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Como es una Reseña sobre el libro Los De Abajo


Enviado por   •  23 de Junio de 2017  •  Reseñas  •  552 Palabras (3 Páginas)  •  226 Visitas

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LOS DE ABAJO

Serapio el charamúsquelo y Antonio el que tocaba los platillos en la banda de Juchipila, volvían desazonados. Solo Anastasio Montañés conserva la expresión dulzona de sus ojos adormilados y su rostro barbado y Pancracio la mutualidad repulsiva de su duro perfil de prognato. La codorniz no se apartaba un instante de Anastasio, las siluetas de los ahorcados con el cuello flácido, las manos pendientes regidas las piernas suavemente mecidos por el viento no creían que se les borraría de su poca y fea memoria. Venancio era barbero en el pueblo sacaba muelas y ponía cáusticos y sanguijuelas, gozaba de cierto ascendiente porque había leído EL JUDIO ERRANTE y EL SOL DE MAYO. Le llamaban el doctor y el muy pagado de sabiduría era un hombre de muy pocas palabras, al medio día cuando la calina sofocaba y se obnubilaba la vista, con el canto incesante de las cigarras se oía el quejido acompasado y monocorde del herido. En cada jaca lito escondido de ese pueblo que estaba entre las rocas abrumadas se detenían y descansaban.

Cuando atardeció en llamaradas que tiñeron el cielo en vivismos colores, pardearon un   en una explanada entre las montañas azules. Demetrio izo que lo lloraban ahí. Esta haciendo sereno y eso es malo para la calentura, una vieja metiche, descalza y con una garra. Luis Cervantes no aprendía aún a discernir la forma precisa de los objetos a la vaga tonalidad de las noches estrelladas, y buscando el mejor sitio para descansar, dio con sus huesos quebrantados sobre un montón de estiércol húmedo, al pie de la masa difusa de un huizache. Más por agotamiento que por resignación, se tendió cuan largo era y cerró los ojos resueltamente, dispuesto a dormir hasta que sus feroces vigilantes le despertaran o el sol de la mañana le quemara las orejas. Algo como un vago calor a su lado, luego un respirar rudo y fatigoso, le hicieron estremecerse; abrió los brazos en torno, y su mano trémula dio con los pelos rígidos de un cerdo, que, incomodados seguramente por la vecindad, gruñó. Contempló a sus centinelas tirados en el estiércol y roncando. En su imaginación revivieron las fisonomías de los dos hombres de la víspera. Uno, Pancracio, agüereado, pecoso, su cara lampiña, su barba saltona, la frente roma y oblicua, untadas las orejas al cráneo y todo de un aspecto bestial. Y el otro, el Manteca una piltrafa humana: ojos escondidos, mirada torva, cabellos muy lacios cayéndole a la nuca, sobre la frente y las orejas; sus labios de escrofuloso entreabiertos eternamente. Cuando vio que todos sus esfuerzos fueron un completo fracaso para atarear el sueño, no por el dolor del miembro lesionado, ni por el de sus carnes magulladas si no por la instantánea y precisa representación de su fracaso si el no había sabido apreciar a su debido tiempo la distancia que ahí de manejar el escalpelo, fulminar la tocaccicion desde las columnas de un diario provinciano, a venir a buscarlos con el fusil en las manos a sus propias guaridas. La revolución beneficia al pobre, al ignorante, al que toda su vida ha sido esclava, a los infelices que ni siquiera saben que si lo son es porque el rico convierte en oro las lágrimas, el sudor y la sangre de los poros.

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