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Ética, moral y valores. Toque personal.


Enviado por   •  11 de Diciembre de 2016  •  Documentos de Investigación  •  5.705 Palabras (23 Páginas)  •  304 Visitas

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Valores, ética y moral.

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Conocer algo de nuestra evolución afectiva, dada la importancia que tiene la construcción de nuestra personalidad actual.

Ahora bien, vivimos en una época en la que se habla constantemente de planeación. Todo lo queremos planear: la economía, la política, el desarrollo urbanístico, la descentralización… hasta lo que es lícito planear: la vida y la muerte. Pero qué pocas personas hay que se planteen la planeación de su propia vida. Esto sí lo tenemos en nuestras manos y es nuestra  responsabilidad. Sólo a nosotros, libérrimamente, nos incumbe. Pero se trata de planearla con sentido de realidad y no construyendo castillos en el aire o forjando sueños imposibles.

En fin, todos estamos de viaje, somos caminantes en la vida. Si quiero viajar, tengo que planear mi recorrido, consciente de dónde estoy, a dónde quiero llegar y en qué, cómo y por dónde me voy a ir, kilómetro a kilómetro.
Lo mismo podemos hacer con todo plan, porque siempre encontraremos tres frases:

a) Un punto de partida: un análisis de la situación, en poner los pies sobre la tierra. En el caso del plan de nuestra vida, esta primera fase equivale a respondernos con toda objetividad y sinceridad, a las preguntas ¿quién soy yo?, ¿con qué cuento?, ¿qué posibilidades tengo?

b) Una meta: un punto de llegada, un saber a dónde dirigirse. ¿Qué quiero?, ¿dónde voy?

c) Unos medios para lograr dicha meta: ¿cómo haré para llegar?, ¿qué caminos es el más rápido y seguro?, ¿de qué me valdré?


Los valores: Personalidad, educación y cultura.

En el lenguaje cotidiano, les damos una acepción un tanto superficial, pero no del todo errónea. Por ejemplo, cuando elogiamos a alguien diciendo: “¡qué personalidad de N!” ¿En qué nos fijamos? En su porte y distinción, su prestancia, su seguridad, sus actitudes, lo correcto de su expresión… cosas visibles, exteriores. Pero si tratamos de entablar una conversación de fondo y nos encontramos con una cabeza hueca, superficial, concentrada sólo en sí misma, ¿a dónde iría su “personalidad”?
De modo semejante sucede con el concepto cultura. Si nos admiramos ante la cultura de alguien, generalmente queremos dar a entender que sabe mucho. Y resulta que podrá ser una enciclopedia ambulante, pero si se aburre en un concierto, o si no sabe extasiarse ante un crepúsculo, o la sonrisa de un niño le pasa desapercibida, ¿dónde está su cultura? Ese “esprit de finesse” va mucho más allá de los libros: requiere una sensibilidad especial para captar las maravillas de la Bondad, la Verdad, la Belleza, el amor.

Y qué decir de un término tan maltratado como el de “educación”. La mamá que requiere que su hijita sea bien educada, está pendiente que diga con toda oportunidad “con permiso, perdón, gracias”, que coja los cubiertos o el pañuelo con corrección, etc. O bien se preocupa de su buena “educación”, sobrevalorando las calificaciones de materias como matemáticas, inglés o historia, aunque su conducta en el grupo y con sus maestros sea detestable. Es muy usual confundir los buenos modales o la instrucción con la educación: polarizarnos a un solo valor ―el social o el intelectual― y creer que con eso estamos educando.

Los tres conceptos, personalidad, cultura, y educación son hermanos, de modo que si queremos mejorar nuestra personalidad ―”ser” más para poder servir mejor― tendremos que pulir nuestra cultura, y obtener una educación de calidad. Esto lo logramos si vamos procurando integrar armónicamente todas las esferas de valores.

De las definiciones vulgares de “personalidad, cultura y educación” sólo obtenemos valores físicos, estéticos, intelectuales y sociales. Nos faltarían otras esferas no menos importantes: los valores morales, religiosos, afectivos y económicos. Para profundizar un poco más deberíamos entrar en los terrenos de la Axiología (Ciencia del Valor).

Todos los valores son humanos.
Qué maravilloso sería que todo el mundo pudiera ver los valores y se animara a realizarlos en su vida. Lo mismo que en el mundo fisiológico nos encontramos tristemente con personas invidentes, en el mundo de los valores también hay ciegos, a veces de nacimiento; en otras ocasiones, debido a algún accidente. Hay personas ciegas ante el amor, amargadas: no creen en la amistad ni en el cariño verdadero; piensa y siente que todo es hipocresía e interés. Otras, que aunque ven y oyen, no perciben la belleza de una obra pitagórica o musical. ¿Qué hacer con ellas? Lo mismo que haríamos con una persona privada de la vista: de ningún modo nos burlaríamos de su desgracia —qué poca calidad humana manifestaríamos—. Pero tampoco para consolarla,

le diríamos que lo normal no es ver —nos lo tomaría a mal, de seguro—. Si estuviera en nuestras manos, haríamos hasta lo imposible porque le practicaran alguna intervención quirúrgica, deseando con toda el alma                            —mientras hay vida, hay esperanza―

Si se trata de la ceguera del corazón, probablemente aquella persona haya sufrido mucho y se haya fabricado una concha dura de egoísmo, Sería necesario un “trasplante de corazón”, arrancar esa concha y descubrir la inmensa necesidad de cariño que seguramente tiene “Donde no hay amor, por amor y encontrarás amor”. Al brindarle nuestro cariño sincero, operamos aquel corazón entumecido.

Otra característica de los valores es la de que son inagotables.

Parece que entre más ascendemos persiguiendo un valor, más se nos escapa de las manos, y más conscientes somos de la distancia que nos falta por recorrer.
Solo l muerte podrá poner fin a la carrera. El peligro que todos tenemos está en cansarnos a la mitad del camino, encogernos de hombros, no luchar, desalentarnos, decir ¡basta! Ante cualquier esfera de valor.

Este es el plan: cuidar y mejorar la salud, administrarnos mejor, ampliar nuestras relaciones sociales, aprender a Amar, pulir nuestra inteligencia a lo máximo, saber contemplar la Belleza y crearla en nuestra vida, ser alegremente virtuoso y vivir la misma vida de Dios por la Gracia.
Tenemos que tirar alto: se basa en los talentos y potencialidades personales. Por tanto, más que en lo que logremos, el secreto del mérito está en lo que luchemos por fructificar, respondiendo a lo que nos ha sido dado.

Todos los valores son importantes, todos valen. Pero además de tratar de ignorarlos todos en nuestra vida, tenemos que intentar irlos realizando armónicamente.

La armonía interna, la de nuestra personalidad, tenemos que conquistarla con nuestro esfuerzo personal.
Autoanálisis, procura ser sincero, valiente y objetivo al juzgarte. Se trata de que te veas en ese espejo interno y observes qué tanta armonía has logrado.

¿Quién se ocupa de enseñar a  jerarquizar las necesidades, de presupuestar, de ceñirse con elegancia a ese presupuesto, de cuidar lo que se tiene, de saberse administradores y no poseedores, y, en fin, de ser sabiamente generosos?
La sociedad de consumo en que vivimos se encarga de ametrallarnos por

doquier creándonos necesidades para que caigamos en la trampa de
considerar lo superfluo como indispensable, y el lujo, el capricho y la vanidad, como “compensaciones” imprescindibles.

“Cada quien tiene lo que merece”, dicen descaradamente algunos megalómanos, con un egoísmo neciamente inconsciente de las necesidades de los demás.

La escuela: la formación cívica ¿no deja mucho que desear? Cuántas ceremonias aburridas, tramas electorales para la instalación de una sociedad de alumnos ―si es que la hay―, árbitros vendidos, líderes impuestos, primeros lugares o calificaciones de pase comprados exámenes de selección que son burla y pantalla de  “palancas” descaradas o solapadas.

Pero por ahora veamos un punto muy delicado, en el que de hecho se suscitan muchísimas discusiones. Muy bien que todos los valores valen, que todos son importantes, que todos enriquecen nuestra personalidad, que debemos trabajar en todos si queremos ser auténticamente cultos y educados. Pero es que en la vida real se dan choques axiológicos que nos obligan a elegir uno y sacrificar otro.

El punto de partida para lograrlo es precisar el concepto al que se refiere cada valor.

El concepto de “moral” se refiere al deber ser de los actos humanos en orden a alcanzar la felicidad. Un acto “humano” requiere necesariamente de la razón y la voluntad. Esto es, para que un acto pueda ser calificado de moral o inmoral, es imprescindible que haya sido realizado consciente y libremente. Pero ¿en qué nos basamos para calificar de bueno o malo un acto humano? Es decir, ¿cuál es el criterio de moralidad? La ética nos dice que este criterio se basa en la misma naturaleza humana. En la medida en que un acto perfecciones todos los aspectos del hombre (vegetativo, animal, racional y trascendente) o cuando menos nos vaya en detrimento de lo superior, el acto es bueno.
Y si el criterio de moralidad se basa en la naturaleza humana —en la esencia del hombre― no puede estar sujeto a cambios, porque si cambiara de naturaleza humana, ya no podríamos hablar de moral, de hombre, de razón y voluntad.

Los valores intelectuales: Naturalmente, el hombre en su actividad pensante no puede dejar a un lado, sus emociones, sus instintos, su voluntad, su fe. Pero cuando hablamos de los valores intelectuales, nos referimos a la actividad de la razón.
No sólo se compromete nuestra razón y nuestros sentimientos, sino toda la

vida; la moral rige la totalidad de nuestros actos humanos, y ya vivimos como la actitud estética absorbe también nuestra personalidad entera.

Los valores afectivos: Aunque muchas adolescentes se enojan porque pongamos el corazón bajo la cabeza, esa es la realidad anatómica y axiológica.
Al circunscribir la esfera de valores afectivos a los sentimientos nos pasa lo mismo que con los intelectuales: en la realidad no podemos desmembrar las facultades y actuar con una sola. Cada acto humano es total. Pero conviene considerarlo por separado, porque esto nos ayudará más tarde a fijar metas de superación.

Los valores sociales: Si aquí pensamos en términos de “injusticia moral”, y de “bien común”, nos regresamos a valores más altos, ya citados, como son los morales. Pero considerémoslos como las relaciones impersonales con los demás. No hay una comunicación de tú a tú, sino la interacción despersonalizada con el “hombre masa”. Lo que “se dice”, lo que hacen; la moda, las costumbres sociales, el aplauso, los resultados de una elección, las sayas de una estadística, el prestigio, la fama, el poder.
No importa en realidad quién aplauda, quién vote, quién diga, quién use, quién apoye, sino el impersonal, “se”: que se aplauda, se vote, etc.

Los valores físicos: Se refieren a lo puramente material, pero vivo, del hombre. La salud es un don preciado que hay que saber cuidar.

Los valores económicos se refieren a la materia a la que le ha sido dado un valor convencional.

Siguiendo la clasificación de Maslow, las necesidades primarias —tanto en orden de aparición como en fuerza y rudeza—, son las fisiológicas. En cuento el alimento y vestido las satisfacen, surgen las necesidades de seguridad: la injusticia, el temor  verse relegado de un alto puesto en el afecto de los demás ―es el caso de la llegada del primer hermano, o de la presencia de un “consentido” o “del preferido”― derrumba la posibilidad de satisfacción de este tipo de necesidades y ocasiona un retroceso que se manifiesta en la búsqueda de satisfactores fisiológicos.

Los valores sociales y afectivos cubren estos renglones: la fama, el prestigio, el poder, el amor, el efecto, las manifestaciones de cariño y de ternura, el descubrimiento de las emociones, el encause de los sentimientos, es esencial para proporcionar satisfactores oportunos.  


A pesar de mucho tiempo de trabajo que se ha dedicado al estudio de la ética,

es un tema acerca del cual todavía las opiniones difieren grandemente. Claro es que hay ciertos asuntos sobre los que el desacuerdo no es mucho. Casi todo el mundo está conforme con que, como regla general, ciertas clases de acciones deben ser evitadas, y que en determinadas circunstancias que constantemente se repiten, es mejor obrar de cierto modo que de otro. Pero aun en cuestiones de esta clase hay gran diversidad de opiniones. Acciones que algunos filósofos tienen en general por injustas, las tienen otras por justas y acontecimientos que unos tienen por males, otros los tienen por bienes.
Las diferencias de opinión son aún más marcadas. En efecto, los filósofos, no los moralistas, se ocupan no en establecer reglas para distinguir aquellos modos de obrar que las más, o todas las vece, son justos, o aquellos otros que son injustos, ni siquiera en dar listas de las cosas que son buenas o malas, sino que se esfuerzan en contestar a cuestiones mucho más generales y fundamentales como las siguientes: ¿Qué es lo que queremos decir de una acción cuando la calificamos de justa o injusta? Y ¿qué es lo significa decir de un estado cosas que es bueno o malo?

Esta teoría parte del hecho familiar que consiste en que a menudo nos paree poder elegir entre varias acciones diferentes, cualquiera de las cuales podríamos realizar, sí la escogiéramos. Si, en tales casos, realmente hacemos una elección, en el sentido que realmente hubiéramos podio escoger alguna otra acción que aquella que al fin escogemos, es cuestión que aquí no se resuelve y que más tarde se tomará en cuenta. Todo lo que esta teoría supone es que, en muchos casos, hay de cierto un número considerable de acciones diferentes, de las que podríamos realizar cualquiera, si la escogiéramos, y entre las cuales, por consiguiente, en este sentido, hacemos una elección; mientras que hay otras que no podemos realizar, aunque las escojamos. Es decir, que supone que en muchos casos, si hubiésemos escogido diferente, hubiéramos actuado de diferente modo; y esto parece ser un hecho incuestionable que necesitamos admitir, aunque mantuviéramos que nunca se diese el caso de que hubiésemos escogido diferentemente. Entonces nuestra teoría presupone que muchas de nuestras acciones están bajo el control de nuestras voluntades, en el sentido de que si, justamente antes de que comencemos a ejecutarlas, hubiésemos escogido no hacerlas, no las hubiésemos hecho; y en vista de ello proponga llamar a todas las acciones de esta clase voluntarias.

Nuestra teoría que gran cantidad de nuestras acciones son voluntarias en el sentido de que podíamos haberlas evitado si de antemano hubiéramos decidido hacerlo así. No pretende determinar si nosotros podríamos llegar a punto de escoger evitarlas; solamente dice que, si hubiésemos escogido tal cosa, la hubiésemos logrado. Y su primer cometido es establecer algunas reglas, como condiciones bajo las cuales acciones de esta clase son justas o

injustas, bajos las cuales deben o no deben ser hechas y bajo las cuales es nuestro deber hacerlas o no hacerlas.

Cuando tú haces la afirmación, todo lo que quieres significar es que tú experimentas el sentimiento en cuestión hacia la acción.
Podría decir que cuando llamaos a una acción justa estamos simplemente afirmando que nos gusta o nos agrada; y que cuando llamamos a una acción injusta estamos simplemente afirmando que nos disgusta o nos desagrada. Otros podrían decir, más plausiblemente, que no es el mero agrado o desagrado lo que expresamos en estos juicios, sino una clase peculiar de agrado y desagrado que tal vez podría ser llamado un sentimiento de aprobación moral o desaprobación moral según los casos.

Si siempre que juzgo que una acción es justa no hago más que juzgar que yo mismo experimento un sentimiento especial hacia ella, entonces claramente se sigue que con tal que yo realmente experimente el sentimiento en cuestión, mi juicio es verdadero, y por lo tanto la acción en cuestión es realmente justa.


Aquellos que han negado la realidad de las distinciones morales pueden figurar entre los disputantes más insinceros; pues es inconcebible que alguna criatura humana pueda seriamente creer que todas las personas y acciones tienen el mismo derecho al afecto y la consideración de todos. La diferencia que la naturaleza humana ha establecido entre un hombre y otro es tan grande —y esta diferencia resulta acrecentada por la educación, el ejemplo, el hábito― que, cuando se nos muestran a la vez los extremos opuestos, no hay escepticismo tan escrupuloso y es poco frecuente una seguridad tan determinada que niegue absolutamente.
Ha comenzado recientemente una controversia mucho más digna sobre el fundamento general de la moral: si se deriva de la razón o del sentimiento, si alcanzamos su conocimiento por una cadena de argumentos e inducciones, o por un sentimiento inmediato y un sentido interno más útil.
La finalidad de todas las especulaciones morales es enseñarnos nuestro deber y, de por medio de representaciones apropiadas de la deformidad del vicio y de la belleza de la virtud, suscitar los hábitos correspondientes y conducirnos a evitar el uno y abrazar la otra.

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