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De Amistades Literarias


Enviado por   •  17 de Abril de 2014  •  1.198 Palabras (5 Páginas)  •  219 Visitas

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DE AMISTADES LITERARIAS: CARLOS FUENTES

Raúl Mejía

El lunes pasado leí la entrevista que Ernesto Peregil le hizo en Buenos Aires (apareció en El País). Ahí un Carlos Fuentes lleno de energía a sus 83 años decía no tener miedos literarios, haber terminado un libro (Federico en su balcón) y la intención de empezar –el día que muchos leímos la entrevista- uno nuevo: El baile del centenario. No habrá tal. Al día siguiente murió.

No son muchos los decesos que me dejan un sentimiento de pérdida tan significativo. Dejo de lado el fallecimiento de seres queridos como los padres, hijos, amigos cercanos; ésos son devastadores. Me refiero a la muerte de otro tipo de seres cercanos con quienes normalmente tenemos otro tipo de conversaciones. En ese espacio es donde está, en mi ánimo, Carlos Fuentes. El mismo que ocupan Octavio Paz, John Lennon, Italo Calvino, Borges y unos pocos más. Cada uno de nosotros va formando sus panteones.

En la entrevista de Peregil, éste le pregunta si está de acuerdo en que, con los años, las personas no se hacen más sabias, sino más torpes a medida que se afianzan en sus convicciones y Fuentes hace el deslinde: depende de quién se hable, porque él se reúne con Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur que tiene 91 años; con Nadine Gordimer de noventa y tantos; con Louise Rainer, de 102 y son personas vitales: “El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada”.

La forma en que Fuentes emprendió la conquista de esa juventud me resultó poco comprensible. En las amistades literarias, el diálogo se establece (obvio) por los libros, las palabras, el lenguaje. En ese sentido, el autor de Gringo viejo dejó de nombrarme (valga la desmesura) luego de la lectura de Diana o la cazadora solitaria en 1994. Digamos que le fui fiel a la amistad durante casi toda su obra y como todo amigo poco consciente y demandante, siempre esperé de él algo fuera de toda medida. Ya cuando muchos lo tildaban de anacrónico, mi fidelidad era hasta sospechosa, pero bastaba escucharlo (ya no digamos leerlo o releerlo) para confirmar que teníamos la fortuna de compartir tiempo y circunstancia y que con su muerte, se va (aquí el lugar común) tal vez el último de los escritores capaces de alcanzar registros sólo accesibles a espíritus balzacianos.

La muerte de alguien tan cercano, obliga a la generosidad. Por supuesto que le agradeceré toda mi vida la lectura de dos clásicos de la literatura en México (y quizás de la literatura en español): La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz porque para el sujeto que fui en los años que leí esas novelas, su lectura iluminó una superficie desconocida de mi país, de las formas en que se construyó un sistema político, la formación de una clase social que luego se ha adueñado de la nación y cuyos nietos o bisnietos, siguen considerando al país como su patrimonio: entre Federico Robles (de La región…) y Artemio Cruz (de La muerte…) se da una estafeta de simulaciones, mentiras, transas que hasta la fecha siguen operando con sus descendientes. Robles se enriquece al término de la revolución gracias a la posibilidad de hacer negocios con dinero público (una práctica que en el sexenio de Miguel Alemán tendrá su cima de inmoralidades… y hasta la fecha); Artemio Cruz, es parte de la generación que “ganó la revolución”, pero este triunfo es producto de la suplantación. Sobrevivió, sí, pero porque traicionó (¡y de qué manera!).

A veces me pregunto si

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