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Un extracto de la historia


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2011  •  Ensayos  •  4.083 Palabras (17 Páginas)  •  917 Visitas

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Había en India un hombre todavía joven y ya casado que a pesar de ser de robusta y

recia complexión no encontraba trabajo con que mantener a su familia, por lo que en el

extremo de la desesperación se hizo salteador de caminos.

Atacaba a los viajeros y les robaba cuanto de valor llevaban, y con el fruto de los robos

mantenía a sus ancianos padres, a su mujer ya sus hijos, sin que ninguno de ellos

sospechara la siniestra procedencia del dinero.

Así sorteaba aquel hombre la vida, cuando un día pasó por el camino un gran santo

llamado Narada, a quien el salteador le detuvo los pasos para robarle.

Pero Narada le preguntó:

-¿Por qué quieres robarme? Es gravísimo pecado robar y asesinar a las gentes. ¿Por qué

cometes tan enorme pecado?

El salteador respondió :

-Porque necesito mantener a mi familia con el dinero que robo.

El santo repuso:

-¿Crees tú qué tu familia es partícipe de tu pecado?

-Seguramente que sí.

- Pues bien; para tenerme seguro, átame de pies y manos y déjame aquí mientras vas a

tu casa y les preguntas a los tuyos si quieren participar de tu pecado como participan de

tu dinero.

El salteador convino en ello, ató al santo, fue a su casa y le preguntó a su padre:

-Padre, ¿sabes cómo te mantengo?

-No lo sé.

-Soy un salteador de caminos que robo a los viandantes y los mato si no se dejan robar .

-¡Cómo! ¿Tú haces eso, hijo mío? ¡Apartate de mí! Eres un paria.

El salteador le preguntó después a su madre:

-Madre, ¿sabes cómo te mantengo?

-No lo sé.

-Pues con el fruto de mis robos y asesinatos.

-¡Horrible cosa!

-Pero, ¿quieres compartir mi pecado?

-¿Por qué habría de compartirlo? Nunca robé nada a nadie.

El salteador le preguntó después a su esposa:

-¿Sabes cómo te mantengo?

-No lo sé.

-Pues hace tiempo que soy un salteador de caminos, y quiero saber si estás dispuesta a

compartir mi pecado.

-De ningún modo. Eres mi marido y tienes el deber de mantenerme honradamente.

Entonces el salteador se dió cuenta de la maldad de su conducta, al ver que sus más

íntimos allegados se negaban resueltamente a compartir la responsabilidad de sus

fechorías, y volviendo al paraje donde había dejado al santo Narada lo desató, refirióle

todo cuanto entonces había hecho, y cayendo compungido a sus pies, exclamó :

- ¡Sálvame! ¿Qué debo hacer?

El santo le dijo:

-Abandona para siempre este género de vida, pues ya ves que ninguno de tu familia

aprueba lo que haces y menos te ama al saber quién eres. Participan de tu prosperidad,

pero cuando no tuvieras nada que darles te abandonarían. No quieren compartir tu mal

sino tan sólo aprovecharse de tu bien. Por lo tanto, adora a Aquel que siempre está a

nuestro lado en el mal y en el bien, que nunca nos abandona, porque el amor no conoce

la frialdad, ni la baratería ni el egoísmo.

Después, Narada le enseñó a adorar a Dios, y aquel hombre, renunciando por completo

al mundo, se retiró a la selva y entregado a la meditación olvidóse enteramente de su

personalidad, de suerte que ni aun se daba cuenta de los hormigueros abiertos en su

derredor.

Al cabo de algunos años, oyó una voz que decía:

-¡Levántate, oh sabio!

Pero él respondió :

-¿Yo sabio? Soy un ladrón.

La voz repuso:

- Ya no eres salteador de caminos. Eres un purificado sabio. Borra y olvida tu antiguo

nombre. Ahora, puesto que tu meditación ha sido tan profunda que ni siquiera notaste

los hormigueros que te rodeaban, te llamarás en adelante Valmiki, que significa “el

nacido entre hormigueros”.

El un tiempo salteador de caminos se convirtió en sabio; y un día, cuando iba a bañarse

en el sagrado río Ganges, vió una pareja de palomas que daban vueltas y revueltas

besándose una a otra.

Valmiki contemplaba complacido tan hermoso espectáculo, cuando de pronto, una

flecha pasó silbando junto a su oído y mató al palomo.

La paloma, al ver a su compañero tendido en el suelo sin vida, empezó a dar vueltas en

torno del cadáver con muestras de honda pena.

Afligióse Valmiki, y al tender la vista vió al cazador, y poseído de noble indignación le

apostrofó diciendo :

-Eres un miserable sin asomo de piedad. ¿Ni siquiera el amor ha sido poderoso a

detener tu mortífera mano?

Y Valmiki pensó para sí :

-¿Qué

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