Resumen Del Criterio De Jaimes Balmes
valeryaltamir3 de Enero de 2013
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Capítulo I: En qué consiste el pensar bien. Qué es la verdad.
En este primer capítulo, el autor, Jaime Balmes, comienza haciendo una clara distinción entre lo que es la verdad y en qué consiste el pensar bien: “el pensar bien consiste o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella”.
La verdad es la realidad de las cosas. Si algo es real, existente, inmediatamente se convierte en verídico, sino caeríamos en un error. Todo esto lleva a que si conocemos la realidad de las cosas, o sea, la verdad, podremos pensar bien, de lo contrario no podríamos, ya que sería una pérdida de tiempo. Hay que conocer la verdad para pensar bien.
El pensamiento correcto es aquel que conoce bien la verdad y no el que, con aparente corrección, intenta hablar sobre ella.
Hay diferentes modos de conocer la verdad y el autor nos hace una distinción entre ellas. Dice que a veces la verdad la conocemos del modo que no lo es, y esto es debido a que la realidad que nosotros vemos no es la verdadera realidad. Aunque también podemos conocer la verdad perfectamente y cuando lo hacemos se asemeja a un espejo, en el que vemos las cosas tal y como son. En conclusión, hay muchos modos de conocer la verdad: la verdadera realidad y la verdad a medias.
Jaime Balmes prosigue distinguiendo la variedad de ingenios. Pone de ejemplo unas personas que son el buen pensador y los contrarios a éste. El buen pensador es aquel que lo ve todo, pero a causa de esto pueden no ver nada de lo que hay. Los contrarios al buen pensador son los que ven en los objetos lo justo para ver, no más de lo que hay. Pero eso a veces puede ser un problema porque si se ve poco, no ve lo suficiente. Los más exactos son los hombres privilegiados, que lo ven todo muy claro, preciso, y esto se refleja en sus escritos y en sus actos.
Según el autor la perfección de las profesiones depende de la perfección con que se conocen los objetos de ellas. Cada profesional destaca en su campo gracias a que conocen perfectamente en lo que trabajan, conocen los objetos que tratan. Pero este conocimiento tiene que ser práctico, tiene que abarcar hasta los pormenores que serían pequeñas verdades. En conclusión, el mejor profesional será aquel que conozca más verdades respecto a la práctica de su profesión.
A todos nos interesa pensar bien, no sólo a los filósofos. El entendimiento es una luz que siempre tiene que estar encendida para que funcione. Si no la accionamos puede ser peligroso.
Para pensar bien no hace falta aprenderlo con reglas, sino más bien con modelos. No es lo mismo enseñar a pensar a la fuerza, con teoría, que enseñar con ejemplos. Una buena enseñanza se hace con ganas y de manera sencilla y práctica.
Capítulo II: La atención.
La atención, según Jaime Balmes, es “la aplicación de la mente a un objeto”. Lo primero que hay que hacer para poder pensar bien es atender bien. Pensar y atender son dos conceptos que van juntos, sin la atención estamos distraídos, con el pensamiento en otros sitio. Por ello es importante tener un hábito de atender a lo que se hace, así comprenderíamos todo correctamente y no caeríamos en errores.
Existen unas ventajas y unos inconvenientes de la atención. La clave de la perfecta atención es tener un espíritu atento. Con ello conseguimos una mayor organización de ideas, percibiéndolas con mayor claridad y acordándonos de ellas con facilidad. Pero si no atendemos, todo esto no será posible, tendríamos muchas confusiones de ideas y quizás perdiéramos cosas importantes por no utilizar la atención.
Mucha gente cree que la atención fatiga, pero se equivocan porque la atención es un aplicación suave y relajada y es compatible además con la diversión porque a lo que se refiere es a descansar, a no ocuparse de cosas trabajosas, no al no pensar. Con el grupo de los distraídos, el autor junta también a los atolondrados y a los ensemismados porque no tienen atención. La ventaja que tiene un hombre atento es que es más urbano y cortés.
Hay muy pocos casos en los que se tenga que estar tan atento que por una mínima interrupción no puedan seguir con lo que estaban haciendo. Estas personas que con un simple ruido se desconcentran son los que Jaime Balmes llama daguerrotipos. Puede que esto sea un defecto natural de esa persona o también podría ser una falta de costumbre de concentración y atención. Para ello hace falta atender bien.
Capítulo III: Elección de carrera.
Cada persona tiene que tener una profesión para la que tenga o se sienta con más aptitud. Esto es muy importante para escoger una carrera, para el futuro de una persona. La palabra talento para algunos significa una capacidad absoluta. Creen que si una persona es buena en un determinado campo también lo es en los demás y esto no es así. Por ejemplo, si una persona es excelente en el campo de la ciencia, no tiene porqué serlo en el de la literatura. Muy pocos son los que alcanzan una capacidad para todo. Es casi imposible tener talento para todo.
El instinto que nos indica la carrera que más nos conviene nos es dado por Dios a cada persona y este instinto nos muestra el destino. El instinto que nos da es diferente dependiendo de la persona y hay que cuidarlo bien para no perder ese talento que nos han dado. Para ello los padres, los maestros y los educadores tienen que tener en cuenta este punto, para que el niño/a no caiga en una tarea para la cual no ha sido asignada. También la misma persona tiene que ocuparse de sus inclinaciones.
Para que un niño vaya formando su talento o instinto se los deberá llevar a diversos establecimientos para que pudieran ver si les interesa. Por ejemplo, si a un niño le gusta la música y tiene el talento de cantar bien se le podría llevar a conciertos.
Capítulo VI: Conocimiento de la existencia de las cosas adquirido mediante por los sentidos.
Gracias a los sentidos descubrimos cosas nuevas, nos aporta un mundo de conocimientos de todas clases. Pero si los sentidos no alcanza aquello que deseamos conocer, entonces llega el entendimiento, y así conoce la existencia de objetos insensibles. Por ejemplo, si vemos en un terreno lava esparcida, a través del entendimiento sabemos que es a causa de un volcán que no hemos visto. Pero esto sólo puede ocurrir teniendo antes una idea del objeto desconocido. Se trata de un paso de lo conocido a lo desconocido.
Para deducir de la existencia de una cosa a la otra lo único que podríamos utilizar sería la dependencia de los objetos y aquí está la dificultad que es encontrar esa dependencia. Nos hace falta un conocimiento para ver todo de una cosa y como no puede ser posible nos conformamos con encontrar esa dependencia por su coexistencia o sucesión porque una depende de la otra. Pero esto no es seguro, podemos errar. Hay que tener en cuenta que la existencia paralela de dos cosas no puede probar que el uno dependa del otro. No por el sólo hecho de haber visto unidos alguna vez dos objetos podemos probar algo certero.
Existen dos reglas para la coexistencia y la sucesión. La primera consiste en probar la existencia de una cosa a raíz de otra. Para ello debemos observar los dos objetos y ver si se presenta uno también se presenta el otro o si falta uno también falta el otro. De esta manera podríamos juzgar sin errar. La segunda consiste en probar si tienen entre sí alguna dependencia. Para ello los objetos tendrían que sucederse sin dejar de ser lo que son. La primera y la segunda regla tienen los mismos principios y usos. La mayoría de la gente ignora saber cosas más allá de lo que saben, se conforman con creer que una cosa depende de otra.
Hay una diferencia entre la sucesión observada una vez y muchas veces. Los dialécticos dicen que el racionalismo es sofístico: “post hoc, ergo propter hoc” (después esto, luego por esto). Lo critican porque ellos no hablan de una sucesión constante y porque si hablaran de ello esta sucesión no sería dependiente. En conclusión, “dos hechos que siempre se suceden tienen entre sí alguna dependencia, la existencia del uno indicará, pues, la del otro”
La relación que existe entre los hechos coexistentes o sucesivos se podría descubrir como algo que hacemos funcionar que tenemos grabado en nuestra alma y que lo utilizamos asiduamente sin darnos cuenta.
Capítulo VII: La lógica acorde con la caridad.
Existe una sabiduría de la ley que prohíbe los juicios temerarios. Esta ley es la cristiana y es de prudencia y buena lógica. Los hombres juzgamos de una acción o intención por la apariencia y esto puede llevar a equivocarnos con frecuencia.
El mundo cree dar una regla de conducta diciendo “piensa mal y no errarás”. No hay que fiarse mucho de las palabras porque los hombres son muy malos, aunque la experiencia nos dice que el hombre mientras más miente más dice las verdades.
Hay tres reglas para juzgar la conducta de los hombres:
1ª: no hay que fiarse de la virtud de los hombres. Muy pocos son los que poseen virtud.
2ª: para deducir la conducta de una persona se debe conocer antes su inteligencia, carácter y otras cualidades. El hombre es libre, pero está muy influenciado por la sociedad. Si un hombre está en un compromiso del cual es difícil salir sabemos que saldrá exitoso, pero hay que tener en cuenta la firmeza del carácter.
3ª: debemos controlarnos a la hora de exponer nuestras ideas porque puede hacer daño a los demás. Hay que obrar como los demás y hay que tratar a la gente como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Un buen remedio para no fallar es la reflexión, aunque a veces puede ser malo.
Capítulo VIII: De la autoridad humana en general.
Hay
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