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Los Normandos, soldados de la Iglesia.


Enviado por   •  16 de Julio de 2016  •  Tesinas  •  3.061 Palabras (13 Páginas)  •  272 Visitas

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Los Normandos, de saqueadores de abadías a soldados de Cristo

  En un lapso de sólo 50 años, en la segunda mitad del siglo XI, los normandos conquistan Inglaterra, extienden sus dominios por el Sur de Italia y Sicilia; juegan un rol fundamental en la Primera Cruzada y establecen un reino cristiano en Antioquía. Pocos pueblos han experimentado tan rápida expansión de poder en tan breve lapso. Parafraseando a Churchill podríamos decir que nunca tan pocos habían conquistado tanto en tan poco tiempo.

   Es interesante preguntarse qué convirtió a los descendientes de bandas de piratas y saqueadores en poderosos señores del mundo medieval. Más allá del afán de aventuras y riqueza económica que movía a los normandos, tuvo que haber existido una motivación trascendente que los movió a lograr tal hazaña militar y cultural.

   El historiador David Douglas, plantea que esta expansión se explica por la presencia de un excepcional grupo de líderes entre los que destacan Guillermo el Conquistador, Robert Guiscard; Roger de Sicilia y Bohemundo de Tarento. ¿Pero esta tesis es suficiente para explicar la fuerza del impulso normando? Si sólo hubiese habido capacidad militar y ansia de botín las conquistas se habrían desvanecido rápidamente por luchas internas y la amenaza de potencias militares vecinas. Tampoco habría producido la brillante expresión cultural normanda, sus catedrales, monasterios y centros de difusión intelectual.

 Revisemos brevemente su historia y cómo se gesta su transformación.

 

Los vikingos, piratas y saqueadores de abadías.

    El ataque y saqueo al monasterio de Lindisfarne, situado en las costas del norte de Gran Bretaña, en el año 793 es el primer registro de saqueos de vikingos a la iglesia. Los monasterios eran sin duda, objetivos preferenciales de los ataques, por la pasividad de los monjes y la abundancia de objetos de valor, cálices de oro y plata y relicarios de santos.

   Durante esta época era típica la siguiente oración

A furare normannorum libera nos Domine (De la furia de los hombres del norte líbranos, Señor)

   Después del 820 se hacen frecuentes las invasiones vikingas en las costas francesas. Remontan con sus barcos el Sena y Rouen es atacada en varias ocasiones. En el 845 saquean por primera vez Paris. Estos ataques se repiten en las décadas siguientes.

   Una crónica de la época, “Inventio et miracula sancti Vulvrafeni” registra las incursiones vikingas en el norte de Francia:

‘Como  resultado vergonzoso de la perversidad humana, los daneses fueron expulsados de sus distantes hogares y vagaron con la crueldad de los piratas a través del mar, arrasando con la espada y el fuego la orilla del océano. En particular, ellos atacaron aquellas regiones a ambos lados del gran río Sena y establecieron sus cuarteles principales en la metrópoli más famosa, Rouen’

   En un acta de Carlos III fechada el 22 de Febrero de 906 autoriza el traslado del cuerpo de San Marcouf y de los monjes de su monasterio en los siguientes términos:

 ‘Carlos, por la clemencia de Dios, rey…permite que los hombres de fe sepan que considerando los intensos y reiterados ataques de los paganos… se traslade el cuerpo de San Marcouf junto con los monjes que han sido expulsados  de sus dominios por esta pestilencia..’

   Este testimonio manifiesta no solo el asedio constante de los vikingos hacia la Iglesia sino también la debilidad del rey que reacciona trasladando a los monjes en vez de procurar los medios para recuperar el monasterio y garantizar su defensa.

    Los registros son claros en reflejar este primer contacto entre la Iglesia y los vikingos. Las abadías y monasterios son para los hombres del norte  la presa que hay que despojar.

La formación del condado de Normandía, una relación pragmática con la iglesia

   Según Elizabeth van Houts después de la muerte de Carlomagno en el 814, prácticamente cada rey carolingio negoció con los líderes vikingos que asolaron sus costas. Les pagaron un tributo o les ofrecieron tierras para evitar el saqueo. A cambio los vikingos prometieron marcharse o quedarse para defender la tierra cedida. Se les entregaron dominios en Frisia, en Nantes y en la isla de Oissel en el Sena. Estos enclaves fueron siempre transitorios, más bien puestos de comercio e intercambio y no hubo una inmigración relevante de vikingos, ni asimilación con la población local.

   Siguiendo esta política, en el tratado de Saint-Clair-sur-Epte, en el 911, el rey Carlos III de Francia (el Simple) le cede el condado de Rouen  al jefe vikingo Rollo o Rollón. A cambio, éste cesa sus ataques al rey y le hace un juramento de vasallaje prometiéndole proteger las tierras de las invasiones de otros pueblos vikingos y convertirse a la fe católica.

  Es un tratado eminentemente pragmático en que el rey, reconociendo su debilidad, le entrega  un territorio difícil de defender y en el cual ya existían importantes asentamientos de colonos vikingos desde mediados del siglo IX. Probablemente Carlos III esperaba que el asentamiento vikingo tuviera una presencia pasajera, tal como había sucedido anteriormente en otras zonas del reino. Pero Rollo actuó astutamente.  En vez de saquear la zona, como lo habían hecho sus antepasados, se  ganó el apoyo de la aristocracia y del clero de Rouen comprometiéndose a defender el territorio y, en señal de alianza y compromiso, se casó con una noble franca, Popa de Bayeux. Se dio cuenta que a largo plazo era mejor negocio gobernar y recibir rentas de un territorio, que saquearlo.

  Rollo desde un principio comprende el poder de la Iglesia. Es su garante de la cesión y su embajadora ante el rey. Debe haber pensado que “Normandía bien valía una misa” y se hizo bautizar en la catedral de Rouen en el 912 con el nombre cristiano de Duque Roberto.

    La relación pragmática con la Iglesia queda perfectamente retratada en los últimos días de Rollo. El cronista Adhemar de Chabannes registró que sintiendo éste próxima su muerte, circa 932, habría ordenado decapitar a un centenar de prisioneros cristianos en honor de los dioses que antes había venerado y posteriormente donó cien libras de oro  a la Iglesia para honrar al Dios  del que se había bautizado.

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