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CIVILIZACIÓN O BARBARIE


Enviado por   •  31 de Mayo de 2015  •  2.078 Palabras (9 Páginas)  •  121 Visitas

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Estado y Educación en Las Sociedades Europeas

A lo largo del mismo Puelles revisa la relación entre el Estado y la educación desde el nacimiento del primero, con la aparición del Estado moderno, hasta nuestros días, en el Estado de bienestar, pasando por el Estado liberal del siglo XIX. De esta forma, expone por orden cronológico la progresiva intervención del Estado en los asuntos educativos y las características de la educación a lo largo de los periodos ya mencionados. Puesto que el trabajo de Puelles detalla clara y sintéticamente en qué consistieron estos procesos, no vamos a pararnos a sintetizarlos uno a uno, sino que trataremos las cuestiones transversales que más han llamado nuestra atención. En ese sentido, hablaremos en primer lugar del nacimiento paralelo del Estado y del sistema educativo nacional y en segundo lugar la instrumentalización de la educación para fines determinados. Dedicaremos una tercera parte a repasar algunos aspectos de la Universidad y hablaremos en un cuarto momento de la libertad de enseñanza, para terminar poniendo en relación lo que el autor afirma con respecto a la educación en el Estado de bienestar y el momento actual.

No parece banal la asociación entre el nacimiento del Estado liberal y la intervención que el mismo empieza a tener en la educación. Son varias las ocasiones que el autor aprovecha para relacionar la creación de los sistemas educativos estatales con los sentimientos nacionales que permitieron cohesionar a las poblaciones bajo un mismo territorio, lengua, etc. Este es probablemente uno de los puntos cúlmenes de la relación estatal-educativa y sin duda una de las ideas claves del artículo. En ese sentido, Puelles (1993) señala que la aparición de los sistemas educativos nacionales permitió en Estados Unidos la “asimilación de culturas” o que en Francia fueron el “factor de consolidación nacional mediante extensión e implantación hasta la última aldea de la lengua nacional”.

Resulta difícil pasar por este punto sin preguntarse si este modelo de escuela, patente todavía en la actualidad en muchos países responde a las necesidades de las sociedades actuales. En un momento en el que el ideal de la integración que se forjó con el comienzo de los procesos migratorios que Occidente vivió como receptor parece dejar cada vez más paso a otros modelos, en los que las nuevas culturas tendrían cabida en estos países sin necesidad de integrarse ni de adaptarse a nada, sino basándose en el respeto mutuo, cabe preguntarse si estos modelos educativos cohesionadores ayudan realmente a la convivencia o son peligrosos por intentar anular las diferencias en pro de un supuesto ideal nacional. Parece que en paralelo al hecho globalizador en el que los intercambios son cada vez más frecuentes y el Otro está cada vez más cerca, existe una necesidad de marcar la diferencia y de buscarla en los orígenes. Creemos que como pilar esencial de lo social, la educación tiene que dar respuesta a esta realidad.

Todo lo afirmado en las líneas anteriores parece conducirnos a otra de las ideas clave del artículo: el Estado se interesa por la educación cuando es consciente de que constituye un poderoso instrumento para la consecución ideológica de sus objetivos. De aquellos barros estos lodos, y es, pensamos, de acuerdo general el hecho de que, por ejemplo en España, los colores políticos entrantes en el gobierno tiñan, antes que cualquier otra cosa, la educación. Merece la pena destacar en este sentido cómo el Estado liberal, por definición poco propenso a la intervención, hace una excepción total con la educación y se hace cargo de ella, demostrando de esta forma, que hasta la no intervención es una idea que es necesario introducir en el imaginario de la población para quesea asumida con éxito. Tras el triunfo de la Revolución Francesa, cada uno de los espectros políticos opuestos concibe, tal como lo plantea Puelles, la educación con uno u otro objetivo: los girondinos, como instrumento de control, los jacobinos, como instrumento de emancipación. En cualquier caso ambos se dieron cuenta que el éxito ideológico de sus propuestas pasaba por la educación y son, creemos, el antecedente directo a las pugnas partidistas que todavía hoy tienen lugar en materia educativa.

Y precisamente uno de los puntos más polémicos desde que el Estado liberal trae consigo la educación (al menos básica) pública y gratuita, es la libertad de enseñanza, dentro de la que Puelles distingue la libertad para crear centros privados y la libertad de cátedra.

Los centros privados nacen casi en paralelo a la creación de los sistemas educativos nacionales, puesto que en plena efervescencia del Estado liberal, ciertos particulares y organizaciones reivindican su derecho a la educación frente al Estado. Puelles explica en su artículo cómo la postura del Estado antes la enseñanza privada va evolucionando desde la negación hasta la financiación (en la actualidad) a lo largo de los siglos XIX y XX. Aunque en la actualidad relacionemos centro privado o concertado con lo que en su gran mayoría representan en nuestro país (centros confesionales), hay que decir que la enseñanza privada ha representadosegún las épocas de la historia, lo alternativo (o lo contrario, a veces) de lo que ofrecía la educación pública. Esto explica que, por ejemplo, en el siglo XIX español la Institución Libre de Enseñanza reivindicara el derecho de abrir escuelas privadas frente al Estado liberal o que en otros momentos fuera la Iglesia la que lo hiciera. Nosotros pensamos que una verdadera democracia debería poseer un sistema educativo que ofreciera la posibilidad de sentirse representados a todos los ciudadanos en vez de financiar mecanismos correctores de la incapacidad de la escuela pública para absorber a todas las necesidades. La educación pública, creemos, no solo tiene que asegurarse de ser gratuita y accesible a todos los ciudadanos,

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sino de tener la exclusividad de ser la mejor que puede ofrecerse. Garantizando poseer las necesidades que todos los ciudadanos necesitan (desde el punto de vista del Estado de bienestar, claro) no habría necesidad de financiar iniciativas privadas, y aquellos ciudadanos que quisieran seguirlas tendrían que pagarla.

No queremos pasar por alto en nuestra reflexión el lugar que ocupa la Universidad en la relación entre Estado y educación a lo largo del tiempo. Como indica Puelles, la enseñanza superior es la única a la que el Estado moderno presta atención, puesto que es la suministradora de los burócratas de la administración del Estado. Comenta el autor que con la llegada del Estado liberal la Universidad, que sigue centrada principalmente en los estudios teológicos, aunque también existen los de derecho y medicina, no es capaz de responder a los cambios sociales y entra en decadencia. El Estado creará entonces instituciones de enseñanza superior paralelas (escuelas militares, de comerciantes, etc.). La Universidad sigue representando como institución educativa en las sociedades actuales una pura contradicción: ¿se espera de ella que cree una élite de sabios –que actualmente sería un cuerpo de investigadores- o que prepare de forma práctica a los estudiantes para la vida laboral? ¿Deben mantenerse las enseñanzas que no son económicamente rentables y ser financiadas por el Estado o debe convertirse en una suerte de preparadora profesional? ¿Debe la empresa privada extender su brazo dentro de la Universidad o debe esta seguir constituyendo un ente crítico, nido, como en la segunda mitad del siglo XX, de cambios sociales e ideas progresistas? Los intentos por ir en uno u otro sentido en cuanto a este tema han producido en los últimos años cambios notorios y no poco polémicos en los sistemas de enseñanza superior europeos: plan Bolonia, especialización, diferenciación de perfiles profesionalizante e investigador en los estudios de posgrado, acortamiento temporal de los programas doctorales o incluso la creación del Máster en cuyo curriculum entra en juego esta asignatura. (¿Responde la Universidad a las necesidades de nuestra sociedad imponiendo un máster de tasas para la mayoría de los ciudadanos inaccesibles, que supone el paso previo a una oposición que toda la comunidad educativa –Universidad, alumnos y profesores- sabe que no se va a celebrar próximamente? ¿Responde la Universidad a las necesidades de nuestra sociedad basando todo un máster en una ley de educación que cambiará en cuestión de meses?). Nos parece por tanto muy esclarecedor traer a la actualidad una problemática que es tan antigua como el Estado e indicar que si bien en España la Universidad sigue siendo la institución de educación superior por excelencia, que suministra en la gran mayoría las formaciones necesarias para los sectores profesionales que de ellas necesitan, en otros países, como Francia, el sistema educativo superior sufre de una multiplicidad de instituciones: escuelas, facultades, escuelas superiores (todas ellas públicas), con diversos criterios de acceso. Esto supone en muchos casos el desdoblamiento de estudios: puede estudiarse lo mismo en varias instituciones (por ejemplo turismo, periodismo o geografía) con unas diferencias implícitas de exigencias según las instituciones que no dejan a la Universidad muy bien parada.

Siguiendo en la línea de la comparación de fenómenos educativo-estatales a lo largo del tiempo, es ineludible la tentación de traer a la actualidad alguna de las reflexiones que el autor se hacía hace ya casi veinte años, cuando quizás los ciudadanos occidentales estaban más seguros de la estabilidad del Estado de bienestar que en el momento actual: “En este sentido, cabe preguntarse si los ciudadanos están dispuestos hoy a perder las conquistas individuales –los derechos de libertad- y sociales – los derechos prestacionales- que son fruto de una larga evolución histórica y de una larga lucha para su consecución.” Está por ver, pero los datos de los recortes nacionales e internacionales (recientemente en el programa Erasmus, por ejemplo) en educación son objetivos y los pasos atrás que se están dando también lo son. En ese sentido nos parece primordial no dar ningún derecho por conseguido y adquirido natural y eternamente, porque esta supone la forma más fácil de perderlo. Puelles defiende también los pactos educativos a nivel internacional que se realizaron en los años ochenta, aunque no podemos evitar preguntarnos qué pensaría de lo que se firmó en la última mitad del siglo XX y la primera del XXI puesto que en gran medida, igual que los Estados, los pactos europeos de educación no han sido producto de un proyecto educativo estable, sino de la necesidad de un cambio ideólogico en la población que permitiera a los Estados que esta se cohesionara en torno, en este caso, al mercado capitalista, que parece haber superado con creces el sistema económico para imponersecomo sistema ideológico. Estamos de acuerdo con Puelles en que los progresos educativos no son producto del mercado, sino de la intervención estatal y que la inmersión del primero en la educación provocará exclusivamente retrocesos, por lo que es exclusivamente el Estado quién debe garantizar que todos los derechos educativos se cumplan.

No queremos sin embargo concluir con esta idea sino con otra más alentadora, que no es más que la adaptación al tema que nos ocupa de la visión personal de la autora de estas líneas sobre el curso de la historia en general. Todo progreso educativo que ha tenido lugar desde que el Estado empezó a interesarse por la educación, tiene su precedente en un hecho anterior, tras el cuál en bastantes ocasiones se había producido una vuelta atrás. Un buen ejemplo sería la propuesta de los revolucionarios jacobinos: educación primaria y secundaria universal y gratuita. Este aspecto no triunfará durante el siglo XIX y buena parte del XX pero se imbrica completamente en las sociedades del siglo XX y hoy en día constituye un derecho

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fundamental de facto en las democracias Europeas. Las ideas innovadoras y progresistas siempre tenderán a presentarse por las élites dirigentes como radicales y extremistas, ante el miedo a que una población muy instruida pierda el miedo al cambio, pero toman su lugar cuando llega el momento y cuando los ciudadanos las tienen asumidas como derechos incuestionables.

Todos los miembros de la comunidad educativa, creemos, debemos proteger la educación en un momento de debilidad como el actual y seguir proponiendo los cambios que (somos conscientes) nuestros sistemas educativos necesitan, sin que la coyuntura económica actual nos lo impida, porque para que los cambios lleguen, hoy o mañana, necesitan en primer lugar ser formulados. De no hacerlo, otros agentes lo harán por nosotros y como hemos expuesto varias veces a lo largo de nuestra argumentación, “[…] la consideración de la educación como un derecho que pertenece a todos los hombres sin distinción alguna, parece un valor difícilmente renunciable. De este valor, el Estado, la sociedad políticamente organizada, es el único garante. Los hombres, hasta el presente, no hemos sabido construir otra cosa.”

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