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Los Hijos De Sanchez

IngridA.Lopez21 de Noviembre de 2011

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Introducción

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Oscar Lewis

Este libro trata de una familia pobre de la ciudad de México: Jesús

Sánchez, el padre, de cincuenta años de edad, y sus cuatro hijos: Manuel, de treinta y dos años; Roberto, de veintinueve; Consuelo, de veintisiete; y Marta, de veinticinco. Me propongo ofrecer al lector una visión desde adentro de la vida familiar, y de lo que significa crecer en un

hogar de una sola habitación, en uno de los barrios bajos ubicados en el

centro de una gran ciudad latinoamericana que atraviesa por un proceso

de rápido cambio social y económico.

En el siglo XIX, cuando las ciencias sociales todavía estaban en su infancia, el trabajo de registrar los efectos del proceso de la industrialización y la urbanización sobre la vida personal y familiar quedó a cargo

de novelistas, dramaturgos, periodistas y reformadores sociales. En la

actualidad, un proceso similar de cambio cultural tiene lugar entre los

pueblos de los países menos desarrollados, pero no encontramos ninguna efusión comparable de una literatura universal que nos ayudaría a

mejorar nuestra comprensión del proceso y de la gente. Y, sin embargo,

la necesidad de tal comprensión nunca ha sido más urgente, ahora que

los países menos desarrollados se han convertido en una fuerza principal en el escenario mundial.

En el caso de las nuevas naciones africanas que surgen de una tradición

tribal y cultural no literaria, la escasez de una gran literatura nativa sobre la clase baja no es sorprendente. En México y en otros países latinoamericanos donde ha existido una clase media de la cual surgen la

mayor parte de los escritores, esta clase ha sido muy reducida. Además,

la naturaleza jerárquica de la sociedad mexicana ha inhibido cualquier

comunicación profunda a través de las líneas de clase. Otro factor más

en el caso de México ha sido la preocupación, tanto de escritores como

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Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez, Octava edición, Editorial Joaquín Mortiz, S. A., 1965.

México, págs. XII-XXXV. Introducción

de antropólogos, con su problema indígena, en detrimento de los habitantes pobres de las ciudades.

Esta situación presenta una oportunidad única para las ciencias sociales

y particularmente para la antropología de salvar la brecha y desarrollar

una literatura propia. Los sociólogos, que han sido los primeros en estudiar los barrios bajos urbanos, ahora concentran su atención en los suburbios, pero descuidando relativamente a los pobres. En la actualidad,

aun la mayor parte de los novelistas están tan ocupados sondeando el

alma de la clase media que han perdido el contacto con los problemas

de la pobreza y con las realidades de un mundo que cambia. Como ha

dicho recientemente C. P. Snow: “A veces temo que la gente de los paí-

ses ricos haya olvidado a tal punto lo que quiere decir ser pobre que ya

no podemos sentir o conversar con los menos afortunados. Debemos

aprender a hacerlo”.

Son los antropólogos, tradicionalmente los voceros de los pueblos primitivos en los rincones remotos del mundo, quienes cada vez más dedican sus energías a las grandes masas campesinas y urbanas de los paí-

ses menos desarrollados. Estas masas son todavía desesperadamente

pobres a pesar del progreso social y económico del mundo en el siglo

pasado. Más de mil millones de personas en setenta y cinco naciones de

Asia, África, América Latina y Cercano Oriente tienen un ingreso promedio por persona de menos de 200 dólares anuales, en comparación

con los más de 2 000, que privan en los Estados Unidos. El antropólogo

que estudia el modo de vida en estos países ha llegado a ser, en efecto,

el estudiante y el vocero de lo que llamo cultura de la pobreza.

Para los que piensan que los pobres no tienen cultura, el concepto de

una cultura de la pobreza puede parecer una contradicción. Ello parecería dar a la pobreza una cierta dignidad y una cierta posición. Mi intención no es ésa. En el uso antropológico el término cultura supone, esencialmente, un patrón de vida que pasa de generación en generación. Al

aplicar este concepto de cultura a la comprensión de la pobreza, quiero

atraer la atención hacia el hecho de que la pobreza en las naciones modernas no es sólo un estado de privación económica, de desorgani-

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zación, o de ausencia de algo. Es también algo positivo en el sentido de

que tiene una estructura, una disposición razonada y mecanismos de

defensa sin los cuales los pobres difícilmente podrían seguir adelante.

En resumen, es un sistema de vida, notablemente estable y persistente,

que ha pasado de generación a generación a lo largo de líneas familiares. La cultura de la pobreza tiene sus modalidades propias y consecuencias distintivas de orden social y psicológico para sus miembros.

Es un factor dinámico que afecta la participación en la cultura nacional

más amplia y se convierte en una subcultura por sí misma.

La cultura de la pobreza, tal como se define aquí, no incluye a los pueblos primitivos cuyo retraso es el resultado de su aislamiento y de una

tecnología no desarrollada, y cuya sociedad en su mayor parte no está

estratificada en clases. Tales pueblos tienen una cultura relativamente

integrada, satisfactoria y autosuficiente. Tampoco la cultura de la pobreza es sinónimo de clase trabajadora, proletariado o campesinado,

conglomerados que varían mucho en cuanto a situación económica en

el mundo. En los Estados Unidos, por ejemplo, la clase trabajadora vive

como una élite en comparación con las clases trabajadoras de los países

menos desarrollados. La cultura de la pobreza sólo tendría aplicación a

la gente que está en el fondo mismo de la escala socioeconómica, los

trabajadores más pobres, los campesinos más pobres, los cultivadores

de plantaciones y esa gran masa heterogénea de pequeños artesanos y

comerciantes a los que por lo general se alude como el lumpen-proletariado.

La cultura o subcultura de la pobreza nace en una diversidad de contextos históricos. Es más común que se desarrolle cuando un sistema social estratificado y económico atraviesa por un proceso de desintegración o de sustitución por otro, como en el caso de la transición del

feudalismo al capitalismo o en el transcurso de la revolución industrial.

A veces resulta de la conquista imperial en la cual los conquistados son

mantenidos en una situación servil que puede prolongarse a lo largo de

muchas generaciones. También puede ocurrir en el proceso de destribalización, tal como el que ahora tiene lugar en África, donde, por ejemplo, los migrantes tribales a las ciudades desarrollan “culturas de patio”

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notablemente similares a las vecindades de la ciudad de México.

Tendemos a considerar tal situación de los barrios bajos como fases de

transición o temporales de un cambio cultural drástico. Pero éste no es

necesariamente el caso, porque la cultura de la pobreza con frecuencia

es una situación persistente aun en sistemas sociales estables. Ciertamente, en México ha sido un fenómeno más o menos permanente desde

la conquista española de 1519, cuando comenzó el proceso de destribalización y se inició el movimiento de los campesinos hacia las

ciudades. Sólo han cambiado las dimensiones, la ubicación y la composición de los barrios bajos. Sospecho que en muchos otros países se han

estado operando procesos similares.

Me parece que la cultura de la pobreza tiene algunas características universales que trascienden las diferencias regionales, rurales-urbanas y

hasta nacionales. En mi anterior libro, Antropología de la pobreza

(Fondo de Cultura Económica, 1961), sugerí que existían notables

semejanzas en la estructura familiar, en las relaciones interpersonales,

en las orientaciones temporales, en los sistemas de valores, en los

patrones de gasto y en el sentido de comunidad en las colonias de la

clase media en Londres, Glasgow, París, Harlem y en la ciudad de

México. Aunque éste no es el lugar de hacer un análisis comparativo

extenso de la cultura de la pobreza, me gustaría elaborar algunos de

estos rasgos y otros más, a fin de presentar un modelo conceptual provisional de esta cultura, basado principalmente en mis materiales mexicanos.

En México la cultura de la pobreza incluye por lo menos la tercera parte, ubicada en la parte más baja de la escala, de la población rural y

urbana. Esta población se caracteriza por una tasa de mortalidad relativamente más alta, una expectativa de vida menor, una proporción

mayor de individuos en los grupos de edad más jóvenes y, debido al

trabajo infantil y femenil, por una proporción más alta en la fuerza

trabajadora. Algunos de esos índices son más altos en las colonias

pobres o en las secciones pobres de la ciudad de México que en la

parte rural del país considerado en su conjunto.

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La cultura de

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