Memorias De Un Mexicano
danysereno2 de Septiembre de 2014
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José Alvarado. Escritor. Este texto es parte del libro Escritos, que apareció en la colección Archivos del FCI.
No hay todavía un solo libro que haya logrado presentar la vida mexicana en los últimos cincuenta años. Ninguno de los autores que han intentado la tarea lo ha conseguido. No hay, tampoco, ni una obra de conjunto sobre la Revolución Mexicana que presente este hecho histórico en sus cabales dimensiones.
Pero ya existe una película donde las imágenes mexicanas de este medio siglo aparecer con toda su vivacidad, su grandeza dramática y su sentido y, donde, además, se muestran con toda claridad los episodios de esos años de transición entre la dictadura y la época revolucionaria.
Se trata de Memorias de un mexicano, recientemente producida por Carmen Toscano y a cuya exhibición privada asistieron, para salir haciendo grandes elogios de ella, igual José Vasconcelos que Vicente Lombardo Toledano, lo mismo Luis Cabrera que Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros que Salvador Azuela, Leopoldo Méndez que Antonio Acevedo Escobedo, José Revueltas que el general Urquizo.
El pueblo, personaje Unico
¿Quién es el personaje de Memorias de un mexicano? El mejor de todos los personajes posibles, ese que suele escapar a muchos novelistas e historiadores, ese que se fuga a veces de algunos pinceles: el pueblo de este país.
La muerte, el júbilo, el llanto y la esperanza de los mexicanos; la desolación, el galope de los caballos, la cursilería y tumulto: todo aquello que cada uno de nosotros encuentra dentro al contemplarse, allí está, brillante, luctuoso o melódico, siempre con su exacta dimensión, en la película admirable de Carmen Toscano.
No queda bien la palabra película a la obra de Carmen; parece corta y reducida. En rigor, Memorias de un mexicano es un gran fresco animado de la última media centuria de nuestra vida, apenas comparable al trabajo que Diego Rivera ha ejecutado en sus muros más ilustres. Allí los grandes sombreros de copa del porfirismo, las condecoraciones del Dictador, las crinolinas de Carmelita, el texano de Pascual Orozco, la cara de Madero, el bombín de don Venustiano, la gorra de Obregón, la pistola de Pancho Villa, los anteojos siniestros de Victoriano Huerta, el gran sombrero de palma de Emiliano Zapata; cada cosa, en fin, es una seña que alude a nuestro impulso, a nuestra nostalgia o a nuestra decisión contra el desencanto. Como en las grandes obras de la cinematografía, no sólo tienen vida los hombres sino también los objetos.
Y lo que es más difícil: tiene vida el tiempo: ese tiempo durante el cual la capital de México pasa del tezontle al cemento después de un intermedio de mármol.
La mejor pelIcula mexicana
Algunas de las escenas, tomadas en la realidad misma hace más de treinta años por el ingeniero Salvador Toscano, tienen una belleza plástica, un acierto de fotografía que nadie podría sospechar; la música de la obra, formada con las melodías de cada una de las épocas integradas en una síntesis admirable por Jorge Pérez, no encuentra fácilmente ponderación, como difícilmente la encuentra la estructura de las secuencias realizada por Toyo Bustos.
Y el aspecto literario de la obra, ejecutado con gran talento, notable lealtad y fino sentido histórico por la misma Carmen Toscano, es, sencillamente, digno del mayor de los elogios.
Pero Memorias de un mexicano no es, sólo, una película para aquellos que de lejos o cerca vivimos algunos de los años de la Revolución. No. Es -y ahí está uno de sus grandes méritos- una obra para la nueva generación de mexicanos, un testimonio que los jóvenes deben conocer. Después de verla, uno se pregunta:
¿Hay, acaso, una mejor entre las películas mexicanas?
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