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Leopold GENICOT: EL ESPIRITU DE LA EDAD MEDIA


Enviado por   •  9 de Abril de 2013  •  2.064 Palabras (9 Páginas)  •  872 Visitas

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Leopold GENICOT: EL ESPIRITU DE LA EDAD MEDIA

Si bien el título de esta traducción española no es fiel al original (''Les lignes de faite du Moyen Age''), lo es por el contrario a la tesis central del libro: la Edad Media no es un simple paréntesis entre la Antigüedad y la Edad Moderna, un período amorfo, sin personalidad; posee una entidad que la justifica y la convierte en una fase esencial en la historia europea al menos; esa identidad pasa por lo religioso, por el cristianismo como aglutinante de todos los aspectos de la sociedad, cristianismo dirigido por una institución, el Papado, con pretensiones de universalidad y preeminencia absoluta; así, la Iglesia dotaría a la Edad Media de un ''espíritu'', de un sentido de la vida, que será la inmersión en lo teocéntrico.

Pero la Edad Media no es sólo eso. Es también un final de un mundo que muere (la Antigüedad clásica) y en ella nacen los elementos que, con la Modernidad, se impondrán hasta el presente, de la mano del individualismo, el nacionalismo y el capitalismo. Por ello, al darse conjuntamente los fenómenos característicos propios y aquéllos que corresponden, para su comprensión, a períodos distintos, da la impresión antedicha de confusión, de anárquica diversidad, de desorden. Se trata sólo, sin embargo, de una yuxtaposición que hay que deslindar a efectos de clarificación, aunque por otro lado esa yuxtaposición es vitalmente indiseccionable porque coincide en el tiempo, en el espacio y hasta en la misma dinámica de la sociedad y en la trayectoria de sus individuos más representativos.

La Edad Media recoge sus materiales de la antigüedad, de la que es tributaria sin duda: el mundo clásico (el latín, el cristianismo) y el factor humano, demográfico, derivado de las invasiones de los pueblos germánicos; la síntesis de todo ello (distinta a la que paralelamente se producirá en Bizancio), en un marco territorial en parte nuevo, será la primera consecuencia positiva y original y esa síntesis, a su vez, es el punto de partida, el nacimiento de una nueva civilización, la occidental, cristiana, que entre 1150 y 1300 encontrará su fase de consolidación en tierras francesas o fronterizas con ellas. A partir de la última fecha, la civilización europea irá desprendiéndose poco a poco de su identidad religiosa, la síntesis se va cuarteando, el espíritu humano busca otras direcciones más vinculadas a lo práctico, a lo antropocéntrico, al particularismo. El espíritu de la Edad Media como mínimo perderá su preeminencia, al tiempo que progrese el humanismo y que la misma civilización, con nuevo rumbo, se lance a su expansión universal, planetaria.

Dividida en tres partes, con títulos muy significativos (''El Alba'', ''El Mediodía'', ''El Crepúsculo''), la obra aborda en primer lugar la identificaron de marco geográfico inicial, que ya no es, como el romano, un espacio presidido por el ''Mare Nostrum'' e integrado por la tierras ribereñas y poco más, sino un espacio continental, europeo, separado del sur por la invasión musulmana (siglo VIII) y del Este por la persistencia del Imperio de Constantinopla. Por fuerza, pues, Occidente será la cuna de este Medievo. Pero, en principio, parecía que todo estaba en su contra: era aún el Mediodía geográfico el centro de la cultura, y el este, Bizancio, todavía se creía llamado - Justiniano - a rehacer en su integridad el antiguo Imperio. Occidente se debatía en luchas derivadas de la plasticidad de las instituciones, de la inexistencia del Estado como tal, de la extrema dependencia hacia lo heredado del mundo germánico (relaciones personales, derecho consuetudinario) y del mundo clásico (supervivencia casi milagrosa de un poso cultural en el arte y en la literatura). Sin embargo, la Iglesia, el Papado, será un factor dinámico que permitirá no sólo contrarrestar las tendencias disgregadoras en su ámbito, sino integrar con éxito a sucesivos pueblos que iban repitiendo la escalada invasora desde las llanuras orientales o desde el norte. Esa prioridad temporal en la acción unificadora realizada por el cristianismo reportará a éste y a sus agentes un prestigio y una superioridad que desborda los escasos recursos y la pobreza de objetivos de los poderes temporales.

Estos, no obstante, alcanzan su primera manifestación de renovación, de ''renacimiento'', con la dinastía carolingia (siglos VIII-IX), en estrecha alianza con el Papa. Fue tal la identificación entre una y otro que la primera tomará el relevo en la labor evangelizadora (que no siempre fue suave, pero sí eficaz) integrando en la cristiandad a los pueblos más allá del Rin (sajones, suevos, bávaros). Carlomagno, su más egregio representante, unirá a tal objetivo el de convertir su Imperio en receptor de la ''Elite'' intelectual de su tiempo: su corte de Aquisgrán reúne a una verdadera multinacional de sabios británicos, españoles, italianos y francos, así como algunos bizantinos; es una primera tentativa, sin continuidad lineal, de síntesis de la Antigüedad en el molde del cristianismo, más allá del Rin, donde la Romanidad nunca se había consolidado. El emperador, un ''ungido'', por tanto, una especie de sacerdote, es reconocido por el mismo Papa como el eje de esa cristiandad que va desde allende los Pirineos a Polonia, desde el sur de Italia a Inglaterra, Dinamarca y el Elba.

Esa precoz síntesis política no dura. El feudalismo, la pobreza, las malas comunicaciones y nuevos ataques desde el exterior lo impiden.

Otra vez queda la Iglesia sola como elemento aglutinador; el mundo más occidental bastante tiene con precaverse de los asaltos de los normandos; en cambio, en las marcas orientales otros invasores, esta vez los húngaros, obligan a una reacción, primero defensiva, luego ofensiva, y como consecuencia de ello, será allí, en la antigua Austrasia y su prolongación oriental, en Germania, donde se producirá la aparición de un nuevo poder político fuerte que herede los objetivos del viejo imperio carolingio. Nos acercamos al Mediodía de esa nueva civilización; los Otones, luego los emperadores salios, retoman la iniciativa unificadora. De nuevo la antigua frontera deviene corazón del siguiente momento histórico. Pero el fracaso se repite. En esta ocasión no se trata sólo de factores de descomposición interna (tendencias centrífugas, feudales, de los duques germanos o afirmación del espíritu de libertad ''burguesa''

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