Construccion Del Cuerpo
darlysborja5 de Septiembre de 2014
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La manipulación del cuerpo en los medios masivos de comunicación
Angel Rodríguez Kauth*
Durante los últimos diez o quince años, se ha puesto de moda en el mundo intelectual y en la población general la crítica teórica acerca de la influencia de los medios masivos de comunicación en cuanto a su capacidad para interferir, seducir, construir y reformular ideas, valores, visión del mundo y, en
consecuencia, las pautas de comportamientos que son habituales de las personas. Es a partir de ellos que se construyeron nuevos mitos sociales, a la par que se derrumbaron arraigadas tradiciones colectivas y se transformaron hábitos culturales. Pero este no es un fenómeno original: antes de la existencia de los medios masivos de comunicación también ocurrieron episodios semejantes; en todo caso, lo que debe asombrar es la velocidad con que se produjeron tales mutaciones axiológicas. Esto tampoco es de extrañar mayormente, ya que el mundo contemporáneo vive inmerso en la era de la aceleración, y los medios solamente facilitan que los cambios que un siglo antes demoraban años enteros e incluso décadas en ocurrir, hoy se producen en meses, semanas o días.
Este escrito se referirá a sólo un aspecto particular del papel de los medios de comunicación masiva en los sujetos particulares y en los colectivos sociales: el que se refiere a la manipulación del cuerpo en su vertiente estética, y la pretensión de garantizar la plena salud y la recuperación de la juventud perdida, o la posibilidad de vivir en una “eterna juventud” aunque el organismo ya no tenga las capacidades de antaño. Sin duda, los medios de comunicación ofrecen a diario miles de ejemplos de reclamos —desde ellos mismos o desde sus anunciantes— para que las personas modifiquen su apariencia externa en función de la demanda que les proponen los medios, presentando para tal fin figuras gráciles y esbeltas como los modelos de la cultura física.
Vale acotar que en la actualidad tal mecanismo de manipulación apunta a mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos; todos son potenciales compradores de la imagen de belleza que se vende por los medios a partir de los inmensos intereses económicos puestos en juego desde las empresas que comercializan tales instrumentos, prendas de vestir, ejercicios, medicamentos y demás. El culto del cuerpo, en su manifestación externa desde el punto de vista de la salud o la estética, es una de las expresiones humanas más potentes hoy día. De igual modo, tal veneración es acompañada de una absoluta desinformación —o desinterés— por lo que ocurre con la “caja negra” que comanda las operaciones corporales, es decir, con lo que sucede puertas adentro de la cavidad craneana, bien cuidada hacia su exterior en cuanto a pilosidad y tinturas.
Y en esta atención que se presta sólo a lo exterior, a lo físico, de alguna manera se reconoce un parentesco con el biologicismo, que sirvió de basamento a la “filosofía” del nazismo (si es que se puede hablar de filosofía en tan escaso bagaje de ideas) en cuanto a lo que Levinas llamaba la reinstauración de la “existencia natural”, de lo que surge la renegación de la renovación y autonomía del espíritu. La filosofía del nazismo es, para este autor, la más elemental forma de ligazón del hombre con su estructura biológica, la que lo determina de un modo tal que termina por orientar su actuar en el tiempo en una suerte de “desapego del alma”, que lo conduce a atender únicamente a la conciencia concreta que se expresa a través de lo corpóreo. El nazismo fomentó una sujeción pasiva a las determinaciones de lo dado biológicamente —la raza—, que es lo que se puede observar exteriormente del hombre, y es así como el culto del cuerpo se convierte en el objeto de ser del individuo. De este modo, notenemos un cuerpo sino que somos el cuerpo. Al reducir la identidad del Yo a la del cuerpo —lo biológico—, con todo lo que comporta de fatalidad, se vuelve algo más que un objeto de la vida espiritual: el núcleo mismo.
Simultáneamente a ese cúmulo de ideas ramplonas que transmitía el nazismo, coexistió un conjunto de filósofos e ideólogos que actualizaron el valor de lo espiritual sobre lo meramente material, de la inteligencia sobre el cuerpo. Mas cuando las luchas dejaron de ser ideológicas debido a que en el mundo se impuso un pensamiento único, entonces se dejó de prestar atención al valor de las ideas, a lo espiritual, para hacer una vuelta de campana —en lenguaje náutico— con el retorno a lo material, testimoniado por la apariencia externa.
La decadencia o miserabilidad de las ideas es un fenómeno posterior a la aparición en la escena del mundo contemporáneo del posmodernismo, y así como Fukuyama habló sin ambages del fin de las ideologías, del mismo modo hay una debilidad casi total de las ideas que elevan al pensamiento a una categoría socialmente valorada. El acto de pensar resulta ser un paso de enlace entre el pasado y el futuro; pero en la época de lo “post”, el pasado fue y el futuro no interesa; solamente el presente es valioso y se ha convertido en algo indispensable.
Ello no significa que cuerpo y mente sean dos elementos disociados dentro de la persona. En la antigua Grecia, y también en el Imperio Romano, se tuvo en cuenta que solamente se podía tener un cuerpo sano dentro de una mente sana, es decir, el cuerpo será esbelto y saludable cuando esté acompañado de un cerebro que “piense” y que no sea un mero reservorio de ideas prestadas. Cuerpo y mente no son dos elementos contradictorios dialécticamente, sino que son partes complementarias de un todo indivisible, el cual se complementa e integra en el Otro, con él y los otros.
Erich Fromm se planteaba una requisitoria: “¿Qué tipo de hombre […] requiere nuestra sociedad para poder funcionar bien, sin roces?”. A tal requisitoria él mismo respondía:
Necesita hombres con los que se pueda cooperar fácilmente en grupos grandes, que quieran consumir cada vez más y que tengan gustos normalizados. Necesita hombres que se crean libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, ni principio, ni moral, pero que estén dispuestos a recibir órdenes, que hagan lo que se espera de ellos y que encajen sin estridencias en la maquinaria social; hombres gobernables sin el empleo de la fuerza, obedientes sin jefes y empujados sin más meta que la de seguir en marcha, funcionar, continuar.
Volveremos más adelante a los análisis y conclusiones de tan insigne pensador.
Es ineludible en este punto recordar a Goffman, quien hablaba de que la persona se presenta y hace su entrada en la vida cotidiana a través de su cuerpo. En otra obra, advierte que existen cuerpos estigmatizados, es decir, cuerpos que por sí mismos advierten de las falencias o virtudes de su portador
frente al que se hace la representación. No es menos cierto que, por una suerte de contactocategórico, los cuerpos agradables a los sentidos —oportunamente moldeados por la cultura— serán más rápidamente aceptados y reconocidos por el interlocutorde turno.
La ilusión adquirida
Volviendo al tema central, ha de señalarse que los medios masivos de comunicación sirven de intermediarios para invitar solícitamente a las personas a que traten de alcanzar un ideal de belleza corporal afín con los intereses de los anunciantes. Y todo eso lo realizan a partir de la publicidad (el brazo derecho de los mass media), la cual utiliza a personajes conocidos por el gran público como “modelos publicitarios” —ya sea a través de los desfiles de modas o del exhibicionismo de ídolos deportivos, actores, políticos y demás, de lo que comúnmente se conoce como la “gente linda”, o, como se la conoce en el ambiente, la gente fashion—, para que el público se haga cargo de la oferta propuesta en sus pasarelas (fiestas, notas periodísticas en revistas de actualidad, etc.) como ideal de vida a imitar o seguir, siempre de manera acrítica, confundido entre la masa y como uno más, sin identidad propia, salvo la que le ofrece el hecho de consumir una camisa, un refresco, una marca de cigarrillos “que marque su nivel”; nivel que, en última instancia, es el nivel de todos los que lo consumen, es decir, un nivel igualado por el rasero multitudinario de la nada. De alguna manera, estos mecanismos permiten retrotraernos al ideal oligárquico imaginado en 1901 por Gabriel Tarde, para el cual se conjugan en la multitud la unanimidad y el anonimato que, al igual que en el coro de la tragedia griega, la voz de los cantantes es la de todos y ninguno.
De este modo, la exhibición sostenida en las pantallas de televisión y en los anuncios gráficos de imágenes con cuerpos que ejemplifican la vitalidad y la jovialidad, a la vez que anuncian técnicas y métodos de remodelación anatómica —aun en los jóvenes que no lo necesitan—, sirve para movilizar a las multitudes con promesas extraordinarias y múltiples ejemplos del éxito que lograron quienes siguieron a pies juntillas los tratamientos promovidos por el anunciante. Normalmente, lo que se ofrece es la prolongación o la recuperación de la juventud, el retorno al vigor corporal —inclusive a una actividad sexual que nunca antes se tuvo— y, como no podía ser de otra forma, a la satisfacción de placeres hedonistas inmediatos que los potenciales consumidores llevan impresos en sus conciencias como faltantes que deben ser llenados. Es decir, se está vendiendo una ilusión de algo que no se podría conseguir de otra forma.
Disfrazados sin carnaval
La propaganda comercial tiene por objetivo intentar convencer a cada uno
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