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Cronica De Un Muerte Anunciada

aneudys239 de Diciembre de 2012

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Gabriel García Márquez

Crónica de una muerte anunciada

Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1928) es la figura

más representativa de lo que se ha venido a llamar el «realismo

mágico» hispanoamericano. Periodista, cuentista y novelista,

alcanzó la fama tras la publicación en 1967 de Cien años de soledad

(novela ya publicada por El Mundo en la colección Millenium I),

donde recrea la geografía imaginaria de Macondo, un lugar aislado

del mundo en el que realidad y mito se confunden. Otras obras memorables son:

El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte

anunciada, El amor en los tiempos del cólera y varias colecciones de cuentos

magistrales. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura.

Crónica de una muerte anunciada, novela corta publicada en 1981, es una

de Las obras más conocidas y apreciadas de García Márquez. Relata en forma de

reconstrucción casi periodística el asesinato de Santiago Nasar a manos de los

gemelos Vicario. Desde el comienzo de la narración se anuncia que Santiago

Nasar va a morir: es el joven hijo de un árabe emigrado y parece ser el causante

de la deshonra de Ángela, hermana de los gemelos, que ha contraído matrimonio

el día anterior y ha sido rechazada por su marido. «Nunca hubo una muerte tan

anunciada», declara quien rememora los hechos veintisiete años después: los

vengadores, en efecto, no se cansan de proclamar sus propósitos por todo el

pueblo, como si quisieran evitar el mandato del destino, pero un cúmulo de casualidades hace que quienes

pueden evitar el crimen no logren intervenir o se decidan demasiado tarde. El propio Santiago Nasar se levanta

esa mañana despreocupado, ajeno por completo a la muerte que le aguarda.

La fatalidad domina todo el relato: el crimen es tan público que se hace inevitable. García Márquez se esfuerza

en demostrar que la vida, en ocasiones, se sirve de tantas casualidades que hacen imposible convertirla en

literatura. Su prosa escueta, precisa y pegada al terreno logra envolver de credibilidad lo exageradamente

increíble, inventando una tensión narrativa donde ya no hay argumento, volviendo del revés el tiempo para que

revele sus verdades, dejando una duda en el aire que acabará por destruir a los protagonistas de este drama,

que fue adaptado a la gran pantalla en 1987, dirigido por Franceso Ros¡ e interpretado por Rupert Everett,

Ornella Muti y Gian Maria Volonté.

Prólogo

Santiago Gamboa

Hace un par de años, en su casa de Bogotá, al frente del Parque de la 88, le

pregunté a García Márquez si nunca había sentido la tentación de escribir una novela

negra. «Ya la escribí -me dijo-, es Crónica de una muerte anunciada.» Afuera, sobre el

césped verde, amos y perros daban el paseo del mediodía bajo un sol radiante, raro

en Bogotá para el mes de febrero. «Lo que sucede es que yo no quise que el lector

empezara por el final para ver si se cometía el crimen o no -continuó diciendo-, así que

decidí ponerlo en la frase inicial del libro.» Era la primera vez que veía a García

Márquez. Yo había aprendido a amar la literatura por haber leído, entre otras cosas,

sus novelas. Estaba muy emocionado escuchándolo. «De este modo agregó- la gente

descansa de la intriga y puede dedicarse a leer con calma qué fine lo que pasó. »

Dicho esto enumeró una larga serie de historias de género negro en la literatura y

concluyó que su preferida era Edipo Rey, de Sófocles: «Porque al final uno descubre

que el detective y el asesino son la misma persona». A García Márquez le gusta hablar

de literatura. Quedan pocos escritores a los que les guste hablar de literatura.

Pero Crónica de una muerte anunciada es, sobre todo, una exacta y eficaz pieza de

relojería. Los hechos que rodean la muerte de Santiago Nasar, en la madrugada

siguiente al fallido matrimonio de Bayardo San Román con Ángela Vicario, van siendo

reconstruidos uno a uno por el narrador, agregando cada vez, con los testimonios de

los protagonistas, la información necesaria para que el muro se levante en equilibrio,

la curiosidad del lector quede azuzada y se forme una ambiciosa historia coral,

nutrida de múltiples voces. Las voces de todos aquellos que, años después,

recuerdan, confiesan u ocultan algún detalle nuevo del crimen, algún matiz que

completa la tragedia. Porque al fin y al cabo Crónica de una muerte anunciada es

también una tragedia moderna. Los personajes son empujados a la acción por

fuerzas que no controlan. Los hermanos Vicario, los asesinos, se ven obligados a

cumplir un destino, que es el de lavar la honra de su hermana, matando a Santiago

Nasar. Pero ninguno de los dos quiere hacerlo, y, como dice el narrador, «hicieron

mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo

consiguieron». El coronel Aponte, el alcalde, alertado por las voces, los desarma; pero

es inútil, pues es demasiado temprano y los hermanos tienen tiempo de reponer con

desgano los cuchillos. Clotilde Armenta, la propietaria de la tienda donde los Vicario

esperan el amanecer, llega incluso a sentir lástima por ellos y le suplica al alcalde

que los detenga, «para librar a esos pobres muchachos del horrible compromiso que

les ha caído encima». Algo más fuerte que la voluntad de los hombres mueve los hilos.

Los vecinos de la familia Nasar, y en realidad todo el pueblo, saben que Santiago va

a ser asesinado e intentan avisarle, pero ninguna de las estafetas llega a su destino.

Deslizan por debajo de la puerta una nota que nadie ve. Se envían razones con

pordioseros que llegan tarde, y muchos, al ver que es una muerte tan anunciada, no

hacen nada simplemente porque no les parece posible que el propio Nasar o su

madre no lo sepan ya y no hayan previsto algo para evitarlo. La madre del narrador

es una de las que sí cree que debe hacer algo, y entonces se viste para salir a alertar

a la mamá de Santiago Nasar; pero antes tiene esta extraordinaria conversación con

su marido, quien le pregunta adónde va:

A prevenir a mi comadre Plácida -contestó ella-. No es justo que todo el mundo sepa

que le van a matar el hijo, y que ella sea la única que no lo sabe.

-Tenemos tantos vínculos con ella como con los Vicario -dijo mi padre.

-Hay que estar siempre del lado del muerto -dijo ella.

Pero cuando sale a la calle le dicen que ya lo mataron. Y así, todos los que quieren

prevenir la muerte son cuidadosamente apartados: sus mensajes no llegan. En

realidad, el único en todo el pueblo que no sabe del crimen es la propia víctima,

perdido entre otras cosas por el cambio en los hábitos diarios que supone, muy de

mañana, la visita de un obispo que ni siquiera puso el pie en el puerto y que los

bendijo desde el barco, alejándose entre resoplidos de vapor. Si en esas lejanías del

Trópico se castigara como delito la «no asistencia apersona en peligro», habría que

meter a la cárcel a todo el pueblo, incluidos el cura y el alcalde. Crónica de una

muerte anunciada es, por lo demás, una joya rara en la obra de García Márquez,

pues es él mismo quien relata la historia en primera persona. El «yo» inquietante que

desde el principio reconstruye los hechos se va reconociendo en el autor hasta

descubrirse del todo, pues dice: «Muchos sabían que en la inconsciencia de la

parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas

había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos

casamos catorce años después». Mercedes Barcha es la «Gaba», así le dicen sus más

íntimos amigos. De este modo el título del libro se acaba de llenar de sentido: no sólo

es una muerte anunciada, sino que además se trata de una crónica, en el mejor estilo

periodístico. García Márquez, el cronista, cita las fuentes de cada información

precisando el origen, sin que nada quede al azar de la imaginación. Y es aquí en

donde el libro adquiere su máxima precisión de relojería suiza. Las fronteras de la

crónica periodística y de la literatura se disuelven y ningún dato queda suelto, nada

de lo narrado aparece sin una previa justificación. La costa atlántica colombiana, por

los años en que se publicó esta novela, era aún vista desde la capital del país como

algo remoto, y en esa mirada había ínfulas de superioridad y de arrogancia

justificadas sólo por el hecho de que en Bogotá estaban los edificios grecorromanos

del Capitolio y el Palacio Presidencial. Esa costa, y lo costeño -llamado

despectivamente «corroncho» por los del interior-, con su mezcla de tradiciones caribes,

hispanas, negras y árabes, era acusada de ser la madre de todos los vicios, la

república de la pereza, de la corrupción, del nepotismo, del machismo y del trago, de

la irresponsabilidad, en fin, de todo lo negativo, mientras que Bogotá, con su rancia

aristocracia, se consideraba a sí misma la Atenas de América, la cuna de la cultura y

la elegancia, el Londres de los

...

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