Vida De Los Doce Cesares
debcer4 de Mayo de 2014
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Raquel Sister De Miguel 21A
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Cayo Suetonio Tranquilo
Vida de los Doce Césares
CAYO JULIO CESAR
Cayo Julio César tenía dieciséis años de edad cuando murió su padre. A los 16 años, el popular Cinna lo nombró flamen dialis, cargo religioso del que fue relevado por Sila, con el cual tuvo conflictos a causa de su matrimonio con la hija de Cinna; de ésta nació Julia. En el 82, Sila, que venció a Mitrídates, haciéndole retroceder a las primitivas fronteras de su reino en el Ponto, regresó victorioso a Roma, tomó cumplida venganza sobre sus adversarios «populares»; los asesinó, proscribió el ascenso a cargos públicos de sus descendientes, incautó sus bienes e instauró una nueva forma de estado, inaugurando un tipo de dictadura absoluta por tiempo indefinido, concepto jurídico que César no olvidaría en el futuro. Sila exigió a César que repudiara a Cornelia. César respondió al mensajero de Sila con un frase: "dile a tu amo que en César sólo manda César" y optó por el exilio en Asia.
Su esposa Cornelia acababa de morir, para reemplazar a Cornelia, se casó con Pompeya, hija de Q. Pompeyo y sobrina de L. Sila, de quien más adelante se divorció por sospecha de adulterio con P. Clodio, al que se acusaba públicamente de haberse introducido en sus habitaciones disfrazado de mujer durante las ceremonias religiosas. César fue perseguido y se puso precio a su cabeza. Tuvo que comprar su libertad a un soldado que le había encontrado, y finalmente, por ruegos de familiares cercanos al dictador y la intermediación de sacerdotisas de la diosa Vesta, Sila indultó «al joven de la toga suelta», epíteto que aludía a la costumbre de César de no ajustarse el cinturón de su toga, según un uso que entonces se consideraba poco viril. Fue un perdón a regañadientes. Sila había columbrado el temible porvenir del muchacho cuando afirmó, según Suetonio, que Caesari multos Marios inesse (en César hay muchos Marios), queriendo significar con esa frase el peligro que entrañaba su resuelta personalidad. César no se abrevió a regresar a Roma y pasó al servicio del propretor Termes, el cual, por ser César hijo de un miembro del Senado, le confirió el grado de oficial. Termes decidió enviarlo a la corte de Nicomedes, rey de Bitinia, un reino en la costa sur del mar Negro y el mar de Mármara, a fin de afianzar relaciones. Entre Nicomedes y César se trabó una íntima amistad que fue objeto de rumores, algo muy habitual de la época. El hecho es que César volvió un par de veces a Bitinia y que, a la muerte de Nicomedes, el reino sería incorporado a Roma como una provincia más, pasando todos sus habitantes a ser «clientes» de César. Éste ya era dictador absoluto de Roma, y aun en las grandes celebraciones sus propios soldados cantaban coplas en las que burlonamente se referían a sus probables relaciones homosexuales con Nicomedes. Sus enemigos le recordarían a menudo este oprobioso episodio, llegando a bautizarle con el infamante sobrenombre de Bithynicam reginam (reina de Bitinia). Tras la muerte de Sila, César regresó a Roma en el 78. Había ya adquirido bastante experiencia en los negocios públicos y había
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ejercitado su capacidad de mando. César pensó que la muerte de Sila le permitiría un rápido progreso entre los populares, pero se equivocaba. Sila había dejado todo bien atado, y el poder de los conservadores optimates ("hombres, se propuso profundizar en la comprensión del laberinto de la cosa pública. Consideró que su formación aún no había sido completada y viajó a Rodas para estudiar retórica con Apolonio de Molón, un brillante y renombrado maestro quien encontró en su discípulo excelentes cualidades innatas para la elocuencia. Sólo Cicerón, que también había recibido lecciones de Apolonio, le superó entre sus contemporáneos en el arte de la oratoria. En el viaje fue raptado por los piratas que asolaban el Mediterráneo y que vivían del rescate que exigían por sus víctimas. La historia ha sido sin duda exagerada, pero el temor y el respeto que, según se ha repetido, los piratas llegaron a sentir por él, son ilustrativos de la arrogancia de César y de su capacidad para fascinar incluso a sus enemigos. Una vez libre reunió un pequeño ejército, fletó barcos y arremetió contra los piratas, a los que venció, quedándose él y sus soldados con todo cuanto poseían. Los supervivientes de la aventura fueron finalmente crucificados en Mileto, y César emprendió una inmediata campaña contra Mitrídates, que volvía a levantarse contra el imperio. Desconocía entonces el testamento de Nicomedes, hecho de singular importancia para él, ya que el rey de Bitinia le dejaba un legado que, junto con el botín de los piratas, saneaba su situación económica, siempre maltrecha. La campaña contra Mitrídates fue confiada a otras manos, porque la muerte en el 74 de su tío Aurelio Cota dejaba vacante un cargo en el Colegio de Pontífices de Roma, cargo que solicitó y que le fue concedido, como también, al año siguiente, el de tribuno militar. Estas designaciones no hicieron más que acelerar la carrera política de César. En el 68 era cuestor y viajó a la Hispania Ulterior. Se cuenta que César lloró ante la estatua de Alejandro Magno, erigida en la ciudad de Cádiz, pensando en qué poco podía parangonarse su carrera con la del conquistador de Oriente y cuánto deseaba emular en su fuero interno al invencible general macedonio. En cierta ocasión quedó trastornado por un sueño en el que aparecía violando a su propia madre, pero los adivinos le profetizaron por ello buenos augurios, puesto que interpretaron que la madre simbolizaba la Tierra, madre de todas las cosas, y ello significaba que se adueñaría del mundo. Y lo cierto es que, vertiginosamente, fue acumulando dignidades en los años sucesivos. En el 65 fue designado edil curul; en el 63 murió el presidente del Colegio de Pontífices, y César, con veintisiete años, presentó su candidatura enfrentado a Catulo, dirigente de los optimates. César sabía que emprendía una aventura económica (la lucha por el poder exigía siempre dinero) y que si perdía sería implacablemente perseguido. Pero la elección mostró la popularidad de que gozaba entre el pueblo, y fue nombrado pontifex maximus. La pretura, el peldaño inmediatamente anterior al consulado, llegó en el 62, y fue enviado como propretor a Hispania Ulterior, territorio que ya conocía muy bien, donde no sólo hizo sólidas amistades, sino que enriqueció el erario público, con gran satisfacción de Roma, y fortaleció notablemente su pecunia personal y su capacidad de mando sobre un gran ejército, condición indispensable para el éxito político en Roma. Cuando en el año 60 regresó a la Ciudad Eterna, el camino estaba abierto para la gran aventura. El paso a la condición máxima de cónsul lo dio en el año 59. Consciente de las fuerzas del Senado (dominado siempre por los conservadores), en el que César se había librado
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inteligentemente de sus desafortunadas vinculaciones con el rebelde Catilina, comprendió que sólo una alianza entre poderosos podía neutralizar a los équites. Propuso entonces a su viejo amigo y valedor, Craso, constituir, juntamente con Pompeyo, una sociedad de defensa mutua que los obligara a actuar siempre por unanimidad (institución luego conocida como «triunvirato»). La alianza fue efectiva y César, en compañía de Calpurnio Bíbulo (un candidato de los équites), fue designado cónsul. El triunvirato se fortaleció, además, con el matrimonio de Pompeyo con Julia, la hija de César. César, a su vez, se casó con Calpurnia. Había repudiado por infidelidad a Pompeya, su segunda esposa, en el 62, después de un escandaloso episodio: durante los misterios de la Bona Dea, una fiesta nocturna exclusiva para mujeres que tenía lugar en casa del propio Julio César, una de las sirvientas descubrió la presencia de un intruso disfrazado de mujer, Publio Clodio, lo que provocó la indignación de las asistentes. Se acusó a Pompeya de ser amante de Clodio, extremo éste que nunca pudo probarse. César no quiso dar crédito a la denuncia y absolvió a ambos del delito de adulterio en el que se habían visto inculpados. Todo el mundo se asombró de que aun así repudiara a su esposa, pero él contestó con una frase que se ha hecho famosa: "la mujer de César no sólo debe ser casta, sino parecerlo". La legislación progresista de César tenía una base agraria. Hizo votar leyes de reparto de tierras a los veteranos y de asentamiento de colonos en tierras conquistadas, práctica que luego se extendió a toda Italia, concediendo además a los colonos la plena nacionalidad romana. Bíbulo, ante la imposibilidad de oponerse a César, optó por el retiro. El tribuno de la plebe, Publio Vatinio, antiguo amigo y asociado de César, a fin de evitar el juicio de César por los conservadores después de su consulado, propuso una ley que el Senado no pudo sino aprobar, por la que se le concedían en calidad de procónsul (lo que impedía su juicio posterior), y por el término de cinco años, tres legiones, las provincias de las Galias cisalpina y transpadana y la Iliria. Estas concesiones fueron renovadas por cinco años más en abril del 56, en la reunión de Lucca, a la que asistieron los «triunviros». Craso, mientras tanto, seguía destinado en Siria, donde dirigió la guerra contra los partos y en la que murió en el 53, y Pompeyo continuaba en el proconsulado de Hispania. Estas condiciones permitieron que César se hiciera con todo el poder. Para ello todo medio podía ser útil: como pontifex maximus autorizó a Clodio, antiguo amante de su esposa Pompeya, a que fuese adoptado por un plebeyo, para poder así, a pesar de su condición original de patricio, acceder al cargo de tribuno
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