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Quo Vadis Ensayo

jhborgesEnsayo20 de Junio de 2017

3.727 Palabras (15 Páginas)576 Visitas

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«Así pasó Nerón como pasan la tormenta, la guerra, el fuego y la peste. En el futuro, desde las alturas del Vaticano, la gran basílica de San Pedro reinaría sobre Roma.

No lejos de la antigua Puerta Capena, existe una capilla pequeña donde se lee la siguiente inscripción casi borrada: QUO VADIS, DOMINE? ».

Escrita de una forma elegante, pausada y realista, impregnada de una dulzura única pero al mismo tiempo manifestando dolor, Quo Vadis? se inserta entre los más monumentales clásicos históricos de todos los tiempos como la obra más conocida del escritor Henryk Sienkiewicz. Es de destacar que el 9 de noviembre de 1905, la Academia Sueca decidió concederle el premio Nobel de Literatura a Sienkiewicz en consideración a sus grandes méritos como autor épico. Era el primer ganador de Premio Nobel en Literatura que ostentaba un éxito clamoroso a nivel internacional, puesto que en un breve período posterior a la publicación de Quo Vadis? fueron vendidos millones de ejemplares de la novela en el mundo entero y se la tradujo a más de cincuenta idiomas.

La realidad es que Quo Vadis? más que una obra maestra desde el punto de vista literario, más que un texto que hace referencia a una etapa histórica y que narra una emotiva historia de amor, porta un sublime mensaje, un misterio que atrapa a quienes se acercan a leerlo con un corazón receptivo. Sienkiewicz ubica la novela en la Antigua Roma durante el reinado del déspota emperador Nerón, líder de  una sociedad en decadencia en la que una nueva fe, una forma inusual de ver la vida, se esparcía asediada por la persecución. En medio de este escenario nace una hermosa historia de amor entre un prepotente joven patricio y una casta joven cristiana procedente de una tribu bárbara y luego adoptada por una familia romana. De manera magistral el autor contrapone el odio y el amor, la corrupción y la pureza, el Imperio Romano, símbolo de fuerza desgarradora y un grupo incipiente de personas sencillas y sufridas pero a la vez llenas de esperanza, a las que se conoce como cristianos.

El trabajo de Sienkiewicz es venerable, muestra un dominio exquisito de la palabra, precisión al utilizar elementos históricos y sus excelentes descripciones nunca desvían la atención del lector del hilo de la trama. Es un maestro en la representación del pasado. En palabras de Rubén Martí (2002:299), escritor cubano quien redactó el epílogo de una de las más recientes ediciones de la novela, el realismo fue la piedra angular de la producción literaria de este artífice de la novela contemporánea polaca.

En aras de realizar un acercamiento a la obra, se enfoca la atención hacia elementos tan interesantes como el profundo carácter histórico de la obra, la expansión del cristianismo en Roma y la transformación que sufre el carácter de Marco Vinicio, uno de los personajes principales.

Aspectos históricos recogidos en la novela

La trama de la obra se mueve alrededor de una historia de amor ficticia y una historia apócrifa, la cual utiliza el autor para dar título a la novela. El argumento nos narra una historia de amor entre dos personas muy diferentes: Marco Vinicio, un apuesto joven patricio, valeroso guerrero, con un carácter típico de los romanos a quienes solo importaba el poder de la fuerza y su deseo; y Ligia, una casta y hermosa joven cristiana, princesa de un antiguo pueblo bárbaro del que provienen los polacos quien fue adoptada por una acomodada familia romana.

Luego, la historia apócrifa narra un encuentro ente el apóstol Pedro y Cristo, cuando el primero escapaba de la muerte segura que le esperaba en Roma bajo las persecuciones de Nerón, e iba a hacer discípulos en otras tierras. Durante el majestuoso encuentro, Pedro le pregunta a Cristo: « ¿A dónde vas, Señor?», cuyo equivalente en latín es « ¿Quo Vadis Domine?», frase que da título a la novela. A la humilde pregunta Cristo responde que mientras huía, él iba a Roma a ser crucificado nuevamente, a socorrer al diezmado rebaño que quedaba en aquella cuidad de perdición. Finalmente el apóstol decide regresar y sufrir el martirio sin abandonar a sus amados hijos en la fe.

Pero junto a las emotivas historias que nacieron en la mente de Sienkiewicz, convergen los abundantes elementos reales que hacen precisamente de la novela un hermoso clásico histórico. Es así como nos embarcamos en un viaje a Roma, entre los años 63-68 d. C., durante los últimos momentos del reinado de Nerón. Se puede delimitar el tiempo de la acción principal precisamente por hechos históricos mencionados y ubicados temporalmente en la obra como la llegada de Vinicio a Roma tras el establecimiento de la paz con Armenia (año 63 d. C.), el incendio de Roma (año 64 d. C.), las muertes de Petronio y de Nerón (años 66 y 68 d. C., respectivamente). Con acierto se describe el estado de aquel vasto imperio rico en cultura, expansión y poder, que adeudaba a la cultura griega con un sistema de vida basado en los más extravagantes derroches, con marcadas diferencias clasistas  y en total decadencia en cuanto a su política, principios y actos vergonzosos. La obra retrata fielmente al pueblo, sus costumbres, vestimentas, hogares, lugares de ocio, etcétera.

Corría el siglo I, aproximadamente tres décadas después de la primera venida de Cristo. En medio de aquella sociedad opulenta y hastiada de crímenes se expandía la fe cristiana en la clandestinidad. Pedro, Pablo, los demás apóstoles y consiervos cristianos viajaban por toda Asia y lugares a los que eran guiados predicando el evangelio y ansiaban llevar su mensaje también a Roma.

El imperio romano disfrutaba de la preponderancia en poder político y militar del mundo, bajo la jerarquía de Nerón. Roma era una ciudad muy cosmopolita, poblada por personas de diversas procedencias, culturas y religiones. La cultura politeísta imperaba y los vicios, las orgías, la avaricia y el odio caracterizaban generalmente a aquellas figuras que rodeaban al César. Sienkiewicz incluye en la novela a muchas de estas figuras, tanto positivas como negativas, cercanas al César. Tales son los casos del arbiter elengantinum[1]  Petronio, Séneca, el malvado Tigelino, Popea y Acte, entre otros. Pero algo que llama particularmente la atención es la forma tan detallada en que se describe un hecho que hasta hoy ha sido controversial para los historiadores: el incendio de Roma. Aún existen dudas en cuanto a la culpabilidad de Nerón en el mismo, pero el autor, quien investigó exhaustivamente, se adscribe a la opinión de que el trágico asunto fue primero ilustrado en la mente perversa e insana del atolondrado emperador.

Dentro del horrendo historial de crímenes cometidos por Enobarbo[2] ya se encontraban los asesinatos de su madre Agripina, su hermano por adopción Británico, hijo del emperador Claudio quien se había casado con Agripina; y el hijo mayor de Popea, Rufio, porque el pequeño se había quedado dormido durante la lectura de uno de sus poemas. Se casó públicamente con Pitágoras y si no se tiene certeza de que fuera su boca la que diera la orden de incendiar Roma, lo que sí fue muy real fue el hecho de que el César, frente a la catástrofe y la desesperación de su pueblo, observaba el incendio pudiera decirse que con complacencia y, lira en mano, cantaba una de sus «obras maestras». Dándoselas de poeta y artista, Nerón necesitaba «inspiración» para redactar sus versos. A menudo decía que envidiaba al rey Príamo por haber presenciado el incendio de Troya. También se preguntaba si no sería Roma en llamas un espectáculo grandioso. El emperador, que a pesar de ser cruel era cobarde, ante la presión del pueblo que le acusaba, encontró a sus víctimas en un grupo de personas las cuales, aunque nunca se rebelaron, no temían ante su poder; habían sido injustamente acusadas de ser enemigas de la vida, de asesinar niños y de envenenar las fuentes, pero su único crimen había sido no reconocer la supuesta divinidad del César y vivir ajenos a los vicios y mezquindades de la sociedad romana: los cristianos. De aquí parte otro elemento histórico incluido en Quo Vadis?: los cristianos sí fueron echados a las fieras en el circo romano, fueron crucificados, descuartizados por caballos, decapitados, ardieron como piras vivientes, incluyendo niños pequeños. El autor describe con marcado realismo las crueles escenas de su suplicio.

En el anfiteatro se elevó un clamor:

― ¡Los cristianos! ¡Los cristianos!

Las verjas de hierro rechinaron […] ¡A la arena! […] Todos ellos venían corriendo y, al llegar al centro, se arrodillaban unos junto a otros con los brazos levantados […] De pronto pasó algo inesperado. Del centro de aquella banda hirsuta comenzaron a subir voces que cantaban; y fue entonces cuando por primera vez se oyó en un circo romano el himno Cristo Reina. Entretanto se abrió una nueva verja y en la arena irrumpieron, con un impulso salvaje, bandadas enteras de perros. […] Los perros irritados saltaban hacia los hombres de rodillas […] Por fin un moloso hundió sus colmillos en el hombro de una mujer arrodillada en el primer término y la aplastó con su masa. Entonces los perros se abalanzaron por decenas al montón como por una brecha. La sangre corría a borbotones de los cuerpos despedazados. Los perros se arrancaban miembros dispersos. El olor de la sangre y los intestinos destrozados dominaba sobre los perfumes de Arabia y llenaba todo el circo. […] uno a uno los leones aparecieron en la arena, feroces y enormes […] los leones aunque estaban hambrientos, no se precipitaron hacia sus víctimas. Sin embargo, poco a poco el olor de la sangre y la vista de los cuerpos destripados y amontonados sobre la arena obraron sobre ellos. De pronto, uno saltó hacia el cadáver de una mujer de cara destrozada […] Otro se acercó a un cristiano que llevaba en brazos un niño cosido en una piel de gamo. El niño, sacudido por sollozos y gritos se aferraba de modo convulso a su padre que, queriendo conservarle la vida al menos por un instante, trataba de arrancarlo de su cuello […]. Pero aquellos gestos y aquellos gritos irritaron al león, que lanzó un rugido ronco y corto, aplastó al niño de un zarpazo y destrozó entre sus mandíbulas el cráneo del padre. (pp.179-183)

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