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Teorias Sexuales Infantiles

juliethmelo4 de Marzo de 2013

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TEORÍAS SEXUALES INFANTILES 1908

LOS materiales del presente estudio proceden de diversas fuentes. En primer lugar de la observación inmediata de las manifestaciones y actividades infantiles; en segundo, de los recuerdos infantiles conscientes, comunicados por individuos neuróticos adultos, durante el tratamiento psicoanalítico, y, por último, de la traducción a lo consciente de los recuerdos inconscientes de tales individuos neuróticos y de las deducciones y conclusiones resultantes de sus análisis.

El hecho de que la primera de tales fuentes no haya proporcionado ya por sí sola, todo el material interesante depende de la conducta generalmente observada por los adultos con respecto a la vida sexual infantil. Pretendiendo que el niño no desarrolla actividad sexual alguna, se omite realizar una labor de observación en este sentido, y, por otro lado, se coartan apresuradamente todas aquellas manifestaciones infantiles que pudieran ser signos de tal actividad y, como tales, merecedoras de atención y estudio. Así, pues, las ocasiones de utilizar esta fuente, la más pura y generosa de todas, son limitadísimas. Con respecto al material precedente de las manifestaciones espontáneas de individuos adultos sobre sus recuerdos infantiles conscientes, podrá objetarse, a lo más, la posibilidad de una alteración de tales recuerdos al ser evocados en el análisis; pero, aparte de esto, habrá de tenerse en cuenta, al valorarlo, que los sujetos correspondientes han enfermado, ulteriormente, de neurosis. Por último, el material extraído de la tercera de las fuentes citadas será objeto de todos aquellos ataques que se acostumbra dirigir contra las garantías de la investigación psicoanalítica y la seguridad de las conclusiones de ellas deducidas. Por nuestra parte, sólo aduciremos aquí que el conocimiento y la práctica de la técnica psicoanalítica procuran en plazo brevísimo una amplia confianza con sus resultados. Con referencia a los que integran este trabajo, puedo garantizar haber procedido en su deducción con máximo cuidado.

Otra cuestión harto difícil de decidir es la de hasta qué punto debe presuponerse en todo sujeto infantil, sin excepción alguna, lo que aquí nos proponemos exponer sobre los niños en general. El influjo de la educación y la distinta intensidad del instinto sexual han de dar, seguramente, origen a grandes oscilaciones individuales en la conducta sexual infantil, determinando, especialmente, la emergencia más o menos temprana del interés sexual. Por esta causa no he articulado mi exposición conforme a épocas infantiles sucesivas, prefiriendo presentar reunido todo aquello que la vida infantil nos ofrece en épocas más o menos tempranas, según el sujeto. Desde luego, tengo la convicción de que ningún niño -o por lo menos, ningún niño de inteligencia completa o superior- llega a la pubertad sin que los problemas sexuales hayan ocupado ya su pensamiento en los años anteriores a la misma.

No me parece grandemente atendible la alegación de que los neuróticos constituyen una clase especial de individuos, caracterizados por una disposición degenerativa, de cuya vida infantil no es lícito deducir conclusiones sobre la infancia en general. Los neuróticos son hombres como los demás, sin que sea posible diferenciarlos con precisión de los normales, ni distinguirlos en su infancia de los que luego se conservan sanos. Uno de los más valiosos resultados de nuestras investigaciones psicoanalíticas ha sido el de comprobar que las neurosis no poseen un contenido psíquico peculiar y exclusivo suyo, pudiéndose afirmar así, según expresión de C. G. Jung, que los neuróticos enferman a consecuencia de aquellos mismos complejos con los cuales luchan los sanos. La diferencia está en que los sanos saben dominar tales complejos sin sufrir graves daños, prácticamente comprobables, mientras que el nervioso no consigue dominarlos sino al precio de costosos productos sustitutivos, cuya emergencia equivale prácticamente al fracaso de la labor desarrollada para alcanzar tal dominio. Las diferencias entre nerviosos y normales son mucho menores en la infancia, por lo cual no podemos considerar como un error de método el aprovechamiento de los recuerdos infantiles de los neuróticos, para deducir por ellos, por analogía, conclusiones sobre la infancia normal. Además, como los individuos ulteriormente neuróticos suelen traer consigo al mundo en su constitución, un instinto sexual muy intenso, que tiende a madurar y manifestarse prematuramente, sus recuerdos de la niñez nos permitirán aprehender gran parte de la actividad sexual infantil, con una claridad y una precisión mucho mayores de las que nos es posible obtener aplicando directamente a otros niños nuestras facultades de observación, nada penetrantes de por sí. De todos modos, el valor verdadero de este material procedente de las manifestaciones de individuos neuróticos adultos no podrá ser fijado hasta que se recojan también los recuerdos infantiles de los adultos normales, labor que ya hubo de iniciar Havelock Ellis.

A causa de las desfavorables circunstancias que presiden este género de investigaciones, nuestro presente trabajo se refiere casi exclusivamente al desarrollo sexual en los individuos masculinos. Pero el valor de una colección como la que aquí intentamos presentar puede no ser meramente descriptivo. El conocimiento de las teorías sexuales infantiles, tal y como el pensamiento infantil las conforma, puede ser interesante en más de un sentido, y así resulta serlo también, sorprendentemente, para la interpretación de los sueños y fábulas de la antigüedad. Mas, para lo que se demuestra indispensable es para la concepción de las neurosis mismas, en las cuales conserven aún todo su valor tales teorías infantiles y ejercen una influencia determinante sobre la estructura de los síntomas.

Si nos fuera posible renunciar a nuestra envoltura corporal, y una vez convertidos así en seres sólo pensamiento, procedentes, por ejemplo, de otro planeta, observar con mirada nueva y exenta de todo prejuicio las cosas terrenas, lo que más extrañaríamos sería, quizá, la existencia de dos sexos que, siendo tan semejantes, evidencian, no obstante, su diversidad con signos manifiestos. Mas, no parece que los niños tomen también este hecho fundamental como punto de partida de sus investigaciones sobre los problemas sexuales. Conociendo desde el principio de su vida un padre y una madre, aceptan su existencia como una realidad que no precisa de investigación alguna. Idéntica conducta sigue el niño con respecto a una hermanita de la que no le separen sino uno o dos años. La curiosidad sexual de los niños no se despierta expontáneamente a consecuencia de una necesidad congénita de casualidad, sino bajo el aguijón de los instintos egoístas en ellos dominantes, cuando al cumplir, por ejemplo, los dos años se ven sorprendidos por la aparición de un nuevo niño. Aquellos niños que permanecen únicos en su casa se transfieren también a tal situación por sus observaciones en otras familias. La disminución -experimentada o temida- del cuidado de sus padres y la previsión de que en adelante deberá compartirlo todo con el recién llegado, despiertan la sensibilidad del sujeto y aguzan su pensamiento. El niño mayor manifiesta una franca hostilidad a su competidor exteriorizándola en juicios nada amables sobre el mismo, en el deseo de que «se lo vuelva a llevar la cigüeña», y a veces, incluso, en pequeños atentados contra la criatura que yace inerme en su cuna. Una mayor diferencia de edad debilita, por lo general, la expresión de esta hostilidad primaria. Asimismo, en el niño que permanece único puede llegar a dominar, más adelante, el deseo de tener un hermanito que le secunde en sus juegos como ha observado en otras casas.

Bajo el estímulo de estos sentimientos y preocupaciones comienza el niño a reflexionar sobre el primero y magno problema de la vida, y se pregunta de dónde vienen los niños, o, mejor dicho, en un principio, tan sólo de dónde ha venido aquel niño que ha puesto fin a su privilegiada situación. En muchos de los enigmas que nos plantean los mitos y leyendas creemos percibir el eco de esta primera interrogación, que por su parte es, como toda investigación, un producto de la lucha del hombre con la vida, como si en el pensamiento se viese planteada la labor de prevenir la repetición de un suceso tan temido. Supongamos, sin embargo, que el pensamiento del niño se libera pronto de la excitación en él provocada por el suceso indeseado y continúa laborando como instinto espontáneo de investigación. Si el niño no ha sido ya muy intimidado tomará, antes o después, el camino más próximo y acudirá en demanda de respuesta a sus padres y guardadores, que representan para él la fuente de todo conocimiento. Pero este camino falla en absoluto. Las personas interrogadas eluden la respuesta, reprochan al niño su curiosidad o salen del paso recurriendo a una fábula cualquiera -en los países germanos, a la de la cigüeña, muy importante desde el punto de vista mitológico, y según el cual es esta ave la que trae a los niños, cogiéndolos del agua-. Tengo mis razones para suponer que el número de los niños que no se satisfacen con esta explicación y la acogen con intensa incredulidad es mucho mayor de lo que los padres suponen. Sé de un niño de tres años que pocos momentos después de obtener tal explicación fue echado de menos en su casa y hallado a la orilla de un estanque próximo, adonde había acudido para ver a los niños que la cigüeña iba a buscar en él. Otro dio tímida expresión a su incredulidad, asegurando en el acto que quien traía a los niños no era la cigüeña sino… la

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