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Una novela sobre lo inevitable


Enviado por   •  22 de Junio de 2014  •  47.867 Palabras (192 Páginas)  •  208 Visitas

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LA QUINTA MONTAÑA

Una novela sobre lo inevitable

PAULO COELHO

PRIMERA PARTE

Serví a un señor que ahora me abandona en las manos de mis enemigos, dijo Elías.

Dios es Dios, respondió el levita. Él no le dijo a Moisés si era bueno o malo. Se limitó a decir: Yo soy. Por lo tanto, Él es todo lo que existe bajo el sol: el rayo que destruye la casa y la mano del hombre que la reconstruye.

La conversación era la única manera de alejar el miedo; en cualquier momento, los soldados abrirían la puerta del establo donde se encontraban, los descubrirían y les ofrecerían la única elección posible: adorar a Baal el dios fenicio o ser ejecutados. Estaban registrando casa por casa, convirtiendo o ejecutando a los profetas.

Tal vez el levita se convirtiese, escapando así de la muerte. Pero Elías no tenía elección: todo estaba sucediendo por su culpa, y Jezabel quería su cabeza de cualquier forma.

Fue un ángel del Señor quien me obligó a ir a hablar con el rey Ajab, y avisarle que no llovería mientras Baal fuese adorado en Israel, dijo, casi pidiendo perdón por haber escuchado lo que le dijo el ángel. Pero Dios actúa lentamente; cuando se dejen sentir los efectos de la sequía, la princesa Jezabel ya habrá destruido a todos los que continuaron fieles al Señor.

El levita no dijo nada. Estaba reflexionando si debía convertirse a Baal o morir en nombre del Señor.

¿Quién es Dios? continuó Elías, ¿es Él quien sostiene la espada del soldado que

ejecuta a los que no traicionan la fe de nuestros patriarcas? ¿Fue Él quien colocó a una princesa extranjera en el trono de nuestro país, de forma que todas estas desgracias pudiesen suceder en nuestra generación? ¿Es Dios quien mata a los fieles, los inocentes, los que siguen la ley de Moisés?

El levita tomó la decisión: prefería morir. Entonces comenzó a reír, porque la idea de la muerte le había dejado de asustar. Se giró hacia el joven profeta que estaba a su lado, y procuró tranquilizarlo:

Pregúntaselo directamente a Él, ya que dudas de Sus decisiones, dijo, yo ya acepté mi destino.

El Señor no puede desear que seamos cruelmente masacrados insistió Elías.

Dios todo lo puede. En el caso de que se limitase a hacer sólo lo que llamamos Bien, no podríamos llamarlo Todopoderoso; Él dominaría apenas una parte del Universo, y existiría alguien más poderoso que Él vigilando y juzgando sus acciones.

En este caso, yo adoraría a este alguien más poderoso. Si, Él todo lo puede, ¿por qué no evita el sufrimiento de quienes LO aman? ¿Por qué no nos salva en vez de dar poder y gloria a Sus enemigos?

No lo sé, respondió el levita, pero tiene que existir una razón, y espero conocerla en breve.

Entonces ¿no tienes respuesta para esta pregunta?

No, no tengo.

Los dos se quedaron en silencio. Elías tenía un sudor frío.

Estás aterrorizado, pero yo ya acepté mi destino comentó el levita. Voy a salir para acabar con esta agonía. Cada vez que oigo

un grito allí fuera, sufro imaginando cómo será cuando llegue mi hora. Mientras hemos estado encerrados aquí, ya he muerto un centenar de veces, cuando podía haber muerto sólo una. Ya que voy a ser degollado, que sea lo más rápido posible.

Él tenía razón. Elías había escuchado los mismos gritos, y ya había sufrido más allá de su capacidad de resistencia.

Me voy contigo. Estoy cansado de luchar por algunas horas más de vida.

Se levantó y abrió la puerta del establo, dejando que el sol entrase y mostrara a los dos hombres allí escondidos.

El levita lo tomó por el brazo y comenzaron a caminar. Si no hubiese sido por algún que otro grito, aquello hubiera parecido un día normal en una ciudad como cualquier otra. Un sol que no quemaba mucho y la brisa que venía del océano distante tornando la temperatura agradable, las calles polvorientas, las casas hechas de barro mezclado con paja.

Nuestras almas están presas por el terror a la muerte, pero el día está hermoso, observó el levita. Muchas veces, cuando yo me sentía en paz con Dios y con el mundo, la temperatura era insoportable, el viento del desierto llenaba de arena mis ojos y no me dejaba ver ni un palmo delante de mí. No siempre los planes del Señor concuerdan con el lugar donde estamos o con lo que en ese momento sentimos, pero te garantizo que Él tiene una razón para todo esto.

Admiro tu fe.

El levita miró hacia el cielo, como si reflexionase un poco. Después se giró hacia Elías.

Ni admires ni creas tanto: fue una apuesta que hice conmigo mismo. Aposté que Dios existe.

Eres un profeta, contestó Elías, también oyes voces y sabes que hay un mundo más allá de éste.

Puede ser mi imaginación.

Tú ya viste las señales de Dios insistió Elías, comenzando a preocuparse con los comentarios de su compañero.

Puede ser mi imaginación, fue de nuevo la respuesta. En realidad, la única cosa que tengo en concreto a mi favor es mi apuesta: me dije a mí mismo que todo esto venía del Altísimo.

La calle estaba desierta. Las personas, dentro de sus casas, aguardaban a que los soldados de’ Ajab completasen la tarea que la princesa extranjera había exigido: ejecutar a los profetas de Israel. Elías caminaba con el levita, con la sensación de que detrás de cada una de aquellas ventanas y puertas alguien lo observaba y lo culpaba por lo que estaba sucediendo.

«No pedí ser profeta. Tal vez todo sea también fruto de mi imaginación», reflexionaba Elías. Pero, después de lo ocurrido en la carpintería, sabía que no lo era.

Desde su infancia, oía voces y conversaba con los ángeles. Sus padres le aconsejaron consultar a un sacerdote de Israel quien, después de hacer muchas preguntas, lo identificó como un nabí, un profeta, un «hombre

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