El Avaro De Moliere
AGeorgina2 de Junio de 2015
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EL AVARO DE MOLIRE
PERSONAJES:
HARPAGÓN1, padre de Cleanto y de Elisa, y enamorado de Mariana.
CLEANTO, hijo de Harpagón, amante de Mariana.
ELISA, hija de Harpagòn, y amante de Valerio.
VALERIO, hijo de Anselmo, y amante de Elisa.
MARIANA, amante de Cleanto y amada de Harpagón.
ANSELMO, padre de Valerio y de Mariana.
FROSINA, mujer de intriga.
MAESE SIMÓN, comisionista.
MAESE JACOBO, cocinero y cochero de Harpagón.
FLECHA, lacayo de Cleanto.
DOÑA CLAUDIA, sirvienta de Harpagón.
MIAJAVENA Y MERLUZA, lacayos de Harpagón
UN COMISARIO y SU ESCRIBIENTE
La acción es en Paris, en casa de Harpagón.
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
Valerio, Elisa
VALERIO: ¡Como, encantadora Elisa, os ponéis melancólica después de las halagadoras seguridades que sobre vuestro sentimiento habéis tenido la bondad de darme!
¡Ay, os veo suspirar en medio de mi dicha! Es que lamentáis, decidme, haberme hecho feliz, y os arrepentíos de este compromiso, o mi pasión ha podido contrariaros?
ELISA: No, Valerio, no puedo arrepentirme de nada de lo que hago por vos. Me siento arrastrada a ello por una fuerza demasiado dulce y ni siquiera tengo energías para desear que las cosas no ocurrieran así. Pero, para seros sincera, me inquieta su resultado; y temo mucho amaros algo más de lo que debería.
VALERIO: ¡Oh, Elisa!, ¿qué podéis temer por las bondades que tenéis para conmigo?
ELISA: ¡Ay, cien cosas a la vez! El enojo de un padre, los reproches de mi familia, las censuras del mundo; pero más que todo la inconstancia de vuestro corazón, Valerio, y esa criminal frialdad con que los de vuestro sexo pagan muy a menudo los testimonios demasiado ardientes de un inocente amor.
VALERIO: ¡Ah, no me hagais la ofensa de juzgarme por los demás! Elisa, sospechad de mí cualquier cosa, menos la de que puedo faltar a lo que os debo: os amo demasiado para ello y mi amor por vos durará tanto como mi vida.
ELISA: Ah, Valerio, todos hablan de esa manera. Todos los hombres son iguales en las palabras; es sólo por los actos que se los descubre diferentes.
VALERIO: Puesto que sólo los actos hacen conocer lo que somos, esperad al menos para juzgar por ellos mi corazón, y no me busquéis crímenes en los injustos temores de una previsión ofensiva. No me asesinéis, os lo ruego, con los sensibles golpes de una sospecha ultrajante, y dadme tiempo para convenceros, con mil y mil pruebas, de la honestidad de mis deseos.
ELISA: ¡Ay, con que facilidad nos dejamos persuadir por los seres amados! Sí, Valerio, creo en vuestro corazón incapaz de engañarme. Creo que me amáis con verdadero amor, y que me seréis fiel; no quiero dudar de ello en absoluto, y atribuyo mi pesar a la aprensión de las críticas que podrían hacerme.
VALERIO: Pero, ¿por qué esa inquietud?
ELISA: Nada tendría que temer si todo el mundo os mirara con mis mismos ojos, pues en vuestra persona encuentro razón para todo cuanto por vos hago. Mi corazón tiene todo vuestro mérito como defensa, apoyado por el socorro de un reconocimiento hacia vos al que me compromete el cielo. A toda hora me represento ese espantoso peligro que por primera vez nos ofreció a las miradas el uno del otro; aquella generosidad sorprendente que os hizo arriesgar vuestra vida para robar la mía al furor de las ondas; los cuidados llenos de ternura de que me hicisteis objeto después de haberme sacado del agua, y los homenajes asiduos de tan ardiente amor que ni el tiempo ni las dificultades han arredrado, y que haciendo os descuidar padres y patria, detiene vuestros pasos en este sitio, mantiene aquí en favor mío disfrazada vuestra fortuna, y os ha reducido para verme, a revestiros con la libertad de doméstico de mi padre. Sin duda, todo esto produce en mí un efecto maravilloso; y es suficiente a mis ojos para justificar el compromiso en que he podido consentir; pero acaso no sea bastante para justificarlo ante los otros, y no estoy segura de que mis sentimientos sean aprobados.
VALERIO: De cuanto habéis dicho, por mi amor pretendo merecer algo ante vos; y en cuanto a vuestros escrúpulos, vuestro mismo padre se cuida demasiado de jusficaros ante el mundo, pues el exceso de su avaricia y el austero tren de vida que lleva con sus hijos, podrían autorizar cosas aún más extrañas. Perdonadme si hablo así en vuestra presencia. Vos sabéis que nunca se podría decir bastante sobre este punto. Pero en fin, si como lo espero, puedo encontrar a mis padres, nos dará mucho trabajo tornarlo favorable. Estoy esperando noticias con impaciencia, y si tardan en venir, iré a buscarlos por mí mismo.
ELISA: Ah, Valerio, os lo suplico, no os mováis de aquí, y tratad solamente de quedar bien a los ojos de mi padre.
VALERIO: Ya veis cómo me preocupo de ello, y las diestras complacencias que he necesitado utilizar para introducirme en su servicio; la máscara de simpatía y de comunidad de sentimientos bajo la cual me disfrazo para complacerle, y el personaje que represento todos los días con él a fin de adquirir su benevolencia. Hago en ello progresos admirables; y compruebo que para ganar a los hombres, no hay mejor camino que adornarse a sus ojos con sus mismas inclinaciones, aseverar sus máximas, ensalzar sus defectos, y aplaudir a cuanto hacen. Ningún temor hay que tener de cargar demasiado en la complacencia; por mucho que el juego sea visible, los más sutiles se vuelven siempre grandes tontos cuando de la adulación se trata; y no hay nada, por impertinente y ridículo que sea, que no se les pueda hacer tragar sazonándolo con alabanzas. La sinceridad sufre un poco en el oficio que desempeño; pero cuando se tiene necesidad de los hombres, es preciso acomodarse a ellos; y puesto que no se les puede ganar sino por ese medio, la culpa no es de los que adulan, sino de los que quieren ser adulados.
ELISA: ¿Pero por qué, no tratáis de ganar también el apoyo de mi hermano, por si la sirvienta llegara a revelar nuestro secreto?
VALERIO: No es posible atraerse al uno y al otro; el espíritu del padre y el hijo son cosas tan opuestas, que es difícil acomodar juntas esas dos confianzas. Pero por vuestra parte, proceded vos cerca de vuestro hermano, y servíos de la amistad que hay entre vosotros para unirlo a nuestros intereses. Me retiro porque ahí viene. Aprovechad este momento para hablarle; y no le descubráis nuestro asunto hasta que lo juzguéis conveniente.
ELISA: No sé si tendré el valor de hacerle esta confidencia.
ESCENA SEGUNDA
Cleanto, Elisa
CLEANTO: Me alegro, hermana, de encontraros sola; ardía en deseos de hablaros, para confiaros un secreto.
ELISA: Hermano, estoy pronta a oíros. ¿Qué tenéis que decirme?
CLEANTO: Muchas cosas, hermana mía, concentradas en una sola palabra: amo.
ELISA: ¿Amáis?
CLEANTO: Sí, amo. Pero antes de ir más lejos, sé que depende de un padre, y que el dictado de hijo me somete a su voluntad: que no debemos comprometer nuestra palabra sin el consentimiento de los autores de nuestros días; que el Cielo los ha hecho dueños de nuestros propósitos, y que nos está ordenado no disponer de ellos sino bajo su dirección; que no encontrándose prevenidos por ningún loco ardor, están en condiciones de engañarse mucho menos que nosotros, y de ver mucho mejor lo que nos conviene; que en esto vale más creer a las luces de su prudencia que a la ceguera de nuestra pasión; y que los arrebatos de la juventud nos arrastran muy a menudo a peligrosos precipicios. Os digo todo esto, hermana, a fin de que no os toméis la molestia de decírmelo; porque en último término mi amor no quiere oír nada y os ruego que no me hagáis reconvenciones.
ELISA: Hermano, ¿os habéis comprometido con la que amáis?
CLEANTO: No, pero estoy resuelto a ello; y una vez más os conjuro a que no traigáis razones para disuadirme.
ELISA: ¿Soy acaso una persona tan terrible, hermano?
CLEANTO: No, hermana; pero vos no amáis: ignoráis la dulce violencia que un tierno amor ejerce sobre nuestros corazones; y temo vuestra discreción.
ELISA: Ay hermano mío, no hablemos de mi discreción. No hay persona a la que no le falte, al menos una vez en su vida; y si os abriera mi corazón, quizá sería yo a vuestros ojos muchos menos discreta que vos.
CLEANTO: Ah, plegue al Cielo que vuestra alma, como la mía...
ELISA: Terminemos antes vuestro asunto, y decidme quién es la que amáis.
CLEANTO: Una joven que se aloja desde hace poco en este barrio, y que parece estar hecha para inspirar amor a cuantos la ven. La naturaleza, hermana mía, no ha creado nada más adorable; yo me sentí transportado desde el momento en que la vi. Se llama Mariana, y vive bajo la guarda de una anciana madre, casi siempre enferma, y por quien esta amable niña experimenta un afecto inimaginable. La atiende, la compadece y la consuela con una ternura que os llegaría al alma. Se aplica a las cosas que hace con el aire más encantador del mundo, y en todas sus acciones se ven brillar mil gracias: una dulzura llena de atractivos, una bondad alentadora, una cortesía adorable, una... Ah, hermana, quisiera que la hubieseis visto.
ELISA: La veo perfectamente, hermano, a través de las cosas que decís; y para comprender lo que es, me basta con que vos la améis.
CLEANTO: He descubierto indirectamente que no están muy bien de fortuna, y que su discreto régimen de vida apenas consigue equiparar los bienes que puedan tener a sus necesidades. Figuraos, hermana,
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