POLÍTICA Y ECONOMÍA EN LAS REFORMAS BORBÓNICAS COMO CAUSANTES DE LAS REVOLUCIONES INDEPENDENTISTAS EN EL RIO DE LA PLATA.
anibalbarca1980Apuntes16 de Octubre de 2016
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2016 | |
PROF: SERGIO COSTA RAÚL MOLINA. |
HISTORIA AMERICANA I – PROFESORADO DE HISTORIA. |
POLÍTICA Y ECONOMÍA EN LAS REFORMAS BORBÓNICAS COMO CAUSANTES DE LAS REVOLUCIONES INDEPENDENTISTAS EN EL RIO DE LA PLATA. |
POLÍTICA Y ECONOMÍA EN LAS REFORMAS BORBÓNICAS COMO CAUSANTES DE LAS REVOLUCIONES INDEPENDENTISTAS EN EL RIO DE LA PLATA.
INTRODUCCIÓN:
En el trabajo que nos ocupa a continuación, se pretende analizar las causas que dieron a las revoluciones de Hispanoamérica, más concretamente a las acaecidas en el virreinato del Rio de la Plata, teniendo como elemento transversal, las reformas borbónicas en lo referente al comercio, la economía y la administración del imperio colonial español desde Felipe V hasta las guerras napoleónicas.
Las causas que llevaron a la independencia de las colonias españolas fueron múltiples y divergentes, aun así, indudablemente estuvieron en perpetua conexión. Las reformas borbónicas se dieron en consecuencia a la crisis política, institucional y económica sufrida en el siglo XVII que tuvieron como colofón la ausencia de sucesión dinástica de los Habsburgo y que conllevaron la guerra de sucesión que acabó por otorgar a la casa de los borbones el trono de la corona española. No obstante, estas reformas, dadas en un contexto político en Europa que veía como la superpotencia militar del siglo XVI, había quedado relegada a una mera sombra de su pasado y, teniendo como fin la inclusión de esta desgastada nación a un escenario internacional en el que hacía tiempo que había perdido el protagonismo, provocaron inconscientemente la deslegitimación de un poder colonial que no podía hacer frente a las demandas de los territorios a su alcance y que concatenaron las vicisitudes que acabarían por provocar la chispa que encendería las revoluciones del siglo XIX.
Es por ello que el análisis aquí expuesto, se centrará sobre todo en las relaciones comerciales que España detentó para con sus colonias y que devino, a su vez, de las circunscriptas propuestas políticas que no atendían a las necesidades que de la metrópoli se esperaban. Además de las aspiraciones independentistas que las colonias empezaban a manifestar, al tenerse con la capacidad suficiente, de poder ser dueñas de su propio sino, sin rendir cuenta alguna a ningún gobierno que pretendiese la tutela de un protagonismo internacional para el que se veían sobradamente capacitas.
LAS REFORMAS ADMINISTRATIVAS DEL IMPERIO COLONIAL Y PENINSULAR.
Después de la guerra ocasionada en Europa a raíz de la muerte de Carlos II “el hechizado” sin haber dejado descendencia, y con la nueva dinastía borbónica con Felipe V como nuevo monarca, nieto de Luis XIV, España tomó una organización política eminentemente absolutista que había ido perdiendo la dinastía Habsburgo durante el siglo XVII. La amenaza de una guerra civil y una invasión extranjera, permitió a los consejeros franceses sentar las bases de un estado absolutista con notable rapidez. Las distintas insurrecciones de las provincias españolas, provocó que los privilegios de regiones como Cataluña y Valencia perdieran sus privilegios, a excepción de Navarra y las Vascongadas. Esto conllevó que toda España estuviera en igual medida sujeta a las mismas leyes y tributaciones y, lo que era igualmente importante, que la aristocracia, al igual que ocurría en la corte de Luis XIV, fuera excluida de los cargos de altos consejos del Estado[1].
Benjamín Keene, embajador inglés, retrato la situación española como un país desorganizado en sus finanzas, con un ejército en unas condiciones lamentables y una armada aun peor si cabe. La subida al trono de Fernando VI marcó el abandono de la ambición dinástica en favor de una política de paz exterior y atrincheramiento interior. Solo con la llegada de Carlos III dispuso España de un monarca comprometido con las reformas que se llevarían a cabo. Con este monarca España vivió una cierta prosperidad tanto en la península como en las colonias, y por un breve espacio de tiempo España volvió a ser considerada una potencia europea.
Fue sobre todo la élite ministerial la que llevó a cabo una reforma administrativa importante. Esta élite administrativa, estaba compuesta en su mayoría por comunes, y en raras excepciones, como el Conde de Aranda, los aristócratas disponían de cierta posibilidad de ocupar estos cargos ministeriales. Los borbones concedían, por lo general, títulos de importancia a todos los que fuesen funcionales a su administración gubernamental, lo que acarreó que se crease una nobleza funcionarial. Estos títulos que daban en calidad de recompensa y con el fin de afianzar la lealtad de aquellos que ocupaban estos cargos.
Aunque se tiende a pensar que la ilustración española tenía similitudes con la europea, lo cierto es que la clara decadencia del imperio, la distancia que otras naciones europeas tomaban con respecto a España y el recuerdo de la antigua gloria del imperio, hizo que esta ilustración no buscase soluciones más allá de la corona, teniendo a ésta siempre como eje central de toda estructura administrativa sin poner en entre dicho los fundamentos que la sostenían. Por ello, el estado absolutista fue el instrumento fundamental de la reforma. En consecuencia, resultaban profundamente sospechosos los privilegios provinciales o los intereses corporativos. Tanto es así que la figura del monarca se asentó bajo el halo del origen divino de forma patente en todo el despotismo ilustrado español.
Si la aristocracia fue desdeñada de los puestos relevantes en el gobierno, la Iglesia fue también duramente atacada, hasta el punto de ceder a la corana los derechos de nombramiento de todos los beneficios sacerdotales de España. En 1767 se expulsó del territorio español a la orden jesuita, principal bastión de la contra reforma y defensora a ultranza del papado. En general se consideraba a las órdenes religiosas más como una carga para la sociedad que como fortalezas espirituales.
Para la élite ministerial, la principal preocupación residía en la cuestión económica. El cómo se podría lograr que España volviese a recobrar su prosperidad económica supuso la aprobación de leyes proteccionistas, al igual que hiciera Inglaterra y Francia para protegerse de la exportación holandesa, que procuraran una mejora en las actividades comerciales de España. La construcción de canales y caminos para mejorar el comercio y la producción nacional fueron prioridades para la administración gubernamental, intentando así librarse de la dependencia de las manufacturas del norte de Europa.
El fracaso de la nueva dinastía para solucionar los problemas económicos de España ha suscitado infinidad de debates; no obstante, el éxito incuestionable radicó en la creación de un estado absolutista, burocrático y abocado al engrandecimiento territorial. España llegó a tener una crecida en los ingresos públicos y en la creación de una armada considerable con la que buscar el engrandecimiento de los dominios tan deseados por Felipe V. Pero donde sí se pudo ver el éxito de estas reformas fue, una vez perdidos los territorios europeos por la paz de Utrecht, fue en las colonias. Este éxito se tradujo sobre todo a la hora de salvaguardar las fronteras de su vasto imperio en américa y en la explotación de los recursos, lo que le supuso, mantenerse incluido en el concierto de potencias europeas. Este renacimiento del poder durante el reinado de Carlos III fue la consecuencia de las del florecimiento comercial con las Indias y del aumento de las rentas que el mismo producía.
Este interés en la fuerza militar produjo frutos sustanciosos. En 1776 una expedición de 8.500 hombres atravesó el Río de la Plata, recobró Sacramento por tercera y última vez y expulsó a los portugueses de toda la Provincia Oriental, victoria ratificada por el tratado de San Ildefonso (1778). Del mismo modo, en Centroamérica se recobró el fuerte de Omoa y se eliminaron por fin los asentamientos ingleses en la costa de los Mosquitos. Por la misma época se efectuaron expediciones en Nueva España para asegurar la posesión efectiva de las provincias norteñas de Sonora, Texas y California. En esta decisión de afianzar las fronteras de su imperio americano desplegó la monarquía borbónica, por fin, una operación expansionista propia de una verdadera potencia colonial[2].
Por lo demás, en Buenos Aires fue la milicia la que rechazó con éxito las invasiones inglesas de 1806-1807. Además, la existencia de la milicia facilitaba al estado colonial sanciones armadas contra los disturbios populares. Igualmente importante era el hecho de que la distribución de cargos militares y privilegios legales se consideraba un medio definitivo para despertar la lealtad de la élite criolla.
La monarquía reivindicó su poder sobre la Iglesia de forma dramática cuando, en 1767, Carlos III siguió el ejemplo de Portugal y decretó la expulsión de todos los jesuitas de sus dominios. Era una medida que avisaba a la Iglesia de la necesidad de obediencia absoluta, dado que los jesuitas eran conocidos por su independencia de la autoridad episcopal, su intolerancia acerca del pago de diezmos eclesiásticos, su devoción al papado, su extraordinaria riqueza y su habilidad a la hora de litigar contra la burocracia real. En Paraguay habían establecido un virtual estado dentro del estado, al gobernar a más de 96.000 indios guaraníes, protegidos por su propia milicia armada. Por otra parte, en Sonora y las provincias amazónicas de Quito, la orden dirigía una serie de centros misioneros. Del mismo modo era importante que, en todas las ciudades principales del imperio, los colegios jesuitas educaban a la élite criolla. Además, a diferencia de otras órdenes religiosas, mantenían una relativa armonía entre sus miembros americanos y europeos. En general, los jesuitas ejercían una influencia tremenda en la sociedad colonial, influencia apoyada en la riqueza resultante de la gestión de cadenas de haciendas en cada provincia principal. Cuando Carlos III, atendiendo a sus ministros jansenistas, decretó la expulsión, la lealtad de sus súbditos coloniales se conmocionó, a medida que se embarcaban para Italia más de mil jesuitas americanos, la flor y nata de la élite criolla.
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