La Pedagogia Del Oprimido
Adela_Eva8 de Noviembre de 2011
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Capítulo 1 LA PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDO.
I. Justificación de la pedagogía del oprimido. El hombre actual capta, al proponerse a sí mismo como problema, su vocación ontológica e histórica de «ser más», de humanizarse verdaderamente. Y capta también que la estructura social de hoy, en lugar de permitirle ser más, lo deshumaniza, lo hace menos. Una y otra (ser más, ser menos) radican en que el hombre es un ser inconcluso. La estructura actual se presenta según la relación opresoroprimido. Uno y otro están en la situación de «ser-menos», los primeros por su violencia activa, los segundos por recibir la violencia, la injusticia, la opresión. Pero el hombre está llamado a ser más, y para lograrlo debe buscar su liberación. Esta no puede venir de los opresores, que, cuando más, llegan con su poder opresor a una aparente generosidad con los oprimidos. El opresor necesita para su existencia la estructura opresor-oprimido. La liberación sólo puede venir del «poder que nazca de la debilidad de los oprimidos», que «será
lo suficientemente fuerte para liberarlos a ambos» (p. 20). La verdadera generosidad está en luchar para que desaparezcan las razones del falso amor, ante el cual se extienden las manos del «abandonado de la vida», del
«condenado de la tierra; en luchar para que desaparezcan estas súplicas de humildes a poderosos y «se vayan haciendo cada vez más manos humanas que trabajen y transformen al mundo» (p. 21).«Esta enseñanza y este
aprendizaje tienen que partir, sin embargo, de los condenados de la tierra, de los oprimidos, de los harapientos del mundo y de los que con ellos realmente se solidaricen para buscar la liberación a la que llegarán no por casualidad, sino por la praxis de su búsqueda, por el conocimiento o reconocimiento de la necesidad de luchar por ella. Lucha que, por la finalidad que le dieron los oprimidos, será un acto de amor, con el cual se opondrán al desamor contenido en la violencia de los opresores, aun cuando ésta se revista de la falsa generosidad recibida» (p. 21).La aceptación a priori de la dialéctica, por la cual no cabe más progreso que el que se obtenga por la lucha de contrarios, condiciona, ya desde el inicio, toda la exposición de Freire.
II. La contradicción opresores-oprimidos; su superación (pp. 21-37). La pedagogía del oprimido no es para el oprimido, sino hecha con el oprimido en su lucha liberadora. Debe hacerlo consciente de la opresión y de sus causas y llevarlo al compromiso con la lucha por su liberación, en que esta pedagogía se
hará y rehará. Como los oprimidos «hospedan» al opresor en sí (por tanto, son dobles, inauténticos), deben ser conscientes críticamente de ello. Si no, tienden no a luchar, sino a «adherirse» al opresor, a identificarse con él, en quien ven el testimonio de hombre, de humanidad; el hombre nuevo serían ellos mismos (los oprimidos) tornándose opresores de otros; su adherencia al opresor no les posibilita la conciencia de sí como personas, ni la conciencia de la clase oprimida. Freire sigue fielmente a Marx, que había escrito: «Hay que hacer más angustiosa la opresión real, añadiendo la conciencia de esa opresión» (Contribución a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel.) El «miedo a la libertad» de los oprimidos los puede llevar tanto a pretender ser opresores, como a permanecer atados al status de oprimidos. El oprimido recibe impositivamente las opciones de la conciencia del opresor; por esto el comportamiento del oprimido es prescrito: se hace con las pautas del opresor.
El oprimido se encuentra «inmerso» en la estructura dominadora y teme la libertad al no sentirse capaz de asumir el riesgo ante los opresores y ante los otros oprimidos que se asustan con mayores represiones. Sufre una dualidad: quiere ser, pero teme ser. Es él (oprimido) y al mismo tiempo otro (opresor), introducido en él como conciencia opresora. Su lucha se plantea entre expulsar o no al opresor de dentro de sí; entre seguir prescripciones o tener opciones. Este es el trágico dilema de los oprimidos, que su pedagogía debe resolver para alcanzar la liberación a través de ese «parto» doloroso del cual nace el hombre nuevo -viable únicamente por la superación de la contradicción opresor-oprimidos-, que es la humanización de todos: un nuevo hombre que se va liberando y no es opresor ni oprimido. Pero no basta una superación idealista de su situación de oprimido; para que sea motor de la liberación hace falta que el oprimido se entregue a la praxis liberadora, reconociendo el límite que la sociedad opresora le impone y teniendo ahí el motor de su acción liberadora. En esta praxis liberadora entran los opresores cuando individualmente se solidariza alguno con un acto de amor, que lo lleva al
liderazgo revolucionario, asumiendo la situación de oprimido. La liberación supone un cambio provocado de la estructura opresor-oprimido que se comporta como sustrato en donde están inmersos opresores y oprimidos. «Pedagogía del oprimido, que, en el fondo, es la pedagogía de los hombres» que se empeñan en la liberación. Uno de sus sujetos son los oprimidos al conocer críticamente que son oprimidos.
III .La situación concreta de opresión y los opresores (pp. 37-49)
Dos momentos de la pedagogía del oprimido:
1. El oprimido desvela el mundo de la opresión y se compromete, con la praxis, en su transformación.
2. Transformada la realidad opresora, esta pedagogía deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en permanente liberación.
Estudia el momento primero en donde aparece el problema de la conciencia oprimida y de la conciencia opresora; de los hombres opresores y oprimidos en una situación concreta de opresión. La situación de opresión engendra la violencia y constituye a los oprimidos como violentados. Los que inauguran el desamor, la violencia, la injusticia, son los opresores. El amor es inaugurado por la respuesta de los oprimidos al rebelarse y buscar
la superación por la liberación de la contradicción en que se hallan. Con su liberación se liberan también los opresores al desaparecer como clase que oprime y no aparecer los antes oprimidos como nuevos opresores.
La situación opresora da a todos los sumergidos en ella (opresores y oprimidos) formas características de ser. El opresor aparece con una fuerte conciencia posesiva de personas y del mundo, sin la cual no es, y por eso tiende a transformar todo en objeto de su dominio. Esto los lleva a una visión exclusivamente materialista de la existencia en donde el dinero es la medida de todas las cosas y el lucro su objeto principal. Para el opresor lo que vale es tener más, a costa incluso del tener menos o del tener nada de los oprimidos.
Ser para ellos es tener. Para los opresores, los «otros» (los oprimidos) son cosas a las cuales han de tratar «generosamente» y mantenerlos observados y vigilados como seres inanimados. Esto (el autor cita a E. Fromm, El corazón del hombre) es una manifestación característica de la conciencia opresora con su visión sádica y necrófila del mundo y de los hombres. Los oprimidos no tienen otras finalidades sino las que les impongan los opresores. Plantea también Freire el caso del opresor que se pasa al polo oprimido para luchar por su liberación, pero lleva toda la marca de su origen, sus defectos y sus prejuicios, y entre ellos la desconfianza de que el pueblo sea capaz de pensar con acierto, de querer, de saber. Corren el riesgo de caer en otro tipo de falsa generosidad en donde ellos son los forjadores de la transformación, propietarios del saber revolucionario, sin creer en el pueblo aunque hablen de él. Un verdadero revolucionario humanista se reconoce más por la creencia en el pueblo, que lo compromete, que por mil acciones sin ella. Debe revisarse a sí mismo constantemente y no permitirse comportamientos ambiguos. En definitiva, quien se pasa al polo de los oprimidos debe renacer, adquirir una nueva forma de «estar siendo», y esto se logra mediante la convivencia con los oprimidos. Como se ve, Freire -aun aceptando de lleno un planteamiento marxista- se manifiesta partidario de un «populismo» que a Lenin, por ejemplo, le parecería sin duda superficial e ingenuo. (Cfr. Introducción general, pp. 45- 46)
IV. La situación concreta de opresión y los oprimidos (pp. 49-55) El oprimido presenta como características: la dualidad existencial, el fatalismo, la aceptación del orden, la admiración hacia el opresor, la autodevaluación. Por la dualidad, el oprimido es oprimido y opresor. Esto conduce a una actitud fatalista (que algunos califican de docilidad como característica esencial de un pueblo). Este fatalismo es casi siempre referido al destino o a una distorsionada visión de Dios. Aceptan el orden establecido por los opresores y a veces lo defienden, incluso atacando horizontalmente a otros oprimidos (explicitan así su dualidad: atacan al opresor hospedado en el oprimido). Aparece también una tendencia a admirar e imitar al opresor y a sus formas de vida. La autodevaluación es una consecuencia de la autoincorporación que hacen los oprimidos de la visión que tienen de ellos los opresores. Aceptan que son menos. Por eso no creen en sí mismos. Esta autodesvalorización se transforma al alterarse la situación opresora por captación de su propio valor como personas y al captar la vulnerabilidad de los opresores. Poco a poco el oprimido asume formas de rebeldía y se va comprometiendo en la lucha organizada por su liberación por medio de la praxis (acción y reflexión).
Ciertamente, ser no es tener medios materiales; pero esa distinción válida anula precisamente la dialéctica materialista que, no obstante, Freire continúa utilizando.
V. Nadie libera a nadie,
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