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La civilización Islámica

marielenaa04Tutorial18 de Julio de 2014

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LA CIVILIZACIÓN ISLÁMICA

De las grandes religiones de la humanidad, el Islam fue la última en aparecer. Iniciada por un solo

hombre, Mahoma, un poco más de un siglo, fue adoptada por la totalidad de la población árabe y por gran

parte de los habitantes del inmenso imperio que conquistaron y que perduró más o menos unido hasta el

siglo X. Desde ese momento, el Islam se transformó en la bandera de una serie de pueblos que, durante

siglos, se han disputado la hegemonía en una amplia zona que ocupa el Próximo Oriente y el oeste de Asia

con ramificaciones por el sudeste europeo y África.

Cuando en el siglo VII Mahoma comenzó a predicar su nueva religión, lo que estaba haciendo era poner las

bases para el nacimiento de una civilización que en muchos aspectos aún hoy se mantiene.

El Islam fue el aglutinante religioso de unos grupos que estaban en el momento adecuado para formar un

poder político unificado y fuerte que se extendió, de manera fulgurante, en poco más de cien años hasta

formar un imperio de dimensiones gigantescas (desde la India hasta la península ibérica). La propia rapidez de

la conquista, la complejidad de los pueblos conquistados, la falta de un poder político estable y el

resurgimiento político y económico del Occidente europeo, hicieron que el Imperio musulmán comenzara a

fragmentarse poco después de que alcanzara su máximo apogeo, pero eso no supuso el fin de la civilización

islámica, que continuó su historia, aunque en muchos aspectos sin evolución de ningún tipo.

El marco geográfico y temporal en el que nació el Islam

La religión islámica nació en Arabia y su creador y primer difusor fue Mahoma, que se consideró a sí mismo

un profeta.

A principios del siglo VII la península arábiga, casi toda ella desértica, estaba ocupada principalmente por

tribus nómadas de beduinos que se dedicaban al comercio caravanero de camellos, al pastoreo de ovejas o a

practicar cierta agricultura semisedentaria; había también algunas ciudades importantes que, situadas en las

rutas caravaneras, eran centros comerciales. Esas ciudades se encontraban en el suroeste de la península y su

florecimiento se debía a las relaciones mercantiles con África (Sudán, Nubia, etcétera) y Asia.

Arabia había tenido ya importantes centros comerciales en la zona del norte como el reino de Palmira y la

ciudad de Petra, pero la expansión romana primero y la bizantina después habían terminado con estos

enclaves, al arrebatarles sus monopolios comerciales. Por ello y por el creciente interés hacia los productos

procedentes de África, el mundo árabe había desplazado sus rutas caravaneras hacia el sur.

Así surgió La Meca como ciudad comercial y como centro religioso del mundo árabe, cuya confusa y

politeísta religión tenia, en la Piedra Negra del santuario de la Kaaba, un reciente lugar de peregrinaje.

Las tribus beduinas vivían en una constante rivalidad que se plasmaba en continuas luchas y enfrentamientos ;

entre beduinos y habitantes de las ciudades la situación no era mejor y si se mantenían ciertas relaciones eran

estrictamente comerciales, en las que unos y otros estaban interesados.

El mundo árabe de esta época era, pues, un conjunto fragmentado compuesto de tribus nómadas, de ciudades

aisladas y de una minoría de agricultores sedentarios instalados en los oasis. Las principales ocupaciones de

nómadas y ciudadanos eran el transporte y el comercio, sin que el bandolerismo fuera ajeno a toda esa

actividad.

En este ambiente, Mahoma comenzó a predicar una nueva religión monoteísta, bajo la cual debían unirse las

diferentes tribus y familias del pueblo árabe. Mahoma predicaba una religión sencilla, en la que la promesa de

salvación y un futuro paraíso arraigó pronto entre los grupos más humildes de La Meca. Los grupos

dominantes de la ciudad sintieron que la nueva religión podía poner en peligro sus intereses y no apoyaron a

Mahoma, que hubo de huir en el 622 a la ciudad de Medina. Allí, por razones de rivalidad con La Meca y

porque Mahoma debió de suavizar el programa dogmático, el profeta consiguió rápidamente adeptos que le

hicieron jefe religioso y político. Ocho años más tarde, en el 630, Mahoma entro militarmente en La Meca,

donde, tras destruir todos los ídolos (respetó la Piedra Negra como símbolo de la piedad islámica), logró

imponer la nueva religión.

El mundo árabe, hasta entonces desunido, encontró el monoteísmo islámico (Islam significa sumisión a Dios)

un elemento capaz de vincular a todos los diferentes grupos, sin que ello significara el sometimiento de

ninguno de ellos al poder de otro.

La religión de Mahoma ofreció algo nuevo que estaba por encima de ciudades y tribus que podía darle al

mundo árabe unidad y fuerza. Tan sólo era necesario un objetivo y, consciente o no de ello, Mahoma también

lo dio: la guerra santa. La difusión del Islam por medio de la guerras y la conquista supuso canalizar la

violencia latente entre los árabes, dar una oportunidad a los desheredados, satisfacer los deseos de riqueza de

la mayor parte de la población y sentar las bases para recuperar el predominio del tráfico comercial en el norte

del país.

Con todo ello, los musulmanes (creyentes) no tardaron en crear un gran imperio.

El marco geográfico y temporal del Imperio musulmán

Partiendo de Medina y La Meca y aún en vida de Mahoma, el poder musulmán se extendió por el centro de

Arabia y la costa del mar Rojo.

Tras la muerte del profeta, en el año 632, se abrió lo que puede considerarse un segundo periodo de la historia

del Islam. Se denomina ese periodo Califato perfecto porque de la dirección de los musulmanes se encargaron

familiares o amigos íntimos de Mahoma, que adoptaron el titulo de califa (sucesor del Profeta). Estos

primeros califas fueron cuatro (Abu-Bakr, Omar, Otmán y Alí) y gobernaron hasta el año 661, teniendo como

capital Medina.

En ese tiempo, el poder musulmán se extendió a toda la península de Arabia, a Siria y a parte del Imperio

bizantino (por el norte), a Egipto y parte de Tripolitania (por el oeste) y a Irak y Persia (por el este).

El último de los califas perfectos, Alí, ya no realizó conquistas, lo que supuso que aparecieran los primeros

conflictos internos, que hasta entonces habían permanecido ocultos, debido a que había de enfrentarse a un

enemigo exterior del que además podía obtenerse un botín.

Alí fue asesinado y sustituido en el poder por una familia precedente de Siria, los Omeyas.

La dinastía de califas Omeyas conformó el tercer periodo del imperio musulmán, que se extendió durante casi

cien años, hasta el 750. La nueva dinastía trasladó la capital a Damasco y reanudó la expansión musulmana.

En su tiempo se conquistó por el oeste, tras un duro enfrentamiento con los beréberes, el norte de África y,

con mucha más facilidad, casi toda la península ibérica. Hacia el este, en unas difíciles y conflictivas

campañas, se llegó hasta el Indo y la ciudad de Samarcanda. Los Omeyas también intentaron la ocupación de

Bizancio, pero en ese frente fracasaron.

En otro sentido, la llegada al poder de los Omeyas significó una división religiosa entre los musulmanes, ya

que algunos no aceptaron la sucesión de los Omeyas como califas ni la validez de la Sunna como texto de

contenidos religiosos; eran los chiítas cuyo enfrentamiento con los sunnitas (partidarios de la Sunna)

terminaría con el aniquilamiento de la familia Omeya. En efecto, el sentimiento purista de los chiítas que sólo

aceptaban las enseñanzas del Corán, fue aprovechado en Persia, donde había un fuerte sentimiento

nacionalista en contra de los califas Omeyas. De ese modo y tras el asesinato casi completo de la familia

Omeya se hizo con el poder una nueva dinastía, la de los Abbasidas.

El califato abbasida supone el cuarto periodo del Imperio musulmán, pero, aunque se mantuvo hasta el 1258 y

tuvo un periodo de notable esplendor, que duró hasta el siglo IX, los Abbasidas ya no fueron el único poder

del mundo islamizado, pues de ellos se fueron independizando diferentes zonas. Después de trasladar la

capital a Bagdad, el Califato abbasida pronto puso en evidencia la evidencia la influencia persa al adoptar las

formas de gobierno y el ceremonial propia de las cortes persas.

Mientras tanto, los turcos selyúcidas, convertidos al Islam habían hecho su aparición y ganando poder hasta

ser los protectores del Califato abbasida y los defensores de la tendencia sunnita, que llegaron a imponer.

El Califato abbasida terminó sus días como una simple monarquía, cuyo califa se siguió considerando, más en

teoría que en la práctica, jefe religioso del Islam. Finalmente, en 1258, el último representante de esta dinastía

fue asesinado por

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