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Los Dientes De Belgrano


Enviado por   •  29 de Octubre de 2013  •  789 Palabras (4 Páginas)  •  288 Visitas

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. LOS DIENTES DEL PRÓCER

"Es lo mejor que tenemos en la Patria”, escribió el gobierno de Buenos Aires un San Martín indignado, luego de recibir órdenes para que se reportase para ser juzgado por la derrota de Ayohúma. Porque don José siempre tuvo una gran estima por Belgrano.

Por quien, hallándose en su campamento de Santa Rosa, recibió un chasque que le anunciaba que la junta de Mayo lo había elevado al rango de Brigadier, grado recientemente creado. “Esto me puso en la mayor consternación, así porque nunca pensé en trabajar por interés en distinciones, como porque preví la multitud de enemigos que debía acarrearme, así que contesté a mis amigos que sentía más el titulo de Brigadier, que si me hubieran dado una puña¬lada", fue la reacción de don Manuel.

Es que la Junta había otorgado las tres primeras jerar¬quías a integrantes de la misma. Belgrano detestaba la inmoralidad.

También tenía sentido del humor: cierta vez el general realista Pío Tristán, arrogante, cuando aún no había sido vapuleado en la batalla de Tucumán, le envió una misiva que cerraba debajo de su firma con grandes letras: "Campa¬mento del Ejército Grande, Septiembre 15 de 1812". El jefe del ejército patriota le respondió, mordaz, poniendo debajo de su firma: "Cuartel General del Ejército Chico, Septiem¬bre 17 de 1812".

Tanto mérito y tanta virtud no bastaron para ganarle el reconocimiento de sus contemporáneos. Todo lo contra¬rio. Desde 'Tucumán, enfermo ya de muerte, donde sólo recibió "escarnio e ingratitud" como él mismo lo pusiese en una carta a su amigo Redead, emprendió una fatigosa mar¬cha hacia Buenos Aires en busca de algún apoyo que le permitiera sobrellevar la miseria en que transcurrieron sus últimos años. A pesar de la gruesa suma que el Estado le adeudaba por sus sueldos impagos. Al pasar por Santiago del Estero, el entonces coronel Dorrego, quien no le perdo¬naba que San Martín lo hubiese sancionado por su culpa, hizo pasear por el centro de la ciudad y ante los ojos de don Manuel a un opa pueblerino disfrazado de Brigadier y gri¬tando frases hirientes.

No fue ésa la única injuria sufrida por aquel hombre que apenas podía caminar por la hidropesía aguda y la debilidad progresiva. En Córdoba, cuyo gobernador, su ex subalterno Bustos, le denegó ayuda económica igual que sus colegas de las otras provincias que atravesó en su calvario, don Manuel y su fiel ayudante Helguera se detu¬vieron en una posta. Convocaron entonces al encargado para solicitarle algo.

Dígale usted al general Belgrano que si quiere ha¬blar conmigo venga a mi cuarto que hay igual distancia -fue la réplica insolente.

Eran aquellas épocas de turbulentos enfrentamientos fratricidas, de los que el vencedor de Salta y Tucumán no supo o no pudo permanecer ajeno, cuando era más difícil que nunca diferenciar lo noble de lo abyecto, el patriotismo de la ambición.

Quien había donado los veinte mil pesos que le corres¬pondieron por su comandancia del Ejército del Norte, para la construcción de cuatro escuelas en zonas pobres de nues tro norte, debió conformarse con los avaros trescientos pe¬sos que el gobernador de Buenos Aires, Idelfonso Ramos Mejía, le hiciera llegar a través de uno de sus edecanes. Don Manuel le agradeció con asombrosa magnanimidad: "Doy a V. S. las gracias, bien persuadido de que el estado de las rentas no le permite usar de la generosidad que me manifiesta, sin que merezca tanto favor".

Luego vendría la muerte, en soledad y olvido, tanto que un solo periódico de Buenos Aires (El Despertador Filan¬trópico) se hizo eco de la misma, y mezquinamente.

Pero no terminaron allí las afrentas. Ochenta y tres años después podía leerse en el matutino La Prensa a raíz de la exhumación de sus restos para ser trasladados al mausoleo donde hoy yacen, en la iglesia de Santo Domingo: "Llama la atención que el escribano del Gobierno de la Nación no haya precisado en este documento los huesos que fueron encontrados en el sepulcro; pero no es ésta la mayor irregularidad que he podido observar en este acto. Entre los restos del glorioso Be1grano que no habían sido trans¬formados en polvo por la acción del tiempo, se encontraron varios dientes en buen estado de conservación y ¡admírese el público! ¡esos despojos sagrados se los repartieron buena, criollamente, el ministro del Interior y el ministro de Gue¬rra! (...) Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación y que el escribano labre un acta con el detalle que todos deseamos y que debe tener todo documento histórico..."

El escándalo fue tal que los susodichos ministros, el doctor Joaquín V. González y el coronel Ricchieri, tuvieron que devolver los dientes del prócer.

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