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Un mal día


Enviado por   •  21 de Febrero de 2013  •  Ensayos  •  993 Palabras (4 Páginas)  •  419 Visitas

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Un mal día

Su esposa se lo había dicho antes de salir de casa. Ese no iba a ser un buen día. Era un extraño presentimiento que le rondaba por la cabeza desde hacía semanas. Su esposo convivía con el peligro y la muerte era moneda corriente en la disipada vida de su amado, cualquier día, podía ser el último que lo viera con vida. Pero esta vez era distinto.

Ella sentía un helado presagio, una nefasta premonición. Y ahora, había escuchado lo que no hubiese preferido oír nunca: su esposo había sido detenido. "No debiste haberte casado con él, nunca fue un buen hombre", pronosticó su madre, y hoy, pagaba la factura por una mala elección y por desoír el consejo materno. Pero que fuera un delincuente, no disminuía el amor que sentía por él.

Hubiese preferido un abogado, un ingeniero o un albañil, pero no tuvo esa fortuna. Su esposo era un ladrón y lo acababan de apresar.

No la asustaba que estuviese preso, ya había pasado por esa situación antes. Lo dramático era que esta vez no habría misericordia del juez, y la sentencia era inapelable. "Una ejemplar muerte de cruz", pidió el fiscal a un tribunal con sed de justicia. Es que ese no iba a ser un buen día, pensó la mujer una y otra vez. No debió haberse levantado de la cama.

Era una tarde gris, helada, con una llovizna que cortaba la cara. "Tal vez lo perdieron las malas compañías" reflexionó mientras recorría la calle principal, "su socio en las andadas también será crucificado con él", le susurró una vecina a modo de desgraciado consuelo. De igual modo, ya no importa buscar culpables, lo cierto es que su esposo iba a terminar como ella lo había soñado en tantas pesadillas: en la peor de las muertes, la más vergonzante, la más cruel, la más atroz. La dama no pudo despedirse de su amado, es que los ladrones no cuentan con ese lujo, no hay piedad, humanidad, o últimos deseos para los condenados al madero.

El horizonte recorta tres cruces, la de su esposo, la de su compañero en las correrías y la de un....desconocido. Ella conoce a su marido y al otro ladrón, pero le resta importancia al tercero, "otro infeliz que condenará a otra viuda al olvido y la desgracia", piensa. El cuadro es estremecedor. No la culpen a ella por no llorar, ya gastó todas sus lágrimas en una vida miserable junto a quien le prometió amor eterno y ahora cuelga de una cruz. Gritos, súplicas, latigazos, sangre, ira. No quiere mirar a su esposo, está allí, pero prefiere no recordarlo así. Sólo observa el suelo, mientras la sangre surca la tierra entre los dedos de sus pies.

Uno de los ladrones insulta al desconocido de la cruz del medio. Y una voz conocida, imperceptible, pronuncia algunas débiles palabras. "Acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino". Era la inconfundible voz de su esposo, sin duda, hablándole

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