Ola Es Esta :I Putos
loquillo23231 de Abril de 2014
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SOLUCIÓN INESPERADA
A los escasos dos meses de casado, Regino Borrego tuvo la sensación de que algo faltaba en su nueva vida. No podía precisar lo que aquello era, y a sus amigos explicaba la situación diciéndoles que encontraba la vida matrimonial aburrida y contraria a lo que había esperado.
Pero eso no era todo. Algunos meses después las cosas fueron empeorando, porque Manola, su mujer, no obstante que todavía no cumplía veinte años, se había vuelto mal humorienta y extremadamente regañona. Nadie, al ver aquella mujer joven y bonita, habría podido creer semejante cosa.
Regino se esforzaba por complacerla, pero todo era inútil. Ella siempre tenía alguna crítica que hacer de él. Cuando no era el traje, la forma del cuello de las camisas que compraba, el color del calzado, su manera de comer o el modo de jugar a la baraja. Todo lo que hacía le parecía mal y juzgaba tonto cuanto decía.
Un día ella dijo:
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—Qué fastidio vivir contigo. Cuando me casé creí que tenías veintidós años, pero ahora sé que estaba tan equivocada como tu acta de nacimiento. Te portas como si tuvieras sesenta, o más, ochenta años...
Recalcando las palabras, él contestó:
—Pues yo ya estoy harto de ti y de tu constante repelar. Si tú crees que yo parezco de ochenta, tú debes de tener noventa. Durante las horas de trabajo en la tienda, me siento enteramente feliz, pero no hago más que llegar a casa y sentirme extraño, peor aún, como si fuera tu mozo.
—Ni eso podrías ser —repuso ella haciendo un gesto avinagrado.
Guadalupe Zorro, la madre de Manola, enfermó. Se había ido a residir a Los Ángeles cuando su hija casó. Hacía cinco años que era viuda, y sintiéndose aún joven y atractiva, quiso vivir independientemente, tratando de obtener de la vida lo que una mujer menor de cuarenta y con posibilidades puede esperar cuando no se tienen prejuicios ni temor a nada. Pero la razón principal por la cual había cambiado de ciudad era porque no deseaba que la trataran como a suegra. Odiaba a las sue- gras sobre todas las cosas, porque había tenido que sufrir a uno de los peores especímenes.
Pero la alegre señora se encontraba enferma y telegrafió a su hija para que le ayudara a no morir. En los últimos tiempos había encontrado la vida tan risueña y agradable, que se negaba a renunciar a ella, pues sabía que aún le restaban muchos años buenos.
Manola tomó el primer avión para Los Ángeles, y cuando la muerte la vio llegar regañando a su madre por no haberse cuidado debidamente, echó a correr y no volvió a vérsele por los alrededores.
Cuando ocurrió esto, Manola y Regino tenían ya casi dos años de casados.
Regino no acompañó a su mujer porque tenía el lindo pretexto de tener que atender sus negocios.
Pero ella le escribía todos los días, y en cada carta le enviaba críticas de toda especie y veintenas de recomendaciones acerca de la conducta que debía seguir. El final de todas era siempre "Tu esposa fiel".
Regino se comportaba como cualquier esposo normal que de pronto puede gozar de un respiro en un régimen de vida que empieza a serle insoportable. No acostumbrado a aquella libertad, se sintió cohibido durante la primera semana. Sería exagerado decir que durante la segunda se dio al libertinaje; no era tipo para semejante cosa, pero sí paseó y recorrió libremente varios sitios alegres.
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A mitad de la segunda semana recibió solamente una carta de Manola. Se percató de que contenía menos órdenes y muy pocas críticas. A la tercera semana recibió una carta el lunes, otra el miércoles y otra el sábado. Ella le preguntaba maternalmente cómo estaba, y se mostraba comunicativa, diciéndole algo sobre las gentes que había conocido, sobre la salud que su madre había recobrado y las diversiones a que concurría.
La cuarta semana no tuvo correspondencia. Después sus cartas fueron más frecuentes, y por primera vez desde que la conociera, empleaba la frase "te ruego que me dispenses".
Regino no daba crédito a sus ojos y tuvo que leer la carta varias veces para estar seguro de que realmente decía: "Te ruego que me dispenses por no haberte escri- to, pero mamá sufrió una recaída. Ahora ya se encuentra mejor y espero que la semana próxima se encuentre enteramente bien, para correr a casa contigo, mi vida, mi maridito adorado."
El no comprendía bien estas palabras, porque ella jamás le había hablado en esa forma.
La carta siguiente le hizo sentirse mal. Tal vez ella se había trastornado, posiblemente su madre había muerto y la pena la había enloquecido. Sin embargo, su escritura era correcta, las letras se sucedían en orden perfecto, nada había en ellas que indicara desequilibrio mental. Pero las frases y las palabras no parecían suyas, pues ella nunca había dado muestras de emoción bajo ninguna circunstancia, ni cuando se le había declarado, ni cuando se detuvieron juntos ante el altar, ni siquiera cuando después de la ceremonia de la boda se encontraron solos en su alcoba. "Te quiero tanto, a ti y sólo a ti. Tu muchachita siempre fiel."
—Se ha vuelto loca —dijo Regino a sus compañeros—, estoy seguro; tendré que buscar un sanatorio para ella. ¡Pobre Manola, siempre tan sensata, tal vez dema- siado cuerda! ¡Pobre Manola! —No seas idiota —le dijo su mejor amigo—. ¿Qué sanatorio ni qué nada? No es eso lo que ella necesita. El mal en las relaciones de ustedes viene desde el principio y se debe a que se han conocido desde niños, nunca se habían separado, nunca habían descansado del matrimonio tomando unas vacaciones. Pero ahora que tu esposa ha estado lejos te parece cambiada, la encuentras como una mujer distinta. ¡Sanatorio! ¡No me hagas reír!
Manola no sorprendió a su esposo llegando inesperadamente, no; le anunció el día de su arribo.
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Aquí la tenemos ya. Se detiene en el vestíbulo y mira vagamente en rededor como tratando de recordar cómo era su casa antes de irse, después dice:
—Vaya, vaya; así es como las cosas se ven cuando el marido se queda solo. Más confuso que asombrado, Regino cierra la puerta. Ella se quita el sombrero y deja que él la ayude a quitarse el ligero abrigo que
lleva puesto. Con una sonrisa maternal dice: —Veamos que apariencia tiene mi muchacho; casi me había olvidado de su cara. Lo toma por los hombros y lo sacude afectuosamente, le mira escudriñadora a los
ojos, después toma su cabeza entre las manos, lo besa cordialmente y reclinándose en su pecho le dice con voz arrulladora:
—Te quiero tanto, mi vida, tanto, tanto. Antes nunca me di cuenta de lo mucho que te quería, nunca supe apreciar lo que vales y he cometido muchas tonterías en estos dos años, pero nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo, me esforzaré por recompensarte.
Y volvió a cubrirle de besos. El día siguiente por la noche, después de la cena, ella dijo. —¿No te cansas de permanecer en casa todas las noches? Debo aburrirte
mortalmente. ¿Por qué no sales un poco con tus amigos? Un hombre de negocios como tú debe cultivar sus relaciones con el mundo exterior. Es tonto que un hombre joven viva eternamente colgado a las faldas de su mujer. Anda, sal y diviértete. Te hará bien y refrescará tus ideas. Ve tranquilo, que yo te esperaré.
Mientras se vestía, se la quedó mirando y le dijo:
—Tu madre debe ser una mujer admirable. —¿Cómo dices? —preguntó no comprendiendo que él suponía a su madre responsable del cambio que se había operado en ella—. ¿Mi madre admirable? Bueno, es lista, sí, pero creo que ahora se confía demasiado. Ya le pasará, dejemos que se divierta. ¿Pero admirable? Tal vez; yo no podría asegurarlo. Para ser franca, no me gustaría que viniera a vivir con nosotros —titubeó un rato y agregó—: Bueno, ahora vete, porque quiero leer. "En cualquier forma —dijo Regino para sí—, su madre le ha enseñado a portarse como una verdadera esposa, porque ¿quién más había de preocuparse por hacerla cambiar en esta forma?
Poco tiempo después, un domingo por la mañana, ella dijo enrojeciendo:
—Bueno, mi vida; creo que debemos prepararnos para recibir a un nuevo miembro de la familia.
—¿Quién viene? —preguntó él inocentemente—. ¿Tu hermano Alberto, el teniente, o quién? Dime. Quienquiera que venga será bien recibido. ¿Quién es?
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—No —dijo ella tratando de ocultar la cara—. No se trata de eso—. Y sonriendo agregó—: Te equivocas, tonto, cabeza de chorlito. Me refiero a un nuevo miembro de nuestra familia, tuyo y mío.
Entonces comprendió. Hasta Adán hubiera comprendido mirando aquella cara encendida y sonriente.
Fue un niño. Su padre podía enorgullecerse de él y lo hacía. Se portaba como si nunca hubiera habido otro padre bajo el sol antes que él.
Durante los veintitrés años siguientes, el muchacho hizo cuanto pudo porque sus padres fueran tal vez más felices aún que en los meses que precedieron a su naci- miento.
Regino y Manola habían llegado a ser la pareja legendaria a menudo citada como ejemplo de que el matrimonio no es siempre un fracaso.
En cuanto a Cutberto, su hijo, éste se hallaba profundamente enamorado de Vera, la única hija del señor Jenaro Ochoa, un doctor muy respetado y acomodado del lugar. La muchacha tenía más o menos la edad de Cutberto.
Hacía
...