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Piezas Del Complot


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2011  •  1.336 Palabras (6 Páginas)  •  508 Visitas

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Piezas del complot

Mediante un narrador protagonista que cuenta la historia en tercera persona deslizándose constantemente hacia la primera para monologar, Filiberto García, ni héroe ni antihéroe, tácitamente nos dice en El complot mongol: soy un tipo a quien la Revolución despojó de todo, salvo de una pequeña herencia paterna guardada oportunamente en Estados Unidos. Una de mis aficiones ha llegado a ser la escritura de novelas policiacas, como la que ustedes tienen en sus manos. Se trata en realidad de mi propia vida. Perdonarán que la cuente así, pero es un recurso narrativo para marcar la diferencia entre los hechos y lo que pienso o conjeturo acerca de ellos. Sin embargo, siempre soy yo el que habla. Ténganlo presente. El cambio de persona obedece a necesidades propias de la anécdota, no es un recurso artificioso.

García es un hombre solo cuya única posesión son unos muebles casi sin usar, un automóvil, un dinerito ahorrado, ¡ah! y un edificio de departamentos, en uno de los cuales vive. Siempre con un pinche en la boca, se describe como un tipo absolutamente inexpresivo, salvo sus ojos verdes, razón por la cual causa espanto en la gente. Su oficio —nunca aprendió a hacer otra cosa— es matar. No le gustan los chistes. Tampoco cree en las leyes de los licenciaditos que vinieron a sustituir a los generales revolucionarios, pues están hechas para los pendejos, y para ser violadas por quienes tienen el poder, de la política, del dinero o de un arma.

Proveniente de una época donde para actuar se necesitaban güevos, no títulos universitarios, Filiberto se siente ajeno pero adaptado, a pesar de todo, al nuevo estado de cosas. Para él, los que se dedican a la filosofía —y en general a cultivar la intelligentzia— son putos de bigotito que se aclaman existencialistas, les gusta el arte figurativo y deploran los calendarios de la Casa Galas. Los políticos, por su parte, van por el mundo como redentores, fingiendo tener conciencia ética, mientras él efectivamente la tiene, y la practica en lo cercano, sin grandes vocaciones, digamos, holísticas. Ellos visten su discurso con eufemismos, no se manchan las manos con trabajos sucios, aunque eso sí, llaman leales a quienes los realizan.

García, claro está, no es un santón, también concibe ideas nefastas, pero a diferencia de aquéllos termina haciendo lo correcto casi siempre, de acuerdo con las circunstancias, tratando de actuar con la mayor verdad posible. Sus pensamientos —que son sus deseos— van a contrapelo de su honestidad, como si pensara lo peor únicamente para afianzarse en lo mejor. Mientras, sólo le resta obedecer órdenes de sus jefes, en tanto no se trate de una burla o de una traición, porque a él no le gusta hacerla de muertito. Su vida es primero, la honestidad después y la dignidad viene en tercer término.

Filiberto va por el mundo dudando, y también filosofando, pues es un hombre de pocas palabras pero de muchas pinches reflexiones. Su consigna existencial, sobrentendida, es: "hacen como que mandan, hago como que obedezco". Así se la ha ido llevando durante toda su vida, hasta que un día, sesentón ya, se enamora muy a su pesar, mientras cumple la misión de descubrir un supuesto complot internacional para matar al presidente de Estados Unidos en su visita a México. La interfecta, la enamorante es una china de veinticinco años llamada Martita, mujer que el destino le ha vendido en baratillo al buen García. Esta chale se encuentra en México ilegalmente, con pasaporte apócrifo, situación de la cual se ha valido el oportunista Liu, vendedor de baratijas orientales en el barrio chino, para chantajearla y tenerla como su segunda consorte.

A Filiberto García le ha sido encomendada la tarea de descubrir el complot urdido contra el presidente gringo. Para ello debe cooperar con un agente del fbi y otro de la Secreta rusa. Sin embargo, ésta no es sino la fachada que oculta las verdaderas intenciones: un tal licenciado Del Valle aspira

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