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La Noche Que Volvimos A Ser Gente

nataliacolon31 de Enero de 2012

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La noche que volvimos a ser gente

[Cuento. Texto completo]

José Luis González

¿Qué si me acuerdo? Se acuerda el Barrio entero si quieres que te diga la verdad, porque eso no se le va a olvidar ni a Trompoloco, que ya no es capaz de decir ni dónde enterraron a su mamá hace quince días. Lo que pasa es que yo te lo puedo contar mejor que nadie por esa casualidad que tú todavía no sabes. Pero antes vamos a pedir unas cervezas bien frías porque con esta calor del diablo quién quita que hasta me falle la memoria.

Ahora sí, salud y pesetas. Y fuerza donde tú sabes. Bueno, pues de eso ya van cuatro años y si quieres te digo hasta los meses y los días porque para acordarme no tengo más que mirarle la cara al barrigón, ése que tú viste ahí en la casa cuando fuiste a procurarme esta mañana. Sí, el mayorcito, que se llama igual que yo pero que si hubiera nacido mujercita hubiéramos tenido que ponerle Estrella o Luz María o algo así. O hasta Milagros, mira, porque aquello fue... Pero si sigo así voy a contarte el cuento al revés, o sea desde el final y no por el principio, así que mejor sigo por donde iba.

Bueno, pues la fecha no te la digo porque ya tú la sabes y lo que te interesa es otra cosa. Entonces resulta que ese día le había dicho yo al foreman, que era un judío buena persona y ya sabía su poquito de español, que me diera un overtime porque me iban a hacer falta los chavos para el parto de mi mujer, que ya estaba en el último mes y no paraba de sacar cuentas. Que si lo del canastillo, que si lo de la comadrona... Ah, porque ella estaba empeñada en dar a luz en la casa y no en la clínica donde los doctores y las norsas no hablan español y además sale más caro.

Entonces a las cuatro acabé mi primer turno y bajé al come-y-vete ése del italiano que está ahí enfrente de la factoría. Cuestión de echarme algo a la barriga hasta que llegara a casa y la mujer me recalentara la comida, ¿ves? Bueno, pues me metí un par de hot dogs con una cerveza mientras le tiraba un vistazo al periódico hispano que había comprado por la mañana, y en eso, cuando estaba leyendo lo de un latino que había hecho tasajo a su corteja porque se la estaba pegando con un chino, en eso, mira, yo no sé si tú crees en esas cosas, pero como que me entró un presentimiento. O sea que sentí que esa noche iba a pasar algo grande, algo que no podía decir lo que iba a ser. Yo digo que uno tiene que creer porque tú me dirás qué tenía que ver lo del latino y el chino y la corteja con eso que yo empecé a sentir. A sentir, tú sabes, porque no fue que lo pensara, que eso es distinto. Bueno, pues acabé de mirar el periódico y volví rápido a la factoría para empezar el overtime.

Entonces el otro foreman, porque el primero ya se había ido, me dice: ¿Qué, te piensas hacer millonario para poner un casino en Puerto Rico? Así, relajando, tú sabes, y vengo yo y le digo, también vacilando: No, si el casino ya lo tengo. Ahora lo que quiero poner es una fábrica. Y me dice: ¿Una fábrica de qué? Y le digo: Una fábrica de humo. Y entonces me pregunta: ¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer con el humo? Y yo bien serio, con una cara de palo que había que ver: ¿Adiós?... ¿y qué voy a hacer? Enlatarlo para vendérselo a los americanos, que compran cualquier cosa con tal de que venga en lata. Un vacilón, tú sabes, porque ese foreman era todavía más buena persona que el otro. Pero porque le conviene, desde luego: así nos pone de buen humor y nos saca el jugo en el trabajo. Él se cree que yo no lo sé, pero cualquier día se lo digo para que vea que uno no es tan ignorante como parece. Porque esta gente aquí a veces se imagina que uno viene de la última sínsora y confunde el papel de lija con el papel de inodoro, sobre todo cuando uno es trigueñito y con la morusa tirando a caracolillo.

Pero, bueno, eso es noticia vieja y lo que tengo que contarte es otra cosa. Ahora, que la condenada calor sigue y la cerveza ya se nos acabó. La misma marca, ¿no? Okay. Pues como te iba diciendo, después que el foreman me quiso vacilar y yo le dejé con las ganas, pegamos a trabajar en serio. Porque eso sí, aquí la guachafita y el trabajo no son compadres. Time es money, ya tú sabes. Pegaron a llegarme radios por el assembly line y yo a meterles los tubos: chan, chan. Sí, yo lo que hacía entonces era poner los tubos. Dos a cada radio, uno en cada mano. Chan, chan. Al principio, cuando no estaba impuesto, a veces se me pasaba un radio y entonces, ¡muchacho!, tenía que correrle detrás y al mismo tiempo echarle el ojo al que venía seguido, y creía que me iba a volver loco. Cuando salía del trabajo sentía como que llevaba un baile de San Vito en todo el cuerpo. A mí me está que por eso en este país hay tanto borracho y tanto vicioso. Sí, chico, porque cuando tú quedas así lo que te pide el cuerpo es un juanetazo de lo que sea, que por lo general es ron o algo así, y ahí se va acostumbrando uno. Yo digo que por eso las mujeres se defienden mejor en el trabajo de factoría, porque ellas se entretienen con el chismorreo y la habladuría y el comentario, ¿ves?, y no se imponen a la bebida.

Bueno, pues ya tenía yo un rato metiendo tubos y pensando boberías cuando en eso viene el foreman y me dice: Oye, ahí te buscan. Yo le digo: ¿A quién, a mí? Pues claro, me dice, aquí no hay dos con el mismo nombre. Entonces pusieron a otro en mi lugar para no parar el trabajo y ahí voy yo a ver quién era el que me buscaba. Y era Trompoloco, que no me dice ni qué hubo sino que me espeta: Oye, que te vayas para tu casa que tu mujer se está pariendo. Sí, hombre, así de sopetón. Y es que el pobre Trompoloco se cayó del coy allá en Puerto Rico cuando era chiquito y según decía su mamá, que en paz descanse, cayó de cabeza y parece que del golpe se le ablandaron los sesos. Tuvo un tiempo, cuando yo lo conocí aquí en el Barrio, que de repente se ponía a dar vueltas como loco y no se paraba hasta que se mareaba y se caía al suelo. De ahí le vino el apodo. Eso sí, nadie abusa de él porque su mamá era muy buena persona, médium espiritista ella, tú sabes, y ayudaba a mucha gente y no cobraba. Uno le dejaba lo que podía, ¿ves?, y si no podía no le dejaba nada. Entonces hay mucha gente que se ocupa de que Trompoloco no pase necesidades. Porque él siempre fue huérfano de padre y no tuvo hermanos, así que como quien dice está solo en el mundo.

Bueno, pues llega Trompoloco y me dice eso y yo digo: Ay, mi madre, ¿y ahora qué hago? El foreman, que estaba pendiente de lo que pasaba porque esa gente nunca le pierde ojo a uno en el trabajo, viene y me pregunta: ¿Cuál es el trouble? Y yo le digo: Que viene a buscarme porque mi mujer se está pariendo. Y entonces el foreman me dice: Bueno, ¿y que tú estás esperando? Porque déjame decirte que ese foreman también era judío y para los judíos la familia siempre es primero. En eso no son como los demás americanos, que entre hijos y padres y entre hermanos se insultan y hasta se dan por cualquier cosa. Y no sé si será por la clase de vida que la gente lleva en este país. Siempre corriendo detrás del dólar, como los perros esos del canódromo que ponen a correr detrás de un conejo de trapo. ¿Tú los has visto? Acaban echando el bofe y nunca alcanzan al conejo. Eso sí, les dan comida y los cuidan para que vuelvan a correr al otro día, que es lo mismo que hacen con la gente, si miras bien la cosa. Así que en este país todo venimos a ser como perros de carrera.

Bueno, pues cuando el foreman me dijo de qué yo estaba esperando, le digo: Nada, ponerme el coat y agarrar el subway antes que mi hijo vaya a llegar y no me encuentre en casa. Contento que estaba yo ya, ¿sabes?, porque iba ser mi primer hijo y tú sabes cómo es eso. Y me dice el foreman: No se te vaya a olvidar ponchar la tarjeta para que cobres la media hora que llevas trabajando, que de ahora palante es cuando te van a hacer falta los chavos. Y le digo: Cómo no, y agarro el coat y poncho la tarjeta y le digo a Trompoloco, que estaba parado allí mirando las máquinas como eslembao: ¡Avanza, Trompo, que vamos a llegar tarde! Y bajamos las escaleras corriendo para no esperar el ascensor y llegamos a la acera, que estaba bien crowded porque a esa hora todavía había gente saliendo del trabajo. Y digo yo: ¡Maldita sea, y que tocarme la hora del rush! Y Trompoloco que no quería correr: Espérate, hombre, espérate, que yo quiero comprar un dulce. Bueno, es que Trompoloco es así, ¿ves?, como un nene. Él sirve para hacer un mandado, si es algo sencillo, o para lavar unas escaleras en un building o cualquier cosa que no haya que pensar. Pero si es cuestión de usar la calculadora, entonces búscate a otro. Así que vengo y le digo: No. Trompo, qué dulce ni qué carajo. Eso lo compras allá en el Barrio cuando lleguemos. Y él: No, no, en el Barrio no hay de los que yo quiero. Esos nada más se consiguen en Brooklyn. Y le digo: Ay, tú estás loco, y en seguida me arrepiento porque eso es lo único que no se le puede decir a Trompoloco. Y se para ahí en la acera, más serio que un chavo de queso, y me dice: No, no, loco no. Y le digo: No, hombre, si yo no dije loco, yo dije bobo. Lo que pasa es que tú oíste mal. ¡Avanza, que el dulce te lo llevo yo mañana! Y me dice: ¿Seguro que tú no me dijiste loco? Y yo: ¡Seguro, hombre! Y él: ¿Y mañana me llevas dos dulces? Mira, loco y todo lo que tú quieras, pero bien que sabe aprovecharse. Y a mí casi me entra la risa y le digo: Claro chico, te llevo hasta tres si quieres. Y entonces vuelve a poner buena cara y me dice: Está bien, vámonos, pero tres dulces, acuérdate, ¿ah? Y yo, caminando para la entrada del subway con Trompoloco detrás: Sí, hombre,

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