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Ola Es Esta :I Putos


Enviado por   •  1 de Abril de 2014  •  3.659 Palabras (15 Páginas)  •  310 Visitas

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SOLUCIÓN INESPERADA

A los escasos dos meses de casado, Regino Borrego tuvo la sensación de que algo faltaba en su nueva vida. No podía precisar lo que aquello era, y a sus amigos explicaba la situación diciéndoles que encontraba la vida matrimonial aburrida y contraria a lo que había esperado.

Pero eso no era todo. Algunos meses después las cosas fueron empeorando, porque Manola, su mujer, no obstante que todavía no cumplía veinte años, se había vuelto mal humorienta y extremadamente regañona. Nadie, al ver aquella mujer joven y bonita, habría podido creer semejante cosa.

Regino se esforzaba por complacerla, pero todo era inútil. Ella siempre tenía alguna crítica que hacer de él. Cuando no era el traje, la forma del cuello de las camisas que compraba, el color del calzado, su manera de comer o el modo de jugar a la baraja. Todo lo que hacía le parecía mal y juzgaba tonto cuanto decía.

Un día ella dijo:

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—Qué fastidio vivir contigo. Cuando me casé creí que tenías veintidós años, pero ahora sé que estaba tan equivocada como tu acta de nacimiento. Te portas como si tuvieras sesenta, o más, ochenta años...

Recalcando las palabras, él contestó:

—Pues yo ya estoy harto de ti y de tu constante repelar. Si tú crees que yo parezco de ochenta, tú debes de tener noventa. Durante las horas de trabajo en la tienda, me siento enteramente feliz, pero no hago más que llegar a casa y sentirme extraño, peor aún, como si fuera tu mozo.

—Ni eso podrías ser —repuso ella haciendo un gesto avinagrado.

Guadalupe Zorro, la madre de Manola, enfermó. Se había ido a residir a Los Ángeles cuando su hija casó. Hacía cinco años que era viuda, y sintiéndose aún joven y atractiva, quiso vivir independientemente, tratando de obtener de la vida lo que una mujer menor de cuarenta y con posibilidades puede esperar cuando no se tienen prejuicios ni temor a nada. Pero la razón principal por la cual había cambiado de ciudad era porque no deseaba que la trataran como a suegra. Odiaba a las sue- gras sobre todas las cosas, porque había tenido que sufrir a uno de los peores especímenes.

Pero la alegre señora se encontraba enferma y telegrafió a su hija para que le ayudara a no morir. En los últimos tiempos había encontrado la vida tan risueña y agradable, que se negaba a renunciar a ella, pues sabía que aún le restaban muchos años buenos.

Manola tomó el primer avión para Los Ángeles, y cuando la muerte la vio llegar regañando a su madre por no haberse cuidado debidamente, echó a correr y no volvió a vérsele por los alrededores.

Cuando ocurrió esto, Manola y Regino tenían ya casi dos años de casados.

Regino no acompañó a su mujer porque tenía el lindo pretexto de tener que atender sus negocios.

Pero ella le escribía todos los días, y en cada carta le enviaba críticas de toda especie y veintenas de recomendaciones acerca de la conducta que debía seguir. El final de todas era siempre "Tu esposa fiel".

Regino se comportaba como cualquier esposo normal que de pronto puede gozar de un respiro en un régimen de vida que empieza a serle insoportable. No acostumbrado a aquella libertad, se sintió cohibido durante la primera semana. Sería exagerado decir que durante la segunda se dio al libertinaje; no era tipo para semejante cosa, pero sí paseó y recorrió libremente varios sitios alegres.

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A mitad de la segunda semana recibió solamente una carta de Manola. Se percató de que contenía menos órdenes y muy pocas críticas. A la tercera semana recibió una carta el lunes, otra el miércoles y otra el sábado. Ella le preguntaba maternalmente cómo estaba, y se mostraba comunicativa, diciéndole algo sobre las gentes que había conocido, sobre la salud que su madre había recobrado y las diversiones a que concurría.

La cuarta semana no tuvo correspondencia. Después sus cartas fueron más frecuentes, y por primera vez desde que la conociera, empleaba la frase "te ruego que me dispenses".

Regino no daba crédito a sus ojos y tuvo que leer la carta varias veces para estar seguro de que realmente decía: "Te ruego que me dispenses por no haberte escri- to, pero mamá sufrió una recaída. Ahora ya se encuentra mejor y espero que la semana próxima se encuentre enteramente bien, para correr a casa contigo, mi vida, mi maridito adorado."

El no comprendía bien estas palabras, porque ella jamás le había hablado en esa forma.

La carta siguiente le hizo sentirse mal. Tal vez ella se había trastornado, posiblemente su madre había muerto y la pena la había enloquecido. Sin embargo, su escritura era correcta, las letras se sucedían en orden perfecto, nada había en ellas que indicara desequilibrio mental. Pero las frases y las palabras no parecían suyas, pues ella nunca había dado muestras de emoción bajo ninguna circunstancia, ni cuando se le había declarado, ni cuando se detuvieron juntos ante el altar, ni siquiera cuando después de la ceremonia de la boda se encontraron solos en su alcoba. "Te quiero tanto, a ti y sólo a ti. Tu muchachita siempre fiel."

—Se ha vuelto loca —dijo Regino a sus compañeros—, estoy seguro; tendré que buscar un sanatorio para ella. ¡Pobre Manola, siempre tan sensata, tal vez dema- siado cuerda! ¡Pobre Manola!
—No seas idiota —le dijo su mejor amigo—. ¿Qué sanatorio ni qué nada? No es eso lo que ella necesita. El mal en las relaciones de ustedes viene desde el principio y se debe a que se han conocido desde niños, nunca se habían separado, nunca habían descansado del matrimonio tomando unas vacaciones. Pero ahora que tu esposa ha estado lejos te parece cambiada, la encuentras como una mujer distinta. ¡Sanatorio! ¡No me hagas reír!

Manola no sorprendió a su esposo llegando inesperadamente, no; le anunció el día de su arribo.

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Aquí la tenemos ya. Se detiene en el vestíbulo y mira vagamente en rededor como tratando de recordar cómo era su casa antes de irse, después dice:

—Vaya, vaya; así es como las cosas se ven cuando el marido se queda solo.
Más confuso que asombrado, Regino cierra la puerta.
Ella se quita el sombrero y deja que él la ayude a quitarse el ligero abrigo que

lleva puesto. Con una sonrisa

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