Panchito y Dulce
cl4r0sc4r0Resumen3 de Julio de 2012
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Panchito y Dulce
Cuando Dulce era pequeña le gustaba pasar mucho tiempo con su abuelo. Panchito, cómo ella lo llamaba, había trabajado en un gran fábrica de telas cuando era joven y Dulce lo admiraba mucho. Era un hombre alto, de piel blanca, y siempre tenía la respuesta a todas las preguntas, era muy fuerte y sabía lo que era mejor para ella. Dulce lo quería mucho porque todos los días él la llevaba a la escuela e iba por ella a la hora de salir. El regreso a casa era un viaje increíble lleno de diversión. No había aventura que ella quisiera vivir sin su abuelo.
La casa de los abuelos era muy grande y tenía un jardín enorme lleno de plantas y árboles frutales. Pero no había mejor lugar que la habitación del abuelo Panchito. Su closet estaba lleno de objetos muy bonitos y llamativos, todo lo que había ahí llamaba la atención de Dulce. Tenía lámparas y herramientas, frasquitos con tuercas y tornillo, con medicinas y dulces, libros apilados junto a calendarios y portalápices. Él era muy serio, pero cuando estaba con Dulce era un abuelo alegre y amoroso.
Un día que Dulce no tuvo clases se levantó más tarde que de costumbre, ayudó a su abuela Arcelia a dar maíz a los pollos y a preparar el desayuno. Durante el almuerzo, los abuelos platicaron de varias cosas, pero Dulce no decía algo y comía muy aprisa. Entonces Panchito le preguntó por qué comía tan rápido, y ella le dijo:
— Es que abuelito, quiero terminar rápido de almorzar para poder ir a jugar con mis muñecas.
El abuelo al escucharla le preguntó:
— Dulcecito, ¿por qué eres tan impaciente? Todo tiene su momento, disfruta tu desayuno. Debes aprender que no siempre podemos hacer lo que queramos tan rápido, hay que ser pacientes y esperar el momento para poder hacer cada cosa. Eso es más saludable para nosotros y así disfrutamos de todo lo que hacemos. La paciencia nos hace seres más sabios.
— ¿Y cómo podría volverme más sabia abuelito?
— Sólo tienes que aprender a observar, a escuchar y comprender mejor las cosas de la vida, y si lo logras nacerá en tu espíritu el fruto de la paciencia.
– La abuelita Arcelia escuchaba con atención lo que el abuelo Panchito le decía a Dulce, y acarició la cabecita de su nieta con mucha ternura.
— ¿Observar, escuchar y comprender? –le preguntó Dulce –. ¿Qué quieres decir todo eso?
La abuelita, al escucharla, sonrió y le respondió:
— Cuando tú aprendes a mirar las cosas con más cuidado y tranquilidad logras ver más de lo que puedes imaginar, al escuchar con atención podrás saber que hay sonidos que no siempre percibimos y podrás encontrar nuevos mensajes en las palabras de la gente. Comprender significa que no siempre las cosas son como parecen, o como nosotros creemos que son, escuchar y observar nos permite entender y percibir el mucho de muchas formas, más bonitas o menos agradables, pero eso es lo que nos hace cada día más sabios.
— ¡Eso suena muy difícil! ¿Y si a mí no me hace falta ni la paciencia, ni la sabiduría? ¡Además yo escucho muy bien! –Respondió Dulce-
Los abuelos sonrieron al escuchar a la pequeña, y el abuelo le dijo:
—A todos nos hace falta la sabiduría. Ella nos hace ser mejores personas, con buenos sentimientos y muchos valores. Y aunque pueda oír bien, en un tiempo sabrás que escuchar es algo más importante y complejo que sólo poder apreciar con claridad las palabras de las otras personas.
La pequeña Dulce poco entendía de lo que sus abuelo le decían, pero decidió no insistir en ir a jugar con sus muñecas y se quedó un poquito más a escuchar a sus abuelos. En verdad deseaba disfrutar el día, jugar en el jardín, lanzarse agua con sus hermanitas cuando volvieran, pero algo le hacía sentir que debía quedarse ahí. No todos los días desayunaba solita con los abuelos,
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