Un extracto de la historia
VivianaaezEnsayo13 de Noviembre de 2011
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Había en India un hombre todavía joven y ya casado que a pesar de ser de robusta y
recia complexión no encontraba trabajo con que mantener a su familia, por lo que en el
extremo de la desesperación se hizo salteador de caminos.
Atacaba a los viajeros y les robaba cuanto de valor llevaban, y con el fruto de los robos
mantenía a sus ancianos padres, a su mujer ya sus hijos, sin que ninguno de ellos
sospechara la siniestra procedencia del dinero.
Así sorteaba aquel hombre la vida, cuando un día pasó por el camino un gran santo
llamado Narada, a quien el salteador le detuvo los pasos para robarle.
Pero Narada le preguntó:
-¿Por qué quieres robarme? Es gravísimo pecado robar y asesinar a las gentes. ¿Por qué
cometes tan enorme pecado?
El salteador respondió :
-Porque necesito mantener a mi familia con el dinero que robo.
El santo repuso:
-¿Crees tú qué tu familia es partícipe de tu pecado?
-Seguramente que sí.
- Pues bien; para tenerme seguro, átame de pies y manos y déjame aquí mientras vas a
tu casa y les preguntas a los tuyos si quieren participar de tu pecado como participan de
tu dinero.
El salteador convino en ello, ató al santo, fue a su casa y le preguntó a su padre:
-Padre, ¿sabes cómo te mantengo?
-No lo sé.
-Soy un salteador de caminos que robo a los viandantes y los mato si no se dejan robar .
-¡Cómo! ¿Tú haces eso, hijo mío? ¡Apartate de mí! Eres un paria.
El salteador le preguntó después a su madre:
-Madre, ¿sabes cómo te mantengo?
-No lo sé.
-Pues con el fruto de mis robos y asesinatos.
-¡Horrible cosa!
-Pero, ¿quieres compartir mi pecado?
-¿Por qué habría de compartirlo? Nunca robé nada a nadie.
El salteador le preguntó después a su esposa:
-¿Sabes cómo te mantengo?
-No lo sé.
-Pues hace tiempo que soy un salteador de caminos, y quiero saber si estás dispuesta a
compartir mi pecado.
-De ningún modo. Eres mi marido y tienes el deber de mantenerme honradamente.
Entonces el salteador se dió cuenta de la maldad de su conducta, al ver que sus más
íntimos allegados se negaban resueltamente a compartir la responsabilidad de sus
fechorías, y volviendo al paraje donde había dejado al santo Narada lo desató, refirióle
todo cuanto entonces había hecho, y cayendo compungido a sus pies, exclamó :
- ¡Sálvame! ¿Qué debo hacer?
El santo le dijo:
-Abandona para siempre este género de vida, pues ya ves que ninguno de tu familia
aprueba lo que haces y menos te ama al saber quién eres. Participan de tu prosperidad,
pero cuando no tuvieras nada que darles te abandonarían. No quieren compartir tu mal
sino tan sólo aprovecharse de tu bien. Por lo tanto, adora a Aquel que siempre está a
nuestro lado en el mal y en el bien, que nunca nos abandona, porque el amor no conoce
la frialdad, ni la baratería ni el egoísmo.
Después, Narada le enseñó a adorar a Dios, y aquel hombre, renunciando por completo
al mundo, se retiró a la selva y entregado a la meditación olvidóse enteramente de su
personalidad, de suerte que ni aun se daba cuenta de los hormigueros abiertos en su
derredor.
Al cabo de algunos años, oyó una voz que decía:
-¡Levántate, oh sabio!
Pero él respondió :
-¿Yo sabio? Soy un ladrón.
La voz repuso:
- Ya no eres salteador de caminos. Eres un purificado sabio. Borra y olvida tu antiguo
nombre. Ahora, puesto que tu meditación ha sido tan profunda que ni siquiera notaste
los hormigueros que te rodeaban, te llamarás en adelante Valmiki, que significa “el
nacido entre hormigueros”.
El un tiempo salteador de caminos se convirtió en sabio; y un día, cuando iba a bañarse
en el sagrado río Ganges, vió una pareja de palomas que daban vueltas y revueltas
besándose una a otra.
Valmiki contemplaba complacido tan hermoso espectáculo, cuando de pronto, una
flecha pasó silbando junto a su oído y mató al palomo.
La paloma, al ver a su compañero tendido en el suelo sin vida, empezó a dar vueltas en
torno del cadáver con muestras de honda pena.
Afligióse Valmiki, y al tender la vista vió al cazador, y poseído de noble indignación le
apostrofó diciendo :
-Eres un miserable sin asomo de piedad. ¿Ni siquiera el amor ha sido poderoso a
detener tu mortífera mano?
Y Valmiki pensó para sí :
-¿Qué es esto? ¿Qué estoy diciendo? Nunca hablé así hasta ahora.
Entonces oyó una voz que decía:
No temas, porque de tus labios brota la poesía. Escribe la vida de Rama en poético
lenguaje y en beneficio del mundo.
Así comenzó la epopeya. El primer verso es un raudal de piedad dimanante de labios de
Valmiki.
El argumento
En la provincia de Oudh, unida hoy administrativamente con la de Agla, subsiste
todavía, aunque medio en ruinas, la antiquísima ciudad de Ayodhya, en otro tiempo uno
de los más potentes centros religiosos de India, y lugar de peregrinación.
Reinaba en Ayodhya hace ya muchos siglos un rey llamado Dasaratha, quien no había
tenido sucesión de ninguna de sus tres esposas, por lo que como buenos induístas fueron
en peregrinación a varios santuarios y ayunaron en fervorosa súplica de que Dios les
concediera sucesión.
Por fin obtuvieron respuesta a sus ruegos en cuatro hijos, de los que el mayor fue Rama.
Cual con venía a su estirpe, los cuatro hermanos recibieron completa educación en
todos los ramos del saber, y para evitar futuras contiendas era costumbre en la antigua
India que el rey asociara a su hijo mayor al gobierno del país, con el título de Yuvaraja
que significa: «el rey joven».
En otra ciudad había un rey llamado Janaka, quien tenía una ahijada maravillosamente
hermosa cuyo nombre era Sita, a la que habían encontrado recién nacida en un campo,
como si hubiese surgido del seno de la Tierra.
En sánscrito antiguo, la palabra Sita sig.nifica «surco hecho por el arado» , y en la
mitología indica vemos personajes que sólo tienen padre o madre o nacen sin padre ni
madre del fuego del sacrificio, de un campo, etc., como si cayeran de las nubes. Todas
esas clases de nacimientos milagrosos son frecuentísimas en la mitología índica.
Sita, hija de la Tierra, era como tal pura e inmaculada. La crió el Rey Janaka, quien al
llegar ella a la edad núbil, deseaba encontrarle digno esposo.
Era costumbre en la antigua India que las princesas reales escogiesen marido. A esta
costumbre se la llamaba Swayamvara; y según su práctica, el padre de la princesa
casadera invitaba a a todos los príncipes del contorno a que acudiesen a la corte,
donde la princesa, espléndidamente ataviada, guirnalda en mano y precedida por un
heraldo que iba enumerando las prendas, dotes y cualidades de cada pretendiente,
pasaba por delante de ellos y colgaba la guirnalda del cuello del que elegía por marido.
Muchos eran los príncipes que aspiraban a la mano de Sita, quien había exigido en
prueba de merecimiento, que el predilecto quebrara con sus manos un formidable arco
llamado Haradhana.
Todos los príncipes fracasaron en el empeño, a pesar de haberse esforzado en lograrlo,
menos Rama, que con graciosa facilidad tomó el potente arco en sus manos y lo quebró
en dos mitades.
Así eligió Sita por marido a Rama y las bodas se celebraron con pomposa
magnificencia.
Rama se llevó a su esposa a la corte de su padre Dasaratha, quien creyó llegado el
momento de nombrar yuvaraja a su hijo mayor y confiarle el gobierno del país.
En consecuencia, dispuso Dasaratha todo lo conveniente a la proclamación, y el pueblo
entero acogió entusiastamente la noticia, cuando una doncella de Kaikeyi, la más joven
de las tres esposas de Dasaratha, le recordó a su señora que hacía largo tiempo que el
rey su esposo le había prometido dos cosas en gracia a la mucha que a él le hiciera,
diciéndole:
-Pide dos cosas que yo pueda otorgarte y te las otorgaré.
La reina Kaikeyi no pidió por entonces ninguna de ambas cosas a su marido, y había
olvidado la promesa; pero la maligna doncella empezó a socavar el ánimo de la reina,
representándole la injusticia de colocar a Rama en el trono, cuando con sólo exigir del
rey el cumplimiento de su promesa, podría ocupar el trono su propio hijo; y así fue que
la reina Kaikeyi enloqueció de celos.
La taimada doncella incitó entonces a su ama a que desde luego exigiera del rey la
concesión de los prometidos dones, y uno de ellos había de ser que su hijo Bharata
ocupase el trono, y el otro que condenase a Rama a catorce años de destierro en los
bosques.
Aunque Rama era alma y vida para el rey Dasaratha, cuando la reina Kaikeyi le exigió
el cumplimiento de su promesa, vióse obligado como rey a no faltar a su palabra, por lo
que no sabía qué hacer.
Pero Rama disipó la duda ofreciéndose voluntariamente a renunciar al trono y salir
desterrado, a fin de que nadie pudiera acusar
...