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Recensión: El Holocausto

koki064422 de Junio de 2014

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César Vidal

Recensión: El Holocausto

A propósito de la shoá

Por Mario Noya

César Vidal no sólo saca tiempo para escribir todos los libros[1], también para revisar los que ya ha escrito. Tal es el caso de El Holocausto (Alianza de Bolsillo), que dio a la imprenta por vez primera en 1995 y que ahora vuelve a poner, ampliado, a disposición del público.

En el prólogo a esta nueva edición declara que se vio impulsado a componerlo (ayer) y recomponerlo (hoy) tras constatar el desconocimiento generalizado que sobre el Holocausto –la Shoá[2], según la denominación preferida por los judíos- mostraba y muestra la sociedad española, así como por “la insoportable –e intolerable- frivolidad con que políticos, periodistas y gente de a pie utiliza términos como ‘genocidio’, ‘exterminio’ o ‘nazismo’, sin percatarse quizá de que el igualar posturas y conductas no pocas veces reprobables con el Holocausto tan sólo contribuye a minimizar e incluso a trivializar una tragedia humana cuyas características son realmente muy específicas” (p. 8).

Ha olvidado nuestro autor mencionar a los ejecutores voluntarios de semejante ceremonia de la confusión. Nos referimos, claro está, a los antisemitas que disfrazan su fobia, que tan mala prensa tiene, con otra que no la tiene tanto (ni siquiera un poco, por mejor decir): el antisionismo, e intoxican el debate público aseverando que Israel está haciendo con los palestinos lo mismo que los nazis hicieron con los judíos.

La obra, por lo demás, se divide en tres partes: Antes de la guerra (1933-1939), Blitzkrieg (1939-1941) y La “Solución Final”, complementadas con una conclusión (¿Por qué tuvo lugar el Holocausto?) y unos apéndices con abundante –e imprescindible- documentación.

César Vidal comienza su estudio remontándose no a 1933, el año del ascenso de Adolf Hitler al poder, sino a la Biblia, donde ya es posible rastrear la negra sombra del antisemitismo. Así, en el relato del Éxodo podemos encontrar una serie de medidas judeófobas que han acompañado, como si de una plaga eterna se tratase, al pueblo de David a lo largo de su milenaria historia: confinamientos, disposiciones encaminadas a reducir su número o convertirlos en parias, asignación de trabajos impopulares, etcétera.

Del antisemitismo egipcio pasa Vidal a dar cuenta del ejercido durante la Antigüedad Clásica, caracterizado bien por el desprecio que sentían gentes como Cicerón o Marcial por aquel pueblo incomprensiblemente monoteísta, bien por la aplicación de medidas que buscaban su asimilación forzosa. Entre éstas encontramos las debidas a Antíoco IV -“heredero iluminado del helenismo de Alejandro”-, que llegó a proscribir, so pena de muerte, el mero hecho de ser judío.

La siguiente etapa del camino nos sitúa frente al antisemitismo de cariz religioso, del que se han servido tanto los católicos como los protestantes (estos últimos en menor medida, sostiene Vidal) y los musulmanes. Así, sabemos que la persecución contra los israelitas arreció cuando la Cruz y la Espada decidieron unir sus destinos (s.IV d.C); que “junto a la condena ideológica vendrá la caracterización, falsa y maligna, de lo que se considera prototipo judaico”[3]; que Lutero reclamó para los judíos alemanes la misma medicina que se aplicó a los sefardíes en 1492[4]; que el califa Omar fue el primero en obligar a los hebreos a llevar ropas distintivas... y que en el mundo musulmán todavía hoy se utilizan los hadiths [sentencias y tradiciones] de Mahoma como soporte de la judeofobia rampante en aquellas tierras[5].

La Ilustración y el reguero de revoluciones que desató en Europa tampoco se vieron libres del virus que nos preocupa, como ilustran los escritos de Voltaire y las razzias perpetradas en tiempos de la Revolución Francesa. Por seguir con el Hexágono, no dejaremos de mencionar el tristemente célebre affaire Dreyfus, que tuvo lugar en una época de relativa calma social.

Sobre este poso histórico surgirá, en el Ochocientos, el “antisemitismo científico”, una vuelta de tuerca que pretende dejar al judío sin escapatoria posible, pues el prejuicio se asentará en su pretendida inferioridad natural, racial, científica con respecto a los demás seres humanos, y no en cuestiones de índole cultural o religiosa, que pudieran solventarse mediante la asimilación o la conversión.

Así, y siguiendo una línea que arranca con el conde Gobineau[6], pasa por Wagner[7], Nietzsche[8], Stewart Houston-Chamberlain[9] –incluso Darwin[10]- y continúa con el arianismo teosófico de Édouard Drumont[11], Jacques de Biez[12], Madame Blavatsky[13], Georg Lanz von Liebenfels[14] y Guido von List[15], acabamos dando con la Weltanschauung que rigió la acción política de Adolf Hitler, plasmada ya en su obra fundamental: Mi Lucha, donde encontramos –enumera sucintamente Vidal- “conceptos como los de la superioridad de la raza aria, el carácter perverso de los judíos, el proyecto de privarlos de su ciudadanía, las leyes eugenésicas, la necesidad de una nueva guerra mundial, el sometimiento de las razas inferiores e incluso el uso del gas para acabar con los judíos” (p. 27).

Éstos apenas representaban el 1% de la población en la Alemania de los años 30. Eran, en la inmensa mayoría de los casos, gentes de clase media, asimiladas por completo y desvinculadas de organizaciones específicamente hebraicas “o, aún menos, sionistas” (p. 30). Para muchos, esta ideología era “un asunto meramente austriaco”, apunta Vidal, haciéndose eco de las afirmaciones de Víktor Klemperer[16].

Pese a ello, o precisamente por ello, Hitler no les concedió un momento de paz. Así, el mismo día en que alcanzó el poder pronunció un discurso donde vaticinó el desencadenamiento de una nueva guerra mundial; una guerra que concluiría con “la aniquilación de la raza judía en Europa” (p. 31).

Las cifras, tan frías y abstractas como pavorosas, no dejan lugar a dudas: el Asesino –así, a secas y en mayúscula- estuvo a punto de conseguir su objetivo.

PAÍS POBLACIÓN JUDÍA VÍCTIMAS (mín.-máx.)

Polonia 3.350.000 2.550.000-3.000.000

URSS 4.700.000 2.200.000-2.200.000

Lituania 155.000 135.000 (máx.)

Letonia 95.000 85.000 (máx.)

Estonia - 4.000 (máx.)

Checoslovaquia 360.000 233.000-300.000

Alemania 240.000 160.000-200.000

Austria 60.000 40.000 (máx.)

Italia 75.000 8.500-20.000

Bulgaria 50.000 7.000 (máx.)

Rumania 850.000 300.000-425.000

Hungría 403.000 180.000-200.000

Francia 300.000 60.000-140.000

Holanda 150.000 104.000-120.000

Bélgica 100.000 25.000-40.000

Luxemburgo - 3.000

Noruega - 700-1.000

Dinamarca - 100 (mín.)

Grecia 75.000 57.000-60.000

Yugoslavia 75.000 55.000-65.000

TOTAL 11.050.000 5.936.300-7.045.000

¿Por qué tuvo lugar el Holocausto?, se pregunta, a modo de conclusión, César Vidal. A continuación aporta seis razones, luego de advertir que no ha tenido en cuenta “aquellos aspectos que no pueden ser delimitados en categorías históricas” (p. 165). Veámoslas.

1) “(...) la existencia de una ideología que, de manera evidente para aquellos que estuvieran dispuestos a verlo, propugnaba el exterminio físico y total de los judíos”[17].

Como hemos visto, los judíos alemanes no se enfrentaron con tal evidencia hasta que fue demasiado tarde. ¿Por qué? Porque se consideraban tan alemanes como el resto de sus compatriotas, a despecho de lo que postularan los judeófobos. Y porque ya habían sufrido los embates del antisemitismo en multitud de ocasiones, al igual que los demás hebreos de Europa –especialmente los polacos, los rusos, los lituanos y los rumanos.

El carácter recurrente de las persecuciones les hizo desarrollar un cierto nivel de tolerancia[18] a las mismas, adoptar el “ya escampará” como principio de supervivencia. Pero el antisemitismo nazi no tenía intención alguna de ser accidental, episódico, popular, circunstancial; de hecho, renegaba del antisemitismo tradicional por esas mismas razones[19]. Volveremos más tarde sobre este asunto.

De manera que llovía sobre mojado, para los judíos y para el resto de los europeos. Y los nazis jugaron esa baza a fondo. Los tiempos, además, eran especialmente propicios:

“(...) no pocos fueron los que padecieron no tanto de ingenuidad como de insensibilidad ante los males del Estado totalitario. Que así fuera no resulta extraño. El triunfo del golpe bolchevique de octubre de 1917 –y previamente el marxismo- habían acostumbrado a sectores importantes de la opinión pública a considerar aceptable la eliminación de sectores concretos de la sociedad. Ni su señalamiento como enemigos del pueblo (una expresión típicamente leninista), ni su reducción a la condición de parias, ni siquiera su reclusión en campos de concentración fueron innovaciones de Hitler. Lenin venía desempeñando el denominado por él ‘terror de masas’ desde 1918, y sus seguidores lo considerarían legítimo, justificado e indispensable durante las décadas siguientes y, desde luego, en los años treinta del siglo XX”[20].

2) Con todo, Vidal estima que Hitler y sus verdugos voluntarios –por utilizar la expresión de Daniel Jonah Goldhagen- no hubieran podido poner en práctica la Solución Final si no hubiera mediado la Segunda Guerra Mundial, tan anhelada por el Führer:

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