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Cuál Narrativa de los Noventa


Enviado por   •  30 de Junio de 2022  •  Ensayo  •  2.057 Palabras (9 Páginas)  •  96 Visitas

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¿CUÁL NARRATIVA DE LOS NOVENTA?

Selenco Vega Jácome *

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Cuando uno asiste a eventos literarios sobre  la narrativa peruana de los años noventa, por lo general lo hace sabiendo de antemano que el tema a tratar tiene que ver con la narrativa escrita por jóvenes. Asimismo, cuando uno lee la mayoría de artículos sobre el tema, lo más seguro es que esos artículos traten de escritores noveles como Mario Bellatín, Jaime Bayly, Iván Thays, Sergio Galarza, etc. En otras palabras, cuando se habla de narrativa en el Perú de los noventa, se suele relacionarla inmediatamente con narrativa joven.

Este es un fenómeno por lo menos curioso. En la década que acaba de finalizar, es indudable que los escritores surgidos en los años 50 y 60 han publicado sus mejores obras, fruto de un largo proceso de maduración personal y acumulación de experiencias literarias incanjeables. Está Edgardo Rivera Martínez con País de Jauja (1990) y Libro del amor y de las profecías (1999); está Oswaldo Reynoso y su extraordinaria Los eunucos inmortales (1995), está también Miguel Gutiérrez con La violencia del tiempo (1991), La destrucción del reino (1992) y Babel, el paraíso (1993). Estas obras han cimentado no sólo una labor escritural personal, sino también han ayudado a dar a nuestra narrativa un peso y una importancia que es injusto hacer recaer solamente en Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce. Sin embargo, a la hora de los balances y las apreciaciones ocurre que la crítica parece mirar a los jóvenes escritores y a sus obras primigenias como las dominantes de una época que ha sido pródiga en la aparición de obras narrativas importantes. Y no es, empero, que haya una miopía en la crítica, o una injusta postergación de los autores mayores: a éstos se les ha dado la cobertura necesaria y se ha celebrado convenientemente la aparición de sus importantes obras. Lo que sucede, y esto es lo que yo considero un hecho inusual, es que la crítica parece referirse a los noventa como la década de «los nuevos narradores».

La pregunta que me planteo tiene que ver precisamente con este punto: ¿Qué hace que la crítica literaria relacione la producción narrativa con los autores jóvenes?, ¿qué hace que los noventa sea la década no de los autores consagrados, sino de los recién aparecidos?

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 Cuando Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros (1963), la novela peruana completaba un largo proceso de alejamiento de la impronta indigenista. Hasta entonces, nuestra narrativa tenía como referentes inmediatos a Ciro Alegría, López Albújar y el primer Arguedas. La novela era vista y valorada por la crítica «oficial» en virtud de su eficacia para retratar de la manera más fiel posible la realidad social y los problemas de los sectores golpeados y oprimidos de la sociedad peruana; esta narrativa, sin embargo, carecía por lo general de una preocupación consistente en el terreno de las formas narrativas. Asimismo, en el plano social, la novela indigenista tenía el problema de hallarse atrapada entre los poderosos y conflictivos polos de una tradición anquilosada y una modernidad a la cual el Perú ingresaba tímida y tardíamente.         

Recién con Vargas Llosa nuestra novelística asume de manera cabal otra lógica que tiene a la narrativa urbana como su mejor ejemplo. Esta nueva narrativa se encarga de difundir los aportes técnicos y estilísticos de los grandes maestros norteamericanos de la Generación Perdida, así como del legado de Proust y James Joyce, ignorados hasta entonces por la tradición indigenista.

Con el auge de la narrativa urbana se da no sólo una gradual asimilación de las posibilidades formales de la escritura narrativa, sino que además se produce, en los creadores, el pleno convencimiento de la naturaleza ficcional de sus obras. Es el momento de Zavaleta, de Ribeyro y Bryce, quienes no ven ya el hecho literario como un reflejo de la sociedad y sus problemas, sino como un ejercicio de creación verbal. Si la narrativa es ficción y es escritura, entonces estos narradores pueden ir en busca de las posibilidades creativas que dependen únicamente de su imaginación y talento.

Tanto indigenismo como novela urbana son los dos hitos fundamentales de la narrativa peruana en el siglo XX. Ambas vertientes, que se niegan y se contradicen mutuamente, se corresponden, sin embargo, con la constitución de una auténtica tradición narrativa en el Perú. Esos escritores, con su esfuerzo acumulado por años, sentaron las bases para una narrativa cada vez más sólida de la cual nuestro país carecía antes. Las quejas del joven Vargas Llosa a fines del 50, con respecto a la novela peruana en general, grafican muy bien tal carencia: la falta de rigor formal, lo muchas veces maniqueo y caricaturesco de las novelas de ese tiempo, hicieron que él buscara en las fuentes angloamericanas los recursos y las posibilidades formales para su propia práctica narrativa. Pero después de Vargas Llosa y los escritores contemporáneos suyos la asimilación foránea se completaba: los escritores del Perú posteriores al «Boom» ya no tendrían que beber de las fuentes narrativas extranjeras: ya tenían a modelos como La casa verde, La palabra del mudo y Un mundo para Julius. Es decir, por fin el peso de la tradición peruana caía por su propio peso.

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En muchos sentidos, la obra que escritores consagrados como Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez y Edgardo Rivera desarrollaron en la década del noventa se adscribe en esa tradición novelística urbana que proviene de Carlos Eduardo Zavaleta y Vargas Llosa. Los tres, que comienzan a publicar a lo largo de la década del sesenta, son una virtuosa prolongación de esa tradición que asume la narrativa como ejercicio escritural riguroso y con plena conciencia de su carácter ficcional. Por eso, las obras que publicaron en los años noventa, en cierto modo, eran esperadas por los críticos, dada la calidad y el éxito que acompañaron a sus libros iniciales.

Lo que no se esperaba y creó al principio desconcierto fue la eclosión de una narrativa nueva. Sucede que de pronto, a fines de los años ochenta y principios de los noventa, empiezan a surgir autores y obras importantes y en gran cantidad. Este fenómeno  corresponde al profundo malestar y la debacle que produjo la crisis económica, social y política en el Perú de los años ochenta. Estos nuevos escritores se irán diferenciando de la escritura de Vargas Llosa y del paradigma del «Boom». Es cierto que en ellos encontramos rasgos escriturales diversos; sería exagerado afirmar que estos jóvenes narradores escriben igual uno con respecto al otro; sería igualmente exagerado hablar de una corriente uniforme que los englobe a todos de manera completa.

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