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El Drama Y El Teatro

2 de Diciembre de 2014

5.297 Palabras (22 Páginas)228 Visitas

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Personajes:

Carolina: 25 años, clase acomodada

Carlos: Su esposo, un joven abogado

Fernando: Un estudiante de ingeniería

Porta equipaje

Vendedora

La acción tiene lugar en la Sala de espera de una estación de ferrocarril, en un pequeño pueblo del sur de Chile.

Carolina se estrenó en en Diciembre de 1955 en la sala Anto¬nio Varas, con ocasión de un festival

de grupos de teatro aficionado de provincia, convocado por el Teatro Experi¬mental de la Universidad de Chile, y se mantuvo en cartelera durante el año 1956 en el Teatro Atelier. Montaje como clausura al festival por el elenco del Teatro de la Universi¬dad de Chile, con dirección de Eugenio Guz¬mán: y la actuación de Alicia Quiroga, Mario Lorca, Ramón Sabat. Personajes secunda¬rios: Jorge Acevedo, Meche Cal¬vo. Escenografía de Ricardo Moreno y música incidental de Celso Garrido Lecca.

Acto Unico

Una sala de espera. Un banco. Luz de día. Música de introducción alegre, (ejecutada por un organi¬llo callejero), que se mezcla con el ritmo de un tren que se detiene. Entra Fernando, el estudiante. Trae una caja de violín y maletín, se sien¬ta en el banco. Luego entra Carlos, precedido por el porta-equipaje que trae las maletas.

Carlos: (Al porta-equipaje, dando propina) Gracias, déjelas ahí. ¿Cuanto falta para nuestro tren?

Porta equipaje: ¿El expreso a Santiago?

Carlos: No, hombre: vengo de Santiago. El tren local.

Porta equipaje: Unos... treinta minutos. Si no llega con atraso... (Sale)

Entra Carolina, cargando paquetes y, distraída sigue de largo. Va a salir por el otro extremo, él la llama.

Carlos: ¡Carolina! (Ella se detiene). ¿Dónde vas, mujer? (Le ayuda a dejar los paquetes en el banco). Sabiendo que teníamos que hacer un trans¬bordo, ¿cómo se te ocurre traer tantos paque¬tes?

Carolina: Sí, Carlos.

Carlos: ¡Una caja de sombreros!. ¿Vas a usar som¬brero en el campo?

Carolina: Sí, Carlos...

Carlos: (Mira dentro de la caja) Un, dos tres, cuatro, cinco... ¡Cinco sombreros!. Si es para protegerte del sol ¿no te pare¬cen demasiados?

Carolina: Sí, Carlos.

Carlos: Cinco paquetes... Oye ¿no eran seis?

Carolina: Sí, Carlos.

Carlos: ¡Pierdes uno y te quedas tan tranquila!

Carolina: (Sentándose) Sí, Carlos.

Carlos: ¿En qué quedamos?. ¿Eran cinco, o seis?

Carolina: Cinco, Carlos, cinco.

Carlos: (Se sienta y abre el periódi¬co: Imitándola) "Sí, Carlos, No, Car¬los..." Oye... en el tren venía leyendo un par de avisos, muy sugerentes. Aquí, (Lee) "Compro refrigerador en buen esta¬do, tratar", etc. Y este otro: "Vendo Chevrolet, 4 puertas, poco uso, con facilidades...". Fíjate en el detalle: el refri¬gera¬dor lo pagan al con¬tado, podemos dar el pié para el auto. Sé que el refrigerador es indispensable, pero tene¬mos el chi¬co que nos dio tu mamá, mien¬tras podamos comprar uno mejor. En fin, tú dirás... (La mira, ella sigue distraída) ¡Carolina!

Carolina: ¿Sí, Carlos?

Carlos: Oye ¿qué te pasa?

Carolina: ¿A mí?. Nada. ¿Por qué?

Carlos: Hace como media hora que contestas: "sí, Carlos", sin tener idea de lo que dices.

Carolina: Sé perfectamente lo que digo... Digo: "sí, Ca¬rlos".

Carlos: Bueno, ¿qué opinas?

Carolina: ¿Sobre qué, por ejemplo?

Carlos: ¡Sobre estos avisos "por ejemplo"!

Carolina: Tienes razón: trae demasiados avi¬sos... Deberían dedicar más espacio a la literatura.

Carlos: ¡Más espacio a la literatura... !

Carolina: Siempre lo has dicho. ¿Por qué tratas de confundirme?

Carlos: ¡No trato de confundirte!. ¡Sólo te hago notar que contestas sin tener la menor idea de sobre qué te estoy hablando!

Carolina: Entonces, dime de qué se trata y no te sulfures.

Carlos: De vender nuestro refrigera¬dor, y...

Carolina: (Cortando) ¿Estás loco?. ¡No se puede vivir sin refrigera¬dor.

Carlos: Déjame terminar: venderlo para comprar un auto...

Carolina: ¿Lo dices en serio?. ¡No vas a comparar el precio de un auto con el de un refrige¬rador!

Carlos: ¿Podrías leer estos avisos? (Rabioso, tira el diario). ¡Al diablo!. Lo que me interesa, ahora, es saber en qué esta¬bas pensan-do.

Carolina: Pero Carlos, ¿por qué siempre tienes que tirar todo al suelo? (Recoge el diario)

Carlos: No cambies el tema.

Carolina: No cambio el tema, lindo: recojo el dia¬rio. Te alteras cuando viajas en tren.

Carlos: (Imitando su voz suave). No son los viajes en tren, queri¬da...

Carolina: ¿Por qué ese tono de marido controla¬do?

Carlos: ¿Dime de una vez en qué estabas pensando?

Carolina: ¿Yo?

Carlos: Sí. Tú.

Carolina: ¿Cómo quieres que sepa en qué estaba pensando?. En nada. Estaba pensando... en nada.

Carlos: Entonces, deduzco que durante todo el trayecto desde Santiago hasta esta estación del trasbordo, venías pensando en nada, porque traías esa misma expresión lunática.

Carolina: ¿Es un pecado?

Carlos: Es una mentira: No es posible pensar "en nada" tanto tiempo seguido. Un esfuerzo continuado para mantener la mente en blanco, agota hasta los cerebros más entrenados.

Carolina: Por Dios, Carlos ¿cómo puedes ser tan complicado?. No hice el menor esfuerzo. Y cuando digo nada, quiero de¬cir... todo.

Carlos: (A un testigo imaginario) Cuando dice "nada", quiere decir "todo".

Carolina: Ay, Carlos, ¡qué manía la tuya de repetir lo que yo digo!. Me mortifica.

Carlos: Lo repito para poner en evidencia lo ilógico de tus respues¬tas. Eso es lo que te "mortifica".

Carolina: Oye, estás poniendo una terrible mala voluntad en esta con¬versación. Por lo general me entiendes muy bien.

Carlos: No cuando tratas de engañarme. (Pausa). ¿Qué fue ese sobresal¬to que tuviste al llegar a Rancagua?

Carolina: Un calambre, te lo dije. De tanto estar sentada.

Carlos: ¿Y ese otro, cerca de Pelequén?

Carolina: Otro calambre de tanto estar sentada. ¿Te parece muy raro?

Carlos: ¿Y el de...

Carolina: ¿De Chimbarongo?

Carlos y Carolina: ¡Otro calambre de tanto estar sentada!...

Carolina: Lindo, por favor terminemos con estas discusio¬nes inútiles. Explícame eso del auto y del refrigerador...

Carlos: Olvidemos eso. (Se está buscando algo en los bolsi¬llos, al no hallarlo, se levanta como para salir de la sala,)

Carolina: ¿Dónde vas?

Carlos: A comprar cigarrillos. (Sale)

Carolina, se levanta y empieza a acomo¬dar los paquetes sobre el banco. Ladra un perro, asustada deja caer uno de los paquetes. Fernando, que desde el inicio ha estado atento observándola, corre a recogerlo. Ella le son¬ríe. Hay un silencio. El, tímido, va a decir algo, pero no le sale la voz. Se aclara la garganta y vuelve a ensayar:

Fernando: ¿Van a tomar el tren local?... Yo también. Por favor, no crea que tenga la costumbre de acercarme a las señoras y ha-blarles. Se trata de una circuns¬tancia muy especial, y me resulta difícil... (Al accionar, tira otro de los paque¬tes, lo recoge, solícito) Como le decía...

Carolina: Ah... ¿me estaba hablando a mí?

Fernando: ¿A quién otra?. Naturalmente que le estaba hablando a usted. (Sin querer al accionar tira otro paquete). Perdone ¡qué torpe!

Carolina: (Divertida) Deje en paz esos pobres paque¬tes y por favor, repita su pregunta: estaba distraída.

Fernando: ¿Mi pregunta?. ¿Cuál pregunta?. No tiene importancia... (Calla, luego reacciona). Le decía que no acostumbro acercarme a una dama sin ser presen¬ta¬do, que es la prime¬ra vez que lo hago...

Carolina: Muy mal hecho.

Fernando: Carolina... (Se corrige) Señora... estoy seguro que usted está muy por encima de esos tontos convencionalismos.

Carolina: Sabe mi nombre...

Fernando: ¡Sé su nombre! (Con pasión). ¡No hay nada que sepa tanto como su nombre!, Carolina.

Carolina: Joven ¿qué pretende?. Porque si lo que pretende es...

Fernando: No pretendo nada y por favor no me llame "joven". Sólo quería decirle que la estuve observando en el tren, y me pareció que tenía usted una terrible preocu¬pación. Si pudiera ayudar¬la... ¡estoy dispuesto a todo!

Carolina: (Lo mira un instante) Me extraña tanto interés de parte de un desconocido.

Fernando: ¡Le juro que no soy un desconocido!

Carolina: Sin embargo, tiene todo el aspecto.

Fernando: Alguien que la admira desde ha¬ce tanto tiempo, no puede ser un "descono¬cido". ¿Comprende?

Carolina: (Burlándose) Ah, sí. Comprendo.

Fernando: ¡Gracias, Carolina!

Carolina: Comprendo que está tratando de hacerme la corte.

Fernando: Dios mío, ¿y si así fuera?. ¿Nunca le han hecho la corte?

Carolina: Soy una mujer casada. Y ahora, perdone, pero tengo un grave problema que resolver. No puedo dedicarle más tiempo.

Fernando: ¡De eso se trata!. ¡Quiero ayudarle con su proble¬ma!

Carolina: Pero... ¡si no lo conozco!

Fernando: Mire, supongamos que una tarde nos encontramos en... el Parque Forestal. Alguien nos presenta: Carolina, una mujer encantadora, Fernando, un estudian¬te de ingeniería. Ya está. Ahora, nos hemos vuelto a encontrar, pero, claro, usted ya se ha olvidado de mí.

Carolina: Completamente.

Fernando:

...

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