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El Avaro De Moliere


Enviado por   •  2 de Junio de 2015  •  18.016 Palabras (73 Páginas)  •  343 Visitas

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EL AVARO DE MOLIRE

PERSONAJES:

HARPAGÓN1, padre de Cleanto y de Elisa, y enamorado de Mariana.

CLEANTO, hijo de Harpagón, amante de Mariana.

ELISA, hija de Harpagòn, y amante de Valerio.

VALERIO, hijo de Anselmo, y amante de Elisa.

MARIANA, amante de Cleanto y amada de Harpagón.

ANSELMO, padre de Valerio y de Mariana.

FROSINA, mujer de intriga.

MAESE SIMÓN, comisionista.

MAESE JACOBO, cocinero y cochero de Harpagón.

FLECHA, lacayo de Cleanto.

DOÑA CLAUDIA, sirvienta de Harpagón.

MIAJAVENA Y MERLUZA, lacayos de Harpagón

UN COMISARIO y SU ESCRIBIENTE

La acción es en Paris, en casa de Harpagón.

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

Valerio, Elisa

VALERIO: ¡Como, encantadora Elisa, os ponéis melancólica después de las halagadoras seguridades que sobre vuestro sentimiento habéis tenido la bondad de darme!

¡Ay, os veo suspirar en medio de mi dicha! Es que lamentáis, decidme, haberme hecho feliz, y os arrepentíos de este compromiso, o mi pasión ha podido contrariaros?

ELISA: No, Valerio, no puedo arrepentirme de nada de lo que hago por vos. Me siento arrastrada a ello por una fuerza demasiado dulce y ni siquiera tengo energías para desear que las cosas no ocurrieran así. Pero, para seros sincera, me inquieta su resultado; y temo mucho amaros algo más de lo que debería.

VALERIO: ¡Oh, Elisa!, ¿qué podéis temer por las bondades que tenéis para conmigo?

ELISA: ¡Ay, cien cosas a la vez! El enojo de un padre, los reproches de mi familia, las censuras del mundo; pero más que todo la inconstancia de vuestro corazón, Valerio, y esa criminal frialdad con que los de vuestro sexo pagan muy a menudo los testimonios demasiado ardientes de un inocente amor.

VALERIO: ¡Ah, no me hagais la ofensa de juzgarme por los demás! Elisa, sospechad de mí cualquier cosa, menos la de que puedo faltar a lo que os debo: os amo demasiado para ello y mi amor por vos durará tanto como mi vida.

ELISA: Ah, Valerio, todos hablan de esa manera. Todos los hombres son iguales en las palabras; es sólo por los actos que se los descubre diferentes.

VALERIO: Puesto que sólo los actos hacen conocer lo que somos, esperad al menos para juzgar por ellos mi corazón, y no me busquéis crímenes en los injustos temores de una previsión ofensiva. No me asesinéis, os lo ruego, con los sensibles golpes de una sospecha ultrajante, y dadme tiempo para convenceros, con mil y mil pruebas, de la honestidad de mis deseos.

ELISA: ¡Ay, con que facilidad nos dejamos persuadir por los seres amados! Sí, Valerio, creo en vuestro corazón incapaz de engañarme. Creo que me amáis con verdadero amor, y que me seréis fiel; no quiero dudar de ello en absoluto, y atribuyo mi pesar a la aprensión de las críticas que podrían hacerme.

VALERIO: Pero, ¿por qué esa inquietud?

ELISA: Nada tendría que temer si todo el mundo os mirara con mis mismos ojos, pues en vuestra persona encuentro razón para todo cuanto por vos hago. Mi corazón tiene todo vuestro mérito como defensa, apoyado por el socorro de un reconocimiento hacia vos al que me compromete el cielo. A toda hora me represento ese espantoso peligro que por primera vez nos ofreció a las miradas el uno del otro; aquella generosidad sorprendente que os hizo arriesgar vuestra vida para robar la mía al furor de las ondas; los cuidados llenos de ternura de que me hicisteis objeto después de haberme sacado del agua, y los homenajes asiduos de tan ardiente amor que ni el tiempo ni las dificultades han arredrado, y que haciendo os descuidar padres y patria, detiene vuestros pasos en este sitio, mantiene aquí en favor mío disfrazada vuestra fortuna, y os ha reducido para verme, a revestiros con la libertad de doméstico de mi padre. Sin duda, todo esto produce en mí un efecto maravilloso; y es suficiente a mis ojos para justificar el compromiso en que he podido consentir; pero acaso no sea bastante para justificarlo ante los otros, y no estoy segura de que mis sentimientos sean aprobados.

VALERIO: De cuanto habéis dicho, por mi amor pretendo merecer algo ante vos; y en cuanto a vuestros escrúpulos, vuestro mismo padre se cuida demasiado de jusficaros ante el mundo, pues el exceso de su avaricia y el austero tren de vida que lleva con sus hijos, podrían autorizar cosas aún más extrañas. Perdonadme si hablo así en vuestra presencia. Vos sabéis que nunca se podría decir bastante sobre este punto. Pero en fin, si como lo espero, puedo encontrar a mis padres, nos dará mucho trabajo tornarlo favorable. Estoy esperando noticias con impaciencia, y si tardan en venir, iré a buscarlos por mí mismo.

ELISA: Ah, Valerio, os lo suplico, no os mováis de aquí, y tratad solamente de quedar bien a los ojos de mi padre.

VALERIO: Ya veis cómo me preocupo de ello, y las diestras complacencias que he necesitado utilizar para introducirme en su servicio; la máscara de simpatía y de comunidad de sentimientos bajo la cual me disfrazo para complacerle, y el personaje que represento todos los días con él a fin de adquirir su benevolencia. Hago en ello progresos admirables; y compruebo que para ganar a los hombres, no hay mejor camino que adornarse a sus ojos con sus mismas inclinaciones, aseverar sus máximas, ensalzar sus defectos, y aplaudir a cuanto hacen. Ningún temor hay que tener de cargar demasiado en la complacencia; por mucho que el juego sea visible, los más sutiles se vuelven siempre grandes tontos cuando de la adulación se trata; y no hay nada, por impertinente y ridículo que sea, que no se les pueda hacer tragar sazonándolo con alabanzas. La sinceridad sufre un poco en el oficio que desempeño; pero cuando se tiene necesidad de los hombres, es preciso acomodarse a ellos; y puesto que no se les puede ganar sino por ese medio, la culpa no es de los que adulan, sino de los que quieren ser adulados.

ELISA: ¿Pero por qué, no tratáis de ganar también el apoyo de mi hermano, por si la sirvienta llegara a revelar nuestro secreto?

VALERIO: No es posible

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