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Enviado por   •  26 de Marzo de 2014  •  2.267 Palabras (10 Páginas)  •  170 Visitas

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EL PERDEDOR (Jaime Bayly)

UNO

En abril de 1985 yo acababa de cumplir 20 años y era un joven periodista de Canal 5 de Lima. A dos semanas de las elecciones presidenciales, luego de meditarlo y evaluar los riesgos no menores que tal operación acarreaba, decidí hacer un último y desesperado esfuerzo por impedir el triunfo en primera vuelta del joven, brillante y persuasivo candidato aprista, Alan García. Basado en la información médica que me pasó discretamente un veterano líder del partido de García, hice acopio de coraje y, en un programa en vivo y en directo, le pregunté a García, a pocos días de la elección, y a sabiendas de que encabezaba con holgura las encuestas de intención de voto, si era verdad que lo habían sometido a una “cura del sueño” años atrás (lo era: había sido sedado en la clínica San Felipe por un cuadro de severa depresión, según me contó el propio Alan muchos años después, depresión que él atribuye a la muerte de Haya de la Torre). Aquella noche de abril de 1985 creí ingenuamente que mi intrépida pregunta podía cambiar la historia del Perú. Aquella noche quise ponerle una zancadilla a Alan para sabotear su triunfo. Alan se enfadó con la pregunta, se negó a responderla alegando que se trataba de un golpe bajo. Dos semanas después, Alan obtuvo un aluvión de votos, a tal punto que el segundo candidato más votado, Alfonso Barrantes, tuvo el gesto noble y elegante de retirarse de la segunda vuelta y concederle la victoria. Fue mi primera derrota. Fue mi primer fracaso. Quise impedir el triunfo de Alan con una sola pregunta y fracasé. Fracasé en toda la línea. No solo porque Alan ganó de modo abrumador, sino porque días después me echaron de la televisión peruana y tuve que pasar los cinco años del gobierno de Alan viviendo más tiempo en Santo Domingo, donde tuve la suerte de que me dieran un programa de televisión, que en Lima. Tendría que haber aprendido entonces que ningún periodista de televisión tiene el poder de cambiar la suerte de una elección presidencial y que, si lo intenta, lo más probable es que pierda su trabajo. El tiempo demostró mi absoluta incapacidad de entender esa verdad tan simple. Soy un periodista contumaz que reincide obstinadamente en el error.

DOS

En 1990, el gerente de Canal 4 de Lima me llamó y me ofreció un programa todas las noches para apoyar la candidatura de Mario Vargas Llosa. No lo dudé. Acepté con entusiasmo. Inicié el programa en enero, seguro de que Mario ganaría, como sugerían las encuestas. A medida que se acercaba la primera vuelta, vimos cómo crecía la candidatura de un perfecto desconocido, Alberto Fujimori. Todas las noches en mi programa intenté persuadir a mis compatriotas de que votasen por el señor Vargas Llosa y de que no votasen por el señor Fujimori. No ahorré argumentos para intentar demoler la candidatura de “El Chino”, como lo llamaba la gente. Me la jugué apasionadamente por Vargas Llosa. Hice mi mejor esfuerzo para que mi programa contribuyese a su victoria. Ya en la primera vuelta, fue evidente que había fracasado, pues Vargas Llosa y Fujimori obtuvieron casi la misma votación. A pesar de que en el ánimo de Vargas Llosa era evidente que ya no quería ganar la segunda vuelta (y algunos en su entorno familiar le aconsejaban renunciar), seguí apoyando con ferocidad combativa su candidatura y continué disparando sin compasión sobre Fujimori. Tan sangrienta batalla resultó inútil. Mi programa diario (lo mismo que el programa semanal del señor Hildebrandt, lo mismo que los programas de Augusto Ferrando y Gisela Valcárcel) no ayudó en modo alguno a que Vargas Llosa ganase. Probablemente, ayudó incluso a que perdiese, pues los peruanos se llevaron la impresión de que, virtualmente, toda la televisión apoyaba con ánimo militante la candidatura de Vargas Llosa y linchaba con virulencia a Fujimori. Una vez más, perdí. De nuevo, hice campaña apasionada por el perdedor. Por segunda ocasión en mi carrera de periodista, confirmé que mis habilidades persuasivas eran escasas, si no nulas. Como ya había ocurrido cuando quise impedir el triunfo de Alan García y terminé perdiendo mi trabajo, tuve que irme del Perú cuando, en abril de 1992, el señor Fujimori dio el golpe de Estado. Los ocho años de la dictadura de Fujimori los viví en los Estados Unidos, visitando esporádicamente Lima para reunirme con mis hijas. Los ocho años de la dictadura de Fujimori me gané la vida en la televisión de Estados Unidos y me di el gusto de pagar mis impuestos en los Estados Unidos y no a la dictadura de Fujimori. Tendría que haber aprendido en 1990 que un periodista de televisión (o al menos yo) carece del poder para volcar la suerte de una elección en un sentido o en otro. Pero está claro que no lo aprendí.

TRES

El año 2000 me opuse públicamente a la reelección ilegal del dictador Fujimori. Solo el diario El Comercio publicaba mis artículos contra esa reelección fraudulenta. Aconsejé a los amigos de Fujimori que lo disuadieran de postularse. Fue en vano, desde luego. Puesto que me negué a apoyar su candidatura, me peleé con mis amigos José Enrique y José Francisco Crousillat, dueños de Canal 4, y terminé haciendo, desde Miami, un programa en solitario, sin público ni invitados, en el que me abandonaba a un largo y encendido soliloquio (monólogo que no parecía incomodarme, pues ya se sabe que escucharme es una de mis pasiones favoritas), procurando convencer a los peruanos de que votasen por Alejandro Toledo y elogiando sin reservas a su esposa, Eliane Karp. Ese programa, que sospecho nadie recuerda, fue emitido en el Perú todos los domingos por la noche (10 de la noche) el año 2000, en el Canal 13 de Lima, entonces llamado por sus gerentes, la familia Palermo, “Canal A”. Nunca me pagaron un penique por el año entero que emitieron mi programa haciendo campaña a favor de Toledo. Una vez más, fracasé. Toledo perdió. Yo perdí con Toledo. Recuerdo que cuando llegué a casa de mis padres y anuncié que había votado por Toledo, la familia entera estuvo a punto de echarme a patadas de la casa, pues todos apoyaban a Fujimori y habían votado por él. Fue mi tercer fracaso consecutivo. Mi récord como boxeador del periodismo era ya bastante desmoralizador: tres peleas, tres derrotas. Sin embargo, me negué a colgar los guantes.

CUATRO

En el verano limeño del 2001, la gerencia de Canal 2 de Lima me ofreció un programa para apoyar la candidatura de Toledo. Acepté encantado. Mi plan era apoyar de nuevo al señor Toledo y votar por él. El programa lo llamé El Francotirador. Contrariamente a mis planes, terminé disparando no contra los

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