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BARBARIE Y CIVILIZACION


Enviado por   •  20 de Febrero de 2015  •  1.567 Palabras (7 Páginas)  •  172 Visitas

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Para sostener en pie esa fuerza pública, se necesitan contribuciones por parte de los ciudadanos

del Estado: los "impuestos". La sociedad gentilicia nunca tuvo idea de ellos, pero nosotros los

conocemos bastante bien. Con los progresos de la civilización, incluso los impuestos llegan a ser

poco; el Estado libra letras sobre el futuro, contrata empréstitos, contrae "deudas de Estado".

También de esto puede hablarnos, por propia experiencia, la vieja Europa.

Y, por último, la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio

universal. Mientras la clase oprimida -- en nuestro caso el proletariado-- no está madura para

libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y

políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va

madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus

propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el

índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado

actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los

trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer.

Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin

él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni de su poder. Al llegar a cierta fase del

desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases,

esta división hizo del Estado una necesidad. Ahora nos aproximamos con rapidez a una fase de

desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad,

sino que se convierte positivamente en un obstáculo para la producción. Las clases desaparecerán

de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases

desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la

producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina

del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la

rueca y al hacha de bronce.

Por todo lo que hemos dicho, la civilización es, pues, el estadio de desarrollo de la sociedad en

que la división del trabajo, el cambio entre individuos que de ella deriva, y la producción

mercantil que abarca a una y otro, alcanzan su pleno desarrollo y ocasionan una revolución en

toda la sociedad anterior.

En todos los estadios anteriores de la sociedad, la producción era esencialmente colectiva y el

consumo se efectuaba también bajo un régimen de reparto directo de los productos, en el seno de

pequeñas o grandes colectividades comunistas. Esa producción colectiva se realizaba dentro de

los más estrechos límites, pero llevaba aparejado el dominio de los productores sobre el proceso

de la producción y sobre su producto. Estos sabían qué era del producto: lo consumían, no salía

de sus manos. Y mientras la producción se efectuó sobre esta base, no pudo sobreponerse a los

productores, ni hacer surgir frente a ellos el espectro de poderes extraños, cual sucede regular e

inevitablemente en la civilización.

Con la producción mercantil, producción no ya para el consumo personal, sino para el cambio,

los productos pasan necesariamente de unas manos a otras. El productor se separa de su producto

en el cambio, y ya no sabe qué se hace de él. Tan pronto como el dinero, y con él el mercader,

interviene como intermediario entre los productores, se complica más el sistema de cambio y se

vuelve todavía más incierto el destino final de los productos. Los mercaderes son muchos y

ninguno de ellos sabe lo que hacen los demás. Ahora las mercancías no sólo van de mano en

mano, sino de mercado en mercado; los productores han dejado ya de ser dueños de la

producción total de las condiciones de su propia vida, y los comerciantes tampoco han llegado a

serlo. Los productos y la producción están entregados al azar.

Pero el azar no es más que uno de los polos de una interdependencia, el otro polo de la cual se

llama necesidad. En la naturaleza, donde también parece dominar el azar, hace mucho tiempo

que hemos demostrado en cada dominio particular la necesidad inmanente y las leyes internas

que se afirman en aquel azar. Y lo que es cierto para la naturaleza, también lo es para la

sociedad. Cuanto más escapa del control consciente del hombre y se sobrepone a él una actividad

social, una serie de procesos sociales, cuando más abandonada parece esa actividad al puro azar,

tanto más las leyes propias, inmanentes, de dicho azar, se manifiestan como una necesidad

natural. Leyes análogas rigen las eventualidades de la producción mercantil y del cambio de las

mercancías;

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