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Yo, aunque era un niño, noté que «aquella palabra» se refería a mi hermanico, y dije para mí: «¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».

Nicole KammylaResumen2 de Marzo de 2017

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TRATADO PRIMERO

Me llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Nací dentro del río Tormes, tomando mi sobrenombre. Mi padre trabajaba llevando trigo a un molino que está en la ribera de aquel río(X 15 años) y estando mi madre preñada de mí, una noche en el molino, me parió allí. ¿a que se debe el sobreenombre?

A mis ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías hechas en los sacos de los que allí a moler venían, por lo que fue preso y confesó y fue condenado. En este tiempo se preparó un ejército contra los moros, en el cual mi padre que estaba desterrado  fue con un cargo de acemilero (encargado de los caballos y mulos de un señor. Deriva de «acémila» o mula.) de un caballero y con su señor, como leal criado, falleció.

Mi madre viuda y sin abrigo, se fue a vivir a Salamanca y alquiló una casa y guisaba para ciertos estudiantes y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre negro de aquellos que cuidaban las bestias, vinieron en conocimiento. Al principio no me gustaba y le tenía miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; pero al ver que con su venida mejoraba el comer, le fui apreciando ya que traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños, con los que nos calentábamos. De manera que mi madre dio un negrito muy bonito, con el cual yo jugaba y ayudaba a calentar. Y recuerdo que, estando el negro de mi padre jugando con el mozuelo, como el niño veía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía de él con miedo y señalando con el dedo decía:
- ¡Madre, coco!
Respondió él riendo:
-
¡Hideputa!
Yo, aunque era un niño, noté que
«aquella palabra» se refería a mi hermanico, y dije para mí: «¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».

El  mayordomo del Comendador se enteró que Zaide robaba la mitad de la cebada que le daban a las bestias, salvado, leña, almohazas(cepillos para caballos) y mandiles y fingía que se perdían las mantas y sábanas de los caballos y  las bestias desherraba y todo el dinero que sacaba se lo daba a mi madre para criar a mi hermanico. Y se demostró, porque a mí con amenazas me preguntaban y como niño respondía y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que vendí a un herrero por mandado de mi madre. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron(derretir tocino sobre heridas de  azotes.) y a mi madre le pusieron por pena, 100 azotes y no entrase en casa del Comendador Y en su casa al lastimado Zaide. 

Mi madre se fue a servir a los que vivían en el mesón de la Solana y allí, padeciendo mil importunidades, crió a mi hermanico hasta que andó y yo hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban. En este tiempo vino a hospedarse en el mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo serviría para guiarle, me pidió a mi madre y ella me encomendó a él, diciéndole que yo era hijo de un buen hombre que murió en la batalla de los Gelves(contra los turcos, muriendo gran parte de las tropas cristianas) y que ella confiaba en Dios que yo no saldría peor hombre que mi padre y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él dijo que así lo haría y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así comencé a servir y guiar a mi «nuevo y viejo» amo.

Estuvimos en Salamanca algunos días, pero  mi amo al no estar contento con las ganancias, se fue de allí y  yo me despedí de mi madre y, ambos llorando, me dio su bendición diciendo:
- Hijo, no te veré más. Procura ser bueno y que Dios te guíe. Te he criado y con buen amo te he puesto. Ahora tienes que valerte por ti mismo.

Y me fui con mi amo, que estaba esperándome. Salimos de Salamanca y llegando al puente, el ciego me mandó que me acercara al animal de piedra de forma de toro y me dijo:
- Lázaro, apoya el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
Yo le creí y lo hice, cuando sintió que tenía la cabeza sobre la piedra, cerró la mano y me dio un gran golpe contra el toro que más de tres días me duró el dolor de la cornada y me dijo:
- Necio, aprende que el mozo del
ciego ha de saber un poco más que el diablo. Y rió.

En  aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Me dije: «Verdad dice este, tengo que estar atento y espabilar,  estoy solo y debo pensar en valerme por mí mismo».
Comenzamos nuestro camino y en pocos días me enseñó jerigonza(braile) y como veía que yo aprendía rápido, disfrutaba mucho y decía:
- Yo ni oro ni plata te puedo dar, pero consejos para vivir muchos te enseñaré.
Y fue así que, después de Dios, éste me dio la vida y siendo
ciego me alumbró y adiestró en la carrera de vivir.

Mi amo era astuto y sagaz. En su oficio era un águila; más de cien oraciones sabía de memoria: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacia resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que ponía cuando rezaba, sin hacer gestos con la boca ni los ojos, como otros hacen. Tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían,  las que estaban de parto, las que eran malcasadas que sus maridos las quisiesen bien,  pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno(famoso médico griego siglo II) no supo la mitad que él para muela, desmayos o males de madre.
Finalmente, si alguien le decía padecer alguna enfermedad le decía que hacer , coged tal hierba, tomad tal raíz.
Con todo esto tenía a todo el mundo tras él, especialmente las mujeres, que le creían todo. De ellas sacaba él grandes provechos con las artes que digo y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.

Jamás conocí un hombre tan avariento y mezquino,  moría de hambre y no me daba lo necesario para comer.

Si con mi ingenio y habilidad no me hubiera sabido remediar, muchas veces me habría muerto de hambre; pero a pesar de su saber y astucia yo le engañaba de tal forma que casi siempre me llevaba lo mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, en mi favor y en contra.

Él traía el pan y todas las otras cosas en una talega que cerraba con una argolla de hierro y un candado con llave y al meter y sacar todas las cosas lo hacía con gran vigilancia y lo contaba todo tanto que no había hombre en todo el mundo capaz de quitarle una migaja. Yo tomaba la miseria que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada.
Después que cerraba el candado y pensando que yo estaba haciendo otras cosas, yo descosía una costura de la talega y por allí sangraba
(robaba) la avarienta talega, sacando buenos pedazos de pan, torreznos y longaniza y después lo cocía para que no se diera cuenta del robo.

Yo le sisaba(11) y hurtaba todas las medias blancas(monedas de la época ) que podía y cuando le mandaban rezar y le daban una blanca, como él no veía la recogía y me la llevaba a la boca donde tenía una media blanca preparada y rápidamente la cambiaba. Se quejaba el ciego, porque al tocar la moneda conocía y sentía que no era blanca y decía:
- ¿Qué diablos, desde que estás conmigo sólo me dan medias blancas y antes muchas veces me pagaban con una blanca o un maravedí? En ti debe estar esta desdicha.
Entonces él acortaba el rezo y no acababa la oración, porque me tenía mandado que en cuanto se fuera el que la mandaba rezar, le tirase de la capucha de la capa. Yo así lo hacía. Luego él volvía a dar voces, diciendo:
- ¿Mandan rezar tal y tal oración?

Colocaba junto a él 1 jarro de vino cuando comíamos y yo rápidamente lo tomaba y le daba un par de besos callados(tragos) y lo dejaba en su sitio. Pero duró poco porque se percató la falta y por reservar su vino a salvo nunca soltaba el jarro, siempre lo tenía por el asa sujeto. Pero yo metía una  paja larga de centeno en la boca del jarro, chupando el vino y lo dejaba a buenas noches(vacio). Pero creo que se dio cuenta y desde ahí colocaba su jarro entre las piernas y lo tapaba con la mano y bebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría por él y viendo que aquel remedio de la paja ya no me valía, hice un agujero en el suelo del jarro y taparlo con cera y a la hora de la comida, fingiendo tener frío, me colocaba entre las piernas del ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos y al calor de ella se derretía la cera y comenzaba el jarro a destilarme vino en la boca, la cual yo ponía no perdiéndose ni una sola gota. Cuando el ciego iba a beber, no hallaba nada: se espantaba y maldecía no sabiendo qué podía ser.
- No diréis que lo bebo yo-le decía-, pues no lo soltáis de la mano.
Tantas vueltas y tientos dio al jarro que halló el agujero. Pero  disimuló como si no se percatara y al día siguiente, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara hacia el cielo, un poco cerrados los ojos  para saborear mejor el licor, sintió el  
ciego que era hora de vengarse y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, lo dejó caer sobre mi boca, ayudándose de todo su poder, de manera que yo que estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, me había caído encima. Con el golpe perdí el sentido y el jarrazo tan grande, que los pedazos se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes y me quebró los dientes.
Desde aquella hora quise mal al mal
ciego y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que había disfrutado del cruel castigo. Me lavó con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho y sonriéndose decía:
- ¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud.

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