Trustees of Reservations
VanessaSanchezBInforme19 de Noviembre de 2013
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John Katzenbach El psicoanalista115
oscuridad entre su posición y la casa para atravesar la ventana con un tintineo de cristales rotos. Esperabauna explosión, pero en su lugar oyó un ruido sordo y apagado, seguido de un brillante chisporroteo. En unossegundos vio las primeras llamas danzando por el suelo y propagándose por el salón.Corrió hacia el Honda. Para cuando había subido al coche, toda la planta baja estaba en llamas.Mientras bajaba por el sendero de entrada, oyó la explosión cuando el fuego alcanzó el gas de la cocina.Decidió no mirar atrás y aceleró hacia la noche cada vez más oscura.Condujo con cuidado y sin pausa hasta un lugar que conocía desde hacía años, Hawthorne Beach.Estaba a unos cuantos kilómetros por un angosto y solitario camino asfaltado, alejado de toda urbanización,aparte de un par de casas viejas parecidas a la suya. Al pasar frente a cualquier casa que pudiera estarhabitada, apagaba las luces. En la zona de Wellfleet había varias playas que habrían servido para supropósito, pero ésta era la más aislada y en la que tenía menos probabilidades de encontrar algún grupo deadolescentes de juerga. Había un pequeño estacionamiento a la entrada de la playa, donde solía operar el
Trustees of Reservations
, la asociación ecológica de Massachussets dedicada a proteger los lugaresnaturales del estado. El aparcamiento tenía capacidad para unos veinte coches y a las nueve y media de lamañana solía estar lleno porque la playa era espectacular: una amplia extensión de arena a los pies de unacantilado de unos quince metros recubierto de matas de Zostera verde, con algunas de las olas másfuertes del cabo. La combinación gustaba tanto a las familias que disfrutaban del paisaje como a lossurfistas que gozaban con las olas y la fuerza de la marea, de modo que su deporte incluía siempre algo deriesgo. Al final del estacionamiento había un cartel de advertencia: C
ORRIENTES
F
UERTES
Y
R
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ONDICIONES
A
MENAZADORAS
.Ricky aparcó junto al cartel. Dejó las llaves puestas. Colocó los sobres con los donativos en elsalpicadero y dejó el sobre con la carta dirigida a la policía de Wellfleet en el asiento del conductor.Tomó las muletas, la mochila, las zapatillas de deporte y la muda, y se alejó del coche. Puso esascosas en lo alto del acantilado, a unos metros de la valla de madera que señalaba el angosto sendero quebajaba a la playa, después de sacar la fotografía de su mujer del bolsillo exterior de la mochila y ponérselaen el bolsillo de los pantalones. Oía el batir de las olas y notó una leve brisa del sureste. Eso le alegró,porque le indicaba que el oleaje había aumentado en las horas posteriores al atardecer y golpeaba la costacomo un luchador frustrado.Había luna llena y su resplandor se extendía por la playa. Eso facilitó su recorrido lleno de resbalonesy tropezones desde el acantilado hasta la orilla.Como había previsto, el oleaje rugía como un hombre enloquecido y rompía lanzando una lluvia deespuma blanca a la arena.Un ligero frío, llegado con un soplo de viento, le golpeó el pecho y le hizo vacilar e inspirar hondo.Después se desnudó; dobló la ropa y la dejó en un montón ordenado, que situó con cuidado en laarena lejos de la marca que la marea alta de la tarde había dejado, donde lo vería la primera persona quese asomara. en lo alto del acantilado por la mañana. Tomó el frasco de pastillas, se lo vació en la mano ydejó el recipiente de plástico con la ropa.«Nueve mil miligramos de Elavil
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