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Las historias de "Vida de Maestro"

cali9112Informe5 de Noviembre de 2012

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ASÍ SON LAS HISTORIAS

Las historias de "Vida de Maestro" se realizaron a partir de entrevistas de campo con docentes del Distrito Capital de colegios públicos y privados, nacionales y distritales. En las entrevistas se pretendía descubrir cuáles eran los hallazgos en el acercamiento conjunto hacia el conocimiento, cuáles los inconvenientes que hacían erráticos los destinos de quienes se han jugado la vida en la enseñanza, cuáles los escollos que alejan de la felicidad los encuentros entre los alumnos y los maestros. Se trataba de acercarse, a través de las historias de vida, a los momentos críticos del desarrollo de la docencia en casos particulares y en condiciones específicas.

Las visitas a los docentes se hicieron de manera aleatoria y el resultado de éstas, las historias de vida que dieron origen al proyecto, se basaron en ellas. Por lo tanto, es posible que algunos de los entrevistados se encuentren retratados en una, dos o más de las historias, como es también posible que no se encuentren en ninguna de ellas. Los personajes que aparecen en ellas fueron construidos a partir de un rasgo presente -y relevante para el tratamiento del tema- en uno o más entrevistados. De igual manera el cuerpo narrativo surgió del relato de uno de los entrevistados, o de la fusión de algunas entrevistas. Incluso hay historias que parten de un rasgo relevante y común a varios entrevistados pero adquirieron su forma definitiva en la imaginación del narrador.

De cualquier manera, la intención en todo momento fue y continúa siendo, permitirle a sus protagonistas, los maestros del Distrito Capital, verse reflejados en un espejo donde tal vez sea posible descubrir los rasgos del monstruo, del héroe y del ángel que hay en todos los actos humanos.

En el caso específico de las historias escogidas para dar inicio a la reflexión sobre la Violencia en la Escuela, es importante resaltar nuestra certeza de que la violencia tiene muchas formas de manifestarse. Desde el simple desconocimiento por el otro cuando no se responde a su pregunta, cuando no se reconoce su cuerpo en el espacio, cuando su nombre nunca es pronunciado, hasta el golpe de autoridad, el uso del conocimiento y la edad para someter, la pretensión de subyugar a los aparentemente más débiles a una voluntad ajena a sus deseos, o el disparo que elimina el contrario, hay un enorme y desafortunado diapasón de acciones que son nuestra cotidianidad. Las tres historias que presentamos, tocan diversos puntos dentro del arco de aquello que podría denominarse como acciones violentas en la Escuela, sin pretender más que ser un resorte para dar paso a la reflexión sobre la Violencia en nuestro diario acontecer escolar.

Los callejones de la piel

José Ignacio, un hombre de cuarenta años y soltero fue profesor por vocación y herencia. Su madre, también maestra ejerció una reconocida influencia en la formación intelectual y emocional del futuro profesor, de manera que cuando tuvo que enfrentarse por primera vez a un curso de niños, reprodujo de memoria las prácticas que había visto realizar a su madre. Aunque después de los primeros años de ejercer el oficio, intentó abrirse camino en otras actividades que le reportaran mejores beneficios y menores esfuerzos, terminó reconociendo que, de ninguna manera, podía vivir lejos de la pedagogía.

Así, después de montar una empresa y fracasar, José Ignacio volvió a la Secretaría de Educación donde, después de varios exámenes y entrevistas, consiguió un nombramiento. Fue destinado a una escuela rural. Para llegar a ella, caminó algunos kilómetros sometido a la inclemencia del sol sabanero. Una vez allí, encontró que la escuela había estado cerrada varios meses y que él era el primer maestro que pretendía reiniciar labores. Los padres agradecidos por su llegada le ofrecieron una casa cercana para evitarle el agotador viaje diario. Ignacio aceptó encantado.

La escuela funcionaba bajo la modalidad de Escuela Nueva (1). Esto obligó a José Ignacio a ensayar. Tenía un tablero en el que no era muy fácil escribir, además, no todos los alumnos sabían leer, de manera que aprendió a hacer de sus clases un cuento largo. Esta didáctica, pronto empezó a fatigar a algunos; la imaginación del maestro no siempre estaba en estado de chisporrotear historias para ilustrar los conceptos que no podía escribir. Cuando se dió cuenta de que algunos de sus pupilos se iban de sus clases mirando por la ventana hacia la montaña que se cubría y descubría de nubes, entendió que en ellas, las montañas y las nubes, podría estar el reemplazo de la tiza y el complemento de los cuentos.

Al principio sólo se atrevió a hacer las salidas durante una hora de un día a la semana. El entusiasmo que les producía a sus alumnos explicarle el funcionamiento de todo lo que Ignacio desconocía de la vida campesina, lo impulsaron a arriesgarse cada vez más. Al cabo de las semanas, una gran parte de las actividades tenían lugar fuera de la escuela. Gracias a las salidas, Ignacio aprendió a pensar como un campesino, entendió los mensajes de las nubes, del color de las hojas, del sentido del viento. Con estos conocimientos pudo acercarse más a sus alumnos, a su mundo.

Pasaban mucho más tiempo juntos del previsto, hacían juntos muchas más cosas de las establecidas. La cercanía ofreció la posibilidad de acercarse, de tocarse sin otra intención distinta de comunicarse.

Desafortunadamente, el acercamiento con los alumnos y su soltería dieron lugar a habladurías e incluso a retiros de la escuela. Al principio José Ignacio logró manejar el asunto con suficiente dignidad para evitar conflictos mayores, pero la llegada de su compañero de trabajo, un profesor joven e inquieto a quien invitó a compartir la casa que le arrendaron los padres, terminó de agravar la situación.

Una tarde que fue visitado por una madre y algunos de sus alumnos, siguiendo las normas de la cortesía más elemental, los invitó a tomar una taza de agua de panela que él mismo preparó. La madre suspicaz le propuso ocuparse ella misma de una tarea tan femenina y se dedicó a indagar sobre la vida personal del profesor, le parecía raro que viviera con otro hombre, no entendía cuál de ellos cocinaba ni cuál lavaba la ropa. Ignacio intentó explicarle que los dos se ayudaban y se acompañaban. La mujer supo que Ignacio no tenía familia en la ciudad y creyó entender, con malicia, la razón por la cual se había dedicado tanto a los niños. Sin dejar que los niños terminaran el juego en que se habían entretenido, abandonó sorpresivamente la casa.

A los pocos días, Ignacio fue abordado, por un comité de madres espías bañándose al aire libre mientras su compañero le echaba agua caliente encima. Con esta nueva pieza del rompecabezas no tuvieron ya ninguna duda acerca de las inclinaciones de la personalidad del profesor. Así, que sin preámbulos, la defensora de la moral decidió abordarlo con su preocupación.

- Profesor...

- ¡Señora! Ya me visto y nos tomamos una aguadepanela...

- ¿Para qué? - les respondió la mujer mirándolo desafiante y arrastrando hacia afuera a uno de los niños que la acompañaban y pretendía entrar a la casa del profesor, - no vamos a tomar nada.

Ignacio hizo esfuerzos por entender lo que ocurría. La mujer, que avanzaba hacia la puerta de la casa, una vez se plantó en el umbral, se detuvo allí dispuesta al parecer a dejar a Ignacio tiritando envuelto en la delgada toalla rosada.

- Vea profesor, es que nadie quiere que sus hijos se vuelvan raros, que se vayan por el camino que no es, que sigan pidiendo que los toquen, que los consientan. No, profesor. Aquí no queremos que los niños se vuelvan como usted y su amiguito, o sea que deje de acariciarlos en clase y limítese a enseñarles,-el mismo niño, que volvió a intentar introducirse en la casa, fue detenido con brusquedad por la mujer.

Desde ese momento, los alumnos se alejaron del maestro. Uno incluso le pidió que no la rozara, ni siquiera el hombro para llamarle la atención, porque nadie que no fuera de su familia podía tocarlo.

La visita del temible supervisor alertado por los padres de familia acerca de su comportamiento no se hizo esperar. El funcionario le recordó la gravedad del delito de corrupción de menores, le aconsejó que lo que tuviera que hacer, lo hiciera fuera de la escuela, así se evitaban problemas. Los argumentos de Ignacio sonaban ridículos frente a la brutalidad de la autoridad.

Sin saber qué hacer, ni cómo comportarse en su vida cotidiana el profesor empezó a enfermar. Su pulso sufrió graves alteraciones y en la piel le salieron manchas que lo hacían avergonzar aún más.

Aunque sus clases se convirtieron en un monólogo frente al tablero y nunca más volvió a salir al campo, ni a tocar a los alumnos. La opresión de las miradas de sus vecinos, las burlas de los jóvenes y el desdén de los discípulos, lo obligaron a abandonar el lugar donde aprendió con sangre el valor de ser maestro.

Actividad reconocida

Luis Eduardo era rector de la jornada de la tarde de una Unidad de Educación Básica en un barrio del centro de la ciudad. No hacía mucho tiempo estaba desempeñando este cargo, pero lo había buscado tantos años, que lo conocía como si llevara con él toda la vida. Pensaba que los grandes problemas de la educación eran resultado de la mala gestión de sus administradores, poco comprometidos con su trabajo. Luis Eduardo había movido cielo y tierra

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