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Ontologia Del Mexicano

vervatov8 de Mayo de 2014

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Ontología del mexicano

El doctor Samuel Ramos dedica un apartado de su libro sobre El perfil del hombre y la cultura en México a un "Psicoanálisis del mexicano" (pp. 69-98). En este ensayo se dice:

Ya otros han hablado antes del sentido de inferioridad de nuestra raza pero nadie, que sepamos, se ha valido sistemáticamente de esta idea para explicar nuestro carácter. Lo que por primera vez se intenta en este ensayo, es el aprovechamiento metódico de esta vieja observación, aplicando rigurosamente las teorías psicológicas de Adler al caso mexicano. Debe suponerse la existencia de un complejo de inferioridad en todos los individuos que manifiestan una exagerada preocupación por afirmar su personalidad; que se interesan vivamente por todas las cosas o situaciones que significan poder, y que tienen un afán inmoderado de predominar, de ser en todo los primeros. Afirma Adler que el sentimiento de inferioridad aparece en el niño al darse cuenta de lo insignificante de su fuerza, en comparación con la de sus padres. AI nacer México, se encontró en el mundo civilizado en la misma relación del niño frente a sus mayores. Se presentaba en la historia cuando ya imperaba una civilización madura que sólo a medias puede comprender un espíritu infantil. De esta situación desventajosa nace eI sentimiento de inferioridad que se agravó con la conquista, el mestizaje y hasta por la magnitud desproporcionada de la naturaleza" (pp. 73-74).

En una sesión del Centro de Estudios Filosóficos celebrada el año pasado, propusimos al maestro Ramos sustituir la expresión de inferioridad aplicada al mexicano por la de insuficiencia. En el caso de la conquista, argumentábamos, pudiera muy bien tratarse de una relación de inferioridad semejante a la de padres e hijos, como dice el doctor Ramos, pero en el caso de la Independencia, la relación con el europeo, no era, ya de padre a hijo sino de maestro a discípulo. Se enfrentaban entonces dos "Ilustraciones" entre las cuales se daba una diferencia de suficiencia a insuficiencia, pero no ya de superioridad a inferioridad. Propusimos también entonces un análisis fenomenológico que deslindara muy precisamente inferioridad de insuficiencia. La inferioridad es una de las modalidades de la insuficiencia, pero no es la única. ¿Cómo se pasa de una insuficiencia constitucional u ontológica a una inferioridad? Responder a esta cuestión es precisamente dar cuenta de lo que el maestro Ramos ha llamado el complejo de inferioridad del mexicano.

Y en primer lugar ¿en que sentido hemos de entender ontológicamente que el mexicano es insuficiente? Según el doctor Ramos el complejo de inferioridad ha de servir para explicar sistemáticamente "nuestro carácter". Pero ¿cual es nuestro carácter?

El mexicano es caracterológicamente un sentimental. En esta índole humana se componen o entremezclan una fuerte emotividad, la inactividad y la disposición a rumiar interiormente todos los acontecimientos de la vida. La vida mexicana esta impregnada por el carácter sentimental y puede decirse que la tónica de esa vida la da justamente el juego de la emotividad, la inactividad y la rumiación interior infatigable.

La emotividad es una especie de fragilidad interior; el mexicano se siente débil por dentro, frágil. Ha aprendido desde la infancia que su fuero interno es vulnerable y hendible, de aquí todas estas técnicas de preservación y protección que el mexicano se construye en su entorno para impedir que los impactos del mundo Ie alcancen y hieran. De aquí también su delicadeza, las formas finas de su trato, el evitar las brusquedades, las expresiones groseras. Pero también esa constante preocupación por escurrir, por pasar inadvertido y la consecuente impresión que desde fuera da el mexicano de evadirse y escabullirse, de no darse a notar. Finalmente esa sensación, tan incomoda a veces, de ocultamiento de la propia persona, de recato, que colinda casi con el disimulo y la hipocresía y que no es en verdad mas que la convicción de la incurable fragilidad.

La fragilidad es la cualidad del ser amenazado siempre por la nada, por la caída en el no ser. La emotividad del mexicano expresa o simboliza psicológicamente su condición ontológica. Quien vive amagado por la destrucción se siente frágil y destruible y tiende a la protección si valora la vida o se expone a la aniquilación si en un arranque de decisión ha elegido la nada y la vacuidad. De ahí ese desprecio tan característico por la vida humana, y la constante asechanza de la muerte en que vive el mexicano. La vida mexicana es muelle y delicada porque el proyecto fundamental de proteger el ser frágil impulsa a la conformación del mundo circundante como sistema practicable de canales amortiguadores, elásticos, "algodonosos". Pero junto con estos cauces de materias protectivas, una zona vasta de brutales aristas esta también ahí como amenaza. El contraste entre la brutalidad y la delicadeza es tan mexicano como el mexicano mismo. La vida de México ofrece al emotivo complicadas estructuras de preservación, especies de altares barrocos en que se han esculpido mil retorcidas figuras entre las cuales hay que deslizarse hábilmente para no ser abatido por lo grosero y brutal.

La inactividad es la tara del carácter sentimental. Las resistencias que se oponen alas realizaciones del mexicano no Ie impulsan a crecer y a arrasar los obstáculos sino que lo repliegan y ensimisman. Es la desgana en todas sus formas. El desconectarse de los quehaceres, el dejarlo todo para "mañana". Estar desganado es aparentemente estar aburrido y nunca faltan caracterizaciones de la desgana como aburrimiento.

Cuando enseñorea la desgana la realidad humana parece, des de afuera, estar entregada al hastió, pero una inspección mas honda disipa la aparente identidad y nos deja ver elementos que no pertenecen ya al hastió puro y simple. En la desgana el animo se colora de cierta repulsión por las cosas, de una callada abominación por todo cuanto nos rodea.1 El hombre desganado no deja de ver en el mundo una estructura con sentido, no se Ie aparece como en la nausea, una copia de cosas insignificantes y gratuitas, sino un proceso significativo que pide su colaboración, su decisión, su actividad, que pide ser llevado a la plenitud del sentido por un plus de determinación. La desgana hace su aparición cuando la vida muelle y elástica obliga sin embargo a una decisión. Nos desganamos para no decidir. En este sentido es indiferencia ante las cosas, que podría pasar por contemplación si no se entremezclara el obscuro sentimiento de una irresponsabilidad consentida. No decidir es decidir ser irresponsable. El ser pues se patentiza como un repertorio de significaciones que nos envuelve y adhiere, pero a la vez como estructura de "suplicantes" cuyas lamentaciones tienen justamente el sentido de no ser escuchadas. La desgana es pues indiferencia ante una suplica, dureza si se quiere a la espontánea u originaria voz de las cosas o de los otros. Cuando estamos desganados el mundo nos lanza mensajes que alcanzan a un destinatario desatento. Y no es por causar un daño a sabiendas que se desatienden las llamadas sino porque no nos da la gana prestarles cuidado, porque decidirnos no movernos, permanecer en la inactividad; como cuando decidimos dejar que suene un teléfono sin acudir a descolgar el auricular. AI desganado Ie falta precisamente una voluntad de dar sentido, se siente poseedor de una dotación de significaciones, pero no alarga la mano, retiene el impulso centrífugo de la atribución de sentido.

La desgana hallase en las antípodas de la generosidad. Es esta en efecto una decidida elección de colaboración, una voluntad de simpatizar, de entrar en contacto auxiliador con las cosas, con la historia, con los movimientos sociales, de sumar o sintetizar la capacidad de determinación teleológica que emana de la libertad con la causalidad que arrastra alas cosas, con el curso dialéctico de un mundo que se endereza hacia una meta pero que sin ese plus de determinación puede degradarse o minimizarse en inadecuadas componendas. Si la historia entraña una esencial indeterminación y la libertad puede forzarla a pasar a un grado menor de indeterminación y mayor de precisión y univocidad entonces no injertar ese agregado de probabilidad, rehusarse a hacer historia en lo que a esa hechura nos concierne, es falta de generosidad, de gusto por la abundancia que se desborda y ello es justamente la desgana.

En la desgana hay un asco por el sentido de las cosas, por las significaciones ahí presentes. Cuando se dice de algo que da asco no se quiere significar que desaprobemos la contingencia del ser, su empecinada carencia de todo sentido o trascendencia, sino que un sentido indeterminado que llama a mi colaboración me encadena a una tarea que como plus de determinación solo puede llevar a un grado mas de abyección. La desgana es precisamente el asco que nos sobrecoge cuando nuestra acción presentimos que va a contribuir ala consolidación de un sentido abyecto de las cosas. Toda acción es entonces valorada en el horizonte de una contribución ala podredumbre. De ahí que la desgana surja por el solo hecho de ser mexicano. Es un intento de arrancarse a esa contingencia, de desenraizarse de esa facticidad, de hacerle asco.

Desgana por no ser otro, por no ser otra la historia, por no ser otras las costumbres, que prepara la elección del otro como salvador o complejo de inferioridad. De ahí ese afán de ver las casas como el extranjero, de justificarse por los otros.2 De ahí el "pochismo", el "malinchismo", el "europeismo", el "indigenismo". De la desgana, sentimiento

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