Luis XIV
jashaminEnsayo15 de Febrero de 2014
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Luis XIV, llamado el Rey Sol; Saint-Germaine-en-Laye, Francia, 1638 - Versalles, id., 1715) Rey de Francia (1643-1715). Primogénito de Luis XIII y Ana de Austria, quien influyó decisivamente en su carácter y fue, al parecer, la responsable de su mediocre instrucción («Ni siquiera le enseñaron a leer y escribir correctamente», afirmaba el duque de Saint-Simon en sus memorias), subió al trono cuando tenía cinco años y durante su infancia reinó bajo la tutela de su madre y el gobierno de Mazarino.
El reinado de este monarca, conocido como el «rey Sol» por la brillantez de su corte, marcó uno de los momentos culminantes de la historia francesa, tanto desde el punto de vista político como cultural. Fue el máximo representante del absolutismo monárquico, que resumió en la frase «el Estado soy yo»
Minoría de edad
A la muerte de su padre, Luis XIII (1643), Luis se convirtió en rey con cinco años, bajo la regencia de su madre, Ana de Austria, y su valido el cardenal Mazarino. El joven soberano creció solitario y descuidado por su madre, que le inculcó una religiosidad formalista e intransigente. En 1648, los nobles y el Parlamento de París se aliaron contra el poder de Mazarino (guerra de la Fronda), obligando a la familia real a llevar una existencia errante, que forjó el carácter del monarca y su determinación de imponer su autoridad sobre las demás fuerzas del reino.
La victoria de Mazarino sobre los rebeldes (1653) permitió al ministro pacificar el país y construir un formidable aparato estatal que luego emplearía su pupilo, al que también inculcó el gusto por las artes y la ceremonia. En 1654, Luis XIV fue consagrado en Reims, y pronto asumió sus deberes militares en la fase final de la guerra contra España <entrada en Dunkerque, 1658). Siguiendo las directrices de Mazarino, la paz con España se selló en los Pirineos (1659) mediante el matrimonio de Luis XIV con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV.
Primera etapa de gobierno
A la muerte de Mazarino (1661), Luis XIV sorprendió a la corte con su decisión de ejercer personalmente el poder. Su concepto de una monarquía de derecho divino (expuesta por Bossuet en su Política sacada de la Sagrada Escritura, 1679) le convertía en un auténtico lugarteniente de Dios en la Tierra, y en encarnación viva de todo el reino. Dueño de un poder absoluto, su persona y su voluntad adquirían un carácter sagrado e inviolable. Imbuido de estas ideas, se esforzó por controlar todas las actividades de gobierno, desde la regulación de la etiqueta cortesana hasta las reformas económicas o las disputas teológicas. Para estas tareas se rodeó de un grupo de eficaces ministros y colaboradores (Le Tellier, Colbert, Vauban, Bossuet, Louvois, etc.), elegidos preferentemente entre la burguesía, y, por tanto, más dóciles a sus deseos que los levantiscos nobles.
Su primera preocupación fue someter a su autoridad a los demás poderes del reino: los estados generales (parlamentos) no fueron convocados en sus 54 años de gobierno efectivo, mientras las asambleas locales eran suprimidas o privadas de competencias. Reformó la administración, auxiliado por Colbert y Le Tellier, centralizando el gobierno por medio de un Consejo y varias secretarías de Estado (Guerra, Asuntos Exteriores, Casa del Rey, Asuntos Religiosos), y las finanzas a través de un Consejo Real. La administración territorial se confió a intendentes sometidos a un estrecho control por a monarquía.
La nobleza, fuente de constantes rebeliones en los decenios precedentes, fue excluida de los órganos de gobierno, aunque se le reconocieron privilegios sociales y fiscales para contentarla. Pero el paso más importante en su «domesticación» fue atraerla a la corte. Los aristócratas acudieron al entorno real en busca de pensiones y honores, y se alejaron cada vez más de sus bases locales de poder. Los tremendos gastos de la brillante vida cortesana impuesta por el rey mermaron el poder económico de los nobles, que acabaron dependiendo del favor real para mantener su nivel de vida, lo que aseguró su docilidad.
La protección a las artes que ejerció el soberano fue otra faceta de su acción política. Los escritores Moliére y Racine, el músico Lully o el pintor Rigaud ensalzaron su gloria, como también las obras de arquitectos y escultores. El nuevo y fastuoso palacio de Versalles, obra de Le Vau, Le Brun y Le Notre, fue la culminación de esa política. Al trasladar allí la corte (1682), se alejó de la insalubridad y las intrigas de París, y pudo controlar mejor a la nobleza. Versalles fue el escenario perfecto para el despliegue de pompa y para la sacralizacián del soberano.
EL ABSOLUTISMO EN EUROPA: Al iniciarse el siglo XVIII, el sistema político predominante en Europa era el absolutismo monárquico, resultado del fortalecimiento del poder real iniciado desde finales de la Baja Edad Media. Este sistema se sustentaba esencialmente en la nobleza, que continuaba siendo el grupo dominante, propietario de la mayoría de las tierras y detentador de cargos y privilegios. La burguesía, a pesar de su enriquecimiento, carecía de influencia política y permanecía marginada de los círculos de poder. A finales del siglo XVII se produjeron en Holanda y en Inglaterra una serie de transformaciones políticas que comenzaron a limitar el poder de la monarquía y a abrir camino al parlamentarismo.
La frase “El Estado soy yo”, proclamada por el monarca francés Luis XIV resume muy bien el régimen político en el que una persona, el soberano, ejerce el poder con carácter absoluto, sin límites jurídicos ni de ninguna otra naturaleza.
En su inicio, el Absolutismo se concibió como la negación del régimen feudal. Esto, porque las teorías medievales del derecho divino suponían el poder dividido, por voluntad de Dios, en dos grandes brazos: espiritual y temporal. La Iglesia, encabezada por el pontífice de Roma, se reservaba la potestad sobre los asuntos espirituales; mientras que el poder temporal era ejercido por otras instituciones, encabezadas por el rey o el emperador.
Durante el siglo XVI, en Francia se produjeron violentas guerras civiles, en las que los nobles se levantaron contra el rey, y los católicos y hugonotes (que seguían la doctrina protestante de Calvino) se disputaron el poder. De esta manera, Francia pareció quedar aplastada por el gran poder de Carlos V, emperador del Sacro Imperio, y luego de Felipe II, rey de España.
Bajo el rey Enrique IV se inició el resurgimiento de Francia. El gobernante restableció el orden y la ley mediante la dictación del Edicto de Nantes (1598), que terminó con la guerra entre protestantes y católicos en Francia. El catolicismo fue reconocido como religión oficial de la monarquía, pero los hugonotes fueron autorizados para ejercer libremente su culto y mantener sus propias fuerzas armadas en ciertas ciudades.
A la muerte de Enrique IV, quien murió asesinado por un fanático religioso llamado Francisco Ravaillac, su obra fue continuada por el cardenal Richelieu. Esto, debido a que el hijo de Enrique IV, Luis XIII, solo tenía nueve años de edad y debió ser reemplazado por su madre María de Médicis, que actuó como regenta. Como Richelieu era el hombre de confianza de la reina madre, pronto llegó a ser el ministro director, cargo que ocupó por dieciocho años.
La obra que Richelieu se propuso llevar a cabo fue resumida por él mismo con estas palabras: “Arruinar al partido hugonote, que compartía el Estado con el Rey; humillar el orgullo de los grandes, y reducir todos los súbditos a sus deberes, elevando el nombre del Rey en las naciones extranjeras al puesto que debe ocupar”. Los tres puntos de su programa, es decir, la ruina del partido protestante, la humillación y sumisión de la nobleza y el restablecimiento del poder exterior de Francia, fueron sucesivamente realizados.
Los protestantes franceses, que habían conservado su organización política y militar, formaron una especie de Estado dentro de otro Estado. Esta situación fue combatida por Richelieu, quien, decidido a destruir cualquier obstáculo que se interpusiera al poder real, resolvió terminar con la organización protestante. Para conseguir esto, bloqueó la plaza del puerto de La Rochelle, centro de operación de los hugonotes. Por la parte de tierra rodeó la ciudad con un atrincheramiento de doce kilómetros, y por el mar, mandó a construir un dique de piedra de mil quinientos metros, cuyo fin era impedir la entrada de cualquier ayuda por parte de los ingleses. Debido al hambre generada por la escasez de alimentos, a los protestantes no les quedó más alternativa que rendirse. Esta sumisión fue aprovechada por Richelieu para publicar la Gracia o Paz de Alais (1629), que les quitaba todos los privilegios gracias a los cuales habían podido formar un partido político, contar con plazas de seguridad y celebrar asambleas generales. A cambio les garantizó la libertad de culto y la igualdad absoluta con los católicos.
** El origen del absolutismo Los orígenes del absolutismo tienen lugar en Francia, donde se desarrolló la teoría del derecho divino del poder real. Esta postura supone que ciertas personas han sido elegidas por Dios para ejercer el gobierno absoluto es un sistema de gobierno en el cual el poder
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