapaneco José Felipe Flores, reformador junto con su discípulo Narciso Esparragosa de los estudios de Medicina. Sus actividades incluyeron el fomento del añil, el cacao, el lino y la manufactura textil, mientras se preocupaba de la reestructuración de los gremios y de la incorporación del indio a la vida comunitaria. Sus creaciones más sobresalientes fueron, además de la nueva edición de la Gaceta de Guatemala, la Escuela de Dibujo, la Escuela de Matemáticas y el Jardín Botánico o Gabinete de Historia Natural, cuya dirección fue encomendada a uno de los componentes de la expedición botánica a Nueva España, José Longinos.

Cuba, territorio marginal hasta entonces, conoció a lo largo del siglo XVIII un proceso de crecimiento económico que se tradujo también en un decidido despegue de la producción cultural, cuyos primeros resultados empezaron a cosecharse en la última década de la centuria.

Si con la creación de la Universidad de La Habana (1721-1728) se había iniciado la institucionalización cultural en el Setecientos cubano, los centros que realmente difundieron las Luces en la isla fueron la Sociedad Económica de Amigos del País de la capital (1793, de vida más activa que su homóloga de Santiago) y el Consulado (1794). La Sociedad Económica, promovida por el gobernador Luis de las Casas, su director Luis de Peñalver y, posteriormente, Francisco Arango, síndico del Consulado, desarrolló una intensa labor cultural, que se manifestó en la creación de una biblioteca pública, la edición del periódico Memorias de la Sociedad Económica (que se sumaba al anterior Papel Periódico de La Habana, de 1790) y, sobre todo, la fundación del Jardín Botánico (1817), dirigido por Juan Antonio de la Ossa. Vinculados tanto a los periódicos como a la sociedad patriótica estuvieron José Agustín Caballero (que intentó sin éxito la introducción de la filosofía moderna en la Universidad) y el médico Tomás Romay, celebrado por sus estudios epidemiológicos y su campaña en pro de la vacunación antivariólica antes de la llegada de la expedición de Balmis. A ellos, hay que sumar en fecha más tardía la figura de Félix Varela, que contribuyó a la difusión en la isla de la física y la química modernas, desde sus escritos y desde su labor docente en el Seminario de San Carlos.

No debe desconocerse tampoco la labor desarrollada por la Comisión Real de Guantánamo, dirigida por el conde de Mopox, que permaneció varios años asentada en la isla (1796-1802). Si bien fue una expedición menor dentro del conjunto de las programadas en la época, sus objetivos sumaban el interés por la historia natural a una deliberada política de fomento, encaminada entre otros fines al establecimiento de una población y un puerto en la bahía de Guantánamo, el levantamiento de una red de caminos en torno a La Habana y la apertura de un canal desde el río de Guines hasta la capital.

Menos trascendentes fueron las iniciativas tomadas en las restantes islas de las Antillas. En Puerto Rico baste señalar la tardía creación de una Sociedad Económica de Amigos del País, cuyo fundador, Alejandro Ramírez (uno de los fundadores también de la de Guatemala), alentaría el desarrollo de las plantaciones de azúcar y editaría el Diario Económico. Asimismo debe destacarse por su valor documental la obra redactada por Iñigo Abad y Lasierra (a quien ya se debía una Descripción de las costas de California, escrita en 1783), su Historia geográfica, civil y política de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, publicada en Madrid en 1788.

Del mismo modo, Santo Domingo, que había quedado marginada a partir del siglo XVI, se convierte de nuevo en objeto de atención por parte de las autoridades (creación de la Compañía de Barcelona, inclusión dentro del Reglamento de Comercio Libre de Barlovento) y por parte de sus naturales, como demuestran las iniciativas ecónomicas que florecen en la isla o la redacción de escritos que denotan la misma preocupación por su fomento, como la Idea del valor de la Isla Española y utilidades que de ella puede sacar su Monarquía (1785), del dominicano Antonio Sánchez Valverde, racionero de la catedral y miembro de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País.

Se puede decir que el siglo XVIII proporcionó a Venezuela sus primeras infraestructuras culturales. Así llegó a contar con la Universidad de Caracas (1721), el Consulado de Comercio (1793), la Academia de Práctica Forense (vinculada a Miguel José Sanz, 1790), la Universidad de Mérida (1806, hoy de los Andes) y las Academias de Matemáticas de Cumaná y Caracas (1808), regidas por ingenieros militares.

También revistieron gran interés los resultados de las expediciones científicas que tuvieron a Venezuela como escenario. Es el caso de la Expedición de Límites al Orinoco, que permitió la colonización de territorios desatendidos como la Guayana y posibilitó la obra científica del malogrado botánico Pehr Löfling. Es el caso también, en menor medida, de la rama local de la Expedición de la vacuna, que quedó institucionalizada a través de la Junta Central de Vacunación (1804-1809).

Venezuela contó, además, con algunas notables figuras ilustradas, como el rector Agustín de la Torre, propugnador de una fallida Cátedra de Matemáticas, Simón Rodríguez, impulsor de la reforma de la enseñanza elemental, Baltasar de los Reyes Marrero, que introdujo la filosofía natural en la Catedra de Filosofía de la Universidad, y sobre todo Miguel José Sanz, miembro del Consulado, impulsor de la citada Academia de Práctica Forense y autor de informes sobre la necesaria reforma de la enseñanza universitaria para ponerla al servicio de la causa de la utilidad pública.

El balance, sin embargo, no es muy halagador, ya que las iniciativas de mayor alcance (una Academia de Matemáticas distinta de la existente impulsada desde el Consulado para la formación de ingenieros, la Cátedra de Matemáticas de la Universidad o la también aludida reforma de la educación de primeras letras) no llegaron nunca a buen puerto. De este modo, Venezuela fue un sector marginal dentro del proceso de creación y de difusión de las Luces en la América española.

La Ilustración neogranadina está íntimamente conectada

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