Las mujeres de la nueva españa en la vida cotidiana.
Miguel GoveaEnsayo26 de Mayo de 2016
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Examen parcial
Historia de género
Miguel Ángel Govea Cepeda
Las Mujeres de la Nueva España en la Vida Cotidiana
En el siguiente trabajo se pretende abordar, de manera somera, la vida cotidiana de las mujeres de la Nueva España, basándome principalmente en textos de Pilar Gonzalvo, doctora experta en temas de la vida cotidiana, sobre todo en cuestiones que tienen que ver con el papel de la mujer en la época novohispana. Si bien no profundizo en el tema, en el texto se podrán observar algunos roles de la mujer que son interesantes mencionar, puesto que la historiografía tradicional pocas veces saca a relucir, tales como el gran número de mujeres cabezas de familia y la participación que tenían en la economía de la Nueva España.
Introducción
En los estudios sobre la vida cotidiana se requiere disponer de un amplio espectro de categorías de análisis que permitan lograr apreciaciones adecuadas de los sujetos y circunstancias objeto de estudios. El ser humano tiene una cotidianidad, la cual, menciona Pilar Gonzalbo, se vive de un modo diferente dependiendo si es niño, adulto o anciano, si es rico o pobre o si pertenece a una mayoría étnica cultural o a una minoría[1].
Las mujeres a lo largo de la historia también fueron participes de esta realidad, también participaron en rutinas colectivas, también disfrutaron de privilegios o fueron víctimas de situaciones de injusticia, las cuales dejaron huella en creencias y costumbres de rebeldía solapada o de satisfacción manifiesta. Las actitudes generadas en largos procesos históricos de dominio y sumisión terminaron por ser asumidas como reacciones de acomodo o resistencia que alguien consideraría espontaneas, pero que corresponden a un largo aprendizaje, simultáneo de aquellas rutinas de convivencia que requieren un entrenamiento desde la infancia[2].
Las Mujeres y Género
En las últimas décadas del siglo XX se produjo un importante avance en los estudios históricos al incorporar los estudios de la mujer como un nuevo paradigma. Las mujeres históricamente habían sido un grupo relegado en la historiografía, si acaso eran presentadas como simples espectadoras pasivas del teatro del mundo, como accesorios o complementos. Gabriela Cano menciona que “Los antecedentes intelectuales de la historia de las mujeres se encuentran tanto en la Escuela de los Anales, que incorporó la vida cotidiana y las mentalidades al campo de interés de la historiografía, como en la historia social marxista, la llamada "historia desde abajo", que reconoció la importancia del protagonismo de la gente común"[3].
Sí las mujeres merecen un estudio especial es porque recibieron un trato diferente del que se destinaba a los hombres, en las leyes, en la economía, en la vida pública y en el hogar. Y es preciso recalcar la vida en el hogar al menos por dos importantes razones: porque durante siglos ha sido el espacio preferente de la vida femenina y porque el hogar, tal como se concibe hoy, es una creación cultural femenina.
Es de llamar la atención que, pese a que la mujer, como madre y esposa, es el centro de todos los estudios sobre la familia, en ellos no se han subrayado los conflictos mujer-familia ni se ha tomado en cuenta su existencia independiente, fuera de las responsabilidades del hogar. Las historiadoras feministas se refieren a la mujer en la política, la economía, el trabajo, la educación, la cultura, el arte y la religión, pero a la vez tienen una marcada aversión a presentar la imagen de la madre, la esposa y el ama de casa hogareña. También con frecuencia se pasa por alto la existencia de un pacto tácito por el que las mujeres renunciaron a su autonomía a cambio de recibir asistencia, cuidados y atenciones que les permitían despreocuparse de muchos agobiantes problemas de la subsistencia.
Pilar Gonzalbo nos menciona que la experiencia femenina aporta a la historia general el matiz particular de su peculiar participación en la historia como mujeres, esta experiencia tiene sentido en relación con los hombres y ambos dependen de un contexto, ya que las relaciones son cambiantes, y son estos cambios, con sus ritmos y su cauces, el objeto de la investigación histórica. De ahí que la relación entre los sexos sólo pueda analizarse y comprenderse como un elemento participante en la organización de la estructura de la sociedad. [4]
“Las tensiones y los afectos, como las formas de apreciación de la realidad, los matices de la sensibilidad y las inclinaciones afectivas, son propiciadas por condiciones sociales y culturales, de modo que los caracteres que en teoría distinguen a hombres y mujeres son un artificio y no resultado de las desigualdades naturales”[5]. A lo largo de los siglos, la concepción biología de los sexos ha servido para justificar la discriminación, al subrayar las diferencias invariables.
Desde las últimas décadas del siglo XX, las historiadoras feministas comenzaron a utilizar la expresión historia de género en sustitución de historia de las mujeres, pues como menciona Marta Lamas, aun cuando ya en 1949 aparece como explicación en El segundo sexo de Simone de Beauvoir, el término género sólo comienza a circular en las ciencias sociales y en el discurso feminista con un significado propio y como una acepción específica durante el último cuarto del siglo XX. No obstante, sólo a fines de los ochenta y comienzos de los noventa el concepto adquiere consistencia y comienza a tener impacto en América Latina. Entonces las intelectuales feministas logran instalar en la academia y las políticas públicas la denominada “perspectiva de género”[6].
Esta categoría analítica surgió para explicar las desigualdades entre hombres y mujeres, poniendo el énfasis en la noción de multiplicidad de identidades. Lo femenino y lo masculino se conforman a partir de una relación mutua, cultural e histórica[7]. En palabras de Robert Stoller, los sistemas de género se entienden como los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anatómico-fisiológica y que dan sentido a las relaciones entre personas sexuadas[8].
Para cualquier intento de hacer historia de género o de las mujeres se requiere asumir el concepto de resistencia cultural que se puede apreciar en las distintas circunstancias de la vida cotidiana, en espacios públicos o privados, en relaciones laborales o familiares, entre distintos grupos sociales y entre diferentes generaciones.
Pilar Gonzalbo menciona que lejos de pretender la uniformidad dentro del sexo, se impone considerar las diferencias derivadas de categorías igualmente importantes como raza y clase social. Existen además otros vínculos importantes como la edad, la cultura, la religión, la familia, la lengua y, según la época a la que se refiere la investigación, responsabilidades laborales, formas de acceso a la propiedad, participación en decisiones familiares y de la comunidad y nivel de autoridad dentro del hogar[9].
El esfuerzo por entender las actitudes femenina a lo largo de la historia y su influencia perceptible en los cambios sociales, se ha manifestado sobre todo en relación con los procesos de larga duración, como la vida familiar, los tratos conyugales, el cuidado de los hijos y la evolución de los conceptos y prácticas relacionados con el amor. Se debe pretender, tal y como Georges Duby y Michelle Perrot en su obra colectiva “El balance provisional”, la búsqueda de comprensión de la relación entre los sexos, lejos de una pretensión de aislar a las mujeres como objeto de estudio[10].
Jules Michelet advierte que la relación entre los sexos es un motor en la historia, pero en esa relación interpretaba que lo femenino se identificaba con la naturaleza y lo masculino con la cultura, muchos antropólogos coincidieron con esa interpretación del sexo basado en la biología, algo que en la actualidad nadie podría sostener. Pilar Gonzalbo menciona que el verdadero reto en hacer historia de las mujeres es descubrir los cambios, así hayan sido lentos y sutiles, que se presentaban dentro del patrón opresión y sumisión que prevaleció por siglos y descubrir la forma en que se produjeron y como incidieron en diferentes grupos y en distintas situaciones[11].
Existe una relación permanente entre los cambios socioeconómicos y la situación de las mujeres. Sometidas siempre a los hombres del hogar, necesitadas de la real o imaginaria protección de un varón, ellas se defendieron y se esforzaron por mejorar su condición y afrontaron las limitaciones propios de las épocas de escasez y de los discursos represivos de la Iglesia que progresivamente pretendió reducir sus libertades a la vez que sacralizaba la vida doméstica y las obligaciones de la maternidad.
El pasado de las mujeres españolas
Antes de pasar a hablar sobre las mujeres novohispanas, es importante mencionar lo que sucedió históricamente en España, pues la herencia cultural que transmitieron a las colonias americanas es evidente y permite entender de mejor manera el comportamiento de la sociedad y, en este preciso caso, de las mujeres de la Nueva España.
Desde la remota prehistoria, las representaciones humanas, ya sea en el arte rupestre antiguo o en los monumentos megalíticos de la España pre romana, se puede observar en la especialización de actividades, una clara indicadora de una diferenciación sexual del trabajo. Desde aquí se puede rastrear como las mujeres estaban encaminadas a desarrollar actividades en el ámbito doméstico, delegándole solamente funciones reproductivas. La España romana se incorporó a la legislación y a las costumbres que imponía el imperio, y más tarde aceptó las normas de los pueblos bárbaros que ocuparon la península. El mundo medieval unificó a los pueblos de la cristiandad en los miedos, las carencias y la resignación ante la penuria que los afectó durante más de 5 siglos.
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